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La Evolución histórica de los fundamentos en las Ciencias Militares

Por David de Caixal : Historiador Militar. Director del Área de Seguridad y Defensa de INISEG.  Director del Máster de Historia Militar de INISEG / Universidad Pegaso. Director del Grupo de Investigación del CIIA (Centro Internacional de Investigación Avanzada en Seguridad y Defensa de INISEG-Universidad Pegaso. Membership in support of the AUSA (Association of the United States Army) Miembro asesor de la Sección de Derecho Militar y Seguridad del ICAM (Ilustre Colegio de Abogados de Madrid). Miembro del Grupo de Investigación de INISEG y “The University and Agency Partnership Program » (UAPP) proyecto universitario para la difusión de la Cultura de la Defensa de Estados Unidos.

  1. Introducción

Durante los últimos años ha suscitado el interés por los estudios teóricos sobre las ciencias militares. Siguiendo esta tendencia, nos interesa exponer el carácter transdisciplinario de las ciencias militares como un corpus complejo de estudios de ciencia, tecnología y sociedad. Reconociendo este argumento como válido y utilizando un modelo de análisis poseriano, nos interesa clarificar los objetivos y alcances metodológicos de la ciencia y la tecnología militar, así como su vinculación con los valores propios de lo militar. Palabras clave: Epistemología – metodología – CTS – ciencias militares – valores

Las ciencias militares son una constelación de disciplinas ampliadas -como ocurrió con muchas ciencias contemporáneas en desarrollo gestadas en la postguerra, que se encuentran íntimamente relacionadas con el concepto de ciencias orientadas por objetivos o ciencias de gestión (administración militar, investigación operativa, teoría de sistemas, teoría de la decisión, planeación estratégica, etc.), en lo que respecta a solución de problemas de la realidad castrense. La sistematicidad de las ciencias militares es susceptible de ser impulsada mediante el desarrollo de una epistemología de las ciencias aplicadas y sociales en un contexto geopolítico para el bienestar social Es fundamental describir el ámbito, las condiciones humanas de la persona, los escenarios donde se generan los procesos del conocimiento y su experiencia con la realidad; es donde la persona concibe una valoración de la ciencia, la cultura y los cambios estructurales mediante el descubrir, conocer y reflexionar sobre el campo de estudio específico. Aristóteles decía: “todos los seres vivos tienen algún tipo de conocimiento de acuerdo con las funciones propias de cada uno de ellos. La experiencia, el contacto con la realidad, es el punto de partida de todo conocimiento”;

Mucho se ha discutido acerca de la naturaleza de las actividades militares, en especial acerca de si son un arte o un conjunto de ciencias. Tal vez el campo de esa discusión que se aproxima más a la concepción de ciencia es el de la estrategia. Esta se refiere al planeamiento y ejecución de operaciones militares que tienen relación directa en sus causas y efectos con la política, es decir, con las relaciones de poder en las organizaciones sociales. Uno de los autores más citados al respecto es el militar prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), con su libro clásico De la Guerra. Sobre el particular, entre militares se repite su famosa frase que afirma que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Sin embargo, si se tiene en cuenta la larga evolución de las organizaciones sociales que desembocó en la formación del Estado moderno, en la época de Clausewitz esa evolución aún estaba en marcha. Ésta transcurrió entre la finalización de la Guerra de los 30 Años, con la Paz de Westfalia, en 1648, y el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945.

Lo más destacado en lo que se refiere a la variación en el tiempo de este axioma clausewitsiano proviene de la creación de Naciones Unidas, mediante la Carta de San Francisco, en 1945, una vez concluido el proceso de formación del Estado moderno, pues el principal objetivo de esa organización multilateral es el mantenimiento de la paz mundial y la prohibición del uso de la fuerza. Pese a las limitaciones de Naciones Unidas en el cumplimiento de este objetivo, en especial debido al anquilosamiento del Consejo de Seguridad y el poder de veto que tienen los países miembros permanentes frente a los cambios ocurridos desde su creación, la diplomacia -parte sustancial de la política- ha ocupado un espacio importante que antes era copado por la confrontación bélica. Además, esta situación ha sido reforzada por la importancia de las experiencias de integración comercial, económica y política entre países, puestas en marcha luego de la Segunda Guerra Mundial mediante acuerdos diplomáticos. De esta manera, hoy podría decirse que la guerra es una consecuencia del fracaso de la política, aunque en última instancia y a través de la guerra se defina o decante la política. Dentro de este contexto, este análisis muestra una visión general desde las ciencias sociales, en particular desde la historia, la ciencia política y la sociología, sobre la formación del Estado moderno y su principal resultado -en relación con al tema tratado- que es la desprivatización de las guerras y el realce de la estrategia mediante el uso de la política. Antes de entrar en materia, es necesario recordar algunas características inherentes a las sociedades, miradas éstas como organizaciones donde se establecen relaciones permanentes entre los seres humanos y entre éstos y la naturaleza.

El punto de partida se refiere a que los seres humanos son sociales por naturaleza y, en medio de sus diferencias individuales y de las que se derivan de las organizaciones en las que se insertan, el conflicto es parte sobresaliente de las relaciones sociales. Sobre esta base, en todas las formas históricas de organización social que se conocen, desde la antigüedad hasta el presente, el manejo de esos conflictos ha sido en ellas un factor ineludible. En medio de las innumerables organizaciones sociales conocidas, la única que ha mostrado vocación y proyección universal es la denominada Estado-nación o Estado nacional, centrada en el Estado moderno. Esta característica, en realidad, no le es inherente per se, sino que se deriva de su inserción en el desarrollo del capitalismo como forma de producción económica, que es la que, por sus características, en especial por la de acumulación de capital, ostenta esa vocación universal. En este sentido, aunque se toma como referente el proceso de formación del Estado moderno, el trabajo hace énfasis en lo ocurrido desde su culminación, en 1945, hasta el presente. Los tres siglos transcurridos de ese proceso se inician con la formación de un nuevo orden internacional a partir de la Paz de Westfalia, hasta la formación de un nuevo orden mundial con la finalización de la Segunda Guerra Mundial.

2. A la búsqueda de una soberanía

Quizás lo que más sobresale en la formación del Estado moderno es el desarrollo del concepto de soberanía, centrado en la formación de las naciones y la búsqueda de autonomía a través de una violenta y permanente competencia entre ellas. Este concepto llegó a su clímax cuando todas las instituciones públicas -entendidas como el conjunto de normas referidas al funcionamiento y objetivos del Estado, con sus ramificaciones y dependencias, y con tendencia a permanecer en el tiempo- se relacionaron de diversa manera con la autonomía con respecto a la de los demás Estados nacionales. El largo proceso de formación del Estado moderno pasó por diversas formas de organización. Estas transcurrieron desde la declinación de los reinos imperiales y sus colonialismos, la conformación de nuevos imperios que articulaban varias naciones -casi siempre una de ellas como dominante-, las revoluciones que impulsaron ese proceso -inglesa, en 1689, estadounidense, en 1776, y francesa, en 1789-, hasta el surgimiento de lo que el historiador británico Erik Hobsbawm, llamó el nuevo imperialismo, en la segunda mitad del siglo XIX. Éste fue motivado por el inicio de lo que puede denominarse la segunda etapa de industrialización capitalista. Tal fenómeno desató la necesidad de obtener nuevos recursos naturales para las industrias en los países donde se había consolidado la Revolución Industrial y que carecían de ellos. Esta revolución se caracterizó por la proyección del período mercantilista hacia formas emergentes de industrialización durante el siglo XVIII. Ese proceso de formación del Estado moderno se dio en medio de múltiples e intensas guerras entre los Estados en formación. Entre las muchas guerras generadas durante esos tres siglos se destacan aquellas en las que hubo cambios cualitativos importantes en la estrategia, motivadas tanto por el genio político de estrategas, como por las innovaciones tecnológicas aplicadas al desarrollo de armamentos. Vale la pena mencionar al respecto la capacidad de innovación estratégica de Napoleón en sus campañas a comienzos del siglo XIX, los cambios derivados de la Guerra Franco-prusiana en la segunda mitad del Siglo XIX -por ejemplo, el invento del fusil francés Gras, con cartucho metálico de 11 milímetros-, los desarrollos de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y sobre todo los de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), tanto en estrategia como en tecnología, que provocaron el auge de la aviación militar y el ascenso continuado de la caballería mecanizada, en detrimento de la emblemática caballería convencional. Para efectos de los objetivos de este análisis, la consecuencia central de la formación del Estado moderno fue la desprivatización de las guerras. En efecto, estas pasaron de ser instrumento de intereses privados de señores feudales, príncipes y reyes, a ser producto de decisiones cada vez más relacionadas con los intereses políticos de los Estados en gestación. En otras palabras, las guerras se hicieron públicas, en términos de intereses que finalmente se identificaron como nacionales y soberanos. La culminación de este proceso -al menos en teoría- fue cuando los Estados nacionales alcanzaran el monopolio legítimo en el uso de la fuerza, es decir, con el consenso de la mayoría de la sociedad identificada de manera pública con el Estado. Esta característica central del Estado moderno fue la que permitió definirlo como tal por parte del sociólogo alemán Max Weber.

La separación entre lo público y lo privado en las relaciones sociales se alcanzó con el desarrollo de la ideología liberal, que se convirtió en soporte formal del capitalismo, pese a contradicciones que se presentan al respecto. Las tres revoluciones mencionadas fueron las que propiciaron, mediante sus pensadores, la difusión de esta ideología. Dentro de este ambiente, la proyección del individuo como tal, de la esfera privada a la emergente y exclusiva esfera pública, lo convirtió en ciudadano, con iguales deberes y derechos a nivel formal entre sus congéneres. De esta manera, triunfó el individualismo liberal, que es favorable al desarrollo del capitalismo, dentro de su objetivo de acumulación de capital. Quedaron rezagadas y subordinadas, entonces, las múltiples formas de organización anteriores en las que comunidades, colectividades y grupos sociales constituyen el eje de su funcionamiento. Frente a este tipo ideal de Estado moderno -según la concepción weberiana- se presentan en la realidad diversas combinaciones de organizaciones que tienden al predominio de la ideología liberal y de las formas de producción capitalista. Pero lo más importante para el objetivo de este análisis es la permanente búsqueda del ideal del monopolio legítimo del uso de la fuerza por parte de los Estados. El centro geográfico del largo proceso de formación del Estado moderno fue la Europa central, con proyecciones hacia otras latitudes, como por ejemplo Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia. El subproducto principal de este contexto geopolítico con tendencia universal fueron las organizaciones sociales externas a tal núcleo geográfico, producto de los colonialismos y los imperialismos dinamizados por sus confrontaciones bélicas y sus relaciones de dominación. De esta forma, surgieron sociedades que con posterioridad llegaron a ser países, caracterizados por el atraso en términos de su desarrollo capitalista y problemas derivados de las distorsiones provocadas por las relaciones de dominación ejercidas por los países con industrialización temprana. Las diferencias entre estas organizaciones sociales y las que se derivaron del ejercicio de su dominación. fuera de sus centros geográficos tienden a mantenerse, debido a la globalización actual -iniciada en firme luego de la crisis económica mundial que comenzó en 1973- y a las relaciones asimétricas entre estos dos grupos de países. Pero, así como hay notorias diferencias políticas entre los países de industrialización temprana, las hay aún más entre los atrasados.

3. Contexto Contemporánero desde la Finalización de la Segunda Guerra Mundial

Luego de culminar la Segunda Guerra Mundial emergió un mundo bipolarizado alrededor de Estados Unidos y la Unión Soviética. El primero representó el paradigma capitalista liberal y la segunda, el marxista leninista. Con este panorama de bipolaridad política e ideológica comenzó la Guerra Fría, tras la formulación, en Estados Unidos, de medidas que indujeron su dinámica. Ante el peligro que representaban las nuevas armas atómicas, la competencia por el control estratégico de áreas geográficas entre los dos ejes se desarrolló por medio de agrupaciones de países satélites alrededor de cada uno de ellos. La prueba de fuego al respecto fue la guerra de Corea, en la primera mitad de los años cincuenta, que terminó en tablas. La península coreana quedó dividida entonces en dos países antagónicos, sometidos a la influencia de cada una de las dos potencias mundiales, y también de China con respecto a Corea del Norte.

Consecuencia destacada del nuevo orden mundial que surgió de la finalización de la magna contienda bélica fueron los procesos de descolonización en Asia y África, ya que en América Latina habían ocurrido durante la primera mitad del Siglo XIX. Estos procesos se dieron en medio de guerras, unas más intensas que otras, frente a los colonialismos europeos que resurgieron en la segunda mitad del Siglo XIX, con el ‘nuevo imperialismo’ mencionado. En medio del tira y afloje bélico, nacieron problemas en las antiguas colonias, derivados de los poderes de las naciones europeas y sus imposiciones. Al respecto, cabe destacar los límites arbitrarios entre países y la separación de pueblos con sus nacionalidades divididas por fronteras supuestamente soberanas. Varios de estos problemas aún subsisten y son objeto de tensiones permanentes y no pocas guerras intestinas y entre naciones. Con la proliferación de países y el crecimiento numérico de Naciones Unidas, al conjunto de los países más antiguos y de industrialización temprana se le llamó Primer Mundo, mientras que, al grupo de aquellos atrasados, como los de América Latina, y los que se crearon con las guerras de descolonización se lo calificó de Tercer Mundo. Sin hacerlo explícito, el segundo mundo quedaba reservado a la Unión Soviética y sus satélites. Tal vez el cambio más significativo derivado de la decantación de los Estados modernos fue el señalado sobre el realce de la diplomacia como instrumento central de las relaciones entre las naciones y la búsqueda de una paz universal, que sustituyó en gran medida a la competencia bélica entre naciones. Fundamento de esa diplomacia fue el derecho internacional, constituido en 1945 como alternativa frente al ‘derecho de la Guerra’, predominante en las relaciones entre naciones hasta la Segunda Guerra. Y el órgano judicial central que se derivó de la creación de Naciones Unidas fue la Corte Internacional de Justicia.

Sin embargo, estos significativos logros quedaron alterados por la Guerra Fría y la bipolarización mundial. Tal alteración implicó que el concepto de soberanía siguiera aplicándose en varios casos como recurso de arbitrariedad e impunidad, amparado por la potencia a la que estaba adscrito el Estado o los Estados con problemas. Pese a la creación de la Corte Internacional mencionada, con sede en La Haya, predominó en varios casos el ambiente de la Guerra Fría. Por eso, el estatuto de 1978 de este organismo corrigió algunos problemas sobre el particular. Con la muerte del mariscal Tito, en 1980, volvió la inestabilidad en la Península de los Balcanes, recuperando así su vigencia el antiguo adjetivo de balcanización, equivalente a fragmentación en partes de una unidad, en especial geográfica. La concentración de etnias y naciones en esa península estratégica había provocado numerosos conflictos bélicos a lo largo de la historia. Regresaban entonces con la desaparición de la figura que había mantenido mediante la fuerza la unidad de la antigua Yugoslavia, dentro de la órbita de la Unión Soviética, aunque con relativa independencia. Sin embargo, sólo hasta después de la Guerra Fría se verían las mayores consecuencias de su inestabilidad. Igual ocurrió, en 1994, con el genocidio de Ruanda, en África, en el intento de exterminio de la población minoritaria tutsi por parte de la mayoría hutu, ante la incapacidad de frenarla por parte de Naciones Unidas. Los nacionalismos desmedidos que alimentaron visiones coloniales durante las competencias bélicas que desembocaron en la formación del Estado moderno permanecieron así en varias latitudes, privando las tendencias de convivencia entre las naciones. Aparte de las guerras que produjeron impacto internacional por sus consecuencias poco sospechadas, como lo ocurrido con la de Vietnam, surgieron también las guerras bautizadas como de baja intensidad por la británica Mary Kaldor (1946), producto de las confrontaciones entre los peones del ajedrez de las dos grandes potencias. El modelo político estadounidense de la Guerra Fría se desarrolló sobre la base de la geopolítica clásica de origen alemán e inglés y se conjugó con la teoría realista de las relaciones internacionales. Ese modelo parte de considerar un mundo anárquico, en el cual cada Estado-nación es responsable de su propia supervivencia, al confiar sólo en sí mismo para protegerse de los demás. Plantea además la necesidad de mantener el statu quo como la situación más segura, tanto en el plano nacional como en el internacional. En este último plano, propende por el sostenimiento del orden jerárquico y las posturas hegemónicas. La tutela hegemónica se justifica al considerar que la democracia sólo es posible en los Estados modernos. Por eso, sobre la base del modelo, se creyó necesario proveer seguridad a los regímenes de los países atrasados frente a la influencia que sobre ellos pretendía la Unión Soviética.

La guerra de Vietnam fue uno de esos casos, además de ser una lección importante para las confrontaciones futuras. La competencia entre las dos potencias mundiales, la derrota del ejército francés en Indochina -su colonia- en 1954, los conflictos surgidos entre dos de las repúblicas nacidas de esa ex-colonia francesa -República Democrática de Vietnam, apoyada por China y la Unión Soviética, y República de Vietnam, al sur-, indujeron a Estados Unidos a intervenir para impedir la unificación de las dos repúblicas bajo la influencia comunista. Tras complicarse la situación, Estados Unidos decidió, en 1964, apoyar militarmente a Vietnam del Sur. Este apoyo creció con el tiempo, involucrando cada vez más a ese país en la guerra, hasta el punto de llegar a contar con más de medio millón de efectivos militares en su territorio y sufrir miles de bajas. Al final, con la oposición creciente de la opinión pública norteamericana a esa guerra, Estados Unidos acordó, en 1973, retirarse de la contienda, decisión que cumplió sólo en 1975, tras la victoria militar del país del norte con la ocupación de Saigón y la unificación de los dos Estados. Esta fue la primera vez que Estados Unidos era derrotado en una guerra, que además de su prolongación, escalamiento, miles de muertes y destrucción de recursos naturales le implicó altos costos políticos y militares.

La persistente guerra de guerrillas comunista minó toda clase de resistencias a la primera potencia militar del mundo. En el fondo, lo que se libró fue una guerra irregular que se enfrentó con la tecnología militar disponible en ese momento, excepto la de las armas atómicas. Esta confrontación asimétrica e irregular serviría de estímulo a confrontaciones posteriores mediante las mencionadas ‘nuevas guerras’. La distensión mundial en la segunda mitad de los años setenta se expresó en términos militares en una capacidad bélica altamente móvil y crecientemente tecnificada, factor que impidió a los ejércitos de los países atrasados, como los de América Latina. Ello obligó a un cambio de orientación estratégica en Estados Unidos. Pero, al final de los años setenta, el tema de la seguridad nacional reapareció en la agenda internacional debido a la reanudación de la Guerra Fría durante el gobierno de Ronald Reagan en Estados Unidos (1981-1989). En los años ochenta se hizo obsoleta la guerra como medio de resolución de conflictos entre las potencias, en contraposición con su proliferación tanto interna como internacional en el mundo subdesarrollado y con mayor autonomía en sus causas y acompañamientos nacionales. Con el fin de la Guerra Fría desapareció el comunismo como enemigo universal, pero surgieron fenómenos que son considerados nuevos enemigos no obstante ser ajenos a la órbita militar. Los conflictos armados durante la Guerra Fría tenían con frecuencia justificaciones políticas e ideológicas de origen internacional, pero con la finalización de esta época se abrieron paso las convocatorias bélicas por razones de carácter regional, étnico, religioso o nacionalista, como se ha visto en países de Europa, Asia y África. En el caso de América Latina, durante la Guerra Fría hubo conflictos armados causados por problemas étnicos, agrarios y del narcotráfico en países como Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Perú y Colombia. Pero estas confrontaciones recibieron el estímulo de la política internacional. En muchos casos los opositores de los gobiernos fueron considerados como enemigos internos aliados del comunismo y la violencia desatada desbordó los mecanismos de control que, indujo a las intervenciones militares internas y militarizó a la policía.

4. Las ciencias militares como transdisciplina

Existen al menos cuatro formas de entender el conocimiento científico: la multi-disciplinariedad, la pluri-disciplinariedad, la inter-disciplinariedad y la trans-disciplinariedad. La multidisciplinariedad se refiere a un corpus de conocimiento solo como un conjunto de disciplinas sin que los investigadores implicados en ellas mantengan entre sí relaciones de colaboración o tengan objetivos comunes. En otras palabras, no hay unidad en el conocimiento. Cada especialista estudia desde su ciencia, interpretando los hechos bajo su óptica. Por ejemplo, las ciencias militares son multidisciplinarias cuando el sociólogo militar, el cientista político o el militar interpretan el fenómeno de la guerra o de lo militar sin que exista una perspectiva de complementariedad en sus conclusiones.

Las teorías estratégicas de las ciencias militares son tecnológicas con respecto al objetivo extrínseco de la ciencia, el cual es más práctico que cognitivo. En este sentido decimos que las ciencias militares son ciencias aplicadas, conformadas por un conjunto de teorías operativas, que no se refieren directamente a parcelas de la realidad bélica, sino a modelos más o menos idealizados de la misma y a su flexibilidad para absorber información empírica y a su vez enriquece la experiencia al suministrar predicciones. En ciencias militares prevalece el objetivo utilitario sobre el cognitivo. A diferencia de las ciencias cognitivas, las ciencias militares emplean métodos de decisión que dan respuesta a la demanda efectiva de liderazgo militar, de acuerdo con la intensidad de los conflictos exteriores o de los conflictos sociales internos. Esto implica que nos encontramos en el terreno de la ética. Cuando en una ciencia el objeto (objetivo intrínseco de Bunge) “El conocimiento científico es, por definición, el resultado de la investigación científica, o sea,de la investigación realizada con el método y el objetivo de la ciencia. Y la investigación, científica o no, consiste en hallar, formular problemas y luchar con ello” con lo que, domina sobre el objetivo, su fin último es el progreso de los conocimientos. Si invento, por ejemplo, un nuevo método para resolver una ecuación diferencial he contribuido a la extensión del conocimiento de las matemáticas, pero aquí no hay nociones de bien o de mal, sino el de una verdad tautológica, ( es decir, Una tautología no es más que una fórmula que resulta verídica desde cualquier perspectiva posible)

Por otra parte, si entendemos las ciencias militares desde lo pluridisciplinario, superaríamos algunas de las dificultades anteriores, pues aquí sí se dan relaciones entre los investigadores, tienen objetivos comunes y cada investigador busca hacerse comprender por los otros. Cabe señalar que, aunque presupone una perspectiva de complementariedad, no implica sistematización alguna. Por ejemplo, las ciencias militares son pluridisciplinarias cuando, en el estudio de la guerra, la geografía militar, la economía de la defensa, la teoría de la automatización y el control, la enseñanza y la psicología militar buscan objetivos comunes y están realmente interesados en que sus colegas comprendan sus resultados para integrarlos –no para sistematizarlos. Un objetivo común de estas disciplinas podría ser evaluar desde una perspectiva político-económica los métodos utilizados para instruir al personal sobre los métodos de mando y control tecnológico utilizados en ciertas circunstancias geográficas. Aunque los resultados de estos estudios puedan ser complementarios, no significan sistematización ni avance cierto en el conocimiento militar. En tercer lugar, si entendemos las ciencias militares desde la interdisciplinariedad, estas engloban campos de poder y conocimiento muy desiguales. En la práctica, es el caso de la mayoría de las investigaciones que hoy se realizan en el campo de lo militar. Distingamos dos versiones posibles de lo interdisciplinario: la banal y la académica (Strathern, 2004, 2006; Weingart & Stehr, 2000).  La versión banal de la interdisciplinariedad en las ciencias militares es producto de la «complementariedad» entre las diferentes disciplinas (Tecnología Militar, Mando y Conducción y Cursos de Combate), normalmente surge como consecuencia de la necesidad de trabajar juntos abordando diferentes aspectos de la problemática militar. Esta interdisciplinariedad es portadora de la convicción de que aquello que las otras disciplinas puedan decir en nada cambiará el trabajo que cada participante realiza. Los resultados finales son “informes-sumatoria” donde los criterios de coherencia entre los diferentes “productos intelectuales” de cada disciplina son poco consistentes. La versión académica de las ciencias militares surge como producto del tiempo que algunos investigadores pasan juntos como consecuencia de la obligación establecida por el financiamiento otorgado a ciertos programas de investigación concedido por instituciones públicas o privadas. El resultado final es una conversación intelectualizada donde cada uno de los interlocutores trata de exhibir su trabajo individual, sus hipótesis “innovadoras”, su “originalidad”.

La posibilidad pragmática de una verdadera co-elaboración intelectual se relaciona con la puesta en interacción de las diversas disciplinas involucradas, cuyos resultados potenciales no podrían haber sido producidos aisladamente. Para que esto ocurra es necesario que previamente haya sido establecido un terreno común, por medio de conceptos fundamentales compartidos. Parafraseando a Weingart & Stehr (2000), entender las ciencias militares en la transdisciplinariedad implica la intersección de diferentes disciplinas, provocando atravesamientos entre campos capaces de posibilitar múltiples visiones simultáneas de la guerra o la organización militar. Los campos disciplinarios constituyen estructuras que, al interaccionar entre sí, producen relaciones.

Hay relaciones técnicas, pero existen también posibilidades de intersección entre las disciplinas del sistema de ciencias militares. En mi opinión creo que, para alcanzar y focalizar la complejidad, superando la fragmentación disciplinaria que puede darse en las ciencias militares, hay que avanzar más allá de la sumatoria de campos proponiendo modalidades de acción conjunta que expongan las cuestiones. Los campos disciplinarios precisan incorporar la crítica lógica al mismo tiempo que la perspectiva pragmática. Cada disciplina que forma parte del corpus de estudios militares tiene acceso a una faceta del objeto de estudio. Por eso es necesario formar investigadores que sean capaces de integrar dos o más campos disciplinarios simultáneamente. De esta forma, para poder superar el paradigma de la multidisciplinariedad, es necesario producir la circulación de los investigadores por los diferentes discursos de las ciencias militares

5. Objetivos y valores militares

El problema epistemológico de la ciencia militar depende de una relación que no hemos discutido todavía: las relaciones entre los valores militares y sus supuestos objetivos como su ejemplificación concreta. Uno podría verse inclinado a sostener que esto no es problema de la epistemología de las ciencias militares, debido a que no pertenece a las ciencias militares. Ningún tecnócrata discutiría valores militares, pero, al menos, debería, ya que casi todas las críticas hacia la tecnología militar o la ciencia militar provienen del ámbito valórico. Formalmente hablando, este es el problema de cómo elaborar un criterio para evaluar las condiciones económicas, sociales, psicológicas y ecológicas que afectan la tecnología y ciencias militares. Lo anterior se debe a que estas tienen que cumplir más allá de la mera eficiencia tecnológica. Por lo tanto, las tecnologías militares modernas deben estar en muchos niveles teóricos. Como es imposible introducir toda la complejidad, será necesario, entonces, desarrollar un tipo de teoría que transforme los requisitos dependiendo de valores militares dentro de las barreras de las reglas tecnológicas. Esto solo puede lograrse en una red transdisciplinaria que permita predicciones fuera del rango de las disciplinas tecnológicas para hacer posible una contribución que requerirá de un análisis filosófico de los valores militares dados.

6. Objetivos y valores en las Ciencias militares

El problema epistemológico de la ciencia militar depende de una relación que no hemos discutido todavía: las relaciones entre los valores militares y sus supuestos objetivos como su ejemplificación concreta. Uno podría verse inclinado a sostener que esto no es problema de la epistemología de las ciencias militares, debido a que no pertenece a las ciencias militares. Ningún tecnócrata discutiría valores militares, pero, al menos, debería, ya que casi todas las críticas hacia la tecnología o la ciencia militares provienen del ámbito valórico. Formalmente hablando, este es el problema de cómo elaborar un criterio para evaluar las condiciones económicas, sociales, psicológicas y ecológicas que afectan la tecnología y ciencias militares. Lo anterior se debe a que estas tienen que cumplir más allá de la mera eficiencia tecnológica. Por lo tanto, las tecnologías militares modernas deben estar en muchos niveles teóricos. Como es imposible introducir toda la complejidad, será necesario, entonces, desarrollar un tipo de teoría que transforme los requisitos dependiendo de valores militares dentro de las barreras de las reglas tecnológicas. Esto solo puede lograrse en una red transdisciplinaria que permita predicciones fuera del rango de las disciplinas tecnológicas para hacer posible una contribución que requerirá de un análisis filosófico de los valores militares dados.

Para Clausewitz, la historia debe ser vista en términos relativos, rechazando en consecuencia las categorías absolutas, la normalización o estandarización y los valores preestablecidos. El pasado tenía que ser aceptado en sus propios términos; es decir, el historiador debe intentar entrar en los modos de pensar y actitudes de un período determinado, lo que denomina el “espíritu de la época.” La historia era un proceso dinámico de cambio, impulsado por fuerzas que no es posible controlar. Este historicismo es particularmente evidente en dos temas clave de su obra De la guerra (1832) y que no se encuentran explicitadas en su obra anterior los Principios de la Guerra (1812). Estos son la ampliamente conocida idea de que “la guerra es una continuación de la política por otros medios” (es decir, la violencia organizada), y el reconocimiento de que la guerra puede variar en sus formas, dependiendo de la naturaleza cambiante de la política y de la sociedad en la que se libra. Estos planteamientos reflejan un profundo conocimiento de los filósofos de su época, formulando con gran inteligencia los postulados de la dialéctica hegeliana y los principios esenciales de la razón pura y la razón práctica de Emmanuel Kant, para entender la dialéctica misma de la guerra y para llegar a la conclusión de que, a pesar de que en teoría toda guerra es absoluta, en la práctica nunca se da en esos términos.

Por el contrario, la opinión de Jomini respecto de la historia y de la guerra era estática y simplista. El general francés nacido en Suiza aplicó conscientemente el método científico, como él lo entendía, a sus estudios sobre la historia militar. Como resultado de estos estudios, descubrió lo que creyó que eran paradigmas comunes de comportamiento en las operaciones militares. Estos modelos de comportamiento los codificó en axiomas y principios para instruir mejor a otros oficiales en cómo organizar, planear y conducir la guerra “moderna” y que posteriormente, tomarían la forma de “principios de conducción”. Al igual que Clausewitz, Jomini construyó sus teorías sobre fundamentos formulados en la Ilustración, llevando su enfoque hacia un carácter fundamentalmente reduccionista y predictivo. Es innegable que Jomini hizo una gran contribución a la evolución del pensamiento militar tratando de explicar la teoría de la guerra otorgándole un carácter científico, cuyos componentes estarían claramente clasificados y gobernados por principios universales inmutables. Pareciera ser que, a través de estos dos grandes pensadores de la historia militar, nos encontramos con las raíces de la aseveración que plantea que la conducción militar es arte y ciencia; en sus ideas se aprecian las visiones contrapuestas que cobran sentido en la actualidad, por cuanto este dilema en ningún caso se ha resuelto. Nuestro conocimiento y entendimiento de la guerra es una ciencia, pero la conducción de ella misma es en gran medida un arte. Esto no cambiará en el futuro, independiente de los avances científicos y tecnológicos. Como en el pasado, el carácter de la guerra cambiará, pero la naturaleza de la guerra -tal como lo formulará Clausewitz- se mantendrá inalterable.

7. Conclusión

Tradicionalmente se ha sostenido que las ciencias militares son una forma de ciencia aplicada, sin embargo, hoy esta afirmación resulta insostenible. La preocupación en círculos académicos por los problemas epistemológicos de las ciencias militares, así como el desarrollo de, al menos, tres programas de investigación en el área de los estudios CTS (Ciencia, Tecnología y sociedad) nos permiten reconceptualizar el carácter fundamental de las ciencias militares. Así, podemos afirmar que: el conocimiento militar es transdisciplinario, el conocimiento militar es un sistema complejo de saberes y dominios cognitivos que se identifican con los estudios CTS, las ciencias militares no requieren de leyes científicas para cumplir sus fines, necesitan reglas heurísticas o prácticas que sean suficientes para alcanzar sus fines, la ciencia militar se concreta en situaciones locales y su transformación, la ciencia militar tiene que reaccionar a condiciones que pueden ser absolutamente únicas y, finalmente, las ciencias militares son una red transdisciplinaria, que permite predicciones fuera del rango de las disciplinas tecnológicas para hacer posible una contribución que requerirá de un análisis ético, moral y axiológico de los valores militares dados.

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David Caixal

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