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La Navidad y los cretinos

Todos los años por estas fechas recibimos felicitaciones que hacen patéticas contorsiones para evitar alusiones al hecho religioso. Vemos imágenes de un árbol nevado, un copo de nieve, una hoja de acebo o un paisaje montañoso para acompañar la locución «Felices fiestas». Nada de Navidad, Jesús o Dios. Como si fuera un puente largo, un «acueducto» que dicen los enterados. 

No falta el que se alegra por un nuevo solsticio de invierno con la idea de contraponer la naturaleza a Dios, pero pone la calefacción o se marcha a pasar la Navidad a Canarias. Vaya por delante que no es obligatorio ser cristiano, ni celebrar estas fechas. Ni siquiera felicitar a nadie. A lo que debería obligarse la gente es a no ser ridícula o hipócrita, y mucho menos a aparentar distanciamiento con la Navidad para no parecer antiguo o carca. Un consejo: sea libre, por supuesto, pero no convierta a los demás en espectadores de su fe progresista. 

Este cretinismo navideño que se reproduce anualmente está muy vinculado con la revolución del desconocimiento y la religión del progreso. Lo primero es sencillo. No hace falta más que controlar la escuela durante varias generaciones. Lo importante en la educación es la construcción de ciudadanos, no de adultos. Por eso se elimina la memorización de nombres y fechas, y el dogma sustituye al razonamiento. La escuela habrá conseguido su objetivo si los chicos acaban saliendo con una estructura mental progresista en religión, medio ambiente y sexualidad. De ahí que las lecturas para los estudiantes preuniversitarios sean para ejemplificar el mundo perfecto que quiere el progresismo, no para el libre desarrollo individual.  

Tras varias generaciones de pedagogía progresista en la escuela hemos tenido que bajar el nivel en la Universidad. Los textos que se proporcionan en las asignaturas tienen que ser cortos, escritos con palabras sencillas en frases breves. Lo audiovisual ha sustituido a la lectura. Las bibliotecas se llenan para estudiar los apuntes, no para consultar libros y ampliar conocimiento. La memorización ha sido arrinconada, y escribir con la mano es del siglo XX. Se priva así de instrumentos naturales de aprendizaje que se han demostrado eficaces desde hace siglos. Pero si lo dice un pedagogo que quiere «un mundo mejor» (o un mundo feliz), qué vamos a saber los docentes. 

Michel Onfray, reconocido ateo, lo cuenta en Teoría de la dictadura (Ediciones el Gallo de Oro, 2024). Este filósofo francés dice que la religión del progreso está construyendo «generaciones de cretinos». La libertad, apunta, ya no existe. Estamos constante y voluntariamente vigilados. Se puede elaborar un expediente con cada palabra que decimos o escribimos, cada acción o decisión. Esta exposición pública y su control se cuenta como un signo de progreso y modernidad. Cuantos mayores sean los registros, más progresista es la medida política. Por supuesto, quienes lo critican se convierten en «reaccionarios». Esa información sirve, cuenta Onfray, para que la elite maneje a la masa. 

«Una opinión es igual o superior que todo el conocimiento. La sensibilidad es más respetable que la ciencia o la razón»

Ese manejo se fundamenta, dice, en destruir la lengua, vaciar de contenido el significado de las palabras para darles otro, construir lenguajes inclusivos que dificultan la comunicación, restar importancia a la gramática y al idioma propio, y dejar de escribir a mano. La literatura y la ensayística se han transformado en un producto «juvenil», apunta Onfray, asequible a cualquier analfabeto funcional, y dedicado en gran parte a propagar el «catecismo posmoderno» sobre la naturaleza, la sexualidad o las razas. Además, cada vez se da menos importancia a leer, incluso entre profesores y estudiantes. La paradoja es que ya «no hay necesidad de quemar libros». Solo hay que ignorarlos. 

Y es que la verdad ha muerto porque ha triunfado el posmodernismo. Una opinión es igual o superior que todo el conocimiento. La sensibilidad es más respetable que la ciencia o la razón. Lo que conocíamos se presenta como meros constructos culturales sin que a su demolición se edifique nada. Para esto es preciso no enseñar Historia, sino mostrar ejemplos del pasado que sirvan para edificar el futuro proyectado por el progresismo. 

Es el triunfo de la «moralina» tal y como la describió Nietzsche, que es una adicción a encontrar una lección moral en todo. Y si no se halla, se inventa. La moralina destruye el conocimiento científico porque vincula el trabajo académico a su rendimiento político, a su éxito como apostilla del dogma progresista. Pero no solo eso, dice Onfray, sino que fomenta el odio a quien no comulga con la religión del progreso. Por eso la gente prefiere repetir las consignas y no meterse en líos. 

El filósofo termina con algunas sentencias graves para los «cretinos»: el progresismo ha destruido la libertad, empobrecido el lenguaje, abolido la verdad, suprimido la historia y la naturaleza, propagado el odio, y fomentado la uniformidad. ¿Qué mayor felicidad que ser todos iguales?

«No estoy seguro de querer ser progresista», termina Onfray. Quizá tenga razón. Piénselo usted. Yo seguiré felicitando la Navidad como cada año.

Jorge Vilches

@Jorge_Vilches

FUENTE: https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-12-24/la-navidad-y-los-cretinos/

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RedaccionVozIberica

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