Existe un libro de Maurice Duverger que, lleva por título Les orangers du lac Balaton (los naranjos del lago Balaton), que guarda relación con una anécdota real: Como bien saben los que tienen conocimientos de la Historia del siglo XX, en Hungría hubo un régimen comunista desde el 20 de agosto de 1949, tras la segunda guerra mundial, hasta el 23 de octubre de 1989 y estuvo gobernada por el Partido Socialista Obrero Húngaro que, actuaba siguiendo las directrices de la Unión Soviética.
El régimen estalinista húngaro decidió, preocupado por garantizar la autosuficiencia alimentaria del país, rodear el lago Balaton de naranjos. La zona gozaba de un microclima apacible, pero las heladas en invierno eran extremas y la composición química del suelo, su morfología no eran las más adecuadas para el cultivo de naranjos. El ingeniero agrónomo encargado del proyecto así se lo hizo saber al partido gobernante, pero sus dirigentes, convencidos de ser encarnación de la voluntad popular, no podían equivocarse.
Los árboles fueron plantados y en apenas dos años se secaron y murieron. El Partido Socialista Obrero Húngaro hizo fusilar al ingeniero agrónomo, por contrarrevolucionario. ¿No había mostrado su mala voluntad desde el principio, al criticar la decisión del buró político?
Los naranjos del lago Balatón, de Maurice Duverger es una descripción del encanallamiento al que llegó el “socialismo real” en aquellos tiempos no tan lejanos, antes de que cayera el muro de Berlín y con él los regímenes liberticidas, totalitarios, tutelados por la Unión Soviética que, aparte de originar miseria, hambruna y multitud de tragedias, acabaron con la vida de más de cien millones de personas.
El libro es una crítica al despotismo de los países que se denominaron a sí mismo como “socialismo real” y las consecuencias terribles a las que conduce la “bondad extrema”. Me viene a la memoria lo que decía Ayn Rand respecto de ello, que nunca debemos considerar a los colectivistas como “idealistas sinceros pero engañados”, su propuesta de esclavizar a algunos hombres por el bien de otros no es un ideal; la brutalidad no es “idealismo”, no importa cuál sea su propósito, su objetivo. No hay que admitir bajo ningún concepto que el deseo de “hacer el bien” por la fuerza es un buen motivo. Ni la impulsividad irreflexiva, ni la estupidez son buenos motivos.
Lo peor de un programa de un partido político, de quienes gobiernan, no es que no pueda cumplirse, sino que su afán por aplicarlo acabe teniendo resultados perversos, y para más INRI no se consigan los objetivos.
Decía el socialista Enrique Tierno Galván que, los programas políticos se hacen para no cumplirse. Y así es generalmente. Esta oclocracia que padecemos (el gobierno de quienes son aupados al poder por la muchedumbre ruidosa) genera falsas expectativas en multitud de gente, que normalmente nunca se ven cumplidas; los incumplimientos destrozan ilusiones y generan desconfianza. El populismo demagógico del que participan todos los partidos con representación en el Congreso de los Diputados, realiza promesas ruidosas e incoherentes, supuestamente para dar respuesta a las demandas imposibles de los electores, a los que se ha convencido de que cualquier deseo puede ser convertido en un “derecho”. La tremenda infantilización que sufren los españoles les ha llevado a ignorar el tremendo trecho que separa a la voluntad de los políticos gobernantes de la posibilidad y conveniencia de las acciones.
Hemos sido muchos los que hemos advertido del enorme riesgo del programa de Podemos si en algún momento tocaba poder; pero el verdadero peligro no está en sus promesas imposibles, sino en aquellos objetivos que inevitablemente provocarán efectos perversos. Pues, no se olvide que el partido de Pablo Iglesias (y en menor grado el de Pedro Sánchez) participan de la idea de que ellos son encarnación de la voluntad popular y no pueden equivocarse; tal como los estalinistas húngaros que decidieron plantar naranjos junto al lago Balaton.
Uno de los riesgos sobre los que algunos llevamos mucho tiempo alertando es el autoritarismo, teñido de soberbia, vanidad y arrogancia que les hace pensar que ellos son la vanguardia redentora, y que merecen convertirse en los nuevos gestores de la moral colectiva.
Con falsas promesas, haciendo mucho ruido y regalándole el oído a gente que estaba deseosa de que les hablaran de decencia, de anticorrupción y cosas por el estilo, Podemos se ha convertido en miembro del gobierno de coalición frentepopulista que preside Pedro Sánchez, a pesar de que su presencia en el Congreso de los Diputados sea minoritaria.
El desenlace ha sido, como algunos ya vaticinamos, que los que demonizaban a los demás por ser parte de la “casta”, de la oligarquía extractiva que parasita de los españoles, han acabo convirtiéndose en lo mismo que lo que criticaban, recurriendo a nombrar a gente de “confianza” y crear burocracia y “asesores” a mansalva, en lugar de tener en cuenta la capacidad y el mérito como forma de selección y promoción; modus operandi del que, por supuesto, también participan el PSOE y el resto de los grupos políticos con representación en el Parlamento.
Como resultado de la terrible pandemia del coronavirus, han sido muchos los canallas que se han quitado la careta y no han dudado en apoyar de forma entusiasta, aplaudiendo a rabiar, el mal hacer y la negligencia del gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias; en la actual España, la del arresto domiciliario, la del estado de alarma, hemos llegado a tal grado de encanallamiento, de perversión, que son muchos (si no legión) quienes consideran que hay corrupciones malas, corrupciones regulares, y hasta corrupciones “buenas”. Es realmente triste que haya personas que consideren que las prácticas corruptas son daños o males relativamente “soportables” y lleguen a disculpar las acciones de gente canalla, bandidos, delincuentes, fundamentalmente por estar esas formas de actuación más o menos extendidas, y ya el colmo de los colmos por ser practicadas por “gente de los nuestros”.
Justificar determinadas formas de corrupción, decir que las hay “soportables” es entrar en el terreno del “todo vale”, del “todas las opciones son igualmente respetables…” Es una invitación a la inmoralidad y al caos… Y de todo ello, sin duda, participa la actual España, la España cuyo gobierno recurre diariamente a la mentira, a la ocultación de datos, a la compra fraudulenta de material sanitario. La España en la que el gobierno prioriza los intereses de los partidos que lo integran, Podemos y PSOE, y de los que los apoyan y mantienen en el poder, léase etarras y quienes quieren destruir España. La España cuyo gobierno ha provocado la muerte de nuestros ancianos, debido a su negligencia criminal, al mismo tiempo que ha paralizado la economía, de tal manera que es casi imposible que a corto plazo levante cabeza.
La confianza y la previsibilidad son dos ingredientes imprescindibles para que los ciudadanos consideren que existe un buen gobierno; y ambas están absolutamente ausentes en el gobierno de Sánchez e Iglesias. A lo largo de meses, si algo han demostrado es que lo único que les interesa es perpetuarse en el poder, a toda costa, motivo por el cual, su única ocupación y preocupación es la propaganda, para intentar salir lo más exitosamente posible de la crisis de salud pública y la económica, tapando sus vergüenzas.
Los canallas que nos mal-gobiernan saben de sobra que, la angustia vital surge en los individuos cuando perciben un futuro indefinido, un futuro al que las personas debe enfrentarse sin ninguna o apenas garantía, la angustia incluye, además, desesperación y temor; es por ello que los socialistas y comunistas nos siguen prometiendo plantar naranjos en el lago Balaton (aunque ya hayan sido advertidos de que acabarán secándose y muriendo) y mientras tanto, para evitar posibles disturbios, e incluso saqueos, debido al paro, la miseria, la pobreza que ellos han creado paralizando la economía; recurren a crear (mejor dicho, prometer) diversos subsidios y subvenciones, nuevos “PER”, nuevos «ingresos mínimos vitales», y un largo etc. que fomentan la obediencia debida, el clientelismo, los estómagos agradecidos, en la esperanza de que cuando lleguen nuevas elecciones sus votantes acaben pagando con sus votos sus favores y regalitos.
Carlos Aurelio Caldito Aunión.
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