¿Puede cualquier ser humano cometer los más atroces crímenes contra la humanidad solo por obediencia a la autoridad?
Es una pregunta que muchos estudiosos de la conducta humana se han hecho a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, sobre todo después de presenciar crímenes masivos contra la humanidad como los campos de exterminio del III Reich, o los crímenes del comunismo (más de ciento cincuenta millones de muertos por la noble causa del socialismo real…) o las diversas guerras… Estamos habladno de circunstancias límite en que la violencia y la muerte eran -son- percibidas con indiferencia por una gran parte de la población que mira para otro lado y deja hacer a los malvados, o acaba colaborando con ellos…
Han sido muchos los investigadores que han dado un paso más allá y han tratado de encontrar las claves psicológicas que explican por qué, en determinadas circunstancias, los seres humanos somos capaces de transgredir nuestros valores morales, supuestamente «sólidos».
Está acusada tendencia al borreguismo de la especie humana, la tendencia que tiene la especie humana a prostituirse moralmente con tal de asegurar su supervivencia, la actitud de servidumbre voluntaria que impulsa a la mayoría de la gente a obedecer, a someterse a la autoridad, a aceptar sin lágrimas la esclavitud… ha sido objeto de estudios y experimentos pertenecientes a lo que se llama psicología social. En este terreno, una de las más importantes experiencias fue el llamado “experimento de Milgram”, desarrollado por Stanley Milgram, psicólogo de la Universidad de Yale, quien lo describió en un artículo publicado en 1963, y del cual hizo un libro que se publicó en 1974, bajo el título de “Obediencia a la autoridad: una perspectiva experimental”.
El objetivo del experimento consistía en medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad, aun cuando estas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal.
A través de un cartel colocado en una parada del autobús en Florida, se reclutaron voluntarios para participar en lo que se les decía que era un ensayo relativo al “estudio de la memoria y el aprendizaje”, por el cual se les pagaría cuatro dólares (equivalente a 28 dólares actuales), mas dietas.
Los voluntarios escogidos tenían una franja de edad entre 20 y 50 años, y pertenecían a todos los ámbitos de la sociedad, desde personas con pocos estudios, a doctorados.
Los experimentos comenzaron en julio de 1961, tres meses después de la detención y ejecución en Jerusalén del nazi Adolf Eichmann, acusado de crímenes contra la humanidad, porque precisamente uno de sus objetivos era comprobar qué conducta podrían tener los americanos ante la presión para que obedecieran órdenes que atentaban contra los derechos humanos.
El experimento tenía tres protagonistas: el experimentador (el investigador de la universidad), el «maestro» (el voluntario que leyó el anuncio en el periódico) y el «alumno» (un cómplice del experimentador que se hace pasar por participante en el experimento). El experimentador le explica al participante que tiene que hacer de maestro, y tiene que castigar con descargas eléctricas al alumno cada vez que falle una pregunta, advirtiéndole que las descargas pueden llegar a ser extremadamente dolorosas pero que no provocarán daños irreversibles.
En realidad, el alumno se limitaba a actuar, fingiendo que recibía unas descargas que no eran reales. Para ambientar más el escenario y darle más realismo a los ojos del maestro, se sentaba al alumno en una especie de silla eléctrica, a la que permanecía firmemente sujeto. Como fondo de la experiencia, traspasado al en el umbral de un cierto voltaje, se emitirían unos gritos que, aunque supuestamente los emitía el alumno ante el dolor de las descargas, eran solamente una grabación.
Al comienzo, se daba tanto al maestro como al alumno una descarga real de 45 voltios, para que el maestro comprobara el dolor del castigo y la sensación de su desagradable que recibirá su alumno, separado del maestro por una mampara de vidrio.
El maestro comienza leyendo una lista de palabras, asociándolas en parejas . Al finalizar la lectura, leía solamente la primera mitad de los pares de palabras, dando al alumno cuatro posibles respuestas para cada una de ellas. Si la respuesta era errónea, el alumno recibía del maestro una primera descarga de 15 voltios que iba aumentando en intensidad hasta los 30 niveles de descarga existentes, es decir, 450 voltios. Si es correcta, se pasará a la palabra siguiente.
Según va aumentando el voltaje de las descargas, el alumno empieza a ejecutar medidas teatrales para llamar la atención del maestro, golpeando en el vidrio del módulo que lo separaba de él, alegando que estaba enfermo del corazón, pidiendo el fin del experimento… cuando el nivel del supuesto dolor alcanza los 300 voltios, el alumno dejaba de responder las preguntas.
Naturalmente, según aumentaba el voltaje los maestros se iban poniendo nerviosos ante las quejas de dolor de sus alumnos, y deseaban parar el experimento, pero ante la férrea autoridad del investigador que les conminaba a seguir, continuaban el experimento.
Previamente al desarrollo de la experiencia, el equipo de Milgram realizó unas encuestas, las cuales le llevaron a suponer que el promedio de descarga se situaría en 130 voltios, creyendo que solamente algunos adictos al sadismo serían capaces de aplicar el voltaje máximo.
Sin embargo, los resultados finales fueron realmente apabullantes y sobrecogedores: el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga máxima de 450 voltios, aunque muchos se sintieron incómodos al hacerlo; ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios, umbral a partir del cual el alumno no daba señales de vida; ninguno de los participantes que se negaron a administrar las descargas eléctricas finales solicitó que terminara el experimento (que se dejaran de realizar ese tipo de sesiones) ni acudieron al otro cuarto a revisar el estado de salud de la víctima sin antes solicitar permiso para ello.
¿Cómo explicar estos resultados tan impresionantes, que parecen indicar que hay un componente de sadismo en las tres cuartas partes de personas “normales y corrientes”, ciudadanos de los que nadie sospecharía tanta crueldad?
El profesor Milgram elaboró dos teorías que explicaban sus resultados: en primer lugar, argumentando que una persona que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, transferirá la toma de decisiones al grupo y su autoridad; en segundo lugar, Milgram expuso la teoría de la cosificación, según la cual una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos.
Junto a estas dos hipótesis, el profesor Robert Shiller argumenta que mucha gente ha asimilado que cuando los expertos les dicen que algo está bien, probablemente lo sea, incluso si no parece ser así. En relación con esta interpretación, está la teoría de la perseverancia de las creencias, que impide a muchas personas darse cuenta de que una autoridad aparentemente benevolente es de hecho malévola, incluso cuando se enfrentan a pruebas abrumadoras que sugieren que esta autoridad es realmente malévola. Como se ve, un caso claro de “disonancia cognitiva”.
En su libro ya mencionado, Milgram describe diecinueve variaciones de su experimento, que arrojan datos importantes: generalmente, al aumentar la cercanía física de la víctima, disminuía la obediencia del participante, que también disminuía al aumentar la distancia física respecto del investigador; algunos participantes trataron de engañar a la autoridad (el experimentador) fingiendo que continuaban con el experimento; aunque las mujeres manifestaron haber experimentado mayores niveles de estrés, fueron más proclives a continuar con el experimento; en un experimento reciente, donde se usó una simulación de computadora en lugar de un aprendiz que recibía descargas, los participantes que administraban las descargas eran conscientes de que el aprendiz era irreal, pero aun así los resultados fueron los mismos.
Una variación importante fue el experimento 10, que se realizó en una oficina modesta sin conexión aparente con la Universidad de Yale (para eliminar el factor de prestigio de la Universidad que influenciara el comportamiento de los participantes): en estas condiciones, la obediencia cayó al 47,5 %.
Otros psicólogos de todo el mundo llevaron a cabo variantes de la prueba con resultados similares, a veces con diversas variaciones en el experimento: En 1999, Thomas Blass, profesor de la Universidad de Maryland, publicó un análisis de todos los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje de participantes que aplicaban voltajes notables se situaba entre el 61 % y el 66 %, sin importar el año de realización ni la localización de los estudios.
Los experimentos de Milgram han tenido una enorme repercusión desde la década de los 60. Blass señala como estos experimentos han ejercido una valiosa influencia no solo en la psicología sino también en otros campos muy diversos.
Estos experimentos pueden constituir una prueba que explica “científicamente” cómo han sido posibles tantas tragedias en la historia de la humanidad, protagonizadas por unas masas aparentemente normales de “buenos ciudadanos” que, por obedecer sin cuestionarse órdenes provenientes de autoridades malévolas, han cometido desmanes incontables, espectáculos dantescos ahítos de dolor, de tragedia, de violencia, sin reparar que estaban siendo utilizadas como marionetas por la élites que llevan el mundo a los estercoleros del Averno.
Es lo que acabamos de sufrir en la plandemia coronavírica —y lo que sufriremos en los incontables ataques a la libertad que nos esperan en la dictadura globalista—, donde ciudadanos aparentemente respetables que deben velar por la salud, la prosperidad, la seguridad y la libertad han descargado sobre la población un chapapote maldito de incontables voltios de enfermedad, de muerte, de injusticias, de ruina, de oprobio: solamente cumplían órdenes.
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