Helen Pluckrose y James Lindsay
FUENTE: https://carnaina.medium.com/la-lucha-contra-la-cultura-de-cancelaci%C3%B3n-comienza-con-la-comprensi%C3%B3n-de-sus-profundas-ra%C3%ADces-ded3b5ca8119
Si bien la “cultura de la cancelación” parece haber surgido de la nada en los últimos años, el impulso de erradicar las ideas incómodas y de excomulgar o marginar a quienes las sostienen es tan antiguo como la humanidad, y ha surgido una y otra vez en la mayoría de las culturas humanas. La cultura de la cancelación es, de hecho, una de las formas centrales del antiliberalismo que la humanidad tiende a permitirse cuando no se pueden establecer, asegurar y mantener unas sólidas salvaguardias de los principios liberales.
Sin embargo, el estilo actual de la cultura de la cancelación parece nuevo no solo por Internet, sino porque está enraizado en ideas que parecen y son percibidas como extensiones naturales de las ideas liberales — justicia, igualdad, tolerancia — pero, de hecho, son perversiones de estas. Las ideas que han llevado a estas perversiones y sus peligrosas manipulaciones también parecen haber surgido del suelo en los últimos cinco años, pero tienen un pedigrí que se remonta mucho más atrás.
En nuestro libro, Cynical Theories (Teorías Cínicas), analizamos el desarrollo de lo que se ha llegado a conocer como el trabajo académico y el activismo de la “Justicia Social” a partir de unas pocas ideas centrales para ese cambio: la aparición del pensamiento posmoderno. Estas son ideas tienen su base en tres conceptos: poder, conocimiento y lenguaje.
En la visión posmoderna del mundo, las fuerzas dominantes de la sociedad han legitimado el conocimiento y esto ocurre al servicio del poder. Por consiguiente, el conocimiento establecido debe ser examinado de cerca por sus inevitables cualidades opresoras. Una vez que algo se ha establecido como saber, las dinámicas de poder que contiene son aplicadas y vigiladas en todos los niveles de la sociedad por personas normales que han interiorizado el conocimiento como verdadero y, por así decirlo, actúan como si lo fuera, generalmente sin ser conscientes de las implicaciones. El posmodernismo mantuvo que la principal forma en que funciona el poder/saber (como decía Michel Foucault) es a través de las formas con las que se considera legítimo hablar de las cosas: los discursos.
A medida que estas ideas evolucionaron en teorías relacionadas de manera más específica con la identidad, los sistemas opresores llegaron a conocerse como “supremacía blanca”, “imperialismo”, “patriarcado”, heteronormatividad (la suposición de que la heterosexualidad es la norma), cisnormatividad (la suposición de que la identificación con el sexo indicado por los genitales de uno es la norma), capacitismo y gordofobia. Es decir, se considera que los discursos dominantes son los de los hombres heterosexuales, blancos, cisgéneros, capaces y delgados. Otros grupos tienen sus propios discursos que podrían contrarrestarlos, pero como no han podido establecerlos como conocimiento, han sido desestimados, lo cual era una función del poder de los dominantes.
Desde finales de la decada de los 80 y de manera especial desde el 2010, estos conceptos han constituido la raíz del activismo para abordar las cuestiones de justicia social. Tras la era de los Derechos Civiles en la que el activismo antirracista, el feminismo y el Orgullo Gay buscaron y lograron la igualdad jurídica de las mujeres y las minorías raciales y sexuales ante la ley, surgió una nueva forma de activismo que pretendía abordar las secuelas persistentes de estos sistemas desiguales abordando el fundamento mismo de los prejuicios: las actitudes, los prejuicios y las formas de hablar de las cosas. Los conceptos posmodernos de conocimiento, lenguaje y poder eran muy buenos para esto. Después de todo, si la opresión se mantiene por la forma en que hablamos de las cosas, la solución es cambiar la forma en que la gente habla de las cosas, por medios autoritarios si es necesario.
Esta concepción de cómo funciona la sociedad es contraintuitiva para los liberales. Los que crecimos entendiendo que la libertad de creencia y de expresión no solo eran libertades individuales básicas, sino también que el libre intercambio de ideas es la forma en la que avanza el conocimiento progresa la moral, no estábamos bien preparados para entender o contrarrestar este desarrollo.
Y sin embargo, es coherente si se aceptan sus premisas básicas. Empiezas por dar por sentado que los sistemas opresores del racismo, el sexismo, la homofobia, la transfobia, la gordofobia y el poder deben impregnar todo en todo momento a través de la forma de pensar y hablar de la gente y que esto hace un gran daño a los grupos marginados, pero que eso es algo difícil de ver para ti.
Entonces, por supuesto, se vuelve esencial escrutar el lenguaje de cerca usando las herramientas críticas correctas que consideren adecuadas para revelar las fuerzas de la supremacía blanca, el patriarcado, la cisnormatividad y todas las demás. Debido a que estos discursos son tan poderosos, por supuesto sentirás el imperativo moral para censurarlos. A menudo esto se hace simplemente censurando a la gente, “cancelándola”.
En esta forma de pensar, no se gana nada con el debate, porque no se trata de una cuestión de ideas diferentes que puedan ser evaluadas en función de sus méritos. Se trata de una cuestión de poder y de discursos, y se debe desmantelar los discursos dominantes y elevar los marginados para lograr la justicia social.
Esta es la fuerza impulsora de lo que se ha dado en llamar “Cultura de la Cancelación”. El término se aplica más comúnmente al fenómeno en el que alguien — a menudo una celebridad, si nos enteramos — ha dicho o hecho algo considerado racista o sexista o transfóbico que ha dado lugar a una reacción en masa, por lo general en los medios de comunicación social, que ha llevado a su despido, al boicot o a que se le reconozca de alguna manera como una persona terrible digna de no recibir más atención positiva. La cultura de la cancelación se refiere, en el fondo, a una actitud general de que es socialmente justo intentar destruir la reputación de una persona de manera permanente e impedir que tenga una voz influyente en la esfera pública, donde puede promover discursos dominantes que se cree que perjudican a la gente. A veces esto tiene éxito y esas personas desaparecen. Más a menudo, no es así, pero siempre son marcadas como “problemáticas” y relacionarse con ellas puede ser peligroso.
Por eso vimos a John McEnroe públicamente excomulgado por decir que Serena Williams se clasificaría alrededor del puesto 700 entre los hombres en el tenis. Dijo que no creía que fuera descabellado decir que existían diferencias entre hombres y mujeres, especialmente en el atletismo, pero esto se debía a que no entendía que, en términos de justicia social, estaba hablando en un discurso dominante que marcaba a las mujeres como inferiores y, por lo tanto, perpetuaba el discurso sexista.
Recuerda, no se trata de la verdad. Se trata del poder. Por eso Danny Baker fue despedido de la BBC por tuitear una imagen de un chimpancé y relacionarla con el bebé Archie, el hijo del príncipe Harry y Meghan Markle. Él podría decir que no se le ocurrió que esto podría ser leído como un tropo racista porque, en sus palabras, no tenía “una mente enferma”, pero sus intenciones, incluso si lo crees, no importan en esta concepción del mundo. Él usó un discurso racista opresor, tuviera o no la intención de hacerlo, perpetuando así el racismo y por eso debe desaparecer. Esto es esencial para diseñar los discursos de la manera correcta, ya que eso arreglará las disparidades de poder en la sociedad, por lo que a las personas que tienen un historial de hacer declaraciones problemáticas se les debe impedir la oportunidad de hacerlo de nuevo al tiempo que sirven de advertencia a los demás.
Las imágenes y los símbolos también pueden ser leídos como la perpetuación de los discursos opresores. Para los activistas que luchan contra los discursos gordófobos — aquellos que implican que ser obeso mórbido es menos saludable o atractivo que ser delgado — los anuncios han sido a menudo el objetivo. La investigación sobre el cáncer ha molestado un par de veces a los activistas de la gordura por sus carteles que hacen referencia a investigaciones que demuestran que la obesidad está relacionada con varias formas de cáncer. Otro anuncio que sugería que una mujer delgada y tonificada estaba “lista para ir a la playa” (y por lo tanto las mujeres obesas no lo estarían) también recibió grandes protestas.
Las recientes protestas de Black Lives Matter se dirigieron a menudo contra estatuas que se perciben como representativas de la historia de la opresión racial y que siguen perpetuando esos discursos por su persistente presencia. En algunos casos era así, por supuesto. La del traficante de esclavos, Edward Colston, fue arrojada al mar de manera sumaria. Sin embargo, mucha gente pensó que desfigurar la estatua de Winston Churchill, tan importante en la guerra contra el fascismo, no era necesario. Este mes, se determinó que el filósofo del siglo XVIII, David Hume, fuese declarado persona non grata y por eso la Torre David Hume de la Universidad de Edimburgo fue rebautizada. La declaración de la Universidad explicaba que esto se debía a que sus “comentarios sobre cuestiones de raza, aunque no eran infrecuentes en aquella época, causaban con razón la angustia de hoy en día”. El discurso de Hume sobre la raza, hace más de dos siglos, se consideraba tan poderoso que la gente marginada podía verse perjudicada al ver su nombre en un edificio hoy en día.
En estos momentos, la persona que los activistas están tratando de “cancelar” de manera más feroz es la escritora, J. K. Rowling. A diferencia de McEnroe y Baker, su crimen de discurso parece haber sido perpetrado a sabiendas, poniéndola justo en medio de los que posiblemente sean los más autoritarios guardianes de la red: los activistas trans.
Rowling comentó en Twitter: “Si el sexo no es real, no hay atracción hacia el mismo sexo. Si el sexo no es real, la realidad vivida de las mujeres a nivel mundial se borra. Conozco y amo a las personas trans, pero al borrar el concepto de sexo se elimina la capacidad de muchos de discutir sus vidas de manera significativa. No es odio decir la verdad”.
Los activistas de Twitter, sin embargo, decidieron que sí era odio y que, además, era peligroso. Rowling, declararon, estaba negando la validez e incluso la existencia misma de las personas trans, creando un ambiente hostil y tránsfobo con su discurso. Estaba perpetuando el discurso opresor de la cisnormatividad y, debido a su enorme plataforma y a la gran influencia que ejercía sobre los jóvenes, estaba cometiendo un acto peligroso y violento. Los actores de las películas de Harry Potter denunciaron las palabras de Rowling, de manera significativa, a menudo repitiendo el mantra “las mujeres trans son mujeres” como si al repetir este discurso afirmativo pudieran deshacer parte del daño causado por la expresión de su escepticismo. Ninguno de ellos intentó abordar su argumento, ni siquiera cuando lo explicó en detalle en un largo ensayo.
Desde entonces, los adversarios de Rowling han hecho todo lo posible para desacreditarla y reducir así la posible influencia de su discurso. Se dice que eligió su pseudónimo, Robert Galbraith, en honor a un terapeuta de conversión de la sexualidad, a pesar de haber dado una explicación completamente diferente de este nombre y nunca haber dicho nada crítico con la homosexualidad.
Vanity Fair acusó a Rowling de demostrar su compromiso con la transfobia en su más reciente libro de Galbraith, Troubled Blood (Sangre problemática). La crítica insiste en que la novela trata de un asesino que mata mujeres con un vestido de mujer, y por lo tanto la moraleja es que las mujeres trans son peligrosas. De hecho, como señala el periodista Nick Cohen en una crítica reciente, el libro no trata de eso en absoluto, aunque hay una o dos frases sobre un asesino que llevaba un abrigo de mujer.
Los intentos de contrarrestar el discurso de Rowling con mantras opuestos, narraciones horribles y tergiversaciones de su trabajo han culminado en la quema literal de sus palabras. Activistas trans y aliados alrededor del mundo se han filmado prendiendo fuego a los libros de Rowling en el sitio de medios sociales, TikTok. El deseo de destruir de manera simbólica las palabras de Rowling en un intento de deshacer el daño percibido por su discurso “transfóbico” sobre el sexo y el género está totalmente de acuerdo con los conceptos de conocimiento, poder y lenguaje presentes en el pensamiento posmoderno.
Esta es la tipología de manifestaciones de la “cultura de la cancelación”, la instancia actual del impulso iliberal, por demasiado humano, de aplicar la voluntad colectiva para acabar con el pensamiento disidente, y deben ser analizadas. Escribimos Cynical Theories para ayudar a entender de dónde procede esta filosofía y, por lo tanto, cómo entender el activismo que la aplca. Con una adecuada comprensión de los fundamentos de la cultura de la cancelación tal y como ha surgido hoy en día, tenemos la mejor oportunidad de minimizar sus impactos perjudiciales y reafirmar las normas liberales que ayudan a mantener a raya algunos de los peores aspectos de la naturaleza humana. A pesar de todo, es nuestra esperanza que esto todavía sea posible.
Helen Pluckrose es una exiliada de las humanidades con intereses de investigación en la escritura religiosa de finales de la Edad Media / principios de la modernidad por y sobre mujeres. Es editora en jefe de Areo. Helen participó en la investigación de “estudios de agravios” y su próximo libro con James Lindsay, Cynical Theories, analiza la evolución del pensamiento posmoderno en la investigación y el activismo.
James Lindsay es doctor en matemáticas. Autor de How to have impossible conversations (Cómo tener conversaciones imposibles), y de otros seis libros más. Sus ensayos han aparecido en Areo, TIME, Scientific American y The Philosophers’ Magazine. Dirigió la investigación “estudios de agravios”. En su libro con Helen Pluckrose, Cynical Theories, analiza la evolución del pensamiento posmoderno en la academia y el activismo. Es cofundador de New Discourses.
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