La bondad es la máxima expresión de la inteligencia
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Sin duda alguna, es legítimo que los humanos cuando actúan busquen obtener el mayor beneficio para sí mismos, actúen por interés propio pero, para ello no es necesario perjudicar, dañar a otros.
Decía Carlo María Cipolla en «Alegro ma non troppo» que la humanidad se encuentra -y sobre esto existe un absoluto consenso- en un estado deplorable, en una situación pésima. Pero, esto no es ninguna novedad. Cuando uno echa la vista hacia atrás, se da cuenta de que los humanos siempre han vivido en circunstancias deplorables. Las desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como miembros de una sociedad organizada o de forma individual es básicamente el resultado de las formas generalmente estúpidas en que se han organizado los humanos desde los tiempos más primitivos.
Cipolla advierte en su ensayo, entre otras cuestiones, de que los estúpidos son un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros… también subraya que esta porción de la sociedad se hace notar como una especie de mafia, agrupación de individuos que tiene como objetivo emprender acciones criminales.
Carlo María Cipolla clasifica a los humanos en cuatro clases: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. Supongo que no es necesario que defina qué pretende Carlo Cipolla llamando a algunos humanos incautos, a otros inteligentes y a otros malvados pero, sí es bueno aclarar que para él los estúpidos son los que causan daño a otras personas o a un grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí mismos, o incluso obteniendo un perjuicio… Nuestra vida está salpicada de ocasiones en que sufrimos pérdidas de dinero, tiempo, energía, apetito, tranquilidad y buen humor por culpa de las dudosas acciones de alguna absurda criatura que, en los momentos más impensables e inconvenientes, se le ocurre causarnos daños, frustraciones y dificultades, sin que ella gane absolutamente nada con sus acciones. Nadie sabe, entiende o puede explicar por qué esa absurda criatura hace lo que hace. En realidad, no existe explicación -o mejor dicho- sólo hay una explicación: la persona en cuestión es estúpida.
Me dirán que, cualquier persona supuestamente inteligente a veces puede pecar de estúpido o de incauto. Ciertamente es así. Pero, si una persona inteligente actúa de forma malvada es porque no lo hace con suficiente inteligencia pues, si lo hiciera no tendría por qué causarle mal a nadie. La persona más o menos malvada (pues, obviamente hay grados de maldad), más o menos inteligente, suele causar daño a los demás en la misma proporción que consigue beneficios para sí mismo.
Lógicamente, los malvados muy inteligentes participan a su vez de un enorme grado de psicopatía y sociopatía (no poseen sentimiento de culpa pues, carecen de conciencia, de ese policía que todos llevamos dentro y nos dice lo que es correcto y lo que no…), afortunadamente, claro que según se mire, los malvados muy inteligentes no son muchos; predominan más los malvados estúpidos… el problema de los últimos es que son imprevisibles, no se les ve venir y cuando logran acercársenos ya es demasiado tarde.
Por otro lado, no podemos olvidar que en las sociedades de democracia representativa los estúpidos también tienen derecho al voto. A los votantes estúpidos (que no son precisamente una minoría), las elecciones les brindan una magnífica ocasión de perjudicar a todos los demás, al resto de la sociedad sin
obtener ningún beneficio a cambio dé su acción. Estas personas cumplen su objetivo, contribuyendo al mantenimiento de un alto nivel de estúpidos entre los funcionarios, empleados públicos, y quienes ejercen el poder. Generalmente entre los gobernantes predominan más los malvados inteligentes que los malvados estúpidos, para nuestra desgracia; los psicópatas y sociópatas de los que antes hablaba.
Como también subraya Carlo Cipolla, no hay que perder de vista que la persona inteligente sabe que es inteligente. El malvado es consciente de que es un malvado. El incauto está penosamente imbuido del sentido de su propia candidez. Al contrario que estos tres personajes, el estúpido no sabe que es estúpido. Es hasta cierto punto normal que un incauto no reconozca a un estúpido hasta que ha sido víctima de él pero, lo más sorprendente es que las personas inteligentes tampoco reconocen a los estúpidos a primera vista y no ven venir su enorme poder destructor, eso lleva a los inteligentes (también a los malvados) a bajar la guardia y no prepararse para la defensa.
CUARTA LEY FUNDAMENTAL DE LA ESTUPIDEZ (Carlo Cipolla)
«Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.»
Ésta es una de las principales razones de que los estúpidos una y otra vez, desde que la humanidad existe, hayan ocasionado desgracia tras desgracia, pérdidas incalculables.
Viene bien recordar también a Ayn Rand cuando afirmaba que el avance de la maldad es el síntoma de vacío. Siempre que la maldad gana, es sólo por ausencia de oposición…
El mal – del latín malum – es una condición negativa relativa atribuida al ser humano que indica la ausencia de moral, bondad, o afecto natural por su entorno y quienes le rodean; también implica contravenir deliberadamente usando la astucia, los códigos de conducta, moral o comportamiento oficialmente correctos en un determinado grupo social.
En la misma dirección de lo que apunta Ayn Rand, el irlandés Edmund Burke decía que para que el mal triunfe, sólo se necesita que los hombres buenos no hagan nada y miren para otro lado… sin duda estaba alertándonos de que no deberíamos caer en el conformismo, la estulticia, o la indiferencia como, por desgracia suele hacer demasiada gente decente ante situaciones aberrantes y canallas. Gente que se justifica diciendo “esto no va conmigo”, “mejor me abstengo de opinar”, o incluso “él se lo ha buscado, es seguro que no estaba en el sitio oportuno en el momento oportuno… eso no me va a pasar a mí”.
Han sido muchos los pensadores que han afirmado que el mal anida en el corazón de la mayoría de los humanos, lo cual a mí me parece demasiado exagerado…
No está de más, tampoco, hablar de la tesis de Hanna Arendt acerca de la Banalidad del Mal, presente entre quienes afirmando que cumplen órdenes y acogiéndose a la «obediencia debida» no reflexionan sobre las consecuencias de sus actos y actúan como perfectos burócratas, no estando presentes en ellos sentimientos de bien y o mal cuando actúan.
Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, solo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.
Hannah Arendt nos alerta de que es necesario estar siempre atento a lo que llamó la «banalidad del mal» y evitar que ocurra.
El experimento de Milgram, realizado por Stanley Milgram, y el experimento de la cárcel de Stanford parecen confirmar la tesis de Arendt. Milgram se apoyó en el concepto de la «banalidad del mal» para explicar sus resultados de sumisión a la autoridad.
Sin duda, la perversidad de la banalización del mal es un acto de profunda estupidez, de ausencia y fracaso de la inteligencia; perversidad que lleva a algunos a banalizar, trivializar y presentar el mal como algo intranscendente e insignificante mediante el chiste, la comicidad, el humor, etcétera, dando a entender -consciente o insconscientemente- que quienes son víctimas del mal de alguna manera se lo merecen.
Evidentemente, tanto los incautos como los estúpidos, los inteligentes en menor grado, suelen incurrir en la banalización del mal del que hablaba Hannah Arendt.
Permítanme que vuelva a Carlo María Cipolla:
No piensen que el número de los estúpidos es más elevado en una sociedad en decadencia que en una sociedad en ascenso. Tanto la una como la otra, se ven aquejadas por el mismo porcentaje de estúpidos. La diferencia entre ambas sociedades reside en el hecho de que en la sociedad en declive los miembros estúpidos de la sociedad se vuelven más activos debido a la actitud permisiva de los otros miembros. En una sociedad próspera, en ascenso que posee un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes, estos procuran por todos los medios tener controlada al sector de estúpidos y malvados, y esto permite que los inteligentes sean exitosos y produzcan para ellos mismos y para los otros miembros de la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso sea una realidad.
Por el contrario, en una sociedad decadente se observa, sobre todo entre los gobernantes, entre los individuos que ocupan el poder, una alarmante proliferación de malvados con un elevado porcentaje de estupidez; y, entre los que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento del número de los incautos. Como resultado lógico, aunque perverso, inevitablemente, el poder destructivo de los estúpidos acaba conduciendo al país a la ruina.
Ante el desolador panorama que describo (supongo que a nadie se le escapa que la sociedad española es una sociedad en declive en la que gobiernan los malvados aupados al poder por estúpidos e incautos) tan solo se impone romper el miedo y no rehuir el combate, no renunciar a la lucha. No hacerlo es dejarle la puerta abierta, darle carta blanca al sistema de dominación, de servidumbre voluntaria al que nos conduce la ruta emprendida por Pedro Sánchez y demás enemigos de España.
Decía Albert Einstein que “la vida es muy peligrosa, no por las personas que hacen mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.
Y, nunca lo olviden: ¡La bondad es la máxima expresión de la inteligencia!