Irene González
La mujer sensual y lista despierta rencor y envidia en el hombre princesita. Ante ella adopta una actitud de altanería y soberbia.
Quizá el origen de todo esté en la música indie. Esa desgracia musical que inutilizó los cerebros de una generación, atormentada en su egocentrismo, impregnándolos de debilidad y desprecio por lo valioso, para ocultar sus complejos ante la masculinidad. Todo vestigio de hombría quedó denostado al crear al pusilánime, al eterno adolescente, al hombre princesita. Un subgénero del hombre moderno heterosexual.
El anhelo de ligar, de conectar. Ese interés, esa torpe curiosidad rodeada de errores y ganas de ver, tocar y vivir a la otra persona por encima de cualquier miedo, insignificante ante el calor del otro. Ligar muchas veces implica interrumpir, quizá molestar, insistir o sentirse ridículo, pero siempre es atreverse. Ser capaz de vencer ese instante de salto al vacío es un alarde natural de virilidad, aunque en muchas ocasiones no surta efecto. Siempre fue cosa de dos. Una especie de baile donde cada uno hace lo que puede y el valor va cambiando de lado, al paso.
Toda esa excitante y extraordinaria tentación ha sido sustituida en la vida posmoderna por una reacción en redes, un «me gusta», que sin palabras no es más que un bucle de emoticonos a ninguna parte. Sé que es difícil no caer rendida de deseo ante este absurdo, que lleva a refugiarse en una película de Marcello Mastroianni. Pienso en la masculinidad destruida que representan los hombres princesita y me invade la desolación ante el declive estético de la seducción y el amor, tras el que hay un oscuro vacío moral.
El princesita está tan acomodado en su cobardía que la ha transformado en pereza sexual y desidia emocional. Su apatía posmoderna le incapacita para vivir el vigor del deseo, tan alejado de la necesidad y el ansia de consumo. Tiene más miedo a mostrar un natural interés por una mujer y no ser correspondido, que a perderse lo que pueda vivir. Este desdén ante el sexo que requiere moverse del sofá hay quien lo interpreta como una desgana ante la falsa sensación de abundancia. Las redes le han hecho preso del espejismo de ilimitadas opciones y experiencias. Una generación atrapada y agitada en la saturación de un scrolling infinito que deja un vacío aturdido y demasiado cansado como para sentir ante la vida real que se escapa, mientras se intenta huir de ella en esa pantalla, en esa rueda de hámster. Hacerse next a uno mismo.
Hombres princesita: cobardía emocional
Atrapados en el síndrome de María Antonieta, el hombre princesita necesita ser buscado, elogiado e invitado hasta tenerlo en bandeja para muchas veces desdeñarlo. Un ego débil, caprichoso e infantil que necesita alimentar la sensación de exceso. O algo mucho peor, aparentar un carácter bohemio que su cobardía emocional nunca le podrá dar. La mujer sensual y lista despierta rencor y envidia en el princesita, ante la que adopta una actitud de altanería y soberbia. Le da tanto miedo no ser deseado por ciertas mujeres que opta por el desprecio para ocultar sin éxito su falta de hombría. Lo que más valora es la facilidad de acceso y deshecho, la comodidad que le permita disfrazar sus limitaciones, masculinidad destruida.
El feminismo de tercera ola ha hecho mucho daño a las guapas. Sin piropos, ni caballerosidad, ni amor romántico. Ahora todo es un asco.
El posmofeminismo ha conseguido que las mujeres se encarguen de todo, de parir y de invitarles a salir
La ampliación del concepto de violencia sexual hasta el absurdo ha dado refugio a los depredadores al permitir que se confundan con el que mira a la chica que le gusta. (No te quedes ahí, ve a hablar con ella).
Este escenario sirve como excusa para camuflar su pusilánime existencia esperando impávido que vayan a cortejarle. Tan infantil como insustancial murmulla: «que se acerque ella, estamos en el siglo XXI». Terror. El princesita además de poco hombre no es muy listo.
La iniciativa no es y no debe ser exclusiva de los hombres, pero tampoco de las mujeres como pretenden. El posmofeminismo ha conseguido que las mujeres se encarguen de todo, de parir y de invitarles a salir. «No, que me denuncian», «igualdad», contesta el princesita —lo peor es que son unos aburridos. Pocas cosas más antieróticas que un tipo pidiendo cuotas de igualdad para él en el momento de «ligar».
Que hoy nazcan niños en este mundo del absurdo sentimental es un milagro. Se dedican estudios a la incidencia del precio del alquiler y los salarios en la baja natalidad. Nadie habla de los puentes destruidos entre los que son iguales y naturalmente algo distintos. Toda diversidad se celebra, menos la existente entre sexos. Se fomenta la confusión y se enaltece la fugaz compañía, sin capacidad para conocer el deseo, normalizando el desprecio al amor.
La verdad de una sociedad está en las costuras de cómo nos relacionamos y aproximamos a la intimidad. El lugar que ocupa en cada uno la posibilidad del amor, que no es tan frecuente como las parejas estables. Ahora la soberbia, el miedo, la envidia y la desidia llenan un espacio ausente de ternura y curiosidad hacia el otro a la hora de explorar una conexión real, una intimidad. Lo que más anhelan los hombres y mujeres supervivientes de la posmodernidad.
FUENTE: https://elmanifiesto.com/sociedad/443549280/Los-hombres-princesita-la-verdadera-masculinidad-toxica.html?utm_source=boletin&utm_medium=mail&utm_campaign=boletin&origin=newsletter&id=34&tipo=3&identificador=443549280&id_boletin=611416988&cod_suscriptor=721592563
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