La guerra de Ucrania: una guerra de civilizaciones, una guerra entre dos mundos
Aleksandr Duguin
Ha pasado un año desde el inicio de la Operación Militar Especial. Si bien empezó como tal, ahora está claro que Rusia se ha encontrado en una guerra difícil y en toda regla. No sólo con Ucrania, como régimen y no como pueblo (de ahí la exigencia de desnazificación política planteada inicialmente), sino también con el «Occidente colectivo», es decir, esencialmente el bloque de la OTAN (salvo la posición especial de Turquía y Hungría, que pretenden mantenerse neutrales en el conflicto; los demás países de la OTAN participan en la guerra del lado de Ucrania de un modo u otro).
FUENTE: https://elmanifiesto.com/mundo-y-poder/411832106/La-guerra-de-Ucraniauna-guerra-entre-dos-mundos.html
¿En qué se equivocó Occidente?
Occidente, que esperaba la eficacia de una avalancha de sanciones contra Rusia y su casi total desconexión de la parte de la economía, la política y la diplomacia mundiales controlada por Estados Unidos y sus aliados, no lo ha conseguido. La economía rusa se ha mantenido firme, no ha habido protestas internas, la posición de Putin no sólo no se ha tambaleado sino que se ha reforzado. No ha sido posible coaccionar a Rusia para que detenga sus acciones militares o retire sus decisiones de integrar nuevas entidades. Tampoco se ha producido ninguna revuelta de los oligarcas cuyos bienes han sido confiscados en Occidente. Rusia ha sobrevivido, a pesar de que Occidente creía seriamente que caería.
Desde el comienzo del conflicto, Rusia, al darse cuenta de que las relaciones con Occidente se desmoronaban, ha dado un brusco giro hacia los países no occidentales —sobre todo China, Irán, los países islámicos, pero también India, Iberoamérica y África— declarando clara y contrastadamente su determinación de construir un mundo multipolar. En parte, Rusia, al tiempo que reforzaba su soberanía, ya lo había hecho antes, pero con vacilaciones, no de forma coherente, volviendo constantemente a los intentos de integrarse en el Occidente global. Ahora esta ilusión se ha disipado por fin, y a Moscú no le queda más remedio que lanzarse de cabeza a la construcción de un orden mundial multipolar. Esto ya ha dado algunos resultados, pero estamos al principio del camino.
Los planes de Rusia han cambiado significativamente
Sin embargo, las cosas no salieron como estaba previsto para la propia Rusia. Aparentemente, el plan era asestar un golpe rápido y letal contra Ucrania, apresurarse a sitiar Kiev y obligar al régimen de Zelensky a capitular, sin esperar a que Ucrania atacara Donbás y luego Crimea, lo que estaba siendo preparado por Occidente bajo la apariencia de un acuerdo formal con los acuerdos de Minsk y con el apoyo activo de las élites globalistas: Soros, Nuland, el propio Biden y su gabinete. El plan consistía entonces en llevar al poder a un político moderado (como Medvedchuk) y comenzar a restablecer las relaciones con Occidente (como tras la reunificación con Crimea). No estaba prevista ninguna reforma económica, política o social significativa. Todo debía seguir como antes.
Sin embargo, las cosas no fueron así en absoluto. Tras los primeros éxitos reales, se pusieron de manifiesto ciertos errores de cálculo en la planificación estratégica de toda la operación. Los militares, la élite y la sociedad no estaban preparados para una confrontación seria, ni con el régimen ucraniano ni mucho menos con el Occidente colectivo. La ofensiva se estancó ante la desesperada y feroz resistencia de un adversario que contaba con un apoyo sin precedentes de la maquinaria militar de la OTAN. Probablemente, el Kremlin no tuvo en cuenta ni la disposición psicológica de los nazis ucranianos a luchar hasta el último ucraniano, ni la magnitud de la ayuda militar occidental.
Además, no tuvimos en cuenta los efectos de ocho años de propaganda intensiva, que inculcó a la fuerza la rusofobia y el nacionalismo histérico día tras día en toda la sociedad ucraniana. Mientras que en 2014 la gran mayoría del este de Ucrania (Novorossia) y la mitad de la población del centro del país tenían una disposición positiva hacia Rusia, aunque no tan radicalmente «pro» como los residentes de Crimea y Donbás, en 2022 este equilibrio ha cambiado: el odio hacia los rusos ha aumentado significativamente y las simpatías prorrusas han sido reprimidas violentamente, a menudo mediante la represión directa, la violencia, la tortura y las palizas. En cualquier caso, los partidarios activos de Moscú en Ucrania se han vuelto pasivos e intimidados, mientras que los indecisos se han pasado al bando del neonazismo ucraniano, alentado de todas las formas posibles por Occidente (con fines puramente pragmáticos y geopolíticos).
Ucrania estaba preparada
Ucrania estaba más preparada que nadie para las acciones de Rusia, de las que empezó a hablar en 2014, cuando Moscú no tenía ni las más remotas intenciones de ampliar el conflicto, y cuando la reunificación con Crimea parecía suficiente. Si algo sorprendió al régimen de Kiev fueron precisamente los fracasos militares rusos que siguieron a los éxitos iniciales. Esto elevó enormemente la moral de la sociedad ucraniana, ya impregnada de una rusofobia rampante y de un nacionalismo exaltado. Llegó un momento en que Ucrania decidió luchar seriamente contra Rusia hasta el final. Kiev, dada la enorme ayuda militar de Occidente, creía en la posibilidad de la victoria, y esto se convirtió en un factor muy significativo para la psicología ucraniana.
Lo único que cogió por sorpresa al régimen de Kiev fue un ataque preventivo de Moscú, cuya preparación muchos consideraron un farol. Kiev planeó lanzar una acción militar en el Donbás mientras se preparaba, confiando en que Moscú no atacaría primero. Pero el régimen de Kiev también se preparó a fondo para repeler un probable ataque, que se habría producido en cualquier caso (nadie se hacía ilusiones a este respecto). Durante ocho años, ha estado trabajando ininterrumpidamente para reforzar varias líneas de defensa en Donbás, donde se esperaba que tuvieran lugar las principales batallas. Los instructores de la OTAN prepararon unidades ligadas y dispuestas para el combate, saturándolas con los últimos avances técnicos. Occidente no dudó en aplaudir la formación de batallones neonazis punitivos dedicados al terror masivo directo contra la población civil en el Donbás. Y fue allí donde el avance ruso fue más difícil. Ucrania estaba preparada para la guerra precisamente porque quería empezarla ella misma cualquier día.
Moscú, por su parte, lo mantuvo todo en secreto hasta el último momento, lo cual hizo que la opinión pública no estuviera del todo preparada para lo que siguió el 24 de febrero de 2022.
La élite liberal rusa es rehén de la Operación Miliar Especial
Pero la mayor sorpresa fue el comienzo de la Operación Militar Especial para la élite liberal prooccidental rusa. Esta élite estaba, de forma individual y casi institucional, profundamente integrada en el mundo occidental. La mayoría había guardado sus ahorros (a veces gigantescos) en Occidente y participaba activamente en transacciones de valores y en el comercio de acciones. La Operación Militar Especial puso efectivamente a esta élite en riesgo de ruina total. Y en la propia Rusia, esta práctica habitual era percibida por muchos como una traición a los intereses nacionales. Por ello, los liberales rusos no creyeron hasta el último momento que la Operación Militar Especial fuese a comenzar, y cuando lo hizo, empezaron a contar los días en que terminaría. Convertida en una guerra larga y prolongada de resultado incierto, la Operación Militar Especial fue un desastre para todo este segmento liberal de la clase dirigente.
Todavía algunos, en la élite, están haciendo intentos desesperados para detener la guerra (en los términos que sea), algo a lo que no están dispuesto ni Putin, ni las masas, ni Kiev, ni siquiera Occidente, que se ha dado cuenta de la debilidad de Rusia, que está sumida en el conflicto y va a llegar hasta el final en su percibida desestabilización.
Aliados volubles y soledad rusa
Creo que los amigos de Rusia también se sintieron en parte decepcionados por el primer año de la Operación Militar Especial. Probablemente muchos pensaron que sus capacidades militares eran tan importantes y estaban tan consolidadas que el conflicto con Ucrania debería de haberse resuelto con relativa facilidad. La transición a un mundo multipolar parecía para muchos ya irreversible y natural, y los problemas a los que se enfrentó Rusia devolvieron a todos a un escenario más problemático y sangriento.
Resultó que las élites liberales occidentales estaban dispuestas a luchar seria y desesperadamente para preservar su hegemonía unipolar, hasta la probabilidad de una guerra a gran escala con participación directa de la OTAN e incluso un conflicto nuclear en toda regla. China, India, Turquía y otros países islámicos, así como los Estados africanos e iberoamericanos, apenas estaban preparados para semejante giro. Una cosa es acercarse a la Rusia pacífica, reforzando implícitamente su soberanía y construyendo estructuras regionales e interregionales no occidentales (¡pero tampoco antioccidentales!). Otra cosa es entrar en un conflicto frontal con Occidente. Por tanto, con el apoyo tácito de los partidarios de la multipolaridad (y sobre todo de las políticas amistosas de China, la solidaridad de Irán y la neutralidad de India y Turquía), Rusia está esencialmente sola en esta guerra con Occidente.
Primera fase: un comienzo rápido y victorioso
El primer año de esta guerra tuvo varias fases. En cada una de ellas cambiaron muchas cosas en Rusia, en Ucrania y en la comunidad mundial.
La primera fase dramática de los éxitos rusos, en la que las tropas rusas superaron Sumy, Chernigov y llegaron a Kiev desde el norte, fue recibida con furia en Occidente. Rusia demostró seriedad en la liberación de Donbás, y con una rápida salida de Crimea estableció el control de otras dos regiones, Jersón y Zaporiyia, así como parte de la región de Járkov. Mariupol, una ciudad de importancia estratégica en la República Popular de Donbás, fue tomada con dificultad. En general, Rusia, al actuar con la velocidad del rayo y por sorpresa, logró serios éxitos al principio de la operación. Sin embargo, no sabemos del todo qué errores se cometieron en esta fase que condujeron a los fracasos posteriores. Este es un asunto que aún está por investigar. Pero lo cierto es que se cometieron.
Con éxitos visibles y tangibles, Moscú estaba dispuesto a entablar negociaciones que consolidaran políticamente los logros militares. Pero Kiev también era reacio a aceptar negociaciones.
Segunda fase: el lógico fracaso de las negociaciones
Pero entonces comenzó la segunda fase. Aquí se pusieron plenamente de manifiesto los errores de cálculo militares y estratégicos en la planificación de la operación, la inexactitud de las previsiones y el fracaso de las expectativas no cumplidas tanto por parte de la población local como de la disposición de una serie de oligarcas ucranianos a apoyar a Rusia bajo ciertas condiciones.
La ofensiva vaciló y en algunas zonas Rusia se vio obligada a retirarse de las posiciones que había tomado. La cúpula militar intentó conseguir algunos resultados mediante negociaciones en Estambul, pero no dio resultado.
Las negociaciones dejaron de tener sentido porque Kiev consideró que podía resolver el conflicto militarmente a su favor.
A partir de entonces, Occidente, tras haber preparado a la opinión pública con la feroz rusofobia de la primera fase, comenzó a suministrar a Ucrania todo tipo de armas letales a una escala sin precedentes. La situación empezó a deteriorarse poco a poco.
Tercera fase: punto muerto
En el verano de 2022, la situación empezó a estancarse, aunque Rusia obtuvo algunos éxitos en algunas zonas. A finales de mayo, Mariupol había sido tomada.
La tercera fase duró hasta agosto. Durante este periodo, se puso de manifiesto con toda su fuerza la contradicción entre la idea de la Operación Militar Especial como una operación rápida y ágil, que debía entrar en la fase política, y la necesidad de luchar contra un enemigo fuertemente armado, que contaba con el apoyo logístico, de inteligencia, tecnológico, de comunicaciones y político de todo Occidente. Y en un frente de enorme longitud. Moscú seguía intentando continuar con el escenario original, sin querer perturbar a la sociedad en su conjunto y sin dirigirse directamente al pueblo. Esto creó una contradicción en los sentimientos del frente y de la retaguardia, y provocó disensiones en el seno del mando militar. Los dirigentes rusos no querían dejar entrar la guerra, aplazando por todos los medios posibles el imperativo de la movilización parcial, que para entonces se había convertido en urgente.
Durante este periodo, Kiev y Occidente en su conjunto recurrieron a tácticas terroristas: asesinatos de civiles en la propia Rusia, voladura del puente de Crimea y, posteriormente, de los gasoductos Nord Stream.
Cuarta fase: contraataques del régimen de Kiev
Así entramos en la cuarta fase, que estuvo marcada por una contraofensiva de las fuerzas armadas ucranianas en la región de Járkov, ya parcialmente bajo control ruso al comienzo de la Operación Militar Especial. También se intensificaron los ataques ucranianos en el resto del frente, y el suministro masivo de unidades HIMARS y del sistema cerrado de comunicaciones por satélite Starlink, junto con otra serie de material militar, crearon graves problemas al ejército ruso, para los que no estaba preparado en la primera fase.
Ya no era posible luchar y no luchar a la vez; es decir, mantener a la sociedad al margen de lo que ocurría en los nuevos territorios
La retirada en el óblast de Járkov, la pérdida de Kupyansk e incluso de Krasny Liman, una ciudad de la República Popular de Donbás, fue el resultado de una «guerra a medias» (por utilizar la acertada definición de Vladlen Tatarsky). También aumentaron los ataques contra territorios «antiguos», con bombardeos regulares contra Belgorod y el óblast de Kursk. El enemigo también alcanzó algunos objetivos con drones en lo más profundo del territorio ruso.
Fue entonces cuando la Operación Militar Especial se convirtió en una guerra en toda regla. Más concretamente, este hecho consumado fue finalmente realizado en serio por los dirigentes rusos.
Quinta fase: el giro decisivo
A estos fracasos siguió una quinta fase que, aunque con mucho retraso, cambió el curso de las cosas. Putin toma las siguientes medidas: anuncio de movilización parcial, remodelación de la cúpula militar, creación de un Consejo de Coordinación de Operaciones Especiales, sometimiento de la industria militar a un régimen más estricto, endurecimiento de las medidas por fallos en el orden de defensa del Estado, etc.
Esta fase culminó con el referéndum sobre su integración a Rusia en cuatro entidades —las regiones de la RPD, RPL, Jersón y Zaporiyia—, la decisión de Putin de admitirlas en Rusia y su discurso de apertura del 30 de septiembre con este motivo, en el que por primera vez declaró con toda franqueza la oposición de Rusia a la hegemonía liberal occidental, su plena e irreversible determinación de construir un mundo multipolar y el inicio de la fase aguda de la guerra de civilizaciones, en la que la civilización moderna de Occidente fue declarada «satánica«. En su posterior discurso de Valdai, el Presidente reiteró y desarrolló las tesis principales.
Aunque Rusia ya se vio obligada a rendir Jersón después de eso, al retirarse más, se detuvieron los ataques del ejército ucraniano, se reforzaron las defensas de las líneas que controlaban y la guerra entró en una nueva fase.
El siguiente paso en la escalada fue la destrucción periódica por parte de Rusia de las infraestructuras técnico-militares y, en ocasiones, energéticas de Ucrania con bombardeos de misiles.
La limpieza de la sociedad desde dentro ha comenzado: los traidores y colaboradores del enemigo han abandonado Rusia, los patriotas han dejado de ser un grupo marginal cuyas posturas de abnegada devoción a la patria se han convertido —al menos externamente— en la corriente ética dominante. Mientras que los liberales solían recopilar denuncias sistemáticas contra quienquiera mostrara algún tipo de opiniones críticas con los liberales, Occidente, etc., ahora, por el contrario, cualquiera con sentimientos liberales es automáticamente sospechoso de ser al menos un agente extranjero, o incluso un traidor, saboteador y simpatizante terrorista. Se empezaron a prohibir los conciertos y discursos públicos de opositores abiertos a la Operación Militar Especial. Rusia inició el camino hacia su transformación ideológica.
Sexta fase: de nuevo el equilibrio
Poco a poco, el frente se estabiliza y vuelve a producirse un nuevo estancamiento. Ahora ninguno de los adversarios puede cambiar las tornas. Rusia se ha reforzado con una reserva movilizada. Moscú ha apoyado a los voluntarios y, en especial, a las fuerzas de Wagner, que ha logrado importantes avances para cambiar las tornas en los teatros de guerra locales.
La guerra ha entrado en la sociedad rusa
Se tomaron muchas medidas necesarias para abastecer al ejército y darle los equipos necesarios. El movimiento de voluntarios estaba en pleno apogeo.
Esta sexta fase dura hasta la actualidad. Se caracteriza por un relativo equilibrio de poder. Ambas partes no pueden avanzar de forma decisiva y determinante en este estado. Pero Moscú, Kiev y Washington están dispuestos a continuar el enfrentamiento durante el tiempo que sea necesario.
Con otras palabras, la cuestión de cuándo terminará el conflicto en Ucrania ha perdido su significado y su relevancia. Sólo ahora hemos entrado realmente en la guerra y hemos tomado conciencia de este hecho. Es una especie de estar en guerra. Es una existencia difícil, trágica y dolorosa a la que la sociedad rusa no estaba acostumbrada desde hacía mucho tiempo y que la mayoría de la gente ni siquiera conocía realmente.
El uso de armas nucleares: el argumento final
La gravedad del enfrentamiento de Rusia con Occidente ha suscitado nuevos interrogantes sobre la probabilidad de que este conflicto pueda derivar en una escalada nuclear. Las Armas Nucleares Tácticas (ANT) y las Armas Nucleares Estratégicas (ANE) fueron objeto de debate a todos los niveles, desde los gobiernos hasta los medios de comunicación. Al tratarse de una guerra en toda regla entre Rusia y Occidente, esta perspectiva dejó de ser puramente teórica y se convirtió en un argumento cada vez más mencionado por las distintas partes del conflicto.
Aunque el estado real de la tecnología nuclear es altamente secreto y nadie puede estar totalmente seguro de cómo son las cosas en realidad, se cree (y probablemente con razón) que las capacidades nucleares rusas, así como los medios para utilizarlas a través de misiles, submarinos y otros medios, son suficientes para destruir Estados Unidos y los países de la OTAN. Por el momento, la OTAN no dispone de medios suficientes para protegerse de un posible ataque nuclear ruso. Por lo tanto, en caso de emergencia, Rusia tiene la opción de recurrir a este argumento de último recurso.
Putin ha sido bastante claro sobre lo que quiere decir con esto: esencialmente, si Rusia se enfrentara a una derrota militar directa a manos de los países de la OTAN y sus aliados, con la ocupación y la pérdida de soberanía, Rusia podría utilizar armas nucleares.
Soberanía nuclear
Al mismo tiempo, Rusia también carece de defensas aéreas que la protejan de forma fiable de un ataque nuclear estadounidense. En consecuencia, el estallido de un conflicto nuclear a gran escala, quienquiera que ataque primero, supondría casi con toda seguridad el apocalipsis nuclear y la destrucción de la humanidad, y posiblemente de todo el planeta en su conjunto. Las armas nucleares —especialmente las armas nucleares estratégicas– no pueden ser utilizadas eficazmente por un solo bando. El segundo responderá, y bastará para que la humanidad arda en una conflagración nuclear. Obviamente, el mero hecho de poseer armas nucleares significa que, en una situación crítica, pueden ser utilizadas por gobernantes soberanos, es decir, por las más altas autoridades de EE. UU. y Rusia. Casi nadie más es capaz de influir en una decisión semejante sobre un suicidio global. Ese es el sentido de la soberanía nuclear. Putin ha sido bastante franco sobre los términos del uso de armas nucleares. Por supuesto, Washington tiene sus propias opiniones al respecto, pero está claro que en respuesta a un hipotético ataque de Rusia también tendrá que responder simétricamente.
¿Se puede llegar a eso? Creo que sí.
Líneas rojas nucleares
El uso de las armas nucleares estratégicas es casi seguro que signifique el fin de la humanidad, y sólo se recurrirá a ellas si se cruzan las líneas rojas. Esta vez muy en serio. Occidente ignoró las primeras líneas rojas que Rusia había identificado antes del inicio de la Operación Militar Especial, convencido de que Putin iba de farol. Occidente se dejó convencer por la élite liberal rusa, que se negaba a creer que las intenciones de Putin fueran serias. Pero estas intenciones deben tomarse con mucho cuidado.
Así pues, para Moscú, cruzar las líneas rojas —y éstas son bastante claras— supondría el inicio de una guerra nuclear. Y estas líneas consisten en una derrota crítica en la guerra de Ucrania con implicación directa e intensiva de EE. UU. y los países de la OTAN en el conflicto. Estábamos al borde de esto en la cuarta fase de la Operación Militar Especial cuando, de hecho, todo el mundo hablaba de las armas nucleares. Sólo algunos éxitos del ejército ruso apoyándose en los medios convencionales de armamento apaciguaron hasta cierto punto la situación. Pero no han anulado del todo la amenaza nuclear. Para Rusia, la cuestión de la confrontación nuclear sólo desaparecerá del orden del día cuando consiga la victoria. En qué consiste la «victoria», lo hablaremos un poco más adelante.
EE. UU. y Occidente no tienen motivos para usar armas nucleares
Para Estados Unidos y la OTAN, donde se encuentran, no existe motivación alguna para utilizar armas nucleares, ni siquiera en un futuro previsible. Sólo se utilizarían en respuesta a un ataque nuclear de Rusia, que no se produciría sin una razón fundamental (es decir, sin una amenaza seria —incluso fatal— de derrota militar). Incluso imaginando que Rusia se hiciera con el control de toda Ucrania, eso no acercaría a Estados Unidos a sus líneas rojas.
En cierto sentido, Estados Unidos ya ha conseguido grandes resultados en su enfrentamiento con Rusia: ha desbaratado una transición pacífica y sin sobresaltos hacia la multipolaridad, ha aislado a Rusia del mundo occidental y la ha condenado a un aislamiento parcial, ha logrado demostrar cierta debilidad de Rusia en el ámbito militar y técnico, ha impuesto graves sanciones, ha contribuido al deterioro de la imagen de Rusia entre quienes eran sus aliados reales o potenciales, ha actualizado su arsenal militar y técnico y ha probado nuevas tecnologías en situaciones reales. Si se puede vencer a Rusia por otros medios, el Occidente colectivo estará más que encantado de hacerlo. Por cualquier medio, excepto el nuclear. Con otras palabras, la posición de Occidente es tal que no tiene motivos para ser el primero en utilizar armas nucleares contra Rusia, ni siquiera en un futuro lejano. Pero Rusia sí. Sin embargo, todo esto depende de Occidente. Si no se lleva a Rusia a un callejón sin salida, puede evitarse fácilmente. Rusia sólo irá a por la destrucción de la humanidad si la propia Rusia es llevada al borde de la aniquilación.
Kiev condenado
Y por último, Kiev. Kiev se encuentra en una situación muy difícil. Después de que un misil ucraniano cayera en territorio polaco, Zelensky ya pidió una vez a sus socios y patrocinadores occidentales que lanzaran un ataque nuclear contra Rusia. ¿Cuál era su idea?
El Occidente colectivo, aunque pierda algo, ya ha ganado mucho y no existe ninguna amenaza crítica de Rusia hacia los países europeos de la OTAN, y mucho menos hacia los propios Estados Unidos. Todo lo que se dice sobre este tema es pura propaganda.
Pero Ucrania, en una situación en la que se ha encontrado varias veces en su historia, entre el martillo y el yunque, entre el Imperio (blanco o rojo) y Occidente, está condenada. Los rusos no harán ninguna concesión y se mantendrán firmes hasta conseguir la victoria. Una victoria de Moscú significaría la derrota completa del régimen nazi prooccidental de Kiev. Y como Estado nacional soberano, no habrá Ucrania ni siquiera en la aproximación más general.
En tal situación, Zelensky, imitando en parte a Putin, proclama que está dispuesto a apretar el botón nuclear. Como no habrá Ucrania, es necesario destruir a la humanidad. En principio, esto puede entenderse, pues entra de lleno en la lógica del pensamiento terrorista. Sólo que Zelensky no tiene botón nuclear. Porque no tiene soberanía. Pedir a EE. UU. y a la OTAN que se suiciden a nivel mundial en nombre de la independencia (que no es más que una ficción) es, como mínimo, ingenuo. Armas sí, dinero sí, apoyo mediático sí, por supuesto, apoyo político sí, todo el que quieran. Pero ¿nuclear?
La respuesta es demasiado obvia. ¿Cómo se puede creer seriamente que Washington, por muy fanáticos que sean hoy los partidarios del globalismo, la unipolaridad y la preservación de la hegemonía a toda costa, vaya a ir hasta la destrucción de la humanidad en aras de la «¡Gloria a los héroes!»? Incluso perdiendo toda Ucrania, Occidente no pierde mucho. Y el régimen nazi de Kiev y sus sueños de grandeza mundial, por supuesto, se derrumbarán.
Con otras palabras, las líneas rojas de Kiev no deben tomarse en serio, por más que Zelensky actúe como un maestro terrorista. Ha tomado como rehén a todo un país y amenaza con la destrucción de la humanidad.
El fin de la guerra: los objetivos de Rusia
Tras un año de guerra en Ucrania, está bastante claro que Rusia no puede perder en ella. Se trata de un desafío existencial: ¿ser o no ser un país, un Estado, un pueblo? No se trata de adquirir territorios en disputa o de equilibrar la seguridad. Así era hace un año. Ahora las cosas son mucho más agudas. Rusia no puede perder, y cruzar esta línea roja nos lleva de nuevo al tema del apocalipsis nuclear. Y en este tema todo el mundo debería tenerlo claro: no se trata sólo de la decisión de Putin, sino de la lógica de toda la trayectoria histórica de Rusia, que en todas las etapas ha luchado contra la caída en la dependencia de Occidente, ya fuera la Orden Teutónica, la Polonia católica, el Napoleón burgués, el Hitler racista o los globalistas modernos. Rusia será libre o no será nada.
Pequeña victoria: la liberación de nuevos territorios
Ahora lo que queda por considerar es la victoria. Aquí hay tres opciones.
La escala mínima de victoria para Rusia podría consistir, en determinadas circunstancias, en poner bajo su control todos los territorios de las cuatro nuevas entidades constituyentes de la Federación Rusa: las regiones de la RPD, RPL, Jersón y Zaporiyia. Paralelamente, se produciría el desarme de Ucrania y se garantizaría plenamente su estatus neutral en un futuro previsible. Para ello, Kiev debe reconocer y aceptar la situación de facto. Con esto, el proceso de paz podría comenzar.
Sin embargo, tal escenario es muy improbable. Los éxitos relativos del régimen de Kiev en la región de Járkov han dado a los nacionalistas ucranianos la esperanza de que pueden derrotar a Rusia. La feroz resistencia en Donbás demuestra su intención de resistir hasta el final, invertir el curso de la campaña y pasar de nuevo a la contraofensiva en todos los nuevos temas, incluida Crimea. Y es totalmente improbable que las actuales autoridades de Kiev acepten tal fijación del statu quo.
Para Occidente, sin embargo, ésta sería la mejor solución, ya que un respiro en las hostilidades podría utilizarse como los acuerdos de Minsk para militarizar aún más Ucrania. La propia Ucrania —incluso sin estas zonas— sigue siendo un territorio enorme, y la cuestión del estatus neutral podría confundirse en términos ambiguos.
Moscú entiende todo esto, y Washington lo entiende un poco peor. Y los actuales dirigentes de Kiev no quieren entenderlo en absoluto.
Victoria a medias: la liberación de Novorossia
La versión intermedia de la victoria para Rusia habría sido liberar todo el territorio de la Novorossia histórica, que incluye Crimea, cuatro nuevas entidades rusas y tres regiones más: Járkov, Odessa y Mykolaiv (con partes de Krivoy Rog, Dnipro y Poltava). Esto completaría la división lógica de Ucrania en Ucrania Oriental y Occidental, que tienen historias, identidades y orientaciones geopolíticas diferentes. Tal solución sería aceptable para Rusia y, sin duda, se percibiría como una victoria muy real, completando lo que se inició, y luego se interrumpió, en 2014. En conjunto, también convendría a Occidente, cuyos planes estratégicos serían más sensibles a la pérdida de la ciudad portuaria de Odesa. Pero incluso eso no es tan crucial, debido a la disponibilidad de otros puertos del Mar Negro: Rumanía, Bulgaria y Turquía, tres países de la OTAN (no miembros potenciales, sino reales de la Alianza).
Está claro que para Kiev tal escenario es categóricamente inaceptable, aunque aquí hay que hacer una salvedad. Es categóricamente inaceptable para el régimen actual y en el actual entorno estratégico-militar. Si se produce la liberación completa con éxito de los cuatro nuevos sujetos de la Federación y la posterior entrada de las tropas rusas en las fronteras de tres nuevas regiones, tanto el ejército ucraniano como el estado psicológico de la población, el potencial económico y el propio régimen político de Zelensky se encontrarán en un estado completamente diferente, completamente roto. La infraestructura de la economía seguirá siendo destruida por los ataques rusos, y las derrotas en los frentes sumirán en el más absoluto abatimiento a una sociedad ya exhausta y desangrada por la guerra. Quizás haya un gobierno diferente en Kiev, y no se puede descartar que haya un cambio de gobierno en Washington, donde cualquier gobernante realista reduciría sin duda el apoyo a Ucrania, simplemente calculando con sobriedad los intereses nacionales de EE. UU. sin una creencia fanática en la globalización. Trump es un ejemplo vivo de que esto es muy posible y no está muy lejos del reino de la probabilidad.
En una situación de victoria intermedia, es decir, la liberación completa de Novorossia, sería extremadamente ventajoso para Kiev y para Occidente pasar a acuerdos de paz para preservar al menos el resto de Ucrania. Se podría establecer un nuevo Estado que no tendría las restricciones y obligaciones actuales, y podría convertirse —gradualmente— en un baluarte para cercar a Rusia. Para que Occidente salve al menos lo que queda de Ucrania, el proyecto de Novorossia sería perfectamente aceptable y, a largo plazo, le resultaría bastante beneficioso, incluso para enfrentarse a una Rusia soberana.
La Gran Victoria: la liberación de Ucrania
Por último, una victoria completa para Rusia sería la liberación de todo el territorio de Ucrania del control del régimen nazi prooccidental y el restablecimiento de la unidad histórica tanto de un Estado eslavo oriental como de una gran potencia euroasiática. La multipolaridad se habría establecido de forma irreversible y habríamos dado un vuelco a la historia de la humanidad. Además, sólo una victoria así permitiría cumplir plenamente los objetivos fijados al principio: la desnazificación y la desmilitarización, ya que sin el pleno control de un territorio militarizado y nazificado esto no puede lograrse.
El geopolítico atlantista Zbigniew Brzezinski escribió con razón: «Sin Ucrania, Rusia no puede convertirse en un imperio». Y tiene razón. Pero también podemos leer esta fórmula en clave euroasiática: «Y con Ucrania, Rusia se convertirá en un Imperio, es decir, en un polo soberano del mundo multipolar».
Aun así, Occidente no habría sufrido daños críticos en un sentido estratégico-militar, y mucho menos en un sentido económico. Rusia seguiría aislada de Occidente, demonizada a los ojos de muchos países. Su influencia en Europa se habría reducido a cero o incluso se habría vuelto negativa. La comunidad atlántica se habría consolidado más que nunca frente a un enemigo tan peligroso. Y Rusia, excluida del Occidente colectivo, aislada de la tecnología y de las nuevas redes, habría recibido una importante población no del todo leal, cuando no hostil, cuya integración en un espacio unificado habría exigido un increíble esfuerzo extraordinario a un país ya cansado de la guerra.
Y la propia Ucrania no estaría bajo ocupación, sino como parte de una única nación sin ninguna desventaja étnica y con todas las perspectivas abiertas para tomar posiciones y moverse libremente por toda Rusia. Si se quisiera, esto podría verse como la anexión de Rusia a Ucrania, y la antigua capital del Estado ruso, Kiev, volvería a estar en el centro del mundo ruso en lugar de en su periferia.
Cambiar la fórmula rusa
Lo último que merece la pena considerar, al analizar el primer año de la Operación Militar Especial, es la evaluación teórica de la transformación que la guerra en Ucrania ha causado en el espacio de las relaciones internacionales. Esta vez se trata de una evaluación teórica de la transformación que la guerra en Ucrania ha causado en el espacio de dichas relaciones.
Aquí tenemos el siguiente panorama. Las administraciones de Clinton, del neocon Bush Jr. y de Obama, así como la administración de Biden, son liberales de línea dura en asuntos internacionales. Consideran que el mundo es global y está dirigido por el Gobierno Mundial a través de los jefes de todos los Estados-nación. Incluso los propios Estados Unidos no son, a sus ojos, más que una herramienta temporal en manos de una élite mundial cosmopolita. De ahí la aversión e incluso el odio de los demócratas y los globalistas hacia cualquier forma de patriotismo estadounidense y hacia la propia identidad tradicional de los estadounidenses.
Para los partidarios del liberalismo en las relaciones internacionales, cualquier Estado-nación es un obstáculo para el Gobierno Mundial, y un Estado-nación soberano fuerte, y que desafíe abiertamente a la élite liberal, es el verdadero enemigo a destruir.
Tras la caída de la URSS, el mundo dejó de ser bipolar para convertirse en unipolar, y la élite globalista, los partidarios del liberalismo en las relaciones internacionales se apoderaron de las palancas de gobierno de la humanidad.
La Rusia desmembrada y derrotada de los años noventa, como remanente del segundo polo, bajo Yeltsin, aceptó las reglas del juego y se plegó a la lógica de los liberales en las relaciones internacionales. Moscú sólo tenía que integrarse en el mundo occidental, desprenderse de su soberanía y empezar a jugar según sus reglas. El objetivo era obtener al menos cierto estatus en el futuro Gobierno Mundial, y la nueva cúpula oligárquica hizo todo lo posible por encajar en el mundo occidental al precio que fuera, incluso a título individual.
Todas las instituciones de enseñanza superior y universidades de Rusia se pusieron desde entonces al lado del liberalismo en la cuestión de las relaciones internacionales. El realismo se olvidó (aunque se conociera), se equiparó al «nacionalismo» y nunca se pronunció la palabra «soberanía».
Todo ha cambiado en la realpolitik (pero no en la educación) con la llegada de Putin. Putin fue desde el principio un realista convencido en relaciones internacionales y un firme defensor de la soberanía. Al mismo tiempo, compartía plenamente la universalidad de los valores occidentales, la falta de alternativa al mercado y a la democracia, consideraba el progreso social y científico-tecnológico de Occidente como la única vía para el desarrollo de la civilización. En lo único que insistía era en la soberanía. De ahí el mito de su influencia sobre Trump. Fue el realismo lo que unió a Putin y Trump. En todo lo demás son muy diferentes. El realismo de Putin no es contra Occidente, es contra el liberalismo en las relaciones internacionales, contra el Gobierno Mundial. Es el realismo estadounidense, el chino, el europeo y cualquier otro.
Pero la unipolaridad que se ha desarrollado desde principios de los años noventa ha puesto de cabecera a los liberales de las relaciones internacionales. Creían que había llegado el momento histórico, se había acabado la historia como confrontación de paradigmas ideológicos (tesis de Fukuyama) y era hora de iniciar con nueva fuerza el proceso de unificación de la humanidad bajo el Gobierno Mundial. Pero para ello había que abolir la soberanía residual.
Tal línea estaba en contradicción con el realismo de Putin. Y, sin embargo, Putin trató de mantener el equilibrio y las relaciones con Occidente a toda costa. Esto era bastante fácil con el realista Trump, que comprendía la voluntad de soberanía de Putin, pero se volvió imposible con Biden en la Casa Blanca. Así que Putin, como realista que es, ha llegado al límite del compromiso posible. El Occidente colectivo, liderado por los liberales en las relaciones internacionales, presionó cada vez más a Rusia para que finalmente comenzara a desmantelar su soberanía, en lugar de fortalecerla.
Este conflicto culminó con el inicio de la Operación Militar Especial. Los globalistas apoyaron activamente la militarización y nazificación de Ucrania. Putin se rebeló contra esto porque comprendió que el Occidente colectivo se estaba preparando para una campaña simétrica de «desmilitarización» y «desnazificación» de la propia Rusia. Los liberales hicieron la vista gorda ante el rápido florecimiento del neonazismo rusófobo en la propia Ucrania. Es más, lo promovieron activamente, contribuyendo a su militarización en la medida de lo posible, mientras que a la propia Rusia se la acusaba de lo mismo: «militarismo» y «nazismo», tratando de equiparar a Putin con Hitler de todas las formas posibles.
Putin comenzó la Operación Militar Especial como un realista. Nada más que eso. Pero un año después la situación ha cambiado. Ha quedado claro que Rusia está en guerra contra la civilización liberal occidental moderna en su conjunto, contra el globalismo y los valores que Occidente impone a todos los demás. Este giro en la conciencia rusa de la situación mundial es quizá el resultado más importante de toda la Operación Militar Especial.
La guerra ha pasado de ser una defensa de la soberanía a un choque de civilizaciones. Rusia ya no se limita a insistir en una gobernanza independiente, compartiendo actitudes, criterios, normas, reglas y valores occidentales, sino que actúa como una civilización independiente, con sus propias actitudes, criterios, normas, reglas y valores. Rusia ya no es Occidente en absoluto.
La guerra ha pasado de ser una defensa de la soberanía a un choque de civilizaciones
No es un país europeo, sino una civilización ortodoxa euroasiática. Esto es lo que declaró Putin en su discurso con motivo de la admisión de los cuatro nuevos sujetos a la Federación Rusa el 30 de septiembre, luego en el discurso de Valdai, y lo repitió muchas veces en otros discursos. Por último, en el Decreto 809, Putin aprobó las bases de la política estatal de protección de los valores tradicionales rusos, un conjunto que no sólo difiere significativamente del liberalismo, sino que en algunos puntos es directamente opuesto a él.
Rusia ha cambiado su paradigma del realismo a la teoría del mundo multipolar, ha rechazado de plano el liberalismo en todas sus formas y ha desafiado directamente a la civilización occidental moderna, negándole abiertamente el derecho a ser universal. Putin ya no cree en Occidente. Y califica a la civilización occidental moderna de «satánica». En esto se puede identificar fácilmente tanto una referencia directa a la escatología y teología ortodoxas, como una alusión a la confrontación entre los sistemas capitalista y socialista de la era de Stalin. Hoy, es cierto, Rusia no es un Estado socialista. Pero éste es el resultado de la derrota sufrida por la URSS a principios de la década de 1990, al encontrarse Rusia y otros países postsoviéticos en la posición de colonias ideológicas y económicas del Occidente global.
Todo el gobierno de Putin hasta el 24 de febrero de 2022 fue una preparación para este momento decisivo. Pero solía mantenerse dentro del marco realista. Es decir, la vía occidental de desarrollo más soberanía. Ahora, tras un año de duras pruebas y terribles sacrificios sufridos por Rusia, la fórmula ha cambiado: soberanía más identidad civilizacional. La vía rusa.
© Геополитика.ru