Los disturbios en Salt: Una muestra de las tensiones sociales y demográficas resultado de la inmigración -invasión silenciosa- absolutamente descontrolada

Los recientes disturbios ocurridos en Salt, Cataluña, tras el desalojo de un imán subsahariano y su familia, han vuelto a poner de manifiesto las complejas tensiones sociales y demográficas que afronta la región. Estos incidentes, que se produjeron el 12 de marzo de 2025, coinciden con el 21º aniversario de los atentados del 11-M en Madrid, reavivando el debate sobre la integración de la comunidad musulmana en España.

El crecimiento de la población musulmana en España y Europa ha sido significativo en las últimas décadas. Según algunos estudios, para 2030 la población musulmana en España podría aumentar un 82%. Este incremento demográfico ha generado preocupación en ciertos sectores de la sociedad sobre los posibles cambios culturales y sociales que podría conllevar.

Los disturbios en Salt reflejan los desafíos de integración a los que se enfrentan muchas comunidades de inmigrantes. El pretexto de «la falta de acceso a una vivienda digna», aliñado con acusaciones de racismo en el mercado inmobiliario fueron factores clave en el estallido de las protestas. Estos problemas subrayan la necesidad de políticas de integración más efectivas y de abordar las desigualdades socioeconómicas.

El crecimiento de la población musulmana ha intensificado el debate sobre la identidad europea y los valores occidentales. Algunos observadores, como el escritor Guillaume Faye, vienen advirtiendo desde hace tiempo sobre lo que algunos denominan la «Gran Sustitución», argumentando que la demografía cambiante podría alterar fundamentalmente la composición étnica y cultural de Europa.

Los disturbios ocurridos en Salt, cuando se cumple el aniversario vigésimo primero de los atentados islamistas a los trenes de Atocha, ponen de manifiesto la fragilidad de la cohesión social en comunidades diversas. La rápida respuesta de la policía y los esfuerzos por mediar con líderes comunitarios demuestran la importancia de mantener el diálogo y la cooperación entre diferentes grupos étnicos y religiosos, pero también demuestra que el Estado de Derecho hace ya mucho tiempo que ha dejado de existir en Cataluña y muchos más lugares de Europa.

La creciente presencia musulmana en Europa, y particularmente en España, ha generado preocupación en algunos sectores sobre lo que denominan una «invasión silenciosa» y los desafíos de integración que conlleva. Cada vez son más los europeos, los ciudadanos de los países occidentales convencidos de que, existe una incompatibilidad fundamental entre los valores islámicos y la cultura occidental judeocristiana y grecorromana… cada día que pasa aumenta el número de personas que piensan que, que la integración de las comunidades musulmanas en Europa es prácticamente imposible debido a diferencias culturales y religiosas profundamente arraigadas. Quienes llegan a esas conclusiones, tienen también el convencimiento de que muchos, muchísimos musulmanes ven la civilización occidental como decadente y enemiga del Islam, lo que dificulta una verdadera asimilación.

Circula por internet un texto, especialmente ilustrativo de cómo actúan los musulmanes en los lugares en los que están presentes, dependiendo de si son una minoría o no. Lean, pues no tiene desperdicio:

Tres fases para describir la expansión del Islam en sociedades no musulmanas:

  1. Fase inicial: Cuando son minoría, los musulmanes abogan por la paz y tolerancia externamente, mientras practican la taqiyya (ocultamiento de creencias) y se preparan en secreto. Reclaman estatus de víctimas y privilegios.
  2. Fase intermedia: Al ganar fuerza, pero sin ser mayoría, recurren al terrorismo y eliminación de críticos. Buscan pretextos para atacar a otros grupos musulmanes.
  3. Fase final: Al convertirse en mayoría, someten violentamente a los no musulmanes, expanden su dominio político y expulsan a los no creyentes.

Según esta teoría, este patrón se ha repetido desde los orígenes del Islam hace 1400 años. Por supuesto, todo ello está en contra de lo que afirman los «buenistas» que entre otra cuestiones afirman que en España hubo en la Edad Media Europea una convivencia pacífica entre musulmanes, cristianos y judíos; de lo cual no existe constancia de clase alguna. Evidentemente, quienes afirman tales cosas, lo hacen desde una vision sesgada, influidos por su ideología, y sus deseos de que el pasado hubiera sido de otro modo… Quienes afirman tales falsedades, añaden que la historia no es «objetiva», es opinable y se puede contar de múltiples maneras, y recurren a la falacia del «consenso» (falacia ad populum), o a la falacia ad hominem, o a la falacia de autoridad, acudiendo por supuesto a sus «expertos», los que son de su cuerda… Tampoco hay que olvidar que estas mismas personas recurren a apoyarse en «artistas» e «intelectuales» afines, e incluso académicos, políticos, activistas y organizaciones; para legitimar sus falsedades. Y, por supuesto, acusan a quienes piensan de forma diferente de utilizar una retórica alarmista y xenófoba que fomenta la islamofobia, el odio y la división social.

Quienes apoyan la invasión silenciosa por parte de musulmanes, también suelen olvidar (de manera intencionada por simple ignorancia y analfabetismo) que el Islam tiene como objetivo destruir la civilización judeocristiana, grecorromana, para expandirse por todo el planeta tierra, como se ha demostrado desde Mahoma hasta la actualidad… Sólo se han visto frenados cuando han sido derrotados, como ocurrió en España tras la conquista de Granada, la expulsión posterior de los moriscos en tiempos de Felipe III y la batalla de Lepanto, en la que el Imperio Español (con la ayuda de algunos países europeos) venció al Imperio Turco… El buenismo-progresista sólo conduce a la muerte de Europa, como decía Cicerón, una nación puede sobrevivir a sus necios, e incluso a los ambiciosos. Pero no puede sobrevivir a la traición desde dentro. Un enemigo a las puertas es menos temible, porque es conocido y lleva su estandarte abiertamente. Pero el traidor se mueve libremente entre los que están dentro de la puerta, sus susurros susurran por todos los callejones y se oyen en los mismos salones del gobierno.

Ni que decir tiene que, quienes tratan de endulzar, blanquear a los islamistas, intentando hacernos comulgar con ruedas de molino, para apoyar sus disparatadas ideas (las ideas, no se olvide, tienen consecuencias) afirman lindezas tales como que, los hechos históricos «no son objetivos» y que es perfectamente acertado distorsionarlos haciéndolos pasar por el filtro de determinadas ideologías. Quienes asía actúan recurren al relativismo y rehuyen la búsqueda de la verdad.

Y cuando se les acaban los argumentos, mejor dicho, las falacias «lógicas» siempre les quedará el recurso de etiquetar a quienes con ellos disientes de «conspiranoicos», «racistas», xenófobos, islamófobos, fascistas, intolerantes, discriminatorios, irrespetuosos con los diferentes, contrarios a los derechos humanos, contrarios a la justicia y a la igualdad… y lindezas por el estilo.

La importancia del razonamiento lógico en el debate público

El debate público y el intercambio de ideas son fundamentales para el progreso de una sociedad libre, abierta y próspera.. Sin embargo, con frecuencia nos encontramos con argumentos falaces que obstaculizan un diálogo constructivo y la búsqueda de la verdad. Es crucial desarrollar la capacidad de identificar y evitar estas falacias para elevar el nivel del discurso público.

Tipos comunes de falacias

Algunas de las falacias más frecuentes en el debate público incluyen:

  • Falacia ad hominem: Atacar a la persona en lugar de sus argumentos.
  • Falacia ad populum: Apelar a la popularidad de una idea en lugar de su validez.
  • Falacia de autoridad: Aceptar una afirmación solo porque proviene de una figura de autoridad.
  • Falacia por conclusión desmesurada: Extraer conclusiones que van más allá de lo que permiten los datos disponibles.
  • Falacia ad consequentiam: Rechazar una idea basándose en sus supuestas consecuencias negativas, en lugar de su veracidad.

La importancia de la lógica y la evidencia

Para evitar caer en estas trampas del razonamiento, es esencial:

  1. Basar nuestros argumentos en evidencia sólida y datos verificables.
  2. Estar dispuestos a cambiar de opinión si se presentan pruebas convincentes.
  3. Separar los hechos de las opiniones y las emociones.
  4. Buscar activamente información que pueda contradecir nuestras creencias.

El peligro de ignorar la realidad

Como señalaba Ayn Rand, ignorar la realidad no nos exime de sus consecuencias. En el contexto del debate público, esto significa que:

  • Las políticas basadas en falacias o razonamientos defectuosos pueden tener efectos negativos a largo plazo.
  • La negación de problemas reales impide encontrar soluciones efectivas.

Mejorando el discurso público

Para elevar la calidad del debate público, es necesario:

  1. Fomentar el pensamiento crítico desde la enseñanza básica.
  2. Promover la alfabetización mediática para identificar fuentes confiables de información.
  3. Valorar y recompensar el uso de argumentos lógicos y bien fundamentados en el discurso político y mediático.
  4. Crear espacios de diálogo donde se priorice el intercambio respetuoso de ideas y la búsqueda conjunta de la verdad.

El uso de falacias lógicas en el debate público no solo obstaculiza el diálogo constructivo, sino que también puede llevar a decisiones erróneas con consecuencias reales. Desarrollar la capacidad de identificar y evitar estas falacias es esencial para mejorar la calidad de nuestro discurso colectivo y, en última instancia, para tomar decisiones más informadas y beneficiosas para la sociedad en su conjunto.

Desde esta perspectiva, lo conveniente no es rehuir el debate y menos aún obviar la realidad; muy al contrario, se trata de «coger el toro por los cuernos», empezando por tener en cuenta que el Islam es intrínsecamente hostil a la civilización europea, aunque algunos lo nieguen. En segundo lugar, no olvidar de ninguna manera que la integración y asimilación de los inmigrantes musulmanes son imposibles debido a su número y a su general falta de voluntad para adaptarse. Y, en tercer lugar, no desechar la posibilidad de recurrir a medidas como la interrupción parcial o total de la inmigración, la expulsión masiva de inmigrantes y la eliminación del derecho de asilo, por mucho que algunos lo califiquen de fascismo, y contrario a los derechos humanos, o a los «valores democráticos».

Si no se actúa con rotundidad, con audacia, de manera rotunda, sucesos como los de Salt se irán repitiendo en España y en Europa, día tras día… y la solución no es guardar minutos de silencio frente a las fachadas de los ayuntamientos, o recorrer las calles con cirios llamando a la paz y ocurrencias por el estilo…

Así que, pues «eso».

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