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Liberalismo, gracias a Dios

Carlos Rodríguez Braun

¿De qué manera se han alejado las relaciones entre el liberalismo y la Iglesia Católica? ¿Cómo se han enfrentado ambos pensamientos a lo largo del tiempo y cuál es su futuro? El autor plantea estas preguntas que hacen reflexionar sobre el rol de la religión frente a la libertad de los ciudadanos.

Rafael Termes, a quien conocí y aprecié, fue un académico católico y liberal español, y también un importante banquero, influyente en las últimas décadas del siglo XX. Me gustaba tomarle el pelo diciéndole que, aunque él era una buena persona, y para colmo un miembro numerario del Opus Dei, difícilmente podría salvar su alma, porque, como cualquiera sabe, los banqueros nunca van al cielo. Él sonreía y me respondía: «Carlos, te olvidas de lo más importante: la misericordia de Dios es infinita».

Sospecho que así debe ser, en efecto, y que desde el punto de vista liberal corresponde dar gracias a Dios por partida doble. De un lado, por los grandes avances que ha registrado la libertad en el último siglo, un siglo que muchos temieron que iba a ser, en palabras de Hayek, un camino de servidumbre. De otro lado, y ese el propósito del presente texto, conviene agradecer a Dios por su intercesión en la aproximación entre liberales y católicos registrada en tiempos recientes, y que quizá pueda abrir la puerta a una reconciliación que ponga fin a un largo y deplorable desencuentro.

El liberalismo que era pecado

Hace unos años, al preparar un libro que escribimos con el economista Juan Ramón Rallo y que titulamos El liberalismo no es pecado, prestamos atención, naturalmente, al célebre folleto que el padre Félix Sardá y Salvany publicó en 1884, bajo el título contrario: El liberalismo es pecado.

Así define el padre Sardá los principios liberales:

«La absoluta soberanía del individuo con entera independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política, en moral o en religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con iguales anchuras».[1]

Dos aspectos de la cruzada de Sardá resultan llamativos desde la perspectiva de nuestra época. Uno es la obvia ausencia de las cuestiones económicas, que habitualmente ocupan un lugar relevante en el debate entre partidarios y adversarios del liberalismo. El otro es la presencia de objeciones que Sardá plantea contra el liberalismo y que en realidad los liberales comparten, y además desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, la idea de que las mayorías puedan imponer sus decisiones «con absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad» inquietó a los liberales ya desde Constant y Tocqueville; o la desconfianza que expresó Sardá frente a la pretensión racionalista de cambiar toda la sociedad era la misma que manifestó Adam Smith más de un siglo antes:

«El hombre doctrinario se da ínfulas de muy sabio y está casi siempre tan fascinado con la supuesta belleza de su proyecto político ideal que no soporta la más mínima desviación de ninguna parte del mismo. Se imagina que puede organizar a los diferentes miembros de una gran sociedad con la misma desenvoltura con que dispone las piezas en un tablero de ajedrez. No percibe que las piezas del ajedrez carecen de ningún otro principio motriz salvo el que les imprime la mano, y que en el vasto tablero de la sociedad humana cada pieza posee un principio motriz propio, totalmente independiente del que la legislación arbitrariamente elija imponerle».[2]

El choque entre liberales y religiosos, por tanto, tiene matices, y brotó de incomprensiones por ambas partes. Hubo religiosos que no comprendieron que la clave del liberalismo, que estriba en el control del poder, secundaba a la Iglesia en su resistencia frente a las incursiones de la política en el ámbito eclesial. Y hubo liberales que identificaron el progreso no solo con el mercado, y allí acertaron, sino con el arrinconamiento de la Iglesia Católica, justificando el acoso que padeció por parte de los Estados en dos ámbitos cruciales: sus propiedades, quebrantadas por los procesos desamortizadores; y su labor educativa, cercenada en favor de la educación pública. Con increíble ingenuidad, destacados liberales creyeron que la política educaría mejor que la Iglesia, y confiaron en que el Estado podía expropiar la tierra, pero que después se iba a quedar satisfecho y quieto, y no continuaría creciendo, en desmedro de otras propiedades, derechos y libertades de los ciudadanos.

En todo caso, es claro que el liberalismo que era pecado no era el del mercado sino el que situaba al individuo, el pensamiento, la sociedad y la nación en absoluta independencia de Dios y de su Iglesia. Ese era el tema principal del padre Sardá, y quienes acudan a sus páginas para encontrar críticas a la economía liberal se llevarán, por consiguiente, un chasco.[3]

La aproximación entre liberales y religiosos

Teniendo en cuenta la clave liberal ya mencionada, a saber, la contención del poder, no es de extrañar que algunos liberales hayan reconsiderado sus argumentos sobre el papel de la Iglesia en la defensa de la libertad. En el interesante capítulo final de La fatal arrogancia, Hayek, que no era un hombre religioso, subraya el papel de la religión en la transmisión y consolidación de los valores morales de los que en última instancia depende nuestra libertad.[4]

En esa misma línea se inscriben tanto la reivindicación liberal de la escolástica española y americana de la Escuela de Salamanca como la aparición de iniciativas que defienden desde la fe simultáneamente a la Iglesia Católica y al liberalismo, como el Acton Institute de Estados Unidos (acton.org), con extensiones en otros países (institutoacton.com.ar); o el Centro Diego de Covarrubias en España (centrocovarrubias.org). También en España existe una relevante organización liberal que adoptó como nombre el del célebre jesuita escolástico Juan de Mariana (juandemariana.org). El presente autor ha explorado la compatibilidad entre el liberalismo y los Diez Mandamientos.[5]

«El choque entre liberales y religiosos, por tanto, tiene matices, y brotó de incomprensiones por ambas partes. Hubo religiosos que no comprendieron que la clave del liberalismo, que estriba en el control del poder, secundaba a la Iglesia en su resistencia frente a las incursiones de la política en el ámbito eclesial»

Y desde el lado religioso, ¿qué sucedió? Existe a menudo la impresión de que la Iglesia de Cristo, en particular en la Doctrina Social que ha generado y difundido desde la encíclica Rerum Novarum, predica un mensaje sistemáticamente hostil al liberalismo. Un trabajo reciente y muy notable del padre Gustavo Irrazábal ayuda a despejar el equívoco.[6]

Este erudito argentino recuerda que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) nace enfrentada al socialismo tanto como al liberalismo, entendido como hemos visto que lo hacía el presbítero Sardá. La DSI defendió una economía que no atacaba el derecho de propiedad. La llamada «cuestión social» no condenaba el capitalismo, sino que destacaba la relación asimétrica entre capital y trabajo, que llevaba al planteamiento de que la justicia no debía ser solo conmutativa, y la situación no debía reducirse a Estado versus caridad, sino que se adentraba en la ponderación de las estructuras del propio Estado, que debían ser justas, es decir, debían permitir a los trabajadores prosperar.

Este fue el origen de la noción de justicia social, que ha sido después ampliamente distorsionada en todo el mundo, limitando su significado solo a la redistribución coactiva de la renta a cargo del poder político. Pero el padre Irrazábal recuerda que, en los comienzos de la DSI, la justicia social tenía un componente liberal, porque apuntaba a la superación de obstáculos en favor de la mejoría de todos en la sociedad, lo que es virtuoso y realmente solidario porque no comporta la violación de los derechos de nadie. Esta noción liberal después fue reemplazada por una justicia social política, tan política, que en mi Argentina natal el partido peronista se denomina «justicialista», y presume de reflejar la DSI en tanto que «tercera posición» entre capitalismo y socialismo, algo que refuta Irrazábal. En efecto, aunque la DSI pueda parecer una «gran pecera» donde cada cual busca nutrir sus prejuicios, no es una tercera vía, ni un modelo de sociedad con aval religioso, y mucho menos, como sugieren las voces más radicales de la llamada teología de la liberación, un proyecto revolucionario que anhele la creación de un «hombre nuevo».[7] Con razón el profesor Gabriel Zanotti, director académico del Instituto Acton Argentina, sostuvo que el libro del padre Irrazábal «marcaría un antes y un después», si fuera correctamente ponderado.[8]

Ignoramos, por supuesto, el futuro, pero el pasado brinda señales de una cierta aproximación entre liberales y religiosos. Se trata, como era de esperar, de un proceso que es cualquier cosa menos lineal y diáfano. Por ejemplo, y por hablar solo de dos pontífices recientes considerados profundamente enfrentados en lo referido al liberalismo, no es evidente que el Papa Francisco[9] sea un enemigo sin matices de la economía de mercado, ni que San Juan Pablo II sea un partidario análogamente entusiasta de dicha economía en la encíclica que suele ser analizada como paradigma del liberalismo vaticano, la Centesimus Annus.[10]

«En todo caso, es claro que el liberalismo que era pecado no era el del mercado sino el que situaba al individuo, el pensamiento, la sociedad y la nación en absoluta independencia de Dios y de su Iglesia. Ese era el tema principal del padre Sardá y Salvany, y quienes acudan a sus páginas para encontrar críticas a la economía liberal se llevarán, por consiguiente, un chasco»

Por otro lado, parece razonable sostener que la DSI ha de ser un ámbito de diálogo entre creyentes, e incluso entre ellos y los no creyentes, mucho más que un diagnóstico preciso o un catálogo de recomendaciones políticas detalladas en nombre de la Iglesia, como apunta el profesor Zanotti:

«La Doctrina Social de la Iglesia tiene principios permanentes, como la primacía del bien común, la subsidiariedad, la función social de la propiedad, etc., pero su aplicación a los casos concretos es una cuestión prudencial que corresponde al ámbito de los partidos políticos y por ende de los laicos».[11]

Conclusión

No cabe duda de que la historia de las relaciones entre el pensamiento liberal y la Iglesia Católica ha estado plagada de disensos y enfrentamientos. Sin embargo, es una historia que también ha venido marcada por fluctuaciones, y en nuestro tiempo hemos asistido a un acercamiento relativo entre ambos. La Iglesia ha redescubierto el valor de la libertad política, recuperando una antigua tradición de la escolástica hispana. Según el padre Irrazábal: «Mucho más difícil, y todavía en marcha, será el proceso para redescubrir la libertad económica».[12] También está en marcha, y probablemente será al menos igual de difícil, la recuperación por parte del liberalismo del papel de la religión a la hora de proteger y salvaguardar las libertades ciudadanas frente al acoso del poder político y legislativo. Y por todo ello conviene, pues, dar gracias a Dios.

*Economista hispano-argentino. Su blog es www.carlosrodriguezbraun.com

[1] Rodríguez Braun, Carlos y Rallo, Juan Ramón (2011). El liberalismo no es pecado. La economía en cinco lecciones. Barcelona, Deusto. Páginas 9-11.

[2] Smith, Adam (2013) [1759]. La teoría de los sentimientos morales. Madrid, Alianza. Página 407.

[3] Un chasco análogo al que posiblemente experimentaron algunos que leyeron al padre Sardá y Salvany en sus impugnaciones contra el baile agarrado para encontrarse con lo que bien cabe interpretar como un elogio a dicha danza supuestamente pecaminosa: «Y al compás de aquella música, que habla al corazón y a los sentidos y que ora incita ardientemente la pasión ora adormece blandamente el alma en mil embriagadoras ilusiones, cada pareja, es decir, cada hombre y cada mujer, háblanse íntimamente, déjanse deslizar al oído uno del otro apasionadas frases, estréchanse las manos y el talle, abrázanse, por decirlo así; y así hablándose, y así estrechando las distancias, y así abrazados ruedan en agitado e impetuoso torbellino por el espacioso salón, no sé si en alas de la música o si mejor en el vértigo del más loco y desenfrenado sensualismo». Citado en: León, José Javier (2022). Bolero. El vicio de quererte. Sevilla, Fundación José Manuel Lara. Página 34.

[4] Hayek, F.A. (1988). The Fatal Conceit. The Errors of Socialism. Londres, Routledge. Páginas 135-140 (hay traducción española en Unión Editorial).

[5] Rodríguez Braun, Carlos (2020). Venerable síntesis liberal: los Diez Mandamientos. Madrid, Unión Editorial/Centro Diego de Covarrubias. (https://ucm.academia.edu/CarlosRodríguezBraun)

[6] Irrazábal, Gustavo (2018). El Evangelio Social: un tesoro olvidado. Buenos Aires, Ágape Libros. Agradezco al profesor Víctor Herrero, de la Universidad Austral, el haber podido conocer este excelente ensayo del padre Irrazábal.

[7] Irrazábal, Gustavo (2019). «Presentación». Criterio Digital, 17 abril.

[8] Zanotti, Gabriel (2018). «Reseña de El Evangelio Social». Instituto Acton, 23 agosto.

[9] Rodríguez Braun, Carlos (2014). «El Papa Francisco y el mercado», Expansión, 17 enero.

(https://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/expansion/el-papa-francisco-y-el-mercado/)

[10] Rodríguez Braun, Carlos (2000). «Tensión económica en la Centesimus Annus». Empresa y Humanismo2(2), 473-492. (https://ucm.academia.edu/CarlosRodríguezBraun)

[11] Zanotti, Gabriel (2022). «John Finnis y su análisis de lo opinable dentro del magisterio social», 18 julio. (https://gzanotti.blogspot.com/)

[12] Irrazábal, Gustavo (2018). El Evangelio Social: un tesoro olvidado. Buenos Aires, Ágape Libros. Página 142.

Fuente: Revista Átomo

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RedaccionVozIberica

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