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LA BONDAD ES LA MÁS ALTA EXPRESIÓN DE LA INTELIGENCIA.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

No es lo mismo bondad que “buenismo”, como no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo.

Son muchas las ocasiones que conversando con amigos y conocidos, me pregunto, pregunto y nos preguntamos qué es lo que predomina en la terrible situación que sufren España y los españoles. Unos dicen que la cuestión determinante es la maldad, otros que la estupidez, otros terceros que ambas cuestiones.

Son muchos, entre ellos Carlo Cipolla, posiblemente quien mejor estudió la estupidez humana, los que afirman que la estupidez es la característica más común en los humanos, pese a que haya habido quienes han afirmado, y lo siguen afirmando, que los humanos somos “animales racionales”, hasta el extremo de calificar a los humanos actuales como “homo sapiens”.

Como he repetido en múltiples ocasiones (aparte de aquello de que quienes no saben de historia están condenados a repetirla), los humanos son potencialmente racionales y es por ello que pueden pensar y actuar de forma racional o no hacerlo, y en el segundo caso dejarse llevar por los deseos, los caprichos, los sentimientos, etc.

Sin duda, si la historia de la humanidad demuestra algo, aparte de otras cuestiones, es que los seres humanos acostumbran a repetir, generación tras generación los mismos errores; repiten y repiten las mismas o parecidas acciones (a sabiendas o ignorando que no funcionan) esperando que el resultado sea diferente, y evidentemente tal actitud es de locos.

Decía un tal Francisco de Quevedo que en una nación donde no existe justicia es muy peligroso tener razón, pues la mayoría es estúpida; y añado yo: y esa mayoría es la que acaba eligiendo al presidente del gobierno.

No está, tampoco, de más recordar aquello de la “angustia vital” de la que hablaban los existencialistas franceses, la necesidad de los humanos de agarrarse a asideros firmes para sentirse seguros y caminar de forma equilibrada, no vulnerables, sentir consuelo y encontrarle sentido a la vida y no caer en la desesperación, en el absurdo, no sentirse vacíos, sin futuro, o sentirse sólos, desvalidos, sin respuestas…

 Es por ello que, la mayoría de los humanos sienten necesidad de contarse a sí mismos y  convencerse de que hay gobernantes honrados, que los tribunales de justicia funcionan e imparten “justicia”, que la policía funciona y está para librarnos de los delincuentes, que las autoridades sanitarias se preocupan y ocupan de nuestra salud… y, en definitiva, que entre quienes tienen capacidad de decidir sobre nuestras vidas predomina la decencia, la bonhomía, hacer el bien, servir a los ciudadanos y no servirse de ellos.

Por todos esos motivos, tendemos a pensar que la intención que dirige el actuar de los políticos es normalmente el bien común, y, salvo excepciones no tienen como objetivo el beneficio personal, acaparando poder, capacidad de influencia para hacer carrera y de paso un patrimonio. Pero, lo paradójico es que, al mismo tiempo que lo anterior, la gente suele considerar a los políticos mentirosos, malvados y un largo etc. y los disculpa por considerar que no son malintencionados, e incluso se tiende a justificar sus acciones y afirmar que en el fondo no había malas intenciones y que los golfos son una excepción…

¿Por qué ocurre tal cosa?

A casi nadie se le ocurre pensar que todo lo que concierne a la política y a los políticos pueda ser una farsa, apenas nadie quiere aceptar la idea de que existan otros objetivos, otras motivaciones, inconfesables y que los partidos políticos son agrupaciones mafiosas, élites extractivas y que sus capos-dirigentes tienen como único interés servirse de los ciudadanos, parasitar de ellos y vivir de las arcas públicas.

A veces se oye que en realidad son gente bienintencionada que, ya que son humanos, se equivocan, no están demasiado acertados o se rodean de la gente que no debieran o hacen amistades peligrosas, eso sí, de manera inconsciente, pues en el fondo toman decisiones por nuestro bien. Lo que, también, sorprende es que los disparates, sinsorgadas, decisiones perjudiciales para la mayoría que las agrupaciones políticas juran y perjuran que cambiarán o derogarán cuando alcancen el poder y sustituyan a quienes las han tomado cuando gobernaban, una vez alcanzado el poder sigan aplicando las mismas políticas y… los gobernados acaben disculpándolos, atribuyéndoles una sabiduría y bonhomía inexplicables.

Cuando uno se atreve a pensar, analiza las circunstancias que sufrimos los españoles, sin sesgos, sin prejuicios y observa la realidad de forma racional acaba llegando a la conclusión de que entre los políticos predominan los psicópatas y sociópatas, aparte de los mediocres inoperantes activos, de los que hablaremos más adelante.

Los psicópatas poseen una característica fundamental: no tienen conciencia y, por lo tanto, no tienen remordimientos de conciencia, ni piden sinceramente perdón (pues no consideran que tengan que arrepentirse de sus acciones cuando perjudican a otros), ni poseen propósito de la enmienda o de reparar los daños causados. Y al mismo tiempo de todo ello son encantadores de serpientes, poseen una enorme facilidad para seducir y manipular con su encanto superficial, su irresistible atractivo y su formidable capacidad para mentir sin inmutarse; mendacidad en la que son expertos y en la que se han entrenado-ejercitado desde que eran niños, logrando por lo general salir airosos dado que, no se olvide, son personas inteligentes aunque sean malvados.

Cuando un psicópata decide hacer carrera en la política sabe que es un ámbito en el que gozará de completa, o casi, impunidad; como también sabe que para tener éxito en la organización de la que se trate, escalar posiciones y acabar teniendo capacidad de influencia, poder, no son precisos la excelencia, el mérito, el esfuerzo, la honradez, la generosidad, el altruismo, el patriotismo o participar de valores o principios.

Los capos de los cárteles mafiosos autodenominados partidos políticos, personificación de la psicopatía, también saben que las personas decentes, las buenas personas, con formación y bien preparadas acaban abandonando, o son apartadas tras ser violentadas, acosadas, tras sufrir mobbing… quedando el partido en manos de gente corrupta, indigentes intelectuales, gente indigna, que se servirán de mediocres inoperantes activos que son los que ocuparán los cargos intermedios y el resto del aparato burocrático de la agrupación mafiosa.

Por supuesto, los psicópatas que están al frente de los partidos políticos, al carecer de principios también carecen de escrúpulos y nunca dimitirán, aunque lo hayan hecho rematadamente mal llegando a perjudicar a la organización e incluso a sí mismos, se marcharán cuando los echen si es que han ido dejando muchos enemigos y rencores en el camino, pues no se olvide que entre los mafiosos funciona aquello de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

Ni que decir tiene que para que triunfen los psicópatas gozan del apoyo de los diversos medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas, al frente de los cuales también hay psicópatas y sociópatas que, tal como en las organizaciones mafiosas de los partidos, también cuentan con mediocres inoperantes activos en sus filas.

¿Qué es un mediocre inoperante activo?

España es una meritocracia a la inversa. El actual régimen político selecciona a los peores y prescinde de los mejores individuos, de las personas componentes de la sociedad española. En el régimen caciquil oligárquico sólo triunfan los peores…

Para que “triunfen los peores” es imprescindible que esté presente lo que los psiquiatras y psicólogos denominan “trastornos de mediocridad”, el defecto, la ausencia, o inhibición de la presión por la excelencia, en sus varios grados de intensidad.

La “forma más simple de mediocridad inoperante” es prácticamente asintomática, y se caracteriza por una actitud de híper adaptación y de falta de originalidad/creatividad de los individuos.

La forma más aguda, aunque no severa, de mediocridad inoperante o pseudo creativa, va acompañada de rasgos pasivo-agresivos…

Y la forma más severa, denominada mediocridad inoperante activa (MIA), es la forma más maligna, con exacerbación de las tendencias repetitivas e imitativas, exagerada apropiación de los signos externos de creatividad y excelencia, ansia de notoriedad que puede llegar hasta la impostura, (pretender ser algo que no se es) y, sobre todo, intensa envidia hacia la excelencia ajena, lo cual procura boicotear, o incluso destruir por todos los medios a su alcance.

Me dirán que la mediocridad es una característica común a todos los grupos humanos, que no es una cuestión gravemente preocupante, y que la mediocridad incluso favorece la conformidad, y, en muchas culturas, la conformidad asegura la felicidad de muchos, si no de la gran mayoría de los individuos…

Y ciertamente así es, pero cuando pasamos a hablar de quienes padecen un grado de mediocridad más aguda o severa, estamos hablando de “palabras mayores”:

Mientras que el mediocre simple sigue razonablemente las directrices predominantes, sin esforzarse más allá de las mínimas exigencias externas, en este segundo tipo están presentes elementos pasivo- agresivos. Al darle todo igual, al traerle al fresco todo o casi todo, y no distinguir lo bello de lo feo, ni lo bueno de lo malo, el mediocre inoperante no siente inclinación por propiciar progresos de ningún tipo, y todo aquello en lo que interviene está condenado al estancamiento.

El mediocre inoperante produce y estimula maniobras repetitivas e imitativas, es más proclive al consenso que al descubrimiento, y prefiere lo trillado a lo innovador.

En la mayoría de los casos, esta patología no tiene grandes repercusiones sociales, excepto cuando el mediocre inoperante ocupa puestos clave o de cierta responsabilidad (el mediocre inoperante suele estar bastante satisfecho de su inoperancia o pseudo creatividad, siendo las personas de su alrededor quienes sufren las consecuencias de sus actos) la organización que tiene la triste fortuna de tener a un mediocre inoperante en cabeza, empieza pronto a dar muestras de parálisis funcional progresiva, generalmente acompañada de hiperfunción burocrática, con la que se intenta disimular la falta de operatividad…

Cuando la mediocridad inoperante ya es severa, Mediocridad Inoperante Activa, el individuo afectado tiende a desarrollar fácilmente una gran actividad, inoperante, por supuesto, acompañada de un gran deseo de notoriedad y de control e influencia sobre los demás, que puede llegar a revestir tintes casi mesiánicos (Cuando un individuo afectado de Mediocridad Inoperante Activa está presente en ambientes académicos, por otra parte muy susceptibles a la infección por MIA, tiende a adoptar poses de maestro, sin ningún mérito para ello)

Fácilmente puede llegar a encapsularse –a la manera de un virus- en pequeños grupos o comités que no producen absolutamente nada, pero que se asignan funciones de “seguimiento y control” que les permite entorpecer o aniquilar el avance de individuos brillantes y realmente creativos.

El MIA que tiene algún poder en puestos burocráticos tiende a generar grandes cantidades de trabajo innecesario, que activamente impone a los demás, destruyendo así su tiempo, o bien intenta introducir todo tipo de regulaciones y obstáculos destinados a dificultar las actividades realmente creativas/productivas.

Por otra parte, el Mediocre Inoperante Activo es particularmente proclive a la envidia, y sufre ante el bien y el progreso ajenos. Mientras que las formas menores de mediocridad inoperante presentan simplemente incapacidad para valorar la excelencia, el MIA procura además destruirla por todos los medios a su alcance, desarrollando sofisticados sistemas de persecución y entorpecimiento. Ni que decir tiene que entre estas formas de actuación destructiva se encuentra lo que se denomina “mobbing” o acoso institucional…

Nunca es suficiente hablar del mobbing, del acoso moral en el trabajo, pero, dedicarle especial atención en este artículo sería abusar de mis lectores, así que lo dejaremos para otra ocasión.

No puedo terminar sin una buena noticia: la bondad es la más alta expresión de la inteligencia; el malvado siempre es menos inteligente que la buena persona, pues ésta ha llegado al convencimiento de que, para conseguir el máximo provecho o beneficio en su actuar cotidiano (objetivos perfectamente legítimos) no es necesario perjudicar a otros, dañarlos, hacerles la vida imposible, actuar sin escrúpulos.

Permítanme un consejo: procuren rodearse de gente decente y sabia y huyan despavoridos cuando se crucen con algún psicópata o mediocre inoperante activo… y puesto que no es posible eliminarlos o hacerlos desaparecer de nuestras vidas, sí nos cabe la posibilidad de detectarlos, conocerlos y evitar que nos contagien alguna de sus características.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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