PABLO MOLINA
Salvo aprobar una ley que ha sacado a la calle o rebajado las penas a más de mil violadores y pederastas y otra que permite a los hombres identificarse como mujeres (lo que les habilita para competir en deportes femeninos y compartir espacios íntimos con niñas), o a los menores de edad medicarse para cambiar de sexo sin conocimiento de sus padre.
Exceptuando las palizas soñadas de Iglesias a Mariló hasta hacerla sangrar, el envío al gallinero del Congreso de las diputadas que dejan de compartir catre con el macho alfa, los toqueteos de profesores universitarios ultrafeministas a sus alumnas, el Tito Berni esnifando coca en el trasero de las prostitutas, Ábalos pagando a sus sobrinas para que lo acompañen en los viajes oficiales o los socialistas andaluces gastando en prostíbulos el dinero público destinado a cursos de formación de parados.
Pasando por alto las enormes cantidades de dinero público destinadas a cambiar las luces de los semáforos por símbolos feministas, la compra de bancos morados, la creación de puntos violeta y los millones de euros en subvenciones otorgadas a asociaciones feministas para organizar chochocharlas y justificarlas como ayudas para las víctimas de violencia de género.
Obviando el encubrimiento de los abusos sexuales de los maridos de las consejeras feministas a menores tuteladas, víctimas a las que se llevaba a declarar esposadas y se les perseguía durante años para hacerles la vida imposible y que se pensaran lo de denunciar.
Prescindiendo de la persecución callejera a la presidenta de una Comunidad Autónoma con insultos, empujones y escupitajos, los escraches en la universidad para evitar que algunas mujeres impartieran sus conferencias, el acorralamiento por parte de una multitud violenta a concejalas embarazadas de nueve meses, los ataques a la vivienda de una política del PP para aterrorizarla en compañía de su bebé o los insultos diarios hacia otra presidenta autonómica, a la que se tacha de loca, asesina y corrupta incluso desde la tribuna parlamentaria por parte de miembros (y miembras) del Gobierno.
Sin entrar en los episodios de abuso sexual contra las mujeres de su entorno por parte del portavoz de una formación ultraizquierdista y el silencio al respecto de la lideresa del partido, compartido con las periodistas feministas que conocían las costumbres de ese personaje, para no perjudicar sus expectativas electorales y los futuros sueldos públicos de todos ellos.
Quitando todo eso, los servicios de la izquierda feminista a las mujeres españolas han sido un espectáculo. Las cosas como son.
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