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La huida de la empresa Ferrovial a Holanda demuestra que España se ha convertido en un infierno fiscal. Lo extraño no es que se haya marchado, lo extraño es que haya quienes aún se extrañen.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

En mi libro «España saqueada: por qué y cómo hemos llegado hasta aquí… y forma de remediarlo», dedico un capítulo a la capacidad narcotizante del progresismo y la enorme frecuencia con la que consiguen convencer a mucha gente de que para resolver problemas sociales complejos existen soluciones muy simples y que «el pueblo es sabio»…

Pienso que es importante subrayar que -que se sepa- nunca ha habido ningún régimen populista-progresista que haya conseguido -o que de veras lo pretendiera- poner remedio a la injusticia, mejorar la vida de los más desfavorecidos, los más necesitados, acabar con la pobreza (miseria tanto económica como cultural).

La huida de la empresa Ferrovial (y por desgracia para España tiene pinta de ser la primera de una larga lista de empresas que se marchan a otros lugares del mundo donde los gobiernos les den mejor trato) me recuerda a lo acontecido entre Olof Palme y Otelo Saraiva de Carvalho, tras la » revolução dos cravos» del 25 de abril de 1974 y en Portugal.

Para los desmemoriados y víctimas de las leyes educativas progresistas es importante señalar que el ejército portugués, con el capitán Otelo Saraiva de Carvalho al frente, entre otros, derribó el régimen salazarista sin derramamiento de sangre. 

Olof Palme, presidente de Suecia, conversando con el capitán Otelo Saraiva de Carvalho pregunta por los objetivos de la Revolución de los Claveles y Saraiva de Carvalho le dice que su meta principal es «acabar con los ricos». La respuesta de Saraiva de Carvalho produjo una gran sorpresa a Olof Palme, que le responde: «Es curioso. Nosotros aspiramos a acabar con los pobres».

Saraiva de Carvalho, como el socialcomunismo gobernante en España (con el apoyo entusiasta de etarras y separatistas) representa al socialismo envidioso y resentido que pretende eliminar la riqueza y con ello igualar en la pobreza a toda la población: exceptuando de tal pobreza, claro está, a quienes la promueven, que seguirán viviendo en una situación de opulencia cada vez mayor, mientras impiden el progreso propiamente dicho, que la sociedad avance a mejor…

Los gobiernos progresistas como los que hemos tenido en España desde la muerte del General Franco, incluidos los del PP, nunca han tenido como objetivo lograr un desarrollo sólido y perdurable (“sostenible” lo llaman ahora).

Realmente lo que menos les interesa son los derechos de las personas, les despreocupan los intereses de la gente corriente, y por supuesto les importa un bledo la salud de las instituciones «democráticas», la participación ciudadana, y toda la retahíla con la que adornan sus discursos vacíos. Muy al contrario, procuran crear más y más situaciones de dependencia asistencial, fomentando el clientelismo-servilismo, «estómagos agradecidos», servidumbres más o menos voluntarias, todas las formas posibles de subsidios, y adoctrinan a la población inculcándoles «valores» (mejor dicho, contravalores) cargados de resentimiento, de revanchismo, o como poco de perplejidad y confusión.

 El modelo progresista (caracterizado también de enorme populismo) identifica los fondos del Estado con fondos del gobierno o -peor aún- fondos de quien tiene la vara de mando. Usa el dinero público a discreción para someter a opositores, comprar voluntades y hacerse auto bombo, incluso en tiempos de crisis, ¿Qué crisis?

Los regímenes progresistas no escatiman en gastos a la hora de transitar por el camino del narcisismo-absolutista.

Para los regímenes progresistas no hay limitaciones ni medidas fiscalizadoras o que fomenten la mínima transparencia en la gestión de la cosa pública, solo se admiten «observatorios inoperantes y laudatorios», nada de instituciones independientes, llámense comisiones de investigación, audiatorías externas, o cuestiones semejantes, y menos aún si estos tienen capacidad sancionadora.

En un régimen progresista no pueden faltar las alianzas con la «burguesía amiga» o los «empresarios patrióticos», es decir, aquellos que prefieren sobornar a funcionarios, pagar «el impuesto revolucionario» para obtener privilegios, a producir bienes y servicios de forma realmente competitiva.

En el progresismo (insisto, aderezado con populismo) todo es impostado, todo es un espejismo que se publicita de manera machacona, hasta la saciedad. Con mucha eficacia, todo hay que decirlo. Igual de hábiles son a la hora de echarles la culpa a “los otros” y a la situación heredada, como para tapar y camuflar la ineficacia de su gestión, sus fracasos, su actuar chapucero, y ocultar los síntomas de deterioro.

Repetirán hasta aburrir que con ellos se han logrado resultados notables, y que nos espera un futuro aún mejor; de ese modo no dejarán de confundir, «convencer» y producir realmente un efecto anestésico en los ciudadanos; o como poco sembrar la resignación, la aceptación de la mediocridad imperante como algo soportable.

El caudillismo, el culto a la personalidad en torno a lo cual gira casi todo, la carencia de controles institucionales de cualquier clase, la inseguridad jurídica, la ausencia de visión de futuro, de previsión, de planificación, la cada vez mayor crispación y el objetivo de mantenerse en el poder a toda costa impiden cualquier posibilidad de progreso real. Con semejante clima no se pueden esperar inversiones propiamente dichas, ni ningún tipo de acción emprendedora, ni nada que se le parezca.

Por el contrario, en los regímenes de economía de mercado, de democracia representativa, con estricta separación de poderes, no está presente la ristra de corrupciones mencionadas a lo largo de este escrito. Los gobernantes no progresistas no practican un narcisismo caudillista narcotizante, alienador, anestésico, no manipulan los medios de información, no usan de forma arbitraria el presupuesto, no alientan el odio, no desprecian la legalidad vigente, no boicotean la seguridad jurídica, no temen la alternancia, no descalifican de forma ruin y zafia a los opositores, a los contrincantes; no espantan las inversiones sino que las reciben con los brazos abiertos, se abren al comercio exterior y no distorsionan las estadísticas para engañar a los ciudadanos,… Los regímenes democráticos no populistas-progresistas poseen un mayor nivel de bienestar y de crecimiento, son previsibles e infunden más confianza.

Por causa del progresismo, del cual participa la totalidad de los partidos del “consenso socialdemócrata” (incluido VOX), es por lo que nos vamos quedando en el vagón de cola, en el «trasero del mundo», pese a las enormes potencialidades que España atesora, y los españoles seguimos manteniendo inactivas, debido al régimen populista-progresista que hipnotiza, infantiliza, esclaviza y embrutece.

Por causa del progresismo que convierte a las naciones en infiernos fiscales, es por lo que Ferrovial acaba de huir a Holanda donde es de suponer que recibirá mejor trato, y esto, por desgracia acaba de empezar…

E, insisto, lo extraño no es que Ferrovial u otras empresas cojan el camino del exilio, lo extraño es que haya gente que se extrañe de que Ferrovial y otras empresas acaben marchándose.

Y mientras tanto, aparte de olvidar que existen «paraísos fiscales» porque existen «infiernos fiscales», nuestros gobernantes y quienes aspiran a sustituirlos siguen sin querer enterarse de que es la empresa privada la que crea empleo y riqueza y que los gobiernos sólo son capaces de crear más y más burocracia, más y más impuestos…

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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