CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Aunque haya muchos que se sorprendan de mi afirmación o lo consideren una exajeración, los socialistas y comunistas han recurrido desde siempre a la hipnosis para doblegar la voluntad de los ciudadanos, y para ello recurren a mensajes subliminales insertos en sus múltiples discursos, en sus mítines, en las televisiones (a las cuales, en España, controlan en su totalidad), lo hacen mediante “mensajes cifrados”, siguiendo las mismas estrategias a las que recurre cualquier experto hipnotizador…
Son abundantes los estudios que se han realizado, de análisis de los discursos de sus líderes, que demuestran que están diseñados en tal dirección, por hipnotizadores sin escrúpulos que se pasan por la entrepierna todo lo que guarde relación con ética o deontología profesional.
La hipnosis, que fue diseñada como un instrumento psiquiátrico con fines psicoterapéuticos, es desafortunadamente empleada por los regímenes totalitarios y liberticidas en general, con la finalidad de imponer sus perversas ideologías. Los regímenes que dicen tener como objetivo un hombre y una mujer nuevos, y practican la ingeniería social, utilizan la persuasión, para conseguir un cambio en el pensamiento, en las creencias o en la conducta de los individuos o de la comunidad.
Para ello, si es preciso los “lavadores de cerebros” recurren al uso de la violencia verbal, psíquica (e incluso física) contra los individuos a los que pretenden “lavar”; su objetivo es conseguir el “control mental” de la población y muy especialmente de los más ignorantes… ese es el modus operandi de las diversas sectas religiosas y otras sectas como las de los hitlerianos, los estalinistas, el fascismo de Benito Mussolini y las agrupaciones cívico-militares de la Venezuela Chavista, o en España los autodenominados “círculos” del partido estalinista que se presenta con múltiples siglas, a los que también llaman “mareas”, “confluencias”, “colectivos” y vocablos similares.
Por supuesto, también el gobierno social-comunista que preside Pedro Sánchez utiliza técnicas hipnóticas para manipular a los españoles. Como muestra, basta recordar los mítines maratonianos a los que nos sometió Pedro Sánchez durante el largo tiempo en el que nos obligó a permanecer arrestados -ilegalmente- en nuestros domicilios durante la pandemia del covid19; tiempo durante el cual, el sátrapa logró que la gente se asomara al umbral de sus casas o los balcones para aplaudir sus acciones arbitrarias, sus embustes, y todo lo que el Tribunal Constitucional acabó considerando ilegal y desproporcionado transcurrido el tiempo…
Es bien sabido que en los hospitales psiquiátricos de la URSS de Stalin y de los países satélites de la Europa del Este; a los que eran llevados los políticos opositores y sospechosos de disidentes en general; los psiquiatras los acusaban de poseer una personalidad paranoica, como pretexto para hospitalizarlos, y así tener un motivo para someterlos a electroshock, shock insulínicos, drogas psicotrópicas, aislamiento, trabajo forzado, etc. Internamientos, reclusiones, en los que muchos morían, a otros les causaban daños cerebrales irreparables y a unos pocos les producían “lavado cerebral” y eran “reeducados” por el sistema.
En Alemania, Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Adolf Hitler, empleó en las masas el método denominado “Argument ad nauseam”, o falacia nauseabunda, para lavar el cerebro a la masa inculta alemana. Un argumento ad nauseam, o falacia ad nauseam, es una falsedad en la que se argumenta a favor de un enunciado mediante su prolongada reiteración. Aquello de que una mentira repetida mil veces, se acaba convirtiendo en “verdad”.
Es un mecanismo habitual para reforzar lo que algunos llaman en la actualidad “leyendas urbanas”, al repetir determinadas falsedades hasta asentarlas como parte de las creencias de la sociedad, convirtiéndolas en verdades incontestables.
En la España social-comunista de Pedro Sánchez y sus secuaces, enemigos de España, terroristas y separatistas, estos objetivos de “Lavado Cerebral en Masa” son impuestos mediante el control de los medos de información y el sistema de enseñanza, para promover el “autoengaño” de la juventud y de los ciudadanos corrientes.
Para conseguir sus objetivos, el gobierno social-comunista recurre a intervenciones periódicas de larga duración, en los medios de información, de los líderes-capos y de sus caciques y oligarcas, lo cual provoca una especie de estado de somnolencia o sueño-hipnótico, que permite no racionalizar lo oído.
¿Entienden ahora las frecuentes apariciones de Pedro Sánchez en las diversas televisiones…?
Otro procedimiento utilizado por los social-comunistas es el recurso a la ridiculización o la criminalización de actos, opiniones, religión, etc. de grupos de personas que ellos consideran nocivas, lo cual les permite poder emplear -posteriormente- alguna forma de represión.
¿Y por qué la gente está tan receptiva a dejarse engañar y se “auto-engaña”? Porque, al fin y al cabo, de eso se trata ¿No?
Sin duda alguna, todo ello no sería posible si las personas no recurrieran con frecuencia a evadirse de la realidad, a desviarse o alejarse de ella cuando ésta no es soportable o las hace infelices.
Como es bien sabido, el embuste, la mentira o la falsedad son lo contrario de la verdad, de lo cierto, de lo real. Las personas mentirosas son las que tienen por costumbre decir falsedades o medias verdades a propósito, por necesidad, o con motivo o sin ellos, o por puro placer.
La mentira no discrimina por razón de edad, de sexo, de raza, formación académica, o cualquier otra circunstancia personal, la practican los niños, los adultos, los hombres y las mujeres, los universitarios y los ignorantes, los padres o los hijos, los amantes o los esposos, los ricos y los pobres,…
La mentira está presente en cualquier lugar, en cualquier contexto: en las relaciones familiares, entre amigos, en las relaciones de pareja, en el trabajo, en la investigación científica, en la política, en la administración de justicia… en cualquier momento y lugar, allí donde haya gente.
Pero… ¿por qué miente la gente, por qué mentimos?
Generalmente, la gente miente por miedo a ser castigado, para protegerse, o para salir airoso de una situación embarazosa, o para no ser descortés, o evitar ser impertinente, por vergüenza, también por carecer de ella, hay quienes mienten para obtener algún beneficio de los demás, sea “provecho psicológico” o sea provecho material o de cualquier tipo… En resumen, la experiencia cotidiana nos conduce a la conclusión de que las personas mienten esencialmente por dos cuestiones: por debilidad (porque se sienten vulnerables) y por poder.
“El mal político” -mejor dicho, el político malvado- miente porque posee poder, o para conservarlo, o para conseguirlo; por la misma causa lo hacen el estafador, el falso mendigo, los falsos amigos, las personas manipuladoras para conseguir alguna ventaja económica, o sentimental, o simplemente “fama”, reconocimiento público.
Los falsarios, quienes mienten, poseen en apariencia, una cierta ventaja respecto de los demás, respecto de los que han logrado ganarse su confianza, respecto de sus palabras y acciones… Pero, tarde o temprano acaban siendo descubiertos y desenmascarados para su humillación y vergüenza; claro que esto último poco importa a quien no la posee…
Los mitómanos (quienes tienen por norma mentir de forma patológica, continuamente, distorsionando la realidad y haciéndola más “soportable”), los perfectos mentirosos, empiezan a incubar su enfermedad, a ejercitarse en la mendacidad, en la mala costumbre de faltar a la verdad cuando pequeños, por lo general imitando u obedeciendo a sus padres o familiares mentirosos. Como digo, la mayoría de los humanos aprenden a mentir cuando niños, y seguirán haciéndolo si acaban comprobando que poseen cierto poder ante sus “víctimas”, que puede manipularlas e conseguir influir en su comportamiento.
Todo ello comienza en la más tierna infancia, es más, los niños más inteligentes, los que mejores notas consiguen en el colegio, aprenden a mentir hacia los dos o tres años. Los expertos en psicología infantil consideran que la mentira es un claro síntoma de inteligencia, pese a que la veracidad sea considerada una virtud, la habilidad para la mendacidad es cosa propia de los más inteligentes, mentir exige un desarrollo cognitivo avanzado y habilidades sociales que la veracidad no necesita.
La mayor parte de los niños hacen uso de la mentira para evitar castigos y cuando comprueban que es eficaz, acaban repitiendo, lo cual lleva al riesgo de que se convierta en costumbre. La mayoría de los padres oye mentir a su hijo y supone que es demasiado pequeño para entender qué es una mentira o que mentir está mal. Suponen que dejará de hacerlo cuando sea más grande y aprenda a distinguir. Craso error, pues es al revés: los que entienden temprano la diferencia entre la mentira y la verdad, usan ese conocimiento para su provecho, lo que los hace más proclives a mentir cuando se les da la oportunidad.
A medida que los niños crecen, librarse de ser castigados sigue siendo el motivo primordial por el que siguen recurriendo al embuste, y recurrirán con una mayor frecuencia al comprobar que es un medio eficaz para aumentar el poder y el control sobre otras personas. Los niños manipulan a sus amigos con burlas, se jactan para afirmar su status, y aprenden que pueden engañar a sus padres.
La mayoría de los estudios sobre la infancia demuestran que más de la mitad de los niños y niñas mienten, y si tras experimentar, llegan a la conclusión de que el embuste es útil para salir exitoso de situaciones relacionales más o menos complicadas, seguirán haciéndolo, hasta convertirse en adictos.
Pero el disimulo y el engaño a los demás no hubiera alcanzado tal magnitud si los humanos no hubiéramos desarrollado también la habilidad de engañarnos a nosotros mismos. El autoengaño nos ayuda a mentir a otros de manera más convincente, y la capacidad para creernos nuestras propias mentiras nos ayuda a embaucar más eficazmente a los demás. Por otra parte, nos permite alcanzar el grado de perfección de “mentir con sinceridad”, sin necesidad de hacer un montaje teatral para fingir que estamos diciendo la verdad. Ésta es la tesis del socio-biólogo Robert Trivers (2002), el cual afirma que la función capital del autoengaño es poder engañar más fácilmente a otros, por cuanto la credulidad en el propio cuento lo hace más convincente para los demás.
Así pues, el disimulo, la mentira implícita o el engaño deliberado forman parte de todos los escenarios en los que transcurre la vida social humana. En un proceso evolutivo cuyas etapas se van consumiendo desde la infancia, se va perdiendo la espontaneidad conforme se asienta la convicción de que la sinceridad no siempre es posible ni conveniente, porque puede perjudicar a la otra persona o a uno mismo. Por eso, mienten los amigos bien intencionados con el fin de halagar, de edulcorar la realidad, de dar apoyo o de proteger a la persona estimada; mienten los gobernantes y los líderes sociales para conseguir sus propósitos, para evitar problemas o para seducir al electorado -llegando a la paradoja de que son los más mentirosos quienes muestran el mayor empeño en desenmascarar las mentiras de sus adversarios-; mienten los diarios, las radios, las televisiones, ocultando información o publicando información interesada, enfatizando noticias o contrarrestándolas con otras; mienten los publicistas y los vendedores en todas las transacciones comerciales para persuadir a sus clientes; y, entre otros, mienten también los profesionales para defender sus intereses, el reconocimiento social o para lograr la satisfacción de sus clientes. En definitiva, todas las personas intentan acomodar la realidad a sus propias intenciones, expectativas o necesidades; pero lo sorprendente es que, a sabiendas de que el mundo es así, actuamos como si todo fuera verdad o tal vez necesitamos persuadirnos de que lo es…
¿Por qué nos engañamos, por qué somos mendaces con nosotros mismos en el día a día?
Decía Aristóteles, hace ya más de 2500 años que, los humanos somos animales “potencialmente racionales”, pues podemos optar por utilizar nuestro raciocinio o renunciar a él. Es por ello que, cuando elegimos no utilizar nuestra capacidad lógica, pasamos a instalarnos en creencias irracionales; lo cual ya nos da alguna pista sobre por qué nos auto-engañamos.
Efectivamente, en algunas ocasiones preferimos renunciar a los hechos y a la racionalidad y nos abrazamos a formas de discurrir que no tienen sentido y que desafían a toda lógica, tratando de convencernos a nosotros mismos de ellos.
De todas maneras, hay que saber diferenciar entre la mentira y el autoengaño. En la mentira existe un componente importante que lo cambia todo: sabemos que lo que decimos no es verdad. La persona que miente sabe perfectamente que lo que afirma es falso.
Sin embargo, con el autoengaño no somos conscientes de ello, sino que, a pesar de los indicios que tenemos en sentido contrario, hemos aceptado como verdad algo que no lo es.
Ese es uno de los motivos de por qué nos auto-engañamos. El auto-engaño es un mecanismo mucho más poderoso que la pura y simple mentira, ya que al no ser conscientes del embuste, sus efectos pueden llegar a ser mucho más profundos, adhiriéndonos al razonamiento falaz que lo ha generado en un primer momento y creyendo por lo tanto que se trata de una verdad, cuando en realidad no lo es.
Inevitablemente, tras hablar de autoengaño, debemos pasar a preguntarnos:
¿Somos realmente animales racionales o también emocionales?
Comúnmente se considera que lo emocional es algo que no puede ser expresado en términos lógicos, y por eso queda «encerrado» en la subjetividad de cada uno. Por ejemplo: las formas de arte pueden ser una manera de expresar públicamente la naturaleza de las emociones que se sienten, pero ni la interpretación que cada persona haga de estas obras artísticas ni las emociones que esta experiencia vaya a evocar son iguales a las experiencias subjetivas que el autor o autora ha querido plasmar.
En definitiva, el hecho en sí de que lo racional sea más fácil de definir que lo emocional nos habla sobre una de las diferencias entre estos dos reinos: el primero funciona muy bien en teoría, y permite dar expresión a ciertos procesos mentales haciendo que otras personas los lleguen a comprender de un modo casi exacto, mientras que las emociones son privadas, no pueden ser reproducidas mediante la escritura.
Sin embargo, que el reino de lo racional pueda ser descrito de un modo más exacto que el de lo emocional, no significa que defina mejor nuestro modo de comportarnos. De hecho, en cierto modo ocurre lo contrario.
Lo que acostumbraríamos a llamar «emociones» quedaría así sepultado en un montón de tendencias y patrones de conducta que, son fáciles de describir: son todo aquello que no es racional.
La realidad cotidiana de cualquier humano está determinada por los atajos mentales que elegimos para tomar decisiones, en el mínimo tiempo posible y con la cantidad limitada de recursos e información de la que disponemos… todo eso, mezclado con las emociones, forma parte de la no-racionalidad, porque no son procedimientos que puedan ser explicados a través de la lógica. Al final, hemos de llegar a la conclusión de que es la no-racionalidad la que está más presente en nuestras vidas, como individuos y como especie.
Algo especialmente demostrativo de todo ello es cómo responde la gente ante la publicidad:
Spots publicitarios, anuncios de televisión que duran apenas 30 segundos en el que las explicaciones acerca de las características técnicas de un automóvil -por ejemplo- son nulas, y ni siquiera podemos ver bien cómo es ese vehículo, pueden hacer que queramos comprarlo, invirtiendo en ello varios sueldos.
Lo mismo ocurre con toda la publicidad en general; los diversos anuncios son procedimientos para hacer que algo se venda sin tener que comunicar detalladamente las características técnicas (y por lo tanto, objetivas) del producto. Es evidente por qué las empresas se gastan en publicidad millones anuales, y lo hacen a sabiendas de cómo toman decisiones los clientes, los potenciales compradores. La psicología conductual ha ido generando muchas investigaciones que, muestran cómo la toma de decisiones basadas en intuiciones y estereotipos son muy frecuentes, y en el comercio es prácticamente la estrategia de compra por defecto.
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