Juan Manuel Jimenez Muñoz… Aterrorizado durante 50 años.
Queridos menores de 20 años, a quienes las siglas de E.T.A. no os dicen absolutamente nada o casi nada; queridos menores de 30, a quienes las siglas de E.T.A. os dicen más bien poco; queridos lectores en general:
E.T.A. –una organización terrorista con 900 cadáveres a sus espaldas, 2600 heridos y 300 asesinatos sin resolver– dejó de matar hace diez años. Y yo, que soy persona agradecida, me veo en la obligación de explicar algo. Y lo haré con lenguaje sencillo, dirigido a quienes, por su corta edad, no han conocido los años de plomo.
Primero: ¿Sabéis qué quería conseguir la ETA? Yo os lo diré: separar de España por las armas al País Vasco y Navarra, y crear en dicho territorio una República Socialista Marxista-Leninista en la que sólo cupiesen los propietarios de ocho apellidos vascos con Rh negativo. Y casi lo consiguen. Y si se hubiesen salido con la suya, ahora tendríamos como vecino a un gemelo de Corea. Pero de Corea de la mala: la del Norte.
Segundo: ¿Sabéis quiénes apoyaban, o justificaban, o militaban en E.T.A? Pues veréis: en primer lugar la Iglesia Católica Vasca, que jugaba entonces a dos barajas: diciendo una cosa en el País Vasco y la contraria en el resto de España. En segundo lugar, muchos de los políticos vascos que ahora parecen ángeles: esos que nos hablan del “dolor” que sienten por lo sucedido mientras aún organizan homenajes a los asesinos excarcelados. Y en tercer lugar, muchas personas corrientes de la sociedad vasca y navarra: unos, por miedo; otros, por convicción; y todos, convirtiendo aquel territorio vasco-navarro en un terrorífico manicomio.
Tercero: ¿Sabéis quiénes se beneficiaron de los crímenes de E.T.A? A ello voy sin perder un sólo instante: en primer lugar la propia E.T.A, que juntaba dinero a mansalva con los robos, secuestros y extorsiones a empresarios; y en segundo lugar los partidos nacionalistas vascos, que recogían los frutos de las acciones violentas de E.T.A. en forma de réditos políticos, privilegios territoriales y presupuestos del Estado. Bueno, ellos no los llamaban “frutos”: los llamaban “nueces”.
Cuarto: ¿Sabéis cuánto duró el terror de la E.T.A? Ahí va el dato: Medio siglo. Cincuenta y tres añitos de nada: entre 1958 y 2011. Por simple comparación, fíjate en estas cifras: la Guerra de la Independencia contra los franceses duró 6 años; las tres Guerras Carlistas vascas, 43 años en total; la Guerra Civil Española, 3 años; la Primera Guerra Mundial, 4 años; la Segunda Guerra Mundial, 6 años; el Régimen del General Franco, 39 años.
Quinto: ¿Sabéis, queridos jóvenes, las bromitas que gastaba E.T.A. en toda España? Vamos a ello. Unos meses nos deleitaba E.T.A. con cadáveres esparcidos por las calles: militares o civiles con los sesos fuera del cráneo, eviscerados, amputados, sanguinolentos. Otras, con niños de 9, 10, 11 o 12 años, hijos de guardias civiles, desfilando en pequeños ataúdes blancos hacia el cementerio. En ocasiones, con gentes anónimas que compraban en el Hipercor, o que veían una película en un cine, o que se bañaban en la playa, destrozadas por las bombas. A veces, con personas encerradas dos años seguidos en un zulo de tres metros: enterrados en vida. En ocasiones, con concejales secuestrados y muertos a sangre fría de un tiro en la nuca. Bueno, ellos no llamaban a estas cosas “tiros”, ni “bombas”, ni “muertos”, ni “metralletas”. Ellos lo llamaban “lucha”. Y lo siguen llamando, no nos engañemos.
Sexto: ¿Sabéis cuántos vascos tuvieron que exiliarse para siempre de su tierra por sentirse amenazados en aquel ambiente irrespirable? Vaya el dato: se estima que 300.000 vascos huyeron. Trescientos mil. Repito: trescientos mil. Son casi la mitad (en número) de los que murieron en nuestra guerra civil. Gentes que ya no votan allí. Gentes que ya no pintan nada allí. Gentes que ya no deciden nada allí. Nunca jamás. Ni sus hijos. Ni sus nietos. Un “retoque” demográfico de muchísima importancia. Una ingeniería social que es la verdadera victoria de E.T.A.: el “retoque” censal que ha permitido ahora, una década después, que los antiguos asesinos, y los antiguos cómplices de los asesinos, y los antiguos aplaudidores de los asesinos, y los actuales hijos de los asesinos, y los actuales justificadores de los asesinos, y los actuales tibios con los asesinos, obtengan en el País Vasco unos magníficos resultados electorales y sean socios preferentes del Gobierno. Sí, sí. Socios preferentes de Podemos. Y socios preferentes del Partido Socialista, el más castigado (junto al PP) por las balas de los asesinos. Qué vueltas nos da la vida.
Oiréis estos días –queridos jóvenes– que E.T.A. dejó de matar en 2011 porque comprendió que, para conseguir sus objetivos, lo mejor era entrar en política y abandonar las armas. No lo creáis. Se fueron porque no les quedó otro remedio. Se fueron por puro cálculo. Se fueron porque les faltaron armas con las que asesinarnos a todos, y dinero con que comprar dichas armas, y pistoleros que apretasen el gatillo. Se fueron porque ya no tenían suficientes sanguinarios que armasen las bombas y matasen a los niños de un Cuartel, o de un Colegio. Se fueron porque las condenas en la cárcel son larguísimas, y dan que pensar un poco. Se fueron derrotados por la Policía y por la Guardia Civil. Se fueron derrotados por una sociedad (la española) que dijo “¡Basta Ya!” Se fueron, en resumidas cuentas, porque les vencimos. Porque la democracia, el mejor de los sistemas posibles, les ganó entonces la batalla. Aunque ellos, por desgracia, estén a punto de ganar ahora la guerra, pues ni siquiera en este décimo aniversario tan señalado ha sido capaz de redactar el Congreso un comunicado conjunto de condena a E.T.A. La cizaña de Podemos, de Esquerra Republicana y de Bildu lo ha hecho de nuevo imposible.
Adiós, E.T.A. Adiós. Adiós a ti y a la perra que te parió. Adiós a tu maldad y a tu lenguaje presuntamente progresista salpicado de Rh negativo, y de eufemismo, y de nacionalismo, y de fanatismo, y de racismo, y de tenebrismo, y de terrorismo, y de fascismo. Adiós al medio-perdón que pides con la boca pequeñita, y que yo no necesito, y que yo no te otorgo, y que no te otorgaré jamás. Adiós al champán con que brindabas en la cárcel cuando matabas a alguien. Adiós a las nueces que caían del nogal cuando tú lo agitabas a las bravas, esas nueces que otros recogían, esas nueces que se convertían en réditos. Adiós a los entierros de tus víctimas por la puerta de atrás de las iglesias. Adiós a los curas y obispos que te amparaban bajo las sotanas, ésos que ahora piden también perdón pero no tienen perdón de Dios. Adiós a las tumbas de los asesinados, a esos sepulcros que –como vampiros en la noche– profanabais con pintadas insolentes para humillar a los deudos y matar dos veces a vuestras víctimas. Adiós, canallas. Adiós, malnacidos. Adiós, grandísimos hijos de puta. Adiós. Adiós.
No regreses por mi casa, E.T.A. de tristes recuerdos. No te quiero ni aunque hables en eusquera, o en catalán, o en español, o en gallego, o en valenciano, o en latín. Que los muertos, por desgracia, no entienden nunca de idiomas.
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