JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Y SÁENZ DE HEREDIA.
ABC, 16 de marzo de 1931
Este artículo se publicó en 1931, para ser exactos, el 16 de marzo en el Diario ABC y su autor fue José Antonio Primo de Rivera.
Entonces se refería a las injusticias que sufrió su padre, ahora lo traemos a nuestros días, porque no puede ser más actual, no podemos sentirnos más identificados. Ha llegado la nueva hora de los enanos, unos por ataque y otros por omisión.
Por mucho que lo intenten, no podrán cambiar la historia de España, no podrán borrar lo que ha significado para ella las figuras de JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA y DEL GENERAL FRANCISCO FRANCO empezando porque viven aún de su Obra, y le deben su propia vida.
«Fue misericordia de Dios el llevárselo a las regiones de la paz eterna. Tras un breve martirio, el descanso.
¡Eran muchos sus merecimientos para que la divina generosidad no le indultara de este espectáculo!
Todo bulle como una gusanera. Como si no hubiera pasado nada. Los mismos hombres, las mismas palabras vacías, los mismos aspavientos.
¡Y todo tan chico! Contra la obra ingente de seis años –orden, paz, riqueza, trabajo, cultura, dignidad, alegría–, las fórmulas apolilladas de antaño, las menudas retóricas de antaño, las mismas sutilezas de leguleyo que ni el Derecho sabe.
Aquí están los políticos a quienes nadie desconoce. Todos pasan de sexagenarios. Gobernaron docenas de veces. Casi ninguno sirvió para nada. Pero no escarmentaron. Piensan que una breve abstinencia –que ellos disfrazan de persecución– los redime del pasado inútil.
Aquí están los ridículos intelectuales, henchidos de pedantería. Son la descendencia, venida a menos, de aquellos intelectuales que negaron la movilidad de la tierra y su redondez, y la posibilidad del ferrocarril, porque todo ello pugnaba con las fórmulas. ¡Pobrecillos! ¿Cómo van
a entender –a través de sus gafas de miopes- el atisbo aislado de la luz divina? Lo que no cabe en sus estrechas cabezas creen que no puede existir. ¡Y encima se ríen con aire de superioridad!
Aquí están los murmuradores, los envenenados de achicoria y nicotina, los snobs, los cobardes, los diligentes en acercarse siempre al sol que calienta más, (algunos, ¡quién lo dijera!, aristócratas, descendientes de aquellos cuyos espinazos antes se quebraban que se torcían…).
Aquí están todos. Abigarrados, mezquinos, chillones, engolados en su mísera pequeñez. Todos hablan a un tiempo. No se hizo nada. Se malgastaron los caudales públicos. Las victorias militares acaecieron bajo el mando de aquel caudillo como pudo acaecer otra cosa. Todo fue suerte o mentira. Y, a n t e s q u e nada, ese Gobierno no fue un Gobierno inteligente (¡santa palabra para deslumbrar a los tontos!); gobernó para España, a la española, no al gusto de la docena de los elegidos. Prefirió prescindir de solemnidades hipócritas mejor que falsificarlas.
Los enanos han podido más que el gigante. Se le enredaron a los pies y lo echaron a tierra. Luego, le torturaron a aguijonazos. Y él, que era bueno, sensible, sencillo; él,
que no estaba acorazado contra las miserias; él, que por ser muy hombre (muy humano) gozaba y padecía como los niños, inclinó su cabeza una mañana y no la alzó más. Ahora es la hora de los enanos.
¡Cómo se vengan del silencio a que los redujo!
¡Cómo se agitan, cómo babean, cómo se revuelcan impúdicamente en su venenoso regocijo! ¡Hay que tirarlo todo! ¡Que no quede ni rastro de lo que él hizo! Y los más ridículos de todos los enanos –los pedantes– sonríen irónicamente.
Él también sonríe. Pero su risa es clara, como su espíritu sencillo y fuerte.
Nosotros padecemos –como él antes– todas las torturas de la injusticia. Pero él ya goza el premio allá en lo alto, en los ámbitos de la perpetua serenidad. Nada puede inquietarle, porque desde allí se disciernen la grandeza y la pequeñez.
Pasarán los años, torrente de cuyas espumas sólo surgen las cumbres cimeras.
Toda esta mezquina gentecilla –abogadetes, politiquillos, escritorzuelos, mequetrefes– se
perderá arrastrada por las aguas.
¿Quién se acordará de los tales dentro de cien años?
Mientras que la fi gura de él –sencilla y fuerte como su espíritu– se alzará sobre las centurias, grande, serena, luminosa de gloria y de martirio.»
Estas palabras, contenidas en un artículo de José Antonio Primo de Rivera titulado “la hora de los enanos”, que fue publicado el dieciséis de Marzo de 1.931 en ABC, y dedicadas por un hijo a su padre fallecido y a la mezquindad de todos aquellos que, cobardes mientras vivía, se revolvieron contra él a su muerte, parecieran escritas hoy.
De todas las sensaciones que el que suscribe estas líneas sintió ante las imágenes que, en asombrosa exclusiva, sirvió la televisión pública, clamorosamente puesta al servicio de un Gobierno y no de un país, la que predominó fue la del asco y la nausea. La misma que puede producir el contemplar el abuso de unos desalmados sobre quien no se puede defender.
En los hechos acaecidos, que quedará como uno de más infamantes de la historia reciente de España, concurrió además la circunstancia de que los cobardes quisieron vengarse de un muerto y, al tiempo, humillar a los vivos que lo acompañaban, a su familia, que sólo pretendía acompañarlo entre tanta ignominia ¿Cabe mayor felonía?
El hombre cuya exhumación permitió al infame Presidente en funciones de este Gobierno de advenedizos realizar un spot publicitario y electoralista de veinticuatro horas (y la Junta Electoral Central, claro, no tiene nada que decir al respecto), con todas sus luces y sus sombras, siempre será mil veces más grande que todos esos enanos morales que, sirviéndose ilegítimamente de todos los poderes del Estado y violando, con el beneplácito culpable de todo un Tribunal Supremo y el silencio indigno y ruin de esa jerarquía eclesiástica que tanto debería agradecerle, los más elementales derechos humanos de un muerto y su familia, profanaron un lugar de culto y violentaron los derechos de sus legítimos inquilinos.
Pero, con todo, lo más oprobioso, lo más mezquino, es que pretendieron, y pretenden, porque no otro es su plan, el que inició Zapatero y continua Sánchez, sin que la “derecha” pueda ni sepa (ni quizá quiera) oponerse a ello, profanar y despojar de valor la obra de todos aquellos que supieron dejar atrás sus odios y cuentas pendientes para alumbrar un horizonte de reconciliación entre los españoles.
Porque, no nos llamemos a engaño, con tal acto, con la vergonzosa ley de memoria histórica, con la tergiversación y falseamiento de la historia real, y el “olvido” premeditado de otros muchos hechos, lo que se pretende es deslegitimar nuestro pasado, modificar a posteriori la crónica de lo ocurrido y dividir de nuevo a los españoles. Todo ello en el propio beneficio de una generación de políticos de la más baja estofa que la historia de nuestra Nación haya conocido.
Fue tan vergonzoso todo lo ocurrido que no creo que ni tan siquiera consigan sacar de ello un gran rédito electoral. La cobardía no debería cotizar en el mercado de los votos. Y aunque nuestra sociedad está tan narcotizada que todo podría suceder, nos dignificaría que no se recompensara la vileza.
En 1.935, y con motivo de la profanación de las tumbas de los capitanes Galán y García Hernández, fusilados tras sofocarse la rebelión de la que fueron cabecillas y que no fue otra que la denominada “Sublevación de Jaca”, acaecida el 12 de Diciembre de 1930, un pronunciamiento militar contra la Monarquía de Alfonso XIII durante la “Dictablanda” del general Berenguer y que pretendió la instauración de la República, la Falange, por aquel entonces (y después) tachada de “fascista” y “violenta”, emitió el siguiente comunicado, publicado en el diario Arribadel día once de Abril de ese año:
“Ante la profanación de la tumba del Capitán Galán.
La Falange Española de las J.0.N.S., ante las primeras noticias de haber sido profanadas las tumbas de los capitanes Galán y García Hernández, no quiere demorar por veinticuatro horas su repulsión hacia los cobardes autores de semejante acto. Quien demostrara su aquiescencia para tan macabra villanía no tendría asegurada ni por un instante su permanencia en la Falange Española y de las J.0.N.S., porque en sus filas se conoce muy bien el decoro de morir por una idea”.
En un día como el de hoy es bueno recordar como actuaron otros cuando se trató de respetar a los muertos, fueran del bando que fueran.
Licenciado en Derecho y funcionario.
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