Javier Benegas
a gran cuestión de nuestro tiempo es averiguar cómo ha sido posible que la caída del Muro de Berlín y la consiguiente derrota del comunismo, lejos de asegurar la libertad en Occidente, haya dado paso en apenas tres décadas a la proliferación de políticas y legislaciones con un fuerte aroma totalitario, como las derivadas de la emergencia climática, el decrecimiento económico y el cuestionamiento de la libertad de expresión, tres palancas regulatorias que cooperan sospechosamente en la consecución de otras tantas aspiraciones tradicionalmente comunistas: la erradicación del capitalismo, la abolición de la democracia y el remplazo de la libertad individual por el colectivismo.
Pero los nuevos comunistas no sólo nos están llevando de vuelta al pasado, se las han ingeniado para que denunciar sus maniobras pueda ser considerado antidemocrático. Los hijos del viejo comunismo están dando la vuelta a la derrota del padre con la complicidad de la mayoría de políticos y medios de información occidentales, los cuales acusan a quienes advierten del peligro de ser los mensajeros del fascismo.
FUENTE: https://disidentia.com/la-siniestra-y-exitosa-venganza-contra-el-mundo-libre/
El contenido de este artículo, como en las buenas películas de intriga, irá de menos a más
El método que se me ocurre para desentrañar este misterio es el que se utiliza para desliar las madejas: escoger un pequeño hilo e ir tirando de él suavemente y con cuidado. Así partiremos desde la anécdota, de un personaje singular, Claudia Sheinbaum, recientemente investida presidente de México, para, tirando del hilo de su devenir académico y político, llegar al nudo gordiano de retroceso Occidental.
Le pido pues, querido lector, que sea paciente en este viaje, se acomode y llegue hasta final del trayecto, poque probablemente me lo agradecerá. Por mi parte prometo que el contenido de este artículo, como en las buenas películas de intriga, irá de menos a más.
Como decía al principio, Claudia Sheinbaum, también conocida como La doctora o Dra. Claudia Sheinbaum, se ha convertido en la nueva presidente de México tras una aplastante victoria en las elecciones del 2 de junio de este mismo año. Nada más certificarse los resultados, los analistas advertían que Sheinbaum iba a acumular más poder a lo largo del sexenio de su mandato que su predecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Y me temo que tienen razón.
De entrada, la presidencia de Claudia Sheinbaum se va a beneficiar de la polémica reforma de la Justicia mexicana (en realidad, reforma del proceso de confección de los tribunales federales) que le permitirá a ella y a su partido, Morena, controlar el nombramiento de los jueces encargados de dirimir la constitucionalidad de las reformas legislativas que la propia presidenta piensa llevar a cabo. Gracias a esta reforma, Sheinbaum tendrá carta blanca para convertir México en un Estado definitivamente totalitario controlado al alimón por comunistas y cárteles mafiosos.
Si en México ha tenido lugar algo parecido a un genocidio, el responsable no fue de Hernán Cortés, cuyos aliados curiosamente fueron los propios indígenas, sino los gobernantes mejicanos actuales
En España poco o nada sabíamos de Claudia Sheinbaum hasta que decidió vetar la asistencia de S.M. el Rey Don Felipe VI al acto de su investidura. La razón esgrimida fue que nuestro rey no había respondido a la carta que en su día le remitió el entonces presidente AMLO, y en la que se le exigía disculparse por la conquista de México, un hito histórico que tuvo lugar hace más de cinco siglos. Con este veto, Sheinbaum incorporaba oficialmente a su presidencia el relato indigenista, según el cual el descubrimiento de América no fue una hazaña digna de ser conmemorada sino un abominable genocidio imperialista.
No me detendré en demostrar hasta qué punto Claudia Sheinbaum desbarra. Sólo diré que, si en México ha tenido lugar algo parecido a un genocidio, el responsable no fue de Hernán Cortés, cuyos aliados curiosamente fueron los propios indígenas, sino los gobernantes mejicanos actuales.
Durante los primeros cuatro años y medio del mandato de AMLO, México registró 160.594 homicidios, a los que hay que sumar más de 111.000 desaparecidos. Estas cifras pavorosas convierten al México del siglo XXI en uno de los pocos países del mundo donde las personas son asesinadas en masa o hechas desaparecer, lo que viene a ser lo mismo pero sin cadáveres que identificar.
Ante cifras tan espantosas, el presidente saliente en vez de entonar el mea culpa se ha dedicado a acusar a las personas preocupadas por la búsqueda de los desaparecidos de sufrir “delirio de necrofilia”. Para este siniestro personaje, 111.000 mejicanos desparecidos son pelillos que echar a la mar. Esta es catadura moral de AMLO, de su partido, Morena, y claro está de su protegida Sheinbaum quien, por su parte, siendo la primera alcaldesa de la Ciudad de México en 2019, prometió erradicar la violencia contra las mujeres. Sin embargo, el número de mujeres asesinadas en la capital mexicana durante su mandato no disminuyó, aumentó.
La arrasadora victoria electoral de Claudia Sheinbaum tiene sombras muy oscuras. Una de ellas es la violencia política que ha condicionado fuertemente el proceso electoral. Más de dos docenas de candidatos fueron asesinados antes de las elecciones del 2 de junio y cientos más abandonaron por miedo a correr la misma suerte. En abril, dos candidatos a alcaldes fueron encontrados muertos en un solo día.
El aumento de asesinatos políticos se atribuye principalmente a los cárteles y otras organizaciones del crimen organizado que llevan a cabo su propio proceso electoral eliminando a candidatos hostiles. Al fin y al cabo, no hay mejor momento que las elecciones más importantes de la historia de México para demostrar quiénes tomarán las decisiones en los próximos años. De ahí que más arriba apuntara que México va a ser gobernado por una especie de joint venture de comunistas y mafiosos.
En marzo, por ejemplo, el alcalde de la ciudad costera de Zipolite, en el estado de Oaxaca (sur de México) fue asesinado a tiros a plena luz del día frente a la sede del ayuntamiento. El incidente pasó totalmente desapercibido para la prensa, pero en la ciudad todos sabían que “ellos” le habían advertido. “Ellos” eran el grupo de narcotráfico que controlaba la zona, cuyas operaciones, según parece, el alcalde estaba perjudicando. Preguntado un residente en esa ciudad sobre posibles candidatos que reemplazaran al alcalde, su respuesta fue: “Nadie quiere el puesto”. Si extrapolamos el caso de Zipolite a todo México podremos hacernos una idea de lo “libres” que fueron realmente las elecciones de junio.
Pero volviendo al verdadero motivo de este post, que es tirar del hilo de la madeja totalitaria en la que ha está enredado el llamado mundo libre, lo primero es averiguar quién es exactamente Claudia Sheinbaum, cuáles son sus objetivos y desde cuándo y desde dónde se ha dedicado a promoverlos. Así descubriremos que esta señora no sólo trabaja con ahínco para llevar a México al lado oscuro de la fuerza, sino que forma parte de una suerte de nuevos jemeres rojos con vocación transnacional. Comunistas que, a través de la Academia, donde ya han impuesto su doctrina, se han ido infiltrando en instituciones nacionales e internacionales con el objetivo de acabar con el capitalismo y la libertad individual.
Puede parecer exagerado asociar a los comunistas actuales, como Claudia Sheinbaum, con los terribles Jemeres Rojos. Pero si se analiza detenidamente encontraremos paralelismos tan interesantes como preocupantes.
Para quienes no sepan quienes fueron los Jemeres Rojos, ni cuales sus logros, este título hace referencia a los miembros del Partido Comunista de Kampuchea (actual Camboya) que, tras la guerra de Vietnam, la salida de los Estados Unidos y el derrocamiento del general Lon Nol, tomaron el poder en abril de 1975. Durante los cuatro años que duró su régimen, desde abril de 1975 a enero de 1979, entre dos y tres millones de camboyanos fueron exterminados, una horquilla que representa en el mejor de los casos la cuarta parte de la población de ese pequeño país. Esta colosal matanza se conoce como el “genocidio camboyano”.
la nueva presidenta de México comparte las tres condiciones clave que, proyectadas desde el poder, asolaron Camboya: sólida formación académica, ambición desmesurada y vehemencia ideológica
Había un aspecto especialmente llamativo en el perfil de los Jemeres Rojos que no se correspondía con el habitual de los habitantes de Camboya, un país que en 1975 era muy pobre y abrumadoramente campesino: todos contaban con una sólida formación académica. A esta singularidad se añadían dos características propias del carácter: la ambición desmesurada y la vehemencia ideológica. Estos tres rasgos combinados y proyectados a través del ejercicio de un poder dictatorial resultaron letales para los camboyanos.
Evidentemente, no estoy diciendo que Claudia Sheinbaum sea Pol Pot. Lo que digo y sostengo es que la nueva presidenta de México comparte las tres condiciones clave que, proyectadas desde el poder, asolaron Camboya: sólida formación académica, ambición desmesurada y vehemencia ideológica.
Sheinbaum no proviene de una familia humilde, ni en lo material ni en lo intelectual. Es hija del químico, comerciante de joyas y militante del Partido Comunista de México Carlos Sheinbaum Yoselevitz y la bióloga Annie Pardo. Al contrario que muchos mejicanos, Sheinbaum no tuvo que ponerse a trabajar según alcanzó la adolescencia. Fue una joven privilegiada. Cursó estudios universitarios en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde, en 1989, obtuvo la licenciatura en física. Y más tarde, en 1994, obtuvo el grado de Maestría en Ingeniería Energética.
Sheinbaum completó su formación en el extranjero, concretamente en California donde realizó su trabajo de investigación para el doctorado en el Lawrence Berkeley Laboratory, un centro perteneciente a la Universidad de California. Se da la circunstancia de que esta universidad es cada vez más popular por la promoción de la agenda DEI (diversidad, equidad e inclusión) que por su excelencia académica. De hecho, el vasto complejo universitario del estado de California es considerado el centro neurálgico del movimiento woke. Movimiento cuya máxima política es cuestionarlo todo: instituciones, valores, a los demás, sistemas de pensamiento e incluso lenguaje. El movimiento woke consiste en evaluar todo lo que es político para limpiar y eliminar aquello que hace más daño que bien. Dicho en plata, cultura de la cancelación.
En cuanto Sheinbaum tuvo su currículum bien pertrechado, empezó a prodigarse en programas de estudios y a realizar trabajos de asesoría en instituciones enfocadas en cuestiones energéticas y medioambientales. Trayectoria que culminaría en 2007 con su incorporación al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU. En la actualidad, el nombre de Claudia Sheinbaum aparece en decenas de artículos y publicaciones académicas sobre cambio climático.
Que Sheinbaum orientara su carrera hacia el cambio climático no parece una casualidad. Recordemos que una de las tres principales palancas regulatorias que están transformado el liberal modelo occidental en otro autoritario y a la postre en totalitario es la emergencia climática.
La emergencia climática es una de las más potentes herramientas de la cultura de la cancelación. Lo es porque, elevada a la categoría de dogma de fe, permite silenciar y arrojar a la hoguera de la opinión pública a quienes manifiesten el menor escepticismo, no ya hacia sus postulados de base, sino respecto de la eficacia de sus propuestas. Para ser calificado de negacionista no hace falta descreer de la profecía del apocalipsis climático, basta con advertir que el modelo propuesto para combatirlo, la transición energética, lejos de salvar el planeta servirá para arruinar a una parte muy concreta de la humanidad: exactamente la que corresponde a los países occidentales.
A través de la emergencia climática confluyen ideólogos —más que científicos— provenientes de todos los rincones del planeta, para después, una vez bien coordinados y aleccionados, desplegarse en los consejos asesores de gobiernos locales por todo el mundo y ejercer de evangelizadores globales
Pero la emergencia climática va muchos más allá en lo que respecta a la cultura de la cancelación. No sólo sirve para cancelar opiniones, sino también usos y costumbres como el uso del automóvil privado, los viajes en avión, el turismo de masas, el consumo de carne o la climatización. Además, tiene una característica que amplifica su poder cancelador: su dimensión transnacional. A través de la emergencia climática confluyen ideólogos —más que científicos— provenientes de todos los rincones del planeta, para después, una vez bien coordinados y aleccionados, desplegarse en los consejos asesores de gobiernos locales por todo el mundo y ejercer de evangelizadores globales. Entre estos nuevos clérigos está Clara Sheinbaum, una mujer privilegiada, bien educada, comunista declarada… y ahora presidente de México.
Ha llevado demasiado tiempo tomar conciencia de la amenaza que supone para la libertad y la democracia la cultura de la cancelación, que es netamente izquierdista. Hace apenas una década ni siquiera existía una expresión con la que identificar esta amenaza. Fue en 2015 cuando se le puso un nombre. Pero fueron necesarios algunos años más para que ese nombre se popularizara y asociara con algunas de las actitudes que pretende denunciar.
La primera advertencia rigurosa sobre esta peligrosa deriva la encontramos en El cierre de la mente moderna (1987), del filósofo Allan Bloom. En su libro, Bloom apunta a diferentes problemas, como el relativismo moral, el abandono de la lectura de las grandes obras del pensamiento occidental o el “nihilismo al estilo norteamericano”.
La «democratización» de la universidad había llevado a su «politización»: la educación ahora tenía que servir exclusivamente al objetivo de la igualdad
Pero Bloom apuntó también otras razones. Si bien celebraba el éxito del movimiento de derechos civiles, consideraba que la década de 1960, cuyos frutos empezaron a recogerse en la década de 1970, había sido un desastre para la vida intelectual en el mundo académico. La «democratización» de la universidad había llevado a su «politización»: la educación ahora tenía que servir exclusivamente al objetivo de la igualdad (recuerde la agenda DEI, diversidad, equidad e inclusión, de las universidades actuales). La conclusión de Bloom fue que una vez que la universidad cayera, la democracia misma caería después.
En mi opinión la universidad cayó hace tiempo en manos de los nuevos jemeres rojos. Lo que queda por ver es cuándo lo hará la democracia.
Existen indicios de que China podría estar utilizando la agenda climática para obtener ventajas geopolíticas, aunque la evidencia directa es difícil de probar. China ha invertido fuertemente en tecnologías limpias y se ha convertido en el principal proveedor mundial de paneles solares, baterías de litio y otras tecnologías esenciales para la transición energética. Al dominar estos sectores, China puede influir sobre el acceso a recursos clave en las economías occidentales que buscan descarbonizarse rápidamente, lo que le otorga una ventaja estratégica en términos de suministro global.
China, además, ha sido activa en negociaciones sobre el clima, como en las conferencias de las Naciones Unidas (COP), y aunque se presenta como un líder ambiental en ciertos foros, se ha resistido a compromisos estrictos en cuanto a la reducción de emisiones a corto plazo. Al presentarse como una nación que respalda la lucha climática, China mejora su imagen global, mientras que muchos críticos afirman que sigue expandiendo su dependencia de fuentes energéticas contaminantes como el carbón.
China también podría estar incentivando indirectamente movimientos activistas ambientalistas en Occidente, que abogan por restricciones en la producción de combustibles fósiles y otras actividades industriales, lo que debilita las economías de países rivales
Algunos analistas sugieren que mientras los países occidentales adoptan objetivos ambiciosos bajo el Acuerdo de París, China utiliza su condición de país en desarrollo para evitar compromisos más estrictos a corto plazo, lo que le permite seguir desarrollando su industria y economía sin las mismas limitaciones que los países occidentales. Este enfoque ventajista ha generado críticas de que China se beneficia de las restricciones que ella misma incentiva y suscribe pero que sólo afectan a los países occidentales.
China también podría estar incentivando indirectamente movimientos activistas ambientalistas en Occidente, que abogan por restricciones en la producción de combustibles fósiles y otras actividades industriales, lo que debilita las economías de países rivales. Sin embargo, la complejidad de la ingeniería financiera a la que hoy día pueden recurrir desde asociaciones criminales hasta gobiernos, como el chino, para no dejar rastro de sus operaciones hacen muy difícil encontrar pruebas concluyentes que respalden una conexión concreta entre China y los grupos activistas ecológicos. Pero, aunque no pueda demostrarse, algo huele a podrido.
A nivel nacional, Alemania está enfrentando un proceso de desindustrialización a medida que las industrias manufactureras enfrentan una presión creciente por los altos costos de la energía, regulaciones medioambientales y competencia global procedente especialmente, cómo no, de China.
Gracias a la lenta pero constante labor de erosión de los grupos comunistas renombrados como los verdes, con logros sorprendentes, como la erradicación de las centrales nucleares sancionada en su día por Angela Merkel, la región del Ruhr, una de las principales áreas industriales de Alemania, está experimentando una desindustrialización similar a lo que tuvo lugar en Detroit tras la crisis del petróleo de los años 70.
Si un país tradicionalmente competitivo e industrialmente sobresaliente como Alemania está sucumbiendo a la labor de zapa del viejo comunismo travestido en salvador del planeta, qué será de otros países europeos, como España
La desaparición de sectores como el minero y siderúrgico ha llevado a un declive acelerado en la manufactura y un aumento de la precarización laboral. Muchas industrias se han reubicado en otras partes del mundo debido a los costos laborales y medioambientales más bajos, lo que ha generado una pérdida significativa de empleos.
Mucho se habla en estos días del plan de emergencia del Grupo Volkswagen que contempla al cierre de fábricas de VW en Alemania, lo que no sucedía desde hace más de 80 años. Pero Bochum, una de las ciudades clave del Ruhr, ya sufrió un duro golpe en 2014 cuando el vasto complejo fabril de Opel, que proporcionaba empleo directo a 25.000 trabajadores, cerró poniendo así punto y final a la producción automovilística en la región.
Esto recuerda mucho, como digo, al colapso de la industria automotriz en Detroit, que desató una crisis social y económica en el estado de Michigan, cuya onda expansiva se propagó por todo Estados Unidos. Aunque el Ruhr ha estado tratando de reinventarse como una región más «verde» (debe ser humor negro), los altos niveles de desempleo están provocando una migración masiva, especialmente de la población joven, en busca de oportunidades en otras ciudades o países.
Si un país tradicionalmente competitivo e industrialmente sobresaliente como Alemania está sucumbiendo a la labor de zapa del viejo comunismo travestido en salvador del planeta, qué será de otros países europeos, como España, tan venidos a menos y tan dependientes de la que antaño fue la locomotora de Europa.
Llegados hasta aquí y para terminar este artículo, lo único que se me ocurre para llamar la atención de los políticos que aún no estén contaminados, comprados o perturbados es gritarles lo que dijo el cómico George Carlin: «El planeta no va a ninguna parte. Nosotros sí. Así que, si están realmente preocupados por salvar algo, salven a los humanos».
Parece evidente que el comunismo primero sobrevivió al triunfo del mundo libre sobre el imperialismo soviético refugiándose en sus entornos académicos para después proyectarse desde ahí hacia posiciones de poder e influencia con las certificaciones universitarias necesarias. Travestidos de científicos y académicos, los nuevos jemeres rojos han podido reproducirse impunemente hasta convertirse en una plaga cuyo único objetivo es vengarse de Occidente. Claudia Sheinbaum es una de tantos, un ejemplo más del éxito incontestable de esta lenta, pertinaz e insidiosa venganza.
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