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Lepanto, la batalla en la que España venció al Islam y salvó a la Civilización Occidental Judeo-cristiana-grecolatina…

La inteligencia de Chesterton supo ver la enorme importancia de la batalla que salvó Europa de la invasión musulmana evitando que la Civilización Occidental desapareciera… y usó su talento -también enorme- para celebrarla.

LEPANTO

Blancos los surtidores en los patios del sol;

el Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.

Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,

y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,

y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,

porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.

Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,

han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,

y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,

que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.

La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;

la sombra de los Valois bosteza en la Misa;

de las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,

y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.

Laten vagos tambores, amortiguados por las montañas,

y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,

y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,

el último caballero de Europa toma las armas,

el último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,

que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.

En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo

sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.

Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,

Don Juan de Austria se va a la guerra.

Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,

oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,

carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.

Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.

Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.

Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,

yergue la cabeza como bandera de los libres.

Luz de amor para España ¡hurrá!

Luz de muerte para África ¡hurrá!

Don Juan de Austria

cabalga hacia el mar.

Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde

(Don Juan de Austria va a la guerra.)

Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,

su turbante que tejieron los mares y los ponientes.

Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,

y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,

y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama

a Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:

Genios y Gigantes,

múltiples de alas y de ojos,

cuya fuerte obediencia partió el cielo

cuando Salomón era rey.

Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,

desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;

ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar

donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;

sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del mar,

salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;

surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo,-

se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.

Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,

y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo

y no déis tregua a los rumíes de día ni de noche,

pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.

Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol

de sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,

pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco

la voz que sacudió nuestros palacios -hace ya cuatro siglos:

¡Es el que no dice «Kismet»; es el que no conoce el Destino,

es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!

Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;

ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.

Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.

(Don Juan de Austria va a la guerra)

Callado y brusco -¡hurrá!

rayo de Iberia

Don Juan de Austria

sale de Alcalá.

En los caminos marineros del norte, San Miguel está en su montaña.

(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)

donde los mares grises relumbran y las filosas marcas se cortan

y los hombres del mar trabajan y las rojas velas se van.

Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;

el fragor atraviesa la Normandía; el fragor está solo;

llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos

y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,

y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado

y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal

y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.

Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,

Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,

que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,

trompeta que dice ¡ah!

¡Domino Gloria!

Don Juan de Austria

les está gritando a las naves.

El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello

(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)

terciopelo negro y blando como el pecado tapiza los muros

y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.

Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,

lo toca y vibra y se echa a temblar

y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris

como plantas de una casa donde no entra la luz del día,

y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,

pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.

Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles-

el rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.

Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!

Cañón sobre cañón, ¡hurrá!

Don Juan de Austria

ha desatado el cañoneo.

en su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran.

(Don Juan está invisible en el humo)

en aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,

ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.

Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo

la media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.

Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo

y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;

y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;

y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,

gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos

como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,

son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana

escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;

son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen

de los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.

Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno

donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,

y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo-

(¡Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)

cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza.

Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,

el rojo corre sobre la plata y el oro.

Rompen las escotillas y abren las bodegas,

surgen los miles que bajo el mar se afanaban

blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.

¡Vivat Hispania!

¡Domino Gloria!

¡Don Juan de Austria

ha dado libertad a su pueblo!

Cervantes en su galera envaina la espada

(Don Juan de Austria regresa con un lauro)

y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,

por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,

y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero…

(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)

Gilbert Keith Chesterton, más conocido como G. K. Chesterton, fue un escritor, filósofo y periodista británico católico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes. Se han referido a él como el «príncipe de las paradojas».​ 

 Su personaje más famoso es el padre Brown, un sacerdote católico de apariencia ingenua, cuya agudeza psicológica lo vuelve un formidable detective, y que aparece en más de cincuenta historias reunidas en cinco volúmenes, publicados entre 1911 y 1935.

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RedaccionVozIberica

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