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La Leyenda Negra Española. (Primera parte).

José Antonio Marín Ayala

FUENTE: https://lapaseata.net/2022/01/30/la-leyenda-negra-espanola/

Relata Cervantes en su Quijote la historia de la bella mora Zoraida y de cómo unos cautivos cristianos, liberados de Berbería gracias al dinero que les proporciona ella, le ayudan a culminar su sueño, que no es otro que ir con ellos a España y abrazar el cristianismo. Cuando están a punto de tocar tierra, unos corsarios franceses atisban su condición de hispanos, hunden su barco y los desvalijan sin más explicaciones. Aun así, consiguen llegar sanos y salvos a España. Este episodio, relatado por un «Manco de Lepanto» que debió sufrir similares calvarios porque la obra cumbre de las letras españolas encierra una cierta autobiografía del «Príncipe de los Ingenios», da una idea de la inquina que ya por aquellas lejanas fechas los galos le tenían al potente Imperio Español, odio y envidia que materializarían en una obscena leyenda negra española que ha perdurado hasta nuestros días.

La Leyenda negra, por contraposición a la leyenda dorada o áurea, un compendio de vidas de santos escrita por Jacobus de Vorágine hacia 1399, son esas dos esotéricas palabras que a cualquiera que tenga dos dedos de frente no le viene a la memoria otra nación más que España. Elvira Roca Barea, autora del libro Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, desvela algunas características de esta maquiavélica artimaña: «¿De qué se trata en definitiva? En realidad son un conjunto de tópicos poco variados: inferioridad racial (sangre mala y baja), incultura y barbarie, orgullo y deseo de riqueza desmedida, incontinencia sexual y costumbres licenciosas, Imperio Inconsciente y poco más». Ahora cabría indagar dónde se forjó esta insólita película. Roca Barea nos da la respuesta: «Quiere decirse que no solo la expresión “leyenda negra” sino el mero sentido actual de la palabra “leyenda” procede del protestantismo y de las guerras de religión durante la Guerra de los Ochenta Años [acaecida entre 1568 y 1648] en Flandes, y que llevó a la independencia de los Países Bajos de la Corona Española».

A la vista de semejante y sonoro despropósito, cabe preguntarse qué les llevó a estos desalmados a inventarse algo así y a distorsionar con ello la Historia. La propia autora nos responde a este, en apariencia, enigma: «Los prejuicios antiimperiales no se originan como consecuencia de unos motivos, sino que son anteriores al rosario de tópicos en torno a los cuales se articulan. Nacen del complejo de inferioridad que resulta de ocupar una posición secundaria al servicio de otro o con respecto a otro, incluso cuando esto beneficia o no perjudica. Nada nos hace sentir más incómodos que tener que estar agradecidos. El resquemor de vecinos y aliados puede ser mucho más intenso que el de un enemigo. Por esto las distintas imperiofobias se parecen tanto unas a otras, porque nacen del mismo pozo de frustración». La mencionada autora opina también que «si la leyenda negra española hubiera reflejado un prejuicio antisemita o contra los negros, hace tiempo que constituiría delito, pero la hispanofobia pertenece a una clase de racismo que, por su nacimiento vinculado a un imperio, vive bajo el camuflaje de la verdad y arropado por el prestigio de la respetabilidad intelectual». Y continúa diciendo: «[La leyenda negra] proyecta las frustraciones de quienes las crean y vive parasitando los imperios, incluso más allá de su muerte, porque segrega autosatisfacción y proporciona justificaciones históricas que, sin ella, habría que inventar de nuevo». El hispanista y americanista sueco Sverker Arnoldsson, autor de Los orígenes de la Leyenda Negra Española, declara sin tapujos que es la «alucinación colectiva» más grande que se ha producido nunca en Europa Occidental.

Sería, sin embargo, la novelista española Emilia Pardo Bazán y de la Rúa-Figueroa la que emplearía por primera vez la expresión «leyenda negra» para referirse a la propaganda antiespañola. Fue un 18 de abril de 1899, en la Sala Charras de París, en el mismo lugar donde se proyectó al mundo esta falacia dos siglos antes, durante una conferencia que impartió enteramente en francés, para que se le entendiera, y en la que le dio un repaso a los gabachos allí presentes, y de paso también a los dirigentes yanquis, los cuales hacía tan solo unos meses que, valiéndose de estas mentiras ante sus ciudadanos, nos habían metido en una guerra en la que perdimos nuestras últimas posesiones en ultramar. Estas eran algunas de sus palabras: «En el extranjero se saben de sobra nuestras desdichas, y aun no falta quien con mengua de la equidad las exagere; sirva de ejemplo el libro reciente de M. Yves Guyot, que podemos considerar como tipo de leyenda negra, reverso de la dorada. La leyenda negra española es un espantajo para uso de los que especialmente cultivan nuestra entera decadencia, y de los que buscan ejemplos convincentes en apoyo de determinada tesis política. Nos acusa nuestra leyenda negra de haber estrujado las colonias. Cualquiera que venga detrás las estrujará el doble, solo que con arte y maña. Tengo derecho a afirmar que la contraleyenda española, la leyenda negra, divulgada por esa asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en Estados Unidos, es mil veces más embustera que la leyenda dorada. Esta, cuando menos, arraiga en la tradición y en la historia; la disculpan y fundamentan nuestras increíbles hazañas de otros tiempos; por el contrario, la leyenda negra falsea nuestro carácter, ignora nuestra psicología, y remplaza nuestra historia contemporánea con una novela, género Ponson du Terrail, con minas y contraminas, que no merece ni los honores del análisis».

Sin embargo, sería Julián Juderías y Loyot la primera persona que denunciaría por escrito esta animadversión global contra lo hispano en su obra La leyenda negra: estudios acerca del concepto de España en el extranjero para referirse al trato incierto, exagerado o manipulado de los hechos de la historia de España, en asuntos como el imperio español, la Inquisición española o la conquista y colonización de América. La leyenda negra, en palabras de Juderías, son «relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado sobre España fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida, comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye, desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso político, una excepción lamentable dentro del grupo de las naciones europeas».

Juderías, un versado erudito español, hombre de mundo con la sangre de tres nacionalidades de sus antepasados corriendo por sus venas: española, francesa y alemana, y merced al dominio que poseía de 16 idiomas, supo captar en el extranjero esa animadversión a lo español. Resulta cuando menos irónico, y trágico a la vez, que falleciera en 1918, a la temprana edad de 41 años, a causa de uno de los bulos que los yanquis habían incorporado por esas fechas a la abultada leyenda negra: la mal llamada «gripe española».

Aunque ha habido a lo largo de la Historia más de 60 imperios en el planeta, y muchos de ellos de más extensión que el español, nosotros nos hemos quedado con el sambenito de la frase de marras. Lo que nadie puede discutir es que la Monarquía Hispánica fue el más duradero de los imperios modernos, nada menos que 332 años, de 1492 a 1824, donde no hubo estructura política en el mundo comparable a la española. Según el historiador, profesor e hispanista británico Raymond Carr, durante el reinado de Carlos III el Imperio Español «era la estructura política más imponente del mundo occidental».

El enemigo más poderoso, empero, lo solemos tener en casa y España es de esas naciones especialmente dadas a inmolarse. En «Zaragoza», la sexta novela de la primera serie de los Episodios Nacionales del novelista, dramaturgo, cronista y político español Benito Pérez Galdós, su autor decía que «la querencia natural de España es la de poder vivir, como la salamandra, en el fuego».

El primer germen que serviría para asentar la leyenda negra española saldría de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, un libro publicado por el atormentado fraile español de la orden de los dominicos Bartolomé de las Casas y que se convirtió, pasado el tiempo, en el principal defensor de los indígenas en América, durante el siglo XVI. Denunciaba el efecto que, según él, tuvo para los nativos la colonización del Nuevo Mundo por España. Sin embargo, medio siglo antes, en 1500, para defender a los nativos, la reina Isabel la Católica ordenó prohibir la esclavitud en el Nuevo Mundo, materializándose esta orden en 1513, en las llamadas «Leyes de Indias», la primera legislación (ojo al dato) de derechos humanos de la Historia. No obstante, como ocurre en todos los tiempos y lugares, había algunos desaprensivos que se saltaban la norma a la torera. A la vista de esta situación, el emperador Carlos I promulgó el 20 de noviembre de 1542 las «Leyes Nuevas», que prohibieron la esclavitud de los indios y ordenó que todos quedaran libres de los encomenderos (que eran los que durante la colonización española de América tenían una encomienda de indígenas a su cargo y de la que obtenían pingües beneficios personales) y fueran puestos bajo la protección directa de la Corona. (Poca o nula nota acerca de las filantrópicas iniciativas hispanas debieron de tomar los posteriores colonos ingleses que llegaron desde su diminuta isla a explotar esas extensas tierras de ultramar. Esta abominable práctica, la de la esclavitud, solo acabaría tras la sangrienta Guerra Civil Americana, o Guerra de Secesión, que enfrentó a sus partidarios y a sus abolicionistas en 1865).

La sola condición eclesiástica de Bartolomé habría bastado para darle la credibilidad que merece su relato si no fuera porque él, precisamente él, fue uno de los que presenció tales tropelías sin que moviera un solo dedo; denuncia, por otro lado, que hizo tras renunciar a su lucrativo cargo de encomendero (vaya por Dios). Y esta transformación, similar a la que sufriera Pablo de Tarso en el desierto, o Juan de Dios en Granada, la debió sufrir cuando oyó los sermones del dominico fray Antonio de Montesinos en la isla de La Española, en diciembre de 1511. A partir de entonces se dio en cuerpo y alma a los indígenas, llegándosele a apodar con los años «El Apóstol de los Indios».

El libro de Bartolomé, publicado en 1552, no fue censurado en España y pudo circular libremente por el mundo, corriendo como la pólvora y traduciéndose a más de 50 idiomas, tal vez por el respeto que la corona española tenía de su autor o también porque, sencillamente, no debió darle ninguna importancia. De hecho, el Imperio Español, sabedor de su nefasta imagen exterior forjada por sus enemigos, nunca combatió la hispanofobia que se respiraba en los territorios gobernados fuera de España. Roca Barea opina que «en general, los imperios no suelen ocuparse de defender su reputación. Tienen asuntos más graves entre manos. Los imperios reaccionan con un ataque propagandístico en regla cuando este procede de un poder lo suficientemente sólido como para ser una amenaza. Ni Inglaterra ni los Países Bajos fueron nunca una amenaza seria para el Imperio Español».

Preguntado años después por las fuentes testificales de los desmanes que el bueno de fray Bartolomé denunciaba en su libro, el reconcomido clérigo reconoció no haber presenciado tales atrocidades. Decía que lo oyó decir a otros y no pudo precisar ni dónde ni cuándo sucedieron (da igual, el daño ya estaba hecho y la leyenda negra ya había cobrado forma en manos de nuestros enemigos).

Para que vea usted gentil leyente que la leyenda negra está más viva que nunca, ahora vienen a exigir al gobierno español perdón por la conquista de América unos mentecatos descendientes de aquellos primigenios criollos. Me pregunto cómo estarían estos países ahora si no hubiese llegado el Imperio Español a aquellas incivilizadas tierras, donde el canibalismo y los sacrificios humanos lo tenían aquellos salvajes por el pan suyo de cada día. Los españoles mandaron al Nuevo Mundo a curas y a maestros para evangelizar y enseñar a los nativos. Paradójicamente hoy nadie exige responsabilidad a los gobernantes yanquis por el exterminio de los indios; o a los británicos por sus desmanes en la India; o a los japoneses por las masacres perpetradas contra los chinos, por poner tan solo tres ejemplos al azar.

José Antonio Marín Ayala

Nací en Cieza (Murcia), en 1960. Escogí por profesión la bombería hace ya 37 años. Actualmente desempeño mi labor profesional como sargento jefe de bomberos en uno de los parques del Consorcio de Extinción de Incendios y Salvamento de la Región de Murcia. Cursé estudios de Química en la Universidad de Murcia, sin llegar a terminarlos. Soy autor del libro «De mayor quiero ser bombero», editado por Ediciones Rosetta. En colaboración con otros autores he escrito otros manuales, guías operativas y diversos artículos técnicos en revistas especializadas relacionadas con la seguridad y los bomberos. Participo también en actividades formativas para bomberos
como instructor.

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