España recibe ovaciones de los progres y totalitarios mientras muere acuchillada, sin que nadie reaccione para salvarla.
Es mas que probable que dentro de poco la libertad y la democracia sean para los españoles sólo un recuerdo y una añoranza. El principal culpable del nuestra esclavitud tiránica es el PSOE, un partido político que desde que se fundó ha realizado grandes esfuerzos por destruir la nación española. Provocó la Guerra Civil, saqueó sus reservas de oro y ahora está acuchillando sin misericordia la nación y a nuestros tesoros más preciados, que son la libertad y la decencia.
Algunos despistados señalan a Unidas Podemos como el principal culpable del asesinato, pero esa conclusión es errónea porque Pablo Iglesias y los suyos son la simple comparsa de Pedro Sánchez, dueño de ese nuevo PSOE que da la espalda a la democracia y ha dejado de amar a España.
Sin embargo, la descripción de la tragedia española quedaría incompleta si no se señala al otro gran culpable, que es el pueblo español, parte del cual está aplaudiendo a los que acuchillan la nación. Ese pueblo español, parte del cual se alegra de ser saqueado por los políticos sin defenderse, sin expulsar del poder a los que esclavizan, arruinan y fabrican infelicidad y pobreza, es un pueblo sin dignidad, merecedor de la esclavitud.
Las cuchilladas a España y a su régimen de libertades y derechos se suceden a un ritmo tiránico. Las dos últimas, más que cuchilladas son estocadas a fondo. La primera es la pretensión del gobierno de disponer de seis meses de Estado de Alarma, lo que equivale a medio año sin controles judiciales y parlamentarios, con plenos poderes, con poder para hacer lo que quiera, gobernando a placer, a base de decretos, algo que ninguna democracia en sus cabales permitiría, pero que para el tirano Sánchez y su colega Iglesias es «normal». La segunda estocada es la de unos presupuestos que traen consigo todas las calamidades imaginables: la ruina de la nación, la huida de las empresas, impuestos abusivos, liquidación de las clases medias y una insoportable y letal sangría de empresas, espantadas por ser España el único país de Europa que sube los impuestos en medio de una crisis brutal, cuando la pandemia está acosando y machacando el tejido económico.
Pero antes hubo otras muchas, desde el intento de sojuzgar la Justicia al control directo de la Fiscalía, sin olvidar el despilfarro continuo, el endeudamiento atroz, el país lleno de cadáveres provocados por la mala gestión de la pandemia, la prostitución de la democracia, la ruina económica, el maltrato a las empresas, el desamparo de los autónomos y emprendedores y un largo etcétera que está arrasando el país.
¿Por qué ha caído tanta desgracia sobre España?
Para entender el desastre tenemos que ir a los orígenes, a la Transición de la dictadura a la democracia, que en realidad fue de la dictadura franquista a una dictadura de partidos políticos que ya entonces estaban podridos y corrompidos.
La Constitución de 1978 llevaba ya dentro el germen de la muerte. Fue hecha para llevarnos hasta donde hoy estamos. No se planificó la sustitución del Franquismo por una democracia, como se dijo, sino por una dictadura de partidos, una fechoría gigantesca que fue ocultada a los españoles, un pecado original que marcó el triste futuro de esta España que hoy se encuentra arruinada y arrodillada, gobernada por gente sin valor ni decencia y pidiendo clemencia ante el futuro.
Nada más aprobarse la Constitución, las izquierdas se tiraron al monte y se dedicaron a sembrar la mentira, el engaño y el odio, con las mismas reivindicaciones que ahora. Nos hicieron creer que el partido comunista era demasiado fuerte y la gente de izquierdas votó a los socialistas.
Felipe González aprovechó su poder casi absoluto para desarticular la sociedad civil, otorgar un poder desmesurado a los partidos políticos, desmontar la industria, entrar en la OTAN y preparar a España para que en el futuro fuera un país dominado por los políticos y poblado por campesinos pobres y camareros al servicio de Europa.
Fue una labor de demolición que quedó sin castigo. Mientras España era despedazada y se desmontaban o privatizaban sus grandes empresas, en especial aquellas populares y eficaces cajas de ahorro, saqueadas por políticos y sindicalistas, la derecha, acomplejada y siempre envidiando el poder y el descaro de la izquierda, permitía la demolición de todo la grandeza de España y colaboraba activamente en el saqueo y el emputecimiento de la democracia y la corrupción de la política y la sociedad, tareas macabras y siniestras en la que participó toda la cúpula del poder, desde el rey a los presidentes, ministros y todo tipo de autoridades, hasta conseguir el crimen de infectar de corrupción y cobardía al pueblo español, que a la muerte del dictador Franco era honrado y decente hasta el extremo.
La conspiración antiespañola inaugurada en 1978 siguió adelante en su tarea eficaz de demolición de la decencia y la fortaleza de España. La derecha, en lugar de oponerse a ese crimen, colaboró y permitió el principio ideológico de que se asimilara el concepto de derecha con el franquismo y el fascismo, lo que, a la larga, significaba el fin de las derechas españolas, por entonces más necesarias que nunca, no sólo para contrarrestar la barbarie de la izquierda ruinosa, sino para impregnar España de un liberalismo que entonces representaba modernidad, prosperidad y democracia.
El golpe de Estado de Tejero fracasó y fue utilizado para inyectar el suficiente miedo en el electorado para que ganaran los socialistas. Lo mismo ocurrió con aquel otro golpe de los atentados y masacre de los trenes de Atocha, que propiciaron otra victoria socialista, la de Rodríguez Zapatero.
Los 14 años de felipismo, que desde la España de hoy, deteriorada y decadente, se ven como una etapa moderada, patriótica y con ciertos valores, sirvió para poner los cimientos de lo que hoy padecemos. Tal vez el cimiento más fuerte fue convencer a los españoles de que el Franquismo fue únicamente opresión y tiranía y que la República derrotada era una democracia avanzada. Pero hubo otras muchas fechorías felipistas, como la truculenta entrada en la OTAN, la destrucción sistemática de la industria, el expolio de las grandes empresas, la entrega de todo el poder a los partidos y la destrucción de la sociedad civil, que fue castrada y sometida al poder del gobierno y los partidos. La consecuencia de todo aquel socialismo felipista fue una debilidad creciente de los cimientos de España, un avance espectacular hacia la corrupción y un poder desmesurado de la partitocracia, que trajo después consecuencias tan nefastas como el saqueo de las cajas de ahorro y una lluvia de robos y escándalos que desmoralizaron y envilecieron a España y a su pueblo.
Aznar llegó para poder remedio al desastre económico y moral de Felipe González y logró una recuperación económica espectacular, pero débil porque se basaba casi exclusivamente en el ladrillo. España se llenó entonces de albañiles y de dinero.
Cuando explotó la burbuja inmobiliaria, la gente, conmovida por el «oportuno» y sangriento atentado a los trenes en Madrid, se arrojó de nuevo en brazos de otro gobierno socialista, esta vez comandado por aquel inepto y fatuo Zapatero, que volvió a hacer lo que mejor saben hacer: corromper, arruinar y engordar el Estado, a cambio de debilitar la sociedad y de asesinar libertades.
El país, ya casi noqueado, fue entregado a Rajoy por los decepcionados españoles, cansados de socialismo demoledor de España. Pero Rajoy fracasó en casi todos los terrenos, exceptuando una ligera recuperación de la maltrecha economía. Decepcionó a sus votantes porque traicionó el mandato de desmontar el nefasto zapaterismo y recuperar el viejo espíritu emprendedor y de reconciliación que hacía grande a España. Su mandato profundizó la fosa que separa a los políticos de la ciudadanía, incrementó el odio a los políticos y dejó a la derecha española al borde del caos, tras convencer a los ciudadanos de aquello tan terrible de que «todos los políticos son iguales». Quizás sin pretenderlo, el torpe y cobarde Rajoy consolidó los terribles «logros» del peor zapaterismo.
El presente ya es conocido. El socialismo más depredador vuelve a ser dueño de España, esta vez apoyado con entusiasmo por la peor escoria de la nación, desde comunistas totalitarios a independentistas cargados de odio y amigos del terrorismo vasco asesino. Pedro Sánchez está culminando la demolición de España que, al parece, siempre ha sido el sueño de la izquierda. Todo indica que quiere construir sobre las cenizas de la España de siempre una nueva nación totalitaria, sin una oposición digna y fuerte, sometida a un Estado invencible, atrincherado «para siempre» en el poder e incapaz de ser derrotado en las urnas, como enseñan los manuales del nuevo comunismo bolivariano.
España y la democracia caen acuchilladas, mientras la media España podrida y esclava aplaude.
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