Juan Milián Querol
El caso de Mónica Oltra ha arrancado la máscara de la cara a autoproclamados progresistas y feministas. No pretendían mejorar los derechos de los más vulnerables, sino usar a estos para alcanzar el poder. Nunca creyeron a la hermana víctima, sino a la compañera de partido. A pesar de los eslóganes, así ha sido siempre. La nueva izquierda, la que abandonó a los trabajadores para abrazarse al narcisismo identitario, ha quedado al descubierto. Sustituyó los intereses de clase por una nueva religión, que se ha destapado como falsa y tóxica, como una secta.
A diferencia de las religiones auténticas, la progre, no trata de crear vínculos, sino de destruirlos. Busca una sociedad fracturada, dividida, paranoica. Prefiere la tensión a la convivencia. La exageración y la mentira han sido sus armas, y las redes sociales, un campo de batalla propicio para su retórica degenerada. Así, convirtieron a los adversarios políticos en enemigos con los que no había que tener piedad. Crearon una política de insultos y ocurrencias, pero, ay, no se dieron cuenta del peligro del odio inducido. Es autodestructivo. Letal.
La ya ex vicepresidenta del Gobierno valenciano ha traspasado todas las líneas rojas que ella misma había dibujado
Oltra fue muy lejos en esa manera de hacer política, llegando al borde del precipicio. Ahora ha dado un paso hacia adelante. La ya ex vicepresidenta del Gobierno valenciano ha traspasado todas las líneas rojas que ella misma había dibujado alrededor de cualquier político a la derecha del PSOE. La savonarola levantina dictaba sentencias y cortaba cabezas sin miramiento; y, aunque la Justicia resolviera lo contrario, nunca pedía perdón. Ella estaba por encima del bien y del mal.
La imputación por encubrir los abusos sexuales de su ex marido a una menor tutelada la puso frente al espejo de su pasado, pero se negó a dimitir porque tiene que “defender la democracia” frente al “fascismo”. Una vez más, se inventan un enemigo para justificar lo injustificable, pero, tras tremenda excusa, se fue a bailar con sus compañeros en un infame ritual. Ahí estaban, cantando, brincando, celebrando, los líderes de Compromís. ¿Les pasaría en algún momento por la cabeza un recuerdo de la niña abusada?
La posverdad no nace con Donald Trump, sino, décadas atrás, con la izquierda postmarxista en las facultades francesas y norteamericanas
La posverdad no nace con Donald Trump, sino, décadas atrás, con la izquierda postmarxista en las facultades francesas y norteamericanas. Todo era relativo, escribieron, mientras deconstruían la realidad. Y ahora los de Compromís con la mentira han llevado hasta las últimas consecuencias esta posmodernidad política. Moverse al son de la música no es bailar. Así, Joan Baldoví apareció en el Congreso de los Diputados para negar lo que nuestros ojos ven y nuestros oídos escuchan: “se ha querido dar una imagen de baile… insisto no era una fiesta”. Son el resumen perfecto de la peor política.
Finalmente, Oltra se va. Se va como vino, señalando, acusando, rabiando. Narcisista sin límite no dirige una palabra a la niña, a la auténtica víctima de esta triste historia. Se va con indignidad, a su pesar y por mantener las poltronas de sus camaradas. No se aplicó su propio cuento, porque nunca creyó en sus propias consignas. Todo su discurso formaba parte de la gran estafa progre. Es igual que el falso feminismo de aquellas que han salido en su defensa, como la ministra de Igualdad Irene Montero. Nunca les importaron las víctimas, solo los cargos.
FUENTE:
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