Francisco Rubiales
La democracia nace como resultado de la lucha del pueblo contra los abusos del absolutismo monárquico y los privilegios de la nobleza y el clero. Es un alzamiento del pueblo contra las injusticias, diferencias y privilegios que los poderosos disfrutaron a lo largo de la historia. La democracia, desde el punto de vista histórico, no es otra cosa que la materialización de la lucha de la gente contra los privilegios y abusos de los poderosos. Dicho de otro modo: la democracia es el resultado de las luchas por la libertad que han tenido lugar en la Historia. En el presente, la democracia sólo se entiende como un sistema ideado para doblegar el poder del Estado y de las castas que se han enquistado en él, apoderándose de sus recursos y resortes.
La democracia, en estos inicios del siglo XXI, no se entiende ni existe sin una lucha ciudadana contra el establecimiento de cualquier tipo de relación de dominio. La rebelión contra el poder, sobre todo cuando éste es inmoral, corrupto y abusivo, es una condición fundamental de la democracia.
En España del presente, el abuso de poder, el imperio de la injusticia y la mentira, la corrupción y el poder que se otorga a los enemigos de España exigen del pueblo que se rebele e imponga una democracia auténtica en lugar de la falsa democracia corrompida que han impuesto el PSOE, el PP y sus socios separatistas y golpistas.
En la España actual, ser demócratas implica oponerse a los privilegios de «la casta» política, a la corrupción y a un gobierno que no se ruboriza cuando legisla y gobierna contra la voluntad de las mayorías, como hace Sánchez con frecuencia desesperante.
Para colmo de males, ahora está maquinando para imponer una amnistía que no cabe en la Constitución y para hacerla legal piensa utilizar al presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde Pumpido, un socialista sometido al sanchismo que parece capaz de acuchillar la Carta Magna con tal de beneficiar a su partido.
La democracia, en la España actual, exige salir a las calles para gritarle «Chorizos» a los políticos que han aprendido a convivir con la corrupción y el abuso, exigiendo que sean sustituidos por personas decentes y horadas. En ningún otro país de Europa está tan justificado como en España un boicot a la clase política y una rebelión de ciudadanos exigiendo democracia y limpieza.
Algunos lectores de este blog y muchos demócratas, cansados de soportar a miserables en el gobierno, se formulan, preocupados, la siguiente pregunta: ¿Para qué sirve la crítica al poder?
Yo les digo que la crítica es vital para la democracia y esencial para el ejercicio de la ciudadanía. Es la puerta de entrada a la regeneración y el paso previo necesario para cualquier crecimiento o reforma del sistema. La crítica debilita, primero, al poder; dificulta los abusos y pone en ridículo al corrupto y al canalla. Sólo cuando el poder se siente débil, es capaz de asumir las reformas y cambios necesarios.
Vivimos tiempos totalitarios. La acumulación de capital se ha convertido en el fin último y en el parámetro en función del cual se diseñan las políticas, se dictan las leyes y se organiza el sistema. Cuando esto ocurre, cuando el fin de la política no es el bien común sino el provecho y el beneficio de los poderosos, entonces está justificado hablar de totalitarismo.
No se puede ser demócrata sin, al mismo tiempo, ser rebelde. No es cierto que el poder sea invulnerable e invencible porque es frágil y asustadizo cuando se le hace frente desde la ciudadanía. Existen muchas armas para combatirlo y un demócrata auténtico está obligado a utilizarlas. No basta con leer blogs críticos y difundir ideas críticas. Hay otras muchas formas de oponerse al abuso y a la injusticia, como el boicot y las manifestaciones. Nadie entiende por qué las calles de España no están llenas de ciudadanos decentes pidiendo la cárcel para los chorizos o la dimisión de un Sánchez que nos conduce al precipicio.
El gran problema de España es que está llena de cobardes.
En nuestros tiempos presentes hay cuatro tipos de ciudadanos: los «gladiadores», inquietos y luchadores, demócratas siempre críticos y en busca del bien común, la justicia y otros valores básicos, los «espectadores», que se limitan a contemplar el espectáculo, siempre dominados por el miedo, al que llaman prudencia, los «ausentes», gente que simplemente pasa de todo, y los «fanáticos», tipos sin ideología ni principios, que se venden al mejor postor y que sólo buscan su propio interés, aunque se vistan de fanatismo y aparenten participar en la Historia.
Este blog, que ha elegido el nombre de «Voto en Blanco» porque ese voto es un símbolo del rechazo a la política degradada y mendaz, pretende ser una escuela de «gladiadores».
Francisco Rubiales
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