En España, aunque uno corra el riesgo de ser linchado, no solo metafóricamente, si se le ocurre nombrarlos, hay que decir que existen enemigos declarados del campo y de quienes viven en y del campo. Esos enemigos del campo español tienen nombre y apellidos, se llaman animalistas, ecologistas, prohibicionistas de la caza, de la pesca y de la tauromaquia… y también los burócratas y caciques de las diversas regiones españolas que les hacen caso, y los subvencionan con nuestros impuestos, por miedo, también, a ser linchados…
Los enemigos del campo español son miembros de la clase media urbana, víctimas del marxismo cultural y de las leyes educativas progresistas, analfabetos funcionales, que pululan por doquier, y en especial en las facultades universitarias de ciencias sociales y humanidades. Muchos de ellos son hijos o nietos de emigrantes que, visitan el campo en vacaciones, o como mucho, algunos fines de semana.
Un alto porcentaje de quienes toman decisiones en España, se deja aconsejar por enemigos declarados del mundo rural que, a su vez son gente empeñadas en suprimir de un plumazo todo lo que huela a tradición, a español, a nuestras señas de identidad; para convertirnos a la nueva religión del globalismo multiculturalista. Esos que nos hablan de biodiversidad, de conservación del entorno, de ser escrupulosamente respetuosos con las costumbres y la cultura de quienes nos llegan de otros lugares del mundo, y que el único ecosistema que conocen es el chalé de lujo en una urbanización plagada de gente como ellos, gente que no sabe lo que es trabajar, que no ha dado nunca «un palo al agua», y que posee una peculiar visión de la naturaleza, de la flora y la fauna; realidades que conoce a través de estadísticas elaboradas por gente como ellos, y a través de publirreportajes impregnados de sentimentalismo tóxico, realizados por alguna oenegé supuestamente conservacionista, generosamente regada con dinero de los contribuyentes.
Los oligarcas y caciques patrios les han otorgado un predicamento y una capacidad enorme de decidir sobre nuestras vidas, les han dado un enorme poder, y los medios de comunicación los presentan como los nuevos gestores de la moral colectiva y los defensores del entorno rural, frente a los brutos ganaderos y agricultores; y los cazadores y pescadores que, según su enorme sabiduría, son gentes de escasas entendederas que no respetan su propio medio de vida.
¡Hay que ver qué ignorante, brutita, torpe, cateta es la gente de pueblo… menos mal que tenemos a los niños pijos de la ciudad para darnos lecciones de cómo hemos de vivir en nuestra propia casa!
No existe mayor enemigo del campo español que, el dominguero urbanita, que dice ser ecologista, que acude al campo los domingos, montado en bicicleta o haciendo senderismo. Son los mismos que dejan abierta la verja de las explotaciones agrícolas y ganaderas, provocando que se escape el ganado; son los mismos que forman parte de organizaciones ecologistas, o las financian, para que suelten especies protegidas en los cotos de caza, cargándose de ese modo varios negocios de un solo tiro; son los mismos que están a favor del aborto –de humanos, claro- a la vez que pretenden prohibir las corridas de toros y que, si algún día lo consiguen, provocarán la ruina de las dehesas, y acabarán con la forma de vida de quienes habitan preciosos parajes naturales que, existen exclusivamente, debido a que existen los toros de lidia y que, sin su crianza carece de sentido.
Estamos hablando de los mismos estúpidos que, hace pocos años, tuvieron la feliz ocurrencia de manifestarse delante del Museo del Jamón de la Gran Vía madrileña, para protestar por las matanzas de cerdos, contra su aprovechamiento, contra los embutidos, contra la chacina. Es seguro que, estos urbanitas ignoran que si desapareciera la crianza de cerdos, y especialmente los de «pata negra», las dehesas del oeste de España acabarían siendo deforestadas, y serían convertidas en campos para el cultivo extensivo de cereales, o algo semejante, ya que sin la cría del porcino ese paisaje carece de utilidad y la gente de algo tiene que vivir, o verse obligada a emigrar.
Una muestra de la peligrosa capacidad de influencia de los urbanitas, enemigos del campo, es la plaga del “meloncillo”. El meloncillo estaba considerada especie de interés especial hasta 2013 según la legislación de algunas regiones españolas; una alimaña que trae de cabeza a los ganaderos y a los cazadores. Los meloncillos han acabado con la vida de conejos y liebres, allí donde campan por sus fueros; y es enemigo de reptiles y mamíferos.
Sin embargo, la legislación vigente prohíbe su caza, salvo que se demuestre a los técnicos de los gobiernos regionales que, han provocado daños y con informe previo correspondiente. O sea que, un ganadero o agricultor sólo podrá matar a un meloncillo, después de que le haya causado un grave perjuicio. Conclusión: un meloncillo tiene más derecho a la presunción de inocencia que un hombre acusado de haber ejercido violencia contra una mujer.
Los meloncillos son animales muy inteligentes y se agrupan para actuar como si fueran delincuentes profesionales. Por ejemplo, cuando una vaca está a punto de parir, se sitúan dos meloncillos delante de la vaca y mientras, otros se ponen detrás para atacar y comerse el choto en cuanto nazca.
El problema es que, se ha producido una enorme superpoblación y no se les puede cazar, ya que, de facto están protegidos…
Cuando un ternero es atacado por una de estas alimañas, devora sus morros, e incluso acaba haciéndole un agujero en el cuerpo para chuparle la sangre. Si es la madre la que es mordida por un meloncillo, es contagiada de tuberculosis y hay que sacrificarla de inmediato; lo cual supone un gasto más para el ganadero…
Pero, ahí no queda la cosa; basta con que un meloncillo hiera e infecte a una sola res para que toda la explotación quede paralizada, con la consiguiente depreciación de la cabaña. Si el precio de una vaca ronda los 1.500 euros, el ganadero conseguirá no más de 400. Si tenemos en cuenta el escaso margen de beneficios de las explotaciones es mínimo, cualquiera que esté leyendo este artículo, habrá llegado a la conclusión de que los ecologistas y las diversas administraciones que los jalean y subvencionan, son los principales enemigos de nuestra ganadería y los cómplices de meloncillos, ginetas, garduñas y demás compañeras alimañas, a las que han concedido legalmente un poder terrible.
Respecto de lo que venimos hablando, es interesante destacar que un informe científico, publicado por la revista Mammalian Biology, en abril de 2018, llegaba a la conclusión de que la excesiva presencia de meloncillos es perjudicial para la fauna menor y otras especies como los reptiles, de la Península Ibérica.
Por este motivo, la Federación Española de Caza viene reclamando a las autoridades que, las capturas de estas alimañas se autoricen con mayor agilidad y con menos trabas burocráticas que, las que se vienen poniendo hasta ahora. Federación de Española de Caza anima a quienes observen en los cotos un elevado número de meloncillos, a que informen a la federación, para que ésta realice las gestiones oportunas.
Y, ya puestos a hablar, no podemos olvidar a otro gran enemigo del campo español en general: La Unión Europea
En España, el sector primario sobrevive a duras penas, de puro milagro, acosado por una Unión Europea, empeñada en implantar formas de explotación intensivas, frente a la ganadería española, tradicionalmente extensiva. La Unión Europea persigue y sanciona a la dehesa con, por ejemplo, los coeficientes de admisibilidad de pastos (CAP).
Los gobiernos regionales, dado que son rehenes de las políticas de Bruselas, (y especialmente Extremadura, al habérsele otorgado el calificativo de “región objetivo 1”, puesto que la UE la considera región pobre, y por tanto merecedora de trato de favor, o sea generosas subvenciones) y del chantaje del ecologismo animalista, no hacen nada por facilitar las cosas a los que de verdad viven del campo, sino todo lo contrario.
Las terribles consecuencias están a la vista: fincas en las que vivía una treintena de familias hace varias décadas, ahora están vacías y las pequeñas explotaciones ganaderas van desapareciendo, dejando el campo baldío, y con riesgo serio de convertirse en un páramo.
La España vacía se muere, en estos momentos más del 80 por ciento de los españoles viven en apenas el 20 por ciento del territorio, todos ellos en el litoral; el resto, el 20 por ciento de los españoles, sobreviven en el territorio comprendido entre la Cordillera Cantábrica, Sierra Morena y el Sistema Ibérico… El campo es la base de la identidad de la Nación Española, su raíz. No es de extrañar que quienes quieren destruir España, persigan a sus campesinos y ganaderos, y a quienes practican la caza y la pesca, y pretendan abolir actividades como la tauromaquia.
En quienes aún viven en zonas rurales, como en la familia natural, reside la Tradición, algo que pretenden erradicar, para que, una vez destruida nuestra forma de vida, la civilización occidental judeocristiana, reine la Europa multicultural y urbana, rodeada de ginetas, meloncillos y alimañas de semejante calaña.
Carlos Aurelio Caldito Aunión.
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