Los ciudadanos asisten confusos y engañados por las grandes cadenas de televisión, controladas desde La Moncloa, a la destrucción de la unidad nacional y de la paz civil
Es asombrosa la velocidad con la que Podemos se ha integrado en la partitocracia ineficiente y corrupta en la que ha devenido la democracia constitucional concebida y puesta en marcha en 1978. Su adquisición de todos los vicios de nuestro sistema ha resultado completa e incluso entusiasta. De la transparencia participativa de los círculos no queda nada, el cesarismo del líder omnímodo hace palidecer al de sus homólogos de los otros partidos, la liquidación de los disidentes es implacable, el manejo del dinero público sospechoso, la financiación está bajo la lupa de los tribunales, el nepotismo campa desatado y los morados han añadido una nota inédita a la larga lista de abusos a la que nos tenían acostumbrados las restantes fuerzas políticas que nos retrotrae a otras épocas y contextos históricos: la importancia en la vida de la organización de los caprichos eróticos del jefe, cuyos líos de faldas van asociados a ascensos y descensos fulgurantes en el escalafón, a casos judiciales escandalosos y a oscuras conspiraciones de alcoba. Menos mal que venían a regenerar las instituciones porque si no hubiera sido así estremece pensar adónde habrían llegado en su veloz descenso hacia las cloacas que prometieron sanear. La evolución del asalto al cielo al chapoteo en el infierno ha sido realmente llamativa.
Esta decepcionante degradación de un movimiento que nació precisamente aupado por la indignación popular ante el egoísmo, la incompetencia y la codicia de nuestras élites nos pone frente al gran problema de fondo de la España de hoy, el de los defectos estructurales profundos de nuestro sistema institucional y de nuestro ordenamiento constitucional, que contienen fallos, lagunas y contradicciones de tal magnitud que hace absolutamente imprescindible su reforma para introducir racionalidad, sensatez y calidad en sus previsiones.
La crisis financiera de 2008 alumbró en nuestro país una literatura regeneracionista análoga a la surgida tras el Desastre del 98, aunque de menor entidad y vuelo. Un cierto número de autores encuadrados en los mundos académico, político, periodístico, jurídico o empresarial dieron a la imprenta obras de revisión del armazón institucional, legal y económico vigente con ánimo crítico y propuestas de mejora. Aunque unas cuantas de ellas incluían análisis e ideas aprovechables, todas aceptaban tácita o explícitamente el esquema existente en sus líneas básicas sin entrar a fondo en sus verdaderos problemas.
Asuntos de enorme calado como nuestro alarmante declive demográfico, el carácter insostenible de nuestro sistema de pensiones, la inviabilidad financiera y política de nuestro tinglado territorial, la agresividad rampante de los separatismos, el endeudamiento y el déficit galopantes, el deterioro del nivel educativo, la inaceptable desconexión entre representantes y representados, la patológica primacía del poder ejecutivo sobre el legislativo y el judicial, la invasión tóxica por los partidos de los órganos constitucionales y reguladores, la sociedad civil y los medios de comunicación y la corrupción al borde de lo sistémico, son amenazas gravísimas sobre la estabilidad y supervivencia de nuestro edificio social que no admiten parches o demoras.
Tropelía tras tropelía, un desprecio permanente a los principios más elementales de una democracia saludable y de una ética pública mínimamente decente
Estas fragilidades subyacentes, de las que apenas se habla y sobre las que muy pocos reflexionan -reflexionamos-, explican los frecuentes incendios forestales que se desencadenan aquí y allí en el bosque de nuestra res pública. Un día son las opacas operaciones financieras del Rey Emérito fuera de nuestras fronteras, otro la fraudulenta tesis doctoral del Presidente del Gobierno, ayer un intento de golpe de Estado impulsado por el máximo representante de ese mismo Estado en Cataluña, cotidianamente el disfrute de escaños parlamentarios por defensores del asesinato como herramienta de acción política, el nombramiento descarado de una Fiscal General sin un ápice de garantía de imparcialidad, el pasteleo clandestino de los dos principales partidos para mangonear el órgano de gobierno de la judicatura, la limitación arbitraria de los derechos de una diputada vasca y así, tropelía tras tropelía, un desprecio permanente a los principios más elementales de una democracia saludable y de una ética pública mínimamente decente.
Liberándolos de las mentiras reiteradas y las emociones primarias de las que se vale una oligarquía desaprensiva e indocumentada para convertirlos en un rebaño tan desorientado como dócil
Los ciudadanos asisten confusos y engañados por las grandes cadenas de televisión controladas desde La Moncloa a la destrucción de la unidad nacional y de la paz civil, que es lo mismo que decir de su prosperidad, de su seguridad y de sus oportunidades de forjarse una vida digna, zarandeados por las exigencias airadas de minorías intransigentes halagadas por gobernantes oportunistas que supeditan mediante la coacción y la intimidación el interés general a sus parciales y egoístas objetivos. Los españoles vivimos agitados por polémicas inútiles sobre lo que es mixtificador y superfluo e ignorantes de lo que es evidente y trascendente. En este panorama desolador, en el que apenas repuestos de un mazazo que hace solamente un decenio casi nos arruina nos enfrentamos a otro nuevo que nos puede precipitar a la quiebra definitiva, no hay misión más prioritaria y urgente que concentrar la atención de nuestros compatriotas en los desafíos reales de nuestro tiempo, liberándolos de las mentiras reiteradas y las emociones primarias de las que se vale una oligarquía desaprensiva e indocumentada para convertirlos en un rebaño tan desorientado como dócil.
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