La política arancelaria de Donald Trump, el fin del libre comercio y el nuevo pacto mundial entre imperios zombis

En abril de 2025, Donald Trump proclamó la imposición de aranceles masivos a miles de productos extranjeros, en un acto que denominó “El Día de la Liberación”. Esta medida, presentada como una emancipación económica nacional, ha generado tanto admiración como críticas feroces. Sin embargo, detrás de la retórica populista y las aparentes contradicciones económicas, se esconde un fenómeno más profundo: un rediseño global del comercio internacional, impulsado por las grandes potencias —Estados Unidos, China y la Unión Europea— en su lucha por adaptarse a los desafíos del siglo XXI.

Los aranceles: un arma de doble filo

Los aranceles son, esencialmente, impuestos a las importaciones. Aunque Trump los presenta como un castigo a las economías extranjeras, la realidad es que estos gravámenes recaen sobre los propios consumidores estadounidenses. Cada dólar recaudado por el Estado mediante aranceles es un dólar menos en el bolsillo del ciudadano. Además, en un mundo interconectado por cadenas de suministro globales, los aranceles no solo encarecen los productos finales, sino también los componentes intermedios necesarios para fabricarlos.

Por ejemplo, un automóvil ensamblado en Detroit puede depender de chips taiwaneses, acero mexicano y baterías chinas. Penalizar a los proveedores internacionales no solo incrementa el costo del producto final, sino que también afecta la competitividad de las industrias nacionales. En este contexto, los aranceles se convierten en una herramienta contraproducente que dispara al corazón mismo del capitalismo estadounidense.

La falacia del mercantilismo: bananos y Cadillacs

Trump parece aferrarse a una visión mercantilista del comercio internacional, en la que exportar es ganar e importar es perder. Esta lógica de suma cero pertenece al siglo XVIII y no refleja la realidad del comercio moderno. Cuando Estados Unidos importa bananos guatemaltecos y exporta software o tecnología avanzada, ambas partes se benefician mediante la especialización y la cooperación.

La obsesión por equilibrar la balanza comercial mediante aranceles no solo es ineficaz, sino también destructiva. Imponer gravámenes elevados a productos como los bananos para incentivar el consumo de bienes nacionales equivale a sabotear la eficiencia económica. El consumidor paga más por productos básicos; los productores extranjeros pierden mercados; y las industrias nacionales enfrentan costos inflados.

Los déficits comerciales no son necesariamente indicadores de decadencia económica. Países con alta inversión extranjera y monedas fuertes pueden mantener déficits comerciales persistentes mientras prosperan. Lo que realmente importa es la capacidad de atraer capital y fomentar la productividad interna.

El espejismo de la moneda débil

Además de los aranceles, Trump ha defendido una política de dólar débil como estrategia para hacer más competitivos los productos estadounidenses. Sin embargo, esta idea es otra falacia económica. Una moneda fuerte refleja confianza internacional, permite importar bienes más baratos y protege el poder adquisitivo del ciudadano. Por el contrario, una moneda débil empobrece al consumidor al encarecer las importaciones y desincentivar el ahorro.

La historia económica ofrece ejemplos claros: Alemania y Japón lograron mantener monedas fuertes durante décadas sin perder competitividad industrial. Si la debilidad monetaria fuera sinónimo de éxito económico, países como Argentina serían líderes mundiales en prosperidad. En cambio, el proteccionismo combinado con una moneda débil tiende a generar inflación, estancamiento económico e industrias ineficientes.

El caso argentino: una advertencia para EE. UU.

Argentina sirve como un espejo invertido para Estados Unidos. Durante décadas, el país sudamericano aplicó políticas proteccionistas y devaluaciones monetarias que llevaron a industrias poco competitivas y pobreza estructural. La autosuficiencia económica promovida por sus líderes resultó ser una ilusión costosa que aisló al país del comercio global.

Trump parece seguir un camino similar al creer que puede transformar a Estados Unidos en una economía autosuficiente mediante medidas proteccionistas. Sin embargo, sin reglas claras y respeto por el libre comercio global, incluso la economía más poderosa del mundo corre el riesgo de caer en el estancamiento.

La hipótesis del pacto oculto: un rediseño global

Más allá de las aparentes contradicciones económicas, algunos analistas sugieren que las políticas proteccionistas de Trump es posible que formen parte de un pacto tácito, oculto, entre las grandes potencias —Estados Unidos, China y la Unión Europea— para rediseñar las reglas del comercio mundial. Estas economías enfrentan desafíos similares: deuda pública creciente, envejecimiento demográfico y pérdida de competitividad industrial.

El proteccionismo podría ser una estrategia compartida para desglobalizar selectivamente sectores estratégicos, reindustrializar economías nacionales y recuperar control sobre áreas clave como tecnología o energía. Los aranceles no buscan destruir el comercio global sino reconfigurarlo bajo nuevas reglas más estatistas y menos abiertas.

Este “gran reinicio” económico busca ajustar el comercio internacional a las necesidades políticas y sociales actuales. Las tensiones comerciales podrían ser menos una guerra real y más una simulación destinada a justificar cambios estructurales profundos.

El caos como herramienta estratégica

Las políticas proteccionistas han generado volatilidad en los mercados financieros internacionales. Las bolsas han caído; los inversores buscan refugio en activos seguros como el oro; y las cadenas de suministro se enfrentan a interrupciones significativas. Sin embargo, este caos podría ser parte del plan estratégico: un mundo más caótico ofrece oportunidades para rediseñar reglas económicas según intereses específicos.

En este contexto, algunos sectores ven el caos como una oportunidad para destruir distorsiones previas o ciertas regulaciones y construir un nuevo orden económico global más controlado.

La parábola del lápiz: cooperación global vs intervención estatal

El célebre ensayo “Yo, el lápiz” de Leonard Read ilustra cómo incluso objetos simples como un lápiz dependen de una colaboración global espontánea entre miles de personas y procesos descentralizados. Este sistema funciona gracias al libre comercio y a precios no manipulados por intervenciones estatales.

Las políticas proteccionistas distorsionan este sistema natural al imponer barreras artificiales que encarecen productos básicos e interrumpen cadenas productivas eficientes. En lugar de fortalecer economías nacionales, estas medidas generan ineficiencias generalizadas.

Conclusión: ¿el fin del libre comercio?

El “Día de la Liberación” proclamado por Trump no es solo una cruzada populista ni un error económico aislado; es parte de una tendencia global hacia un sistema económico menos interdependiente y más controlado por los estados nacionales. Si bien estas medidas buscan responder a desafíos internos como deuda o descontento social, también amenazan con fragmentar aún más el comercio internacional.

El libre comercio está siendo reemplazado gradualmente por un modelo híbrido donde imperan los intereses estratégicos sobre la eficiencia económica global. La pregunta ya no es si habrá más proteccionismo, sino cómo afectará este nuevo paradigma a consumidores e industrias en todo el mundo. El “Día de la Liberación” podría no ser más que un preludio de un nuevo orden económico global donde los aranceles, las devaluaciones y las alianzas estratégicas configuren un comercio menos libre, pero más controlado, por los grandes actores internacionales.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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