El entreguismo de la autoproclamada “élite” europea a EE. UU. causa extrañeza. En efecto, el verdadero responsable de la política exterior de la UE no parece ser el Alto Representante de turno, sino los Estados Unidos de América. Así, de forma patente, la política exterior europea no defiende los intereses de los europeos, sino los del gobierno norteamericano.
Fernando del Pino Calvo-Sotelo
El entreguismo de la sedicente “élite” europea a EE. UU. causa extrañeza. En efecto, el verdadero responsable de la política exterior de la UE no parece ser el Alto Representante de turno, sino los Estados Unidos de América. Así, de forma patente, la política exterior europea no defiende los intereses de los europeos, sino los del gobierno norteamericano.
Estados Unidos afirma constantemente que los países europeos son sus “aliados”, pero esta simplificación edulcora la fría realidad geopolítica. En efecto, en las relaciones internacionales no existen cursis alianzas basadas en la amistad o en “valores comunes”, sino uniones temporales de mayor o menor duración basadas en una confluencia de intereses o en relaciones de subordinación, como es el caso.
Además, EE. UU. ve a Europa más como reliquia de museo que como potencia, pues su militarismo sólo respeta a quienes cuentan con ejércitos importantes y Europa no los tiene.
Pero lo más relevante es que para Estados Unidos Europa es un competidor, y de igual modo que a lo largo de la Historia el Reino Unido siempre intrigó para que la Europa continental se mantuviera débil y dividida, el gobierno norteamericano considera que una Eurasia en paz y unida por la interdependencia de lazos comerciales supone una amenaza a su hegemonía política y económica (doctrina Brzezinski).
Por lo tanto, la cronificación de la guerra en Ucrania no tiene nada de altruista, sino que es para EE. UU. un arma geopolítica para debilitar a Eurasia. Divide et impera.
El inicio del conflicto, de hecho, ha coincidido con la finalización del gaseoducto Nord Stream 2, que reforzaba enormemente los lazos de Rusia con Europa como proveedor de energía barata. ¿Creen que ha sido una coincidencia?
Así, el primer objetivo americano al involucrar a Europa en esta guerra era hacer descarrilar dicha infraestructura, considerada una amenaza estratégica para los intereses norteamericanos, e inicialmente lo logró gracias al entreguismo del gobierno alemán.
Y cuando ante la llegada del invierno Alemania empezaba a comprender su error, se produce el sabotaje submarino simultáneo de Nord Stream 1 y 2. ¿Qué países poseen la capacidad operativa para hacerlo? ¿Cui prodest? ¿Quién se beneficia de ello?
En contraste con la calculada estrategia norteamericana, la toma de decisiones de la UE no ha sido precedida de ningún análisis coste-beneficio mínimamente serio que defendiera los intereses de los europeos. La consigna ha sido: preparados, disparen, apunten, y al disparar primero y apuntar después nos hemos pegado un tiro en el pie.
Al inmiscuirse en un pulso de poder que nos era completamente ajeno, los burócratas de la UE no han hecho más que contentar a EE. UU. y, no satisfechos con propiciar una escalada del conflicto, han ido imponiendo sanciones sin ton ni son en un descabellado in crescendo que puede suponer el tercer suicidio de Europa en un siglo.
En efecto, estas sanciones están perjudicando mucho más al ciudadano europeo que al ruso. Aunque la fluctuación de las divisas responda a factores complejos, una muestra del efecto de las sanciones es la evolución del rublo y del euro frente al dólar desde que comenzó la guerra. El rublo sube y el euro se hunde:
La caída del euro, además, contribuye al gravísimo problema de inflación preexistente (empeorado por la guerra) que en España amenaza con devolver a la pobreza, vía pérdida de poder adquisitivo, a nuestra frágil clase media, creada con enorme esfuerzo a partir de 1950.
Asimismo, al romper relaciones comerciales con el proveedor ruso, hemos creado una crisis energética sin precedentes previamente sembrada por el fanatismo “verde”. Efectivamente, sólo Europa se toma tan en serio el timo del cambio climático inventado por el globalismo, cuyo resultado final serán los apagones y una factura eléctrica inasumible.
Intentar justificar el actual boicot a productos rusos criticando a posteriori la “dependencia energética” que teníamos de Rusia es una triquiñuela. Europa carece de suficientes fuentes de energía propias, luego a medio plazo simplemente sustituiremos la dependencia energética de Rusia por la dependencia energética de EE. UU., de las dictaduras árabes o del Magreb. ¿Hemos mejorado? No lo creo.
En poco tiempo Rusia podrá establecer nuevos lazos para vender sus abundantes materias primas a China e India, hogar del 36% de la población mundial, y probablemente la perdamos para siempre. ¿Comprenden ustedes el golpe de gracia a la prosperidad futura de Europa que nos ha dado EE. UU. con la complicidad de los ineptos de Bruselas y Berlín?
Decía Santayana que “aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”. El 28 de junio de 1914 el heredero de la corona del Impero Austrohúngaro fue asesinado a tiros en un atentado terrorista en Sarajevo (entonces Serbia).
Sólo cuatro semanas después y tras un ultimátum, Austria declaró la guerra a Serbia a pesar de que este país había aceptado 13 de los 14 puntos de dicho ultimátum. Los yonquis del poder tenían decidido ir a la guerra y las “causas” inmediatas del conflicto no fueron más que coartadas, como suele ocurrir.
La política de alianzas transformó entonces una contienda local en una devastadora guerra mundial. Rusia activó su alianza con Serbia y anunció la movilización de sus tropas, lo que propició que Alemania, aliada de Austria, declarara la guerra a Rusia; Francia acudió en ayuda de Rusia y Gran Bretaña en ayuda de Francia, quedando conformados dos bandos: la Triple Entente (Francia, Reino Unido y el Imperio Ruso) frente a los dos grandes imperios centroeuropeos, Alemania y Austria. Más adelante, Italia, Japón, el imperio otomano y otros países se unirían a uno u otro bando.
Cuatro años más tarde la devastación era absoluta: en los campos de Europa yacían los cadáveres de 17 millones de personas sin que para entonces nadie recordara el motivo real por el que habían muerto.
De aquí se desprenden algunas lecciones para la Europa de hoy. Primero, el poder no sólo corrompe la moral del individuo, sino también su capacidad de juicio. Así, en 1914 las “élites” europeas arrastraron al continente hacia la hecatombe con una estupidez, frivolidad e inmoralidad aterradoras. Segundo, las “alianzas” son peligrosas armas de doble filo que pueden transformar un conflicto local en una guerra mundial.
El artículo 5 de la OTAN, por ejemplo, fue diseñado para disuadir al difunto Pacto de Varsovia de tentaciones expansionistas durante la Guerra Fría. Lo que en realidad preveía no era la ayuda mutua de sus débiles firmantes, sino la protección del fuerte (es decir, de EEUU) a cualquiera de ellos.
Sin embargo, era sólo un arma disuasoria. De no haber funcionado, ¿qué habría ocurrido? El papel lo aguanta todo, pero bajemos a lo concreto: ¿enviaría usted a su hijo a luchar y morir por Ucrania? ¿Cree usted que los alemanes o los ingleses vendrían a defendernos de un ataque de Marruecos?
El órdago del artículo 5 fue un éxito, pero quedó obsoleto cuando la amenaza del comunismo soviético desapareció en 1991. De hecho, la OTAN es hoy exclusivamente una herramienta de poder norteamericana y una organización cuya supervivencia depende de que su enemigo tradicional siga siéndolo. De ahí su interés por que la opinión pública identifique falazmente a la actual Rusia con la antigua URSS, aunque nada tengan que ver.
Al igual que la OTAN, las vastas estructuras burocráticas de las agencias de inteligencia, el Departamento de Estado y el complejo militar-industrial norteamericanos (el Deep State) dependen de la existencia de un enemigo grande que justifique su tamaño y su poder. Sólo hay que aplicar la lógica del cui prodest y comprender los mecanismos de la patología del poder para concluir que, como el Ministerio de la Paz de Orwell, están tan interesados en la guerra perpetua como la OMS lo está en la pandemia perpetua.
Pero más allá de cuestionar la OTAN, lo preocupante es que, como en la Primera Guerra Mundial, el poder ha corrompido la moral y la capacidad de juicio de la “élite” europea y un dominó de alianzas puede transformar un conflicto local de daño contenido en una contienda mundial de consecuencias imprevisibles.
Mientras Occidente se obsesiona con Ucrania, en el resto del planeta no ocurre lo mismo. De hecho, los países que han sancionado a Rusia suponen sólo el 13% de la población mundial. El 87% restante mantiene sus relaciones con Rusia incólumes. ¿Es Rusia la que se está quedando sola o es Occidente?
Quizá el resto del mundo tiene claro que el origen del conflicto está en la provocación de EEUU a Rusia (sirviéndose del corrupto régimen ucraniano) esperando que el glacial autócrata ruso mordiera el anzuelo con sus mandíbulas de acero, como hizo. Por eso, el único actor mundial interesado en prolongar la guerra en Ucrania es EEUU, motivo por el cual hizo descarrilar las negociaciones entre ambos bandos llevadas a cabo antes de verano en Turquía en las que Ucrania habría accedido a no entrar en la OTAN, a aceptar el statu quo de Crimea y el autogobierno del Donbass, ya reconocido en los Acuerdos de Minsk II del 2015.
¿No creen que el mundo sería hoy más seguro y próspero si se hubiera alcanzado dicho acuerdo? ¿Estamos mejor o peor?
En el orden global de las cosas, la guerra de Ucrania se enmarca en el intento de alargar la hegemonía anglosajona puesta en riesgo por el despertar de Asia y el declive moral de Occidente, y en este contexto a EE. UU. le interesa debilitar a Rusia a costa de Europa con una guerra de desgate en la que ellos no ponen los muertos ni sufren la debacle económica.
No sería la primera vez que Estados Unidos sacrifica a Europa en pro de sus intereses. En primavera de 1917 la opinión pública europea estaba harta de tanta carnicería. Tras la revolución, Rusia prometía retirarse del conflicto y Francia y Austria entablaban discretas conversaciones de paz: algunas divisiones francesas se negaban a combatir y el emperador Carlos de Austria, angustiado por no poder frenar la escabechina (en contraste con el agresivo káiser alemán), apelaba al papa Benedicto XV. Parecía que la guerra iba a acabar sin un claro vencedor, lo que suele ser el mejor resultado posible.
Sin embargo, EE. UU. quería protagonizar la organización del “nuevo orden” posbélico. Tras forzar la guerra contra España en 1898 con el pretexto del Maine, había probado el sabor del imperialismo y no podía dejar pasar la oportunidad de acabar con dos grandes competidores centroeuropeos.
De este modo, entró en la guerra a última hora utilizando la coartada du jour, alargándola un año más y produciendo como resultado unos vencedores y unos vencidos claros, que fueron humillados hasta el extremo en el Tratado de Versalles: el imperio austríaco fue desmembrado y Alemania condenada a la pobreza, lo que provocaría a la postre la llegada al poder de Hitler, democráticamente elegido por el desesperado pueblo alemán. EE. UU. apenas perdió 116.000 hombres, mientras los europeos perdieron millones.
Hoy Europa vuelve a estar al borde del precipicio porque la “élite” política europea se dedica a obedecer al amo americano y renegar de su obligación de defender a sus propios ciudadanos. Así, nos han involucrado imprudentemente en un pulso de poder que nos era ajeno y puesto en marcha sanciones de carácter autodestructivo que dañan a los europeos tanto como regocijan a los americanos, centrados sólo en preservar su preeminencia.
Europa, indefensa frente al belicismo norteamericano y abandonada por la cobardía e incompetencia de sus propias autoridades, se enfrenta al colapso económico y a una peligrosa escalada de un conflicto en el que se ha querido arrinconar a una potencia nuclear. Como en 1914, no cabe mayor estupidez, frivolidad e inmoralidad. ¿Quién defiende al ciudadano europeo? Nadie, y no comprender esto es no comprender nada.
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