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La Natividad, la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo: el círculo virtuoso cristiano frente a la moral gris.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.

«La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…» (Rubén Blades dixit)

¡Sin duda, la vida da muchas vueltas! Claro que, aunque la vida sea cíclica hay círculos viciosos y también virtuosos.

Guste más o guste menos, lo mismo me da que, me da lo mismo, la vida de los humanos es cíclica, un interminable retorno. El mito griego de Sísifo.

Según los griegos de hace dos milenios y medio, Sísifo, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.

Mircea Eliade (filósofo, historiador de las religiones y novelista rumano) nos habla de un “eterno retorno”, de una constante regeneración. También el año litúrgico cristiano está fundado en la repetición periódica y real de la Natividad, la Pasión, la muerte y la resurrección de Cristo, es decir, la regeneración personal a través de la reactualización del nacimiento, de la muerte y de la resurrección del Salvador.

Los españoles siguen una vida cíclica pero, vacía o casi sin contenido. Los españoles llevan una vida “light”, superficial, de pensamiento débil, sin apenas valores, relativista. Los españoles son propensos a dejarse influir por los demás, temerosos del “qué dirán”, pues la carencia de valores lleva a la carencia, también, de personalidad, o casi.

«Sorprende que la gran mayoría de quienes dicen ser no practicantes, no ejercientes, sea en cuestiones de religión o de otra índole, lo consideren motivo de orgullo»

Lo que es realmente sorprendente es que, la gran mayoría de no practicantes, de no ejercientes, sea en cuestiones de religión o de otra índole, lo consideran motivo de orgullo, seguros de que lo suyo es un signo de modernidad, de progreso, o, como poco una actitud políticamente correcta. Pero, si ahondamos y no nos quedamos en la superficie acerca de lo que nos cuentan, acabamos encontrando a unas personas profundamente incoherentes, que afirman poseer unas determinadas ideas, y procuran que su vida no se ajuste a esas ideas, lo cual es una actitud poco saludable.

Evidentemente, ser “católico practicante, ejerciente” no consiste -sin más- en ir a misa los domingos y fiestas de guardar, sino tener un compromiso que lleve al individuo a comprometerse con el mensaje evangélico en su vida cotidiana, a traducir en actos las ideas en las que dice que cree, dar testimonio de su fe. Al fin y al cabo, los ateos o los que afirman de sí mismos que son agnósticos, en cierto modo tienen una actitud más decente. Pues, en el fondo, los que afirman ser “católicos no practicantes”, están diciendo de paso que, se avergüenzan de sus creencias.

Por supuesto, afirmar lo de “no soy practicante”, en el ámbito religioso, es lo mismo que decir: yo soy demócrata, pero… mi forma de entender la democracia no consiste en “ser demócrata militante”. ¿Y, entonces en qué consiste?

«Estamos hablando de hombres y mujeres de “moral gris”, gente que considera que no hay que ser “rotundo” al hablar de compromisos éticos»

Efectivamente, estamos hablando de hombres y mujeres de “moral gris”, gente que considera que no hay que ser “rotundo” al hablar de compromisos éticos, de comportamientos moralmente aceptables.

Si una persona es educada en “la virtud” (decía un tal Aristóteles que la virtud es un hábito, resultado de la repetición, del entrenamiento), en el pensamiento racional, en el conocimiento de lo que es correcto, inevitablemente debería acabar actuando bien, pues no le debería quedar otra opción, pues si conoce qué es lo correcto, en coherencia no debería elegir lo incorrecto, debería evitar ser incoherente e inmoral y debería impedir dejarse llevar por el capricho y el deseo. Y, evidentemente, si uno actúa de forma justa, éticamente correcta, su actuación lo tiene que llevar a ser feliz, a sentirse a gusto consigo mismo, a disfrutar de la alegría de hacer lo correcto.

¿Y qué responsabilidad tiene la Iglesia Católica en todo esto? Pues, indudablemente mucha, muchísima.

«Las enseñanzas de la Iglesia dicen con rotundidad que, la familia es la unidad básica de la convivencia y de evangelización»

Las enseñanzas de la Iglesia dicen con rotundidad que, la familia es la unidad básica de la convivencia y de evangelización. La Iglesia Católica afirma sin rodeos que el lugar en el que se educa a los miembros de la comunidad es la familia, en la cual, supuestamente ha de vivirse cristianamente (no olvidemos el compromiso adquirido por los cónyuges respecto de cómo ha de ser su convivencia y respecto de cómo han de educar a los hijos). Debemos suponer que, cuando los hijos pasan a ser catecúmenos, ya sea para prepararse para la primera comunión, como la enseñanza que reciben en los centros de estudios; lo que se pretende es reforzar y profundizar en lo ya “sembrado” en la familia…

Pues, algo está fallando, sin duda. Cualquiera que sepa qué se está “vendiendo” en las clases de religión de los diversos centros de estudio (enseñanza primaria, secundaria, bachillerato, e incluso enseñanza universitaria), también sabe que los conocimientos que se imparten son light, superficiales, y forman parte de lo que se viene narrando desde más arriba.

¿Para qué sirve la presencia de profesores de religión católica en los centros de estudios, si lo único que hacen es poner películas y documentales más o menos entretenidos, divertidos, o actividades de manualidades, o periódicamente llevar a los alumnos de excursión si “se portan bien y no molestan”?

Llama poderosamente la atención que, la jerarquía de la Iglesia Católica, poseyendo documentos valiosísimos, en los que se proponen acciones muy concretas para evangelizar, estar presentes en la vida de los españoles, y en suma, tener una mayor capacidad de influencia; se limite a conformarse con la presencia de profesores, sin más, en los centros de enseñanza, aparte de asegurarse que el gobierno de turno recaude dinero de los católicos mediante la casilla de la declaración anual de la renta…

«Al paso que vamos, la Iglesia Católica será en España algo intrascendente, insignificante, sin capacidad o influencia de clase alguna…»

Al paso que vamos, la Iglesia Católica será en España algo intrascendente, insignificante, sin capacidad ni influencia de clase alguna… Es posible que para alguno sea motivo de regocijo, pero, para otros una triste noticia, en esta España nuestra que camina sin rumbo, hacia el abismo.

Antes de terminar, voy a citar algo que suelo comentar con gente, católicos practicantes, de los que participan en “cursillos de cristiandad” y similares; me refiero al Directorio de la Pastoral Familiar de Iglesia Española, documento del año 2003, de plena actualidad. En él, entre otras muchas cuestiones, como la necesidad de implantar y generalizar la custodia compartida en los casos de divorcio; se plantea la necesidad de crear Centros Diocesanos de Orientación y Mediación Familiar. Pasados veinte años, ¿quién conoce su existencia?

¿Imaginan la enorme aceptación que estos Centros de Orientación y Mediación Familiar tendrían si se pusieran realmente en marcha, y funcionaran a pleno rendimiento, ante la profunda crisis que atraviesa la institución familiar, el enorme problema de los divorcios (para menores y adultos), el ridículo número de nacimientos, los embarazos no deseados, las terribles cifras anuales de abortos, el auge de la ideología de «género», etc.? 

Sin duda alguna, la Iglesia Católica de España conseguiría un enorme éxito…

¿Por qué calla la Iglesia ante realidades tan importantes y terribles como las que nombro?

En la actualidad, quienes acuden a misa son “cuatro gatos” (mejor dicho “gatas”) de avanzada edad y algunos jóvenes que aún les atrae juntarse para acompañar al cura con canciones e instrumentos musicales; pronto todo ello será una reliquia del pasado. Tampoco debemos olvidar el factor añadido de la crisis de vocaciones sacerdotales… 

Preparémonos que vienen malos tiempos.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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