La contribución de Ayn Rand a la causa de la libertad

Roderick T. Long

Nacida Alisa Rosenbaum en San Petesburgo, Rusia, el 2 de febrero de 1905, Rand llegaría a ser una de las principales voces del siglo XX a favor de la libertad humana.

Después de vivir la Revolución Rusa y el caos económico y la represión política que trajo (acontecimientos que luego reflejaría en Los que vivimos) Rand huyó de la Unión Soviética a los Estados Unidos en 1926 para empezar su carrera como guionista, dramaturga y novelista. Dividiendo su tiempo entre Hollywood y Nueva York, la fieramente anticomunista Rand empezó a desarrollar una filosofía de un individualismo ético y filosófico y a conocer a líderes de la libertaria «Vieja Derecha» como John Flynn, Henry Hazlitt, Rose Wilder Lane, H.L. Mencken, Isabel Paterson, Leonard Read y un compañero refugiado del totalitarismo europeo, el economista austriaco Ludwig von Mises.

El éxito popular de Rand vino con El manantial (1943) y La rebelión de Atlas (1957), dos novelas filosóficas épicas siguiendo el modelo de Dostoievsky que rápidamente la hicieron uno de los autores más polémicos del siglo. La entusiasta audiencia que trajeron estas obras le permitieron construir un movimiento político-filosófico basado en el sistema de pensamiento que ella llamó «objetivismo» y la atención de Rand desde entonces se dedicó consecuentemente a la no ficción: dedicaría el resto de su carrera a editar una serie de periódicos objetivistas y a escribir ensayos filosóficos, comentarios políticos y crítica cultural.

Rand siempre resaltó la importancia de poner los argumentos políticos en un contexto filosófico más amplio, insistiendo que ella no era «principalmente una defensora del capitalismo, sino del egoísmo» ni «principalmente una defensora del egoísmo, sino de la razón».

La influencia de Rand en el movimiento libertario es incalculable: a pesar de su propia frecuente antipatía hacia ese movimiento e incluso hacia la palabra «libertario», Rand desempeñó un papel esencial en ayudar tanto a crear nuevos defensores del laissez faire como a radicalizar a los existentes. Rand animaba a los libertarios a ver su punto de vista como una alternativa al conservadurismo y no una rama de éste y a basar la defensa de la libertad en un principio moral y no sólo en beneficios económicos pragmáticos. La influencia de Rand en la cultura popular es igualmente enorme: una encuesta de «libros más influyentes» de la Biblioteca del Congreso frecuentemente citada ponía a La rebelión de Atlas en segundo lugar sólo detrás de la Biblia.

Rand debía mucho de su éxito a lo poderoso y directo de su estilo de escritura. Era una maestra en lo que uno de mis colegas llama la reductio ad claritatem, la «reducción a la claridad» —es decir, el método de refutar un postura escribiéndola claramente—por ejemplo, escribe que «si algunos hombres tienen derecho a los productos del trabajo de otros, esto significa que a estos otros se les ha privado de derechos y condenado a un trabajo esclavo», o cuando resume la opinión de que la percepción humana no es fiable por la naturaleza limitada de nuestros órganos sensoriales como «el hombre es ciego porque tiene ojos, sordo porque tiene oídos».

Tras la publicación de La rebelión de Atlas, Mises escribió a Rand alabando tanto su «magistral construcción de la trama» como su «convincente análisis de los males que afligen nuestra sociedad»; en otro contexto le llamó «la persona más valiente de América». Rand a su vez promocionó con entusiasmo las obras de Mises en sus periódicos y declaró que su currículum ideal sería «Aristóteles en filosofía, von Mises en economía, Montessori en educación, Hugo en literatura». La biógrafa de Rand, Barbara Branden señalaba que

desde finales de los cincuenta y durante más de diez años, Ayn empezó una decidida campaña para que se leyera y apreciara la obra [de Mises]: publicó críticas, lo citó en artículos y en discursos públicos [y] lo recomendó a admiradores de su filosofía. Algunos economistas han dicho que fue en buena parte gracias a los esfuerzos de Ayn el hecho de que la obra de Von Mises empezara a llegar a su audiencia potencial. (The Passion of Ayn Rand, p. 188.).

Una breve relación intelectual con el alumno de Mises Murray Rothbard tuvo menos éxito, empezando con un aprecio mutuo, pero disolviéndose en diferencias ideológicas y personales, aunque Rand y Rothbard compartieran sin embargo el honor de ser expulsados de la derecha «respetable» por un establishment conservador de mentalidad estatista. (El próximo número de primavera de 2005 del Journal of Ayn Rand Studies está dedicado a explorar las conexiones entre Rand y la escuela austriaca e incluye contribuciones de una serie de austriacos contemporáneos).

Como Rand calificó a los grandes negocios de «minoría perseguida» y rechazaba el complejo militar-industrial como «un mito o algo peor», a menudo se la considera como una ingenua apologista de la élite corporativista, pero ella también condenó el «tipo de hombre de negocios que busca ventajas especiales mediante la acción del gobierno» como «los verdaderos beneficiados de la guerra de todas las economías mixtas» y es fácil olvidar que la mayoría de los personajes empresarios en las novelas de Rand eran villanos estatistas.

Como nos recuerda Chris Sciabarra, Rand también entendió la relación simbiótica entre el militarismo en el exterior y las políticas neofascistas en el interior: en una era en que muchos de sus seguidores eran entusiastas defensores de la intervención militar americana en el extranjero, merece la pena recordar que la propia Rand se opuso a la intervención de EEUU en la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, Corea y Vietnam.

Tal vez el aspecto más controvertido de la filosofía de Rand (su rechazo del altruismo y su adopción del egoísmo ético) sea también uno de los peor entendidos.  A pesar de su a veces equívoca retórica acerca de «la virtud del egoísmo», su egoísmo no era defender al búsqueda de los propios intereses a costa de otros, sino más bien rechazar todo el modelo conflictivo de intereses de acuerdo con el cual «la felicidad de un hombre requiere el daño de otro», a favor de una concepción más antigua y aristotélica del interés propio como excelente funcionamiento humano.

Fue a partir de esos fundamentos aristotélicos como rechazó no sólo la subordinación de los intereses propios a los de otros (y es a esto, más que a la mera benevolencia, a lo que calificaba de «altruismo») sino asimismo la subordinación de los intereses de otros al propio (a lo que calificaba como «egoísmo sin ego»). Para Rand, el reconocimiento aristotélico de los intereses humanos bien entendidos como una armonía racional era la base esencial de una sociedad libre.

Las discusiones sobre Ayn rand a partir de su muerte en 1982 se han centrado habitualmente en su tono dogmático y sus excentricidades personales, rasgos a veces imitados por sus seguidores y satirizados convincentemente por Rothbard en su obra en un acto Mozart Was a Red. Pero como argumenta David Kelley en su libro The Contested Legacy of Ayn Rand, la contribución intelectual de Ayn Rand, más que ninguna, puede y debe separarse de los caprichos de su personalidad.

En una era en que el libertarismo y el aristotelismo no estaban de moda por separado, Rand tuvo la audacia de defender su fusión sistemática e identificó las raíces del liberalismo ilustrado en la recuperación de tomismo de Aristóteles en un momento en que esta conexión estaba mucho menos reconocida que hoy. (Aunque los seguidores de Rand han proclamados a veces intempestivamente a ésta como la mayor filósofa de todos los tiempos, Rand siempre insistió firmemente en que Aristóteles fue el más grande y Santo Tomás de Aquino el segundo, a pesar de su conocido ateísmo). El que sus versiones concretas del libertarismo y aristotelismo y los términos concretos en que intentó unirlos fueran en definitiva las más defendibles filosóficamente tal vez sea menos importante que el ejemplo que dio al intentarlo.

En las décadas posteriores a que Rand empezara a construir su sistema filosófico disidente, la ortodoxia filosófica se ha movido en la dirección de Rand. Es mucho más probable hoy que en la década de 1960 que los filósofos profesionales estén de acuerdo con Rand acerca de la franqueza de la precepción sensorial, la relación entre significado y referencia, la incompatibilidad del utilitarismo con los derechos individuales o las perspectivas éticas neoaristotélicas (o incluso en general una aproximación filosófica neoaristotélica) y muchas de las dicotomías que ella rechazó (entre empirismo y racionalismo, afirmaciones analíticas y sintéticas, dualismo y materialismo, nominalismo y realismo conceptual, hecho y valor, liberalismo y ética de la virtud) han caído cada vez en un mayor descrédito.

Esta evolución es en buena medida independiente de la propia influencia de Rand (y, paradójicamente, deriva en parte del reciente resurgimiento del némesis filosófico de Rand, Immanuel Kant, quien, a pesar de las apasionadas denuncias de Rand, es realmente su aliado en la mayor parte de estos temas), pero no del todo,  ya que puedo atestiguar, por dos décadas de experiencia en la profesión, que la cantidad de filosóficos académicos que admiten en privado haberse visto influidos decisivamente por Rand es mucho mayor del que pueden encontrarse citándola en sus escritos.

Sin embargo, es un error pensar que la validación del legado de Rand dependa de la aprobación académica. El progreso humano a menudo lo dirige gente fuera o en los márgenes del establishment académico, como por ejemplo los philosophes del siglo XVIII o el renacimiento austriaco del XX. Entienda o reconozca o no sus logros la academia, la inspiradora visión de la grandeza de la razón y la libertad humanas de Rand ha dejado su huella en el pensamiento moderno.

Aún así, si a alguien le interesa, el reconocimiento investigador de la obra de Rand está actualmente en su momento histórico más alto. Los días en que prácticamente toda discusión sobre Rand era o bien servilmente aduladora o despectivamente de rechazo parecen haber pasado y el nuevo siglo probablemente asista a una evaluación justa del lugar de Rand en la historia de la filosofía y la causa de la libertad.

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RedaccionVozIberica

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