Carlos Aurelio Caldito Aunión.
“La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, el odio lleva a la violencia.” Abú I-Walid Muhammad Ibn Ahmad Ibn Muhammad Ibn Rushd ; Averroes (1126-1198), filósofo y médico andalusí de origen bereber, seguidor de Aristóteles.
Hace aproximadamente un año que el gobierno interino de España, presidido por el socialista Pedro Sánchez, apoyado de forma entusiasta por comunistas, separatistas y pro-etarras, tras anunciarlo a bombo y platillo, con un despliegue mediático nunca visto, realizó la profanación de la tumba donde reposaban los restos del General Francisco Franco, en la Basílica del Valle de los Caídos… y, durante la campaña de las elecciones del día 10 de noviembre de 2019, repitió hasta el hartazgo, hasta aburrir que, si los españoles le concedían la mayoría suficiente para presidir el gobierno de España, dedicaría todo el dinero que fuera necesario, a emprender acciones para «vencer a Franco y ganar la guerra» que, aquellos de los que dice ser heredero, no lograron ganar hace ya más de ochenta años.
Al parecer, no esperaba encontrarse con un enemigo tan formidable como el «cobid19», también conocido por el nombre de «coronavirus»… pero, llegado el momento en el que el gobierno frente-populista, social-comunista de Pedro y Pablo consideraron que el coronavirus estaba cautivo, desarmado y vencido; han vuelto con energías renovadas a lo único que, al parecer da sentido a sus vidas: vencer a Franco, a su régimen, e implantar un estado totalitario y liberticida, tal como deseaban sus «mayores»…
Es por ello que, puesto que según su sabio entender, los españoles no tienen urgencias de ninguna clase y que, la crisis de salud pública, y la crisis institucional y económica relacionadas con la epidemia del coronavirus, ya es «agua pasada»; han decidido retomar su mayor prioridad, ahora, en lugar de llamarla «ley de memoria histórica», han decidido denominarlas «ley de memoria democrática»; sí, aunque parezca increíble, el social-comunista ha aprobado un proyecto de ley, para vencer a Franco… 81 años después de terminada la Guerra Civil.
El Partido Socialista Obrero Español -también el partido estalinista «podemos»- sabe sobradamente que, cuando un pueblo desconoce su propia historia, es más fácil de engañar, es más fácil infundirle temor, es más fácil incitarlo al odio, es más fácil empujarlo a la violencia.
En esa tarea están empeñados socialistas y comunistas desde hace décadas, en la faena de tratar de ganar la guerra que, perdieron “sus mayores”: su intención es clara: devolvernos de nuevo a la España que, los que se dicen herederos de la izquierda española del primer cuarto del siglo pasado, nos cuentan que era un paraíso, el edén mismamente, y que -según nos cuentan- una pandilla de energúmenos, reaccionarios hicieron todo lo posible para destruirlo.
Para esa labor tóxica, destructiva, de fomentar la crispación, el odio… el PSOE aprobó la LOGSE y demás leyes educativas “progresistas”, con el apoyo entusiasta de la derecha cobarde, boba y acomplejada, temerosa de ser etiquetada de franquista, nostálgica, reaccionaria, facha, o epítetos similares. Por supuesto, ese adoctrinamiento mendaz ha sido remachado, hasta la saciedad, por las televisiones y demás medios de información-desinformación.
Y, ya, de paso, también pretenden que, los que afirman ser herederos de los perdedores y represaliados, sean compensados y puedan tomar venganza…
Durante el imperio romano el Senado tenía la potestad de recurrir a lo que se denomina Damnatio memoriae, expresión latina que significa condena de la memoria, aunque la traducción exacta debería ser condena al olvido. Como es de suponer, consistía en condenar, una vez muerto, a quien se consideraba que no era un ejemplo a seguir, a no ser nombrado ni recordado, y mucho menos homenajeado… consistía, al fin y al cabo, en castigar a quien no se habían atrevido cuando aún vivía, fuera por cobardía, por terror, por ambas cosas, o para intentar borrar, también, que muchos de ellos habían sido entusiastas colaboradores del “condenado”.
Esto -la damnatio memoriae- es exactamente lo que pretenden los antifranquistas sobrevenidos con la reforma de la “ley de memoria histórica” de 26 de diciembre de 2007, aprobada por el Gobierno Socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, y que el actual presidente del gobierno en funciones nos anunció a principios de 2018 que emprendería con prioridad absoluta.
Cuando el Senado romano acordaba oficialmente la damnatio memoriae, se eliminaba todo cuanto recordara al condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre.
Los antiguos romanos no fueron los únicos en utilizar la “desmemoria” como castigo, se tiene constancia de que los antiguos egipcios también lo hacían.
Ya más cerca en el tiempo, en la ya fenecida Unión Soviética, desde 1934 hasta 1953 el régimen de Stalin tuvo la costumbre de practicar la damnatio memoriae contra sus enemigos políticos, prohibiendo bajo severas penas toda mención de sus nombres y eliminándolos de la prensa, libros, registros históricos y documentos de archivo. Tal medida incluía a los escritos de tales personajes, los cuales eran sacados de la circulación y destruidos. Incluso las fotografías oficiales acababan siendo retocadas por la censura del régimen para eliminar a los personajes incorrectos. Víctimas de esta práctica fueron León Trotsky, Nikolái Bujarin, Grigori Zinóviev y muchos otros líderes políticos que en alguna ocasión cayeron en desgracia ante Stalin.
George Orwell, en su novela distópica “1984” cuenta la historia de Winston Smith, un empleado de la oficina de propaganda de un régimen totalitario. El trabajo de Smith en el Ministerio de la Verdad era destruir fotografías y modificar documentos, rehaciendo el pasado para adaptarlo a las necesidades del presente. Parecía que en la era de las redes sociales, de Internet nadie sería capaz de manipular el pasado del modo que describe George Orwell… ¿Se puede reinventar la historia creando leyes ad hoc?
No, evidentemente no, pero, sí puede generarse una situación de opresión, de coacción, para imponer una determinada “verdad”, como hacían en la antigua Unión Soviética, pero la historia una vez desvelada no se puede ocultar, y menos todavía en el mundo actual. En la actualidad ni la desmemoria ni la damnatio memoriae pueden imponerse por ley. Las leyes no deben aprobarse para reparar supuestos agravios, daños, o deudas históricas contraídas por nuestros ancestros.
El PSOE viene anunciando desde hace años su intención de reformar la infame, repugnante, canalla Ley de Memoria Histórica de 2007 promovida por José Luis Rodríguez Zapatero. El PSOE pretende, además de imponer su verdad histórica como única y oficial respecto de la II República española, la Guerra Civil y el régimen del General Franco, castigar penalmente a los que no se sometan a sus totalitarias, liberticidas e infames pretensiones.
El proyecto prevé una especie de Comisión de la Verdad (a la manera de la novela de Orwell) que decida una única verdad oficial admisible sobre lo acontecido en España entre 1936 y 1978, y también prevé sanciones con años cárcel, e inhabilitación por más de cinco años –incluyendo el ejercicio de la docencia– para quienes expliquen, expongan, comenten la historia del siglo XX de forma distinta a su verdad (periodistas, historiadores, docentes, funcionarios…),
Si el PSOE acaba saliéndose con la suya (tal como lo viene haciendo hasta ahora, con la entusiasta colaboración de la mayoría de los partidos políticos con representación parlamentaria), la única “verdad” admisible será la que nos presenta la Segunda República de España como un paraíso que fue destruido por unos canallas, reaccionarios, contrarios al progreso y un largo etc.; y en la que los integrantes del Frente Popular eran unos benditos pacifistas, respetuosos de forma escrupulosa con la legalidad; a la vez que se denigra todo lo que tenga que ver con el otro bando, así como el régimen del General Franco, a los que se caricaturiza, criminaliza y se presenta como el Gran Satán, y el summum de la inmoralidad.
Si el PSOE acaba saliéndose con la suya, se acabará produciendo una vulneración de derechos y libertades constitucionales que es absolutamente inadmisible: hablamos de la destrucción de la libertad de pensamiento, de la libertad de expresión, de la libertad de cátedra, de la libertad de enseñanza… vulneración también, cómo no, de la Carta de Derechos Humanos de la ONU.
Tampoco se debe olvidar que, Sánchez y sus correligionarios y amigos pretenden lanzar un torpedo cuyo único objetivo es hundir lo que hace cuarenta años se denominó “Transición”, acabar con la Constitución y deslegitimar la Monarquía Parlamentaria, y en definitiva el Estado de Derecho.
Zapatero inició el camino y sembró la cizaña; luego, Rajoy la abonó y regó con su cobarde pasividad, y el felón Sánchez, que ha cumplido su sueño de liderar un nuevo Frente Popular con los comunistas-leninistas, pro-etarras y separatistas, nos quiere obligar por la fuerza a comer su fruto envenenado.
Stanley Payne (personaje nada sospechoso de franquista) viene afirmando acerca de la denominada «memoria histórica» (ahora rebautizada como «memoria democrática») que, ni es memoria ni es historia.
Lo que se dado en llamar memoria histórica no es tal cosa, sino una versión, o versiones, creadas por propagandistas, activistas políticos, periodistas o hasta por algunos historiadores interesados. Se trata esencialmente de mitos o leyendas creados acerca del pasado. Pueden tener alguna dosis de verdad empírica, o ninguna. La memoria es individual y subjetiva, nunca es histórica o colectiva. La historia, en cambio, no se basa en memorias individuales subjetivas, sino en la investigación intelectual de los datos empíricos que sobreviven del pasado.
El pasado no está ahí para que nos guste, para que nos regodeemos y recreemos en él, o para que alguien intente reescribirlo, cambiarlo… está para que lo “exprimamos” y extraigamos de él valiosas enseñanzas.
Aunque haya quien se empeñe en convencernos de lo contrario, en 1936 la Segunda República Española que, había nacido torcida, degeneró inevitablemente, convirtiéndose en un caos pre-revolucionario alentado, después de un fraude electoral, por el gobierno del Frente Popular, del que formaba parte un PSOE prosoviético y con pretensiones de imitar a Lenin, Stalin y compañía.
El PSOE, en vez de defender la libertad y la democracia y tratar de equipararnos a los regímenes de democracia liberal predominantes en nuestro entorno cultural (pese a que ahora afirme lo contrario, sin ruborizarse, casi un siglo después), había promovido el golpe de Estado contra la República en el año 1934 y abogaba por la violencia revolucionaria tras haber purgado al ala socialdemócrata que, encabezaba Julián Besteiro.
Eran constantes los tiroteos entre militantes de ideologías opuestas, las detenciones arbitrarias de opositores, la censura periodística, la quema de iglesias y conventos, las huelgas salvajes y las amenazas de muerte, anunciadas desde el Congreso contra diputados de la oposición. Como botón de muestra de lo que fue aquel período, un escuadrón de la muerte compuesto por policías del régimen (la guardia de asalto) y algunos escoltas de dirigentes del PSOE sacaron una noche de su casa al líder de la oposición, José Calvo-Sotelo, lo arrancaron de los brazos de su mujer mientras sus hijos pequeños dormían y lo asesinaron de dos tiros en la nuca. Esto ocurrió en plena “normalidad democrática” de la II República, antes del comienzo de la guerra civil. Tal era la sensación de impunidad con que actuaron los magnicidas que lo hicieron en coche policial, a cara descubierta, identificándose y dejando numerosos testigos. Sabían que el gobierno no les perseguiría: en efecto, el gobierno nada hizo y algunos diputados socialistas los ocultaron en sus casas.
¿Se imaginan que ocurriera algo así en la España de hoy?
Bien, demos un salto en el tiempo, situémonos en los años que siguieron a la muerte del General Francisco Franco:
En la España de 1976, la que había sido durísima represión del bando vencedor contra los derrotados (como siempre ha sucedido allí donde ha habido una guerra…), había finalizado hacía ya más de tres décadas, el gobierno velaba por que se cumplieran los pactos entre particulares y perseguía eficazmente la delincuencia (la población reclusa era apenas la cuarta parte que en la actualidad) y apenas había corrupción (asunto que ni se mencionaba en las campañas electorales de finales de los años 70).
Y, pese a la ausencia de “libertad política” (pues no existía libertad de asociación, ni libertad de prensa, ni de reunión, ni de manifestación), ésta no fue un obstáculo para que la economía española viviera la época de mayor estabilidad y prosperidad de su historia, con el Producto Interior Bruto per cápita creciendo a un ritmo superior al 6% anual desde 1950, frente a alrededor del 1,5%, desde desde la muerte del General Franco en adelante. Otro dato importantísimo es que el desempleo medio apenas era del 3%, frente al de las últimas décadas en que, se ha llegado a más del 20% de paro. Tampoco podemos olvidar que la deuda pública era prácticamente inexistente, siendo en la actualidad superior al 100% sobre PIB.
Esto sí es “memoria histórica”.
Como bien sabe cualquier persona suficientemente informada, la izquierda ha acabado siendo omnipresente en aquellos ámbitos y facetas esenciales de la vida cotidiana de los españoles, la izquierda ha ganado la batalla en la enseñanza institucionalizada, controla las universidades, controla y censura la ciencia y la investigación, está presente en los medios de información y creadores de opinión, y todo ello lo ha conseguido debido a la inacción, la apatía, el miedo, el complejo de culpa, el complejo de inferioridad y algunos factores más que, caracterizan a la derecha intelectual y sociológica -que, haberla hayla- rendición que lleva implícita el reconocimiento de una supuesta superioridad moral de la izquierda.
Debido a que la derecha sociológica ha renunciado a defender sus ideas y al combate, y a la confrontación intelectual (entendiendo que es innecesario, o casi, y que se defienden por sí solas); los que dicen de sí mismos que son progresistas, han monopolizado todo, y si no todo, poco les falta, y lo han conseguido fundamentalmente adoctrinando a la gente desde los primeros años de vida.
Quienes consideran que hay terrorismo bueno y terrorismo malo, -como viene sucediendo desgraciadamente, en los últimos años en Cataluña, promovido por quienes pretenden romper España, con la complicidad de socialistas y comunistas- quienes consideran que existen violencias progresistas y violencias reaccionarias (y por tanto víctimas de diferentes categorías, dependiendo de quién sea el victimario y quién sea violentado…); quienes consideran que la Segunda República Española era el Edén y que una pandilla de malvados (que por supuesto, ni eran gente, ni pueblo, ni representaban al pueblo, sino que eran enemigos del pueblo) acabó con aquella «sociedad perfecta» en la que, se olvidan de decir que, quienes ellos alaban y ensalzan practicaban la violencia, llevaban un revólver al cinto y ponían bombas, asaltaban cuarteles, promovían insurrecciones como el golpe de estado de 1.934 (revolución de Asturias la llaman); pretenden imponernos su verdad sea como sea, y de paso ganar la guerra que, aquellos de los que dicen ser herederos, no fueron capaces.
Pero ¿Se puede lograr que la gente acabe aceptando que ocurrieron cosas que nunca han pasado? Más todavía: ¿Se puede conseguir que la gente acabe “recordando” algo que nunca ha sucedido?
Elizabeth Loftus, psicóloga cognitiva que estudió la memoria y la forma en que podemos generar falsos recuerdos en la mente de otros individuos; afirma que, si se aconseja a alguien cuidadosamente para recordar algo, y si se le entrena lo suficiente, se puede acabar consiguiendo.
Elizabeth Loftus y otros expertos han demostrado sobradamente que se pueden implantar falsos recuerdos en las cándidas mentes infantiles. Pero, no sólo en las infantiles.
En experimentos calificables como poco de inmorales, en consultas psicológicas o psiquiátricas, se logró generar falsos recuerdo en numerosas personas, en los años 90 del pasado siglo en EEUU.
Muchos adultos, incitados por sus médicos, hicieron aflorar en sus mentes el recuerdo de un maltrato infantil supuestamente perpetrado contra ellos por parte de sus progenitores. Como resultado de todo ello acabó emprendiendo una caza de brujas, que el escéptico Michael Shermer expone magistralmente en su libro “Por Qué Creemos en Cosas Raras”.
Los falsos recuerdos, como los verdaderos, se pueden describir con detalle, expresar con confianza y ser expuestos emotivamente. Sin confirmación independiente, es muy difícil saber de forma fiable si algo es una memoria auténtica o un resultado de la imaginación, los sueños, o alguna otra experiencia.
Y alguno se preguntará y me preguntará que a cuento de qué les hablo de falsos recuerdos…
Pues muy sencillo: esa es la principal táctica que se está empleando en España por parte de la izquierda y la derecha estúpida y acomplejada, desde el parvulario hasta la universidad, y luego es remachada por las televisiones y demás medios de información y creadores de opinión…
Un buen ejemplo de todo ello son las diversas series de televisión como “Cuéntame cómo pasó” y otras por el estilo. Hasta tal extremo de que gente que peina canas no se acuerda de cómo se vivía en España durante los años del hambre, o cuando en los colegios se repartía la leche en polvo americana, o cuando…
No deja de ser chocante que, siendo la partitocracia y la casi totalidad de los actuales partidos herederos del franquismo, el antifranquismo siga siendo uno de sus principales recursos dialécticos (habiendo pasado más de cuatro décadas desde la muerte del General Franco) de igual modo que en la Segunda República se recurría con frecuencia al antiprimoriverismo -por aquello del régimen del General Miguel Primo de Rivera- pese a que el PSOE colaboró estrechamente con el padre de José Antonio, así como tantos promotores del republicanismo. Para explicar esto, solo se me ocurren dos interpretaciones: la necesidad de correr un tupido velo respecto del pasado, lo cual es muy frecuente en los conversos (y la urgencia de convencer a todos de que se es cristiano viejo); y la falta de proyecto para construir un sistema político que sea perdurable y acorde con las necesidades reales de la sociedad española, y sin perder de vista la problemática en la que el mundo está inmerso en estos momentos. Ni que decir tiene que, uno de los principales deseos del gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es lograr hacer olvidar a los españoles la crisis de salud pública, la crisis económica y la crisis institucional en la que estamos inmersos, debido a su mal hacer, a su mal gobierno…
Sin duda alguna, la ley de Memoria Histórica -de «memoria democrática»- traerá terribles consecuencias, y socialistas y comunistas pretenden que sea el primer paso hacia un cambio de régimen, y no precisamente para mejor.
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