Los «islamistas pacíficos», Al-Andalus, el mito de la convivencia pacífica de las tres culturas-religiones y otros embustes buenistas.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

En el momento que redacto este texto, se cumple un nuevo aniversario (el quinto) de los atentados de terroristas musulmanes en Cataluña, hace una semana que fue agredido el escritor indio, Salman Rushdie, por un terrorista musulmán y aún se debate entre la vida y la muerte. También ha sido publicado hace pocos días, el libro “Al-Ándalus y la Cruz” (Stella Maris), del profesor Rafael Sánchez Saus.

Como afirma el profesor Sánchez Saus, en contra de quienes pretenden vendernos una versión dulce del Al-Ándalus y el dominio musulmán en la Península Ibérica, España fue conquistada mediante una dura guerra de agresión por parte del califato omeya de Damasco, el imperio más potente que existía entonces y que poseía un proyecto de dominio mundial. El resultado fue, la implantación de un sistema social y político que discriminaba y explotaba a la gran mayoría de la población y que reprimía con dureza y crueldad cualquier intento de resistencia, aunque fuera pacífico. Aunque hubo momentos de cierta tolerancia con los vencidos, a estos se les hizo sentir siempre todo el peso de su derrota. En esas condiciones, asombra que Al-Ándalus pueda ser presentado como modelo de convivencia entre culturas, razas y religiones, porque fue exactamente todo lo contrario… No pierde la ocasión Sánchez Saus de subrayar que, los mitos pseudohistóricos que han carcomido en España nuestra conciencia de nación cristiana y occidental, en las últimas décadas, están haciendo tambalearse el modelo social que sustenta nuestro estilo de vida. Cuando se pierde la batalla de las ideas, hay que aceptar que otros te impongan sus soluciones. Soluciones que siempre, no lo olvidemos, son muy duras para la mayoría del pueblo…

 Es momento, nuevamente, de preguntarse:

 ¿De veras existen “musulmanes moderados”?

Permítaseme una digresión: Henry Louis Mencken, conocido como el «Sabio de Baltimore», considerado uno de los escritores más influyentes de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, periodista, crítico social y librepensador norteamericano, decía que “un demagogo es alguien que le cuenta cosas falsas a gente que considera idiotas,… engatusa al personal con actitudes cautivadoras como besar a niños, se da baños de multitudes, visita hasta el último lugar del mapa para abrazar a indigentes y desconocidos, y sobre todo prometer maravillas…” (Pensamiento Alicia lo llamaba el profesor Gustavo Bueno)

De todo ello participa la estrategia propagandista de los grupos políticos que se hacen llamar “progresistas”, incluyendo la derecha boba y la ruidosa. Todos ellos corrompen el idioma, lo “retuercen”, y abusan hasta el hartazgo de palabrería y retórica vacías; frases y palabras “talismán” lo llaman los lingüistas, palabras talismán, porque a lo largo de la Historia se han ido cargado de prestigio –o de desprestigio-, de un prestigio tal que nadie suele atreverse a ponerlas en tela de juicio.

Una de las más palabras talismán usadas últimamente es el vocablo ISLAMOFOBIA (miedo, temor al Islam y a sus seguidores) que ha adquirido una carga tal de perversidad y maldad, que es equiparable a otras palabras como “RACISTA”, “FASCISTA”, “NAZI”, “REACCIONARIO”, “CARCA”, “RETRÓGRADO”, etc. consideradas antónimas de IGUALDAD, EQUIDAD, PROGRESO, TALANTE, DIÁLOGO, CONSENSO… Todas ellas se utilizan con intención de manipular, para influir sobre quienes las leen o escuchan, y se utilizan con una ambigüedad calculada… obviamente, la intención es la de confundir, “convencer” y tener realmente un efecto anestésico en los ciudadanos; o como poco sembrar la resignación, la aceptación de la mediocridad imperante como algo soportable.

Los vocablos y frases talismán enceguecen, emboban, las palabras talismán tienen la capacidad de teñir a las palabras que las circundan con su aura de claridad, con su «rico perfume”, apabullan; pero sobre todo inhiben toda clase de revisión crítica.

En estos penosos momentos que está sufriendo España, todo progre que se precie, que tenga intención de hacer carrera política está obligado adornar su discurso con la palabra “ISLAMOFOBIA”; parece como que sus asesores de imagen les inculcaran que, si no la usan, hasta aburrir, corren el riesgo de suicidarse política y socialmente.

Bien, tras estas explicaciones necesarias, pasemos al meollo de la cuestión:

¿Hay una relación de causa y efecto entre religión y el uso de la fuerza?

Sin duda alguna, sí existe relación entre ambas.

Segunda pregunta obligada: En eses aspecto, ¿hay diferencias especialmente importantes entre el Cristianismo y el Islam? Sí, pero esa diferencia radica en la distinción que existe, no entre la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) y el Corán, sino entre los cristianos y los musulmanes actuales.

Aunque es importante, también, destacar que los primitivos cristianos -que se sepa- hasta que el Emperador Romano Constantino decide convertir el Cristianismo en la religión oficial del Imperio –siglo tercero después del nacimiento de Jesucristo- nunca hicieron proselitismo mediante ninguna clase de fuerza, coacción o violencia.

Durante la Edad Media en Europa, cuando la autoridad de la Iglesia era prácticamente incuestionable, quienes de hecho la cuestionaban eran condenados a muerte. La Iglesia no reconocía ninguna libertad de pensamiento; no reconocía el concepto de libertad como tal. La libertad es un estado de autonomía personal, en el cual las decisiones sobre qué ideas aceptar y qué acciones tomar son tomadas por cada individuo, sin coacción externa, lo cual implica que cada persona tiene derecho a poseer vida propia y a buscar su propia felicidad. Todo ello durante muchos siglos fue reprobado, condenado por parte de la Iglesia, que afirmaba que las personas carecen de autonomía: que no poseen el derecho a arrogarse la decisión de cómo vivir su vida, y que los individuos solamente existen para servir y hacer la voluntad de Dios, pues Él tiene pleno dominio sobre la vida del común de los mortales. Fueron muchos los que durante siglos se escudaron en la Biblia para justificar el asesinato de los disidentes y de los herejes de toda clase, y la Iglesia hizo uso de herramientas como las Cruzadas y la Inquisición para librar una guerra santa cristiana contra los infieles.

Ni que decir tiene que, sin ánimo de justificar ninguna clase de perversidad, es necesario destacar que todo ello pertenece a otros tiempos y a otras mentalidades, que en nada tienen que ver con los cristianos actuales y, por supuesto, no tiene ningún sentido ver el pasado remoto con gafas y mentalidad de hombres y mujeres del siglo XXI, y menos aún intentar remediar lo irremediable, pues, que yo sepa todavía nadie ha inventado una máquina del tiempo que permita regresar al pasado.

Debido a que el vocablo libertad esencialmente significa libertad de pensamiento, de atreverse a pensar por sí mismo, sacudirse la tutela de otros, elegir, mover la voluntad y hacerse responsable de los resultados de sus actos; la gente pierde su libertad siempre que la religión adquiere poder político. La religión exige la rendición del intelecto. Ordena a sus fieles que subordinen la razón a la fe, y que se sometan a una autoridad que está por encima de su mente independiente. Ordena que sus seguidores actúen, no basándose en lo que comprenden, sino en lo que otros dicen que deben creer. En vez de libertad de pensamiento, sólo existe el deber de obedecer y servir a Dios (o, mejor dicho, lo que la élite, la jerarquía religiosa afirma que es “voluntad de Dios”). Y lógicamente un siervo que tiene la osadía de desafiar las órdenes de su dueño debe ser obligado a someterse. Es por ello que las personas consideradas herejes fueron quemadas en la hoguera para mayor gloria de Dios, un acto, al fin y al cabo, semejante equivalente a los atentados contra “infieles” al grito de “Allahu akbar”, Alá es el más grande…

Transcurrido el tiempo, en Europa Occidental se produjeron unos acontecimientos que más tarde fueron nombrados como Renacimiento e Ilustración, que dieron como resultado que la autoridad de la Iglesia fuera disminuyendo enormemente. La razón se fue imponiendo a dogmas de otros tiempos, carentes de sentido, y estos acontecimientos fueron influyendo en todas las instituciones de Occidente, incluidas las prácticas religiosas. Y, por consiguiente, la disidencia religiosa empezó a ser tolerada. La terrible costumbre de matar a los herejes– y a las brujas, a los homosexuales y a quienes no respetaran las fiestas de guardar– dejaron de ser tomados en serio. Con el tiempo, la libertad política se arraigó. Los Estados Unidos de América fueron fundados, y la Iglesia quedó separada del estado.

Frente a lo ocurrido en la Civilización Judeocristiana, a lo largo del tiempo, el mundo islámico no ha experimentado ninguna Ilustración. El Islam sigue aferrándose a sus dogmas de la misma manera que lo hacía siglos atrás.

Ésta es la principal diferencia, la más importante sin duda, entre los musulmanes y los cristianos. Los seguidores de Mahoma toman el Corán al pie de la letra, se lo toman muy en serio, muchísimo más que quienes se hacen llamar cristianos. En el mundo “cristiano”, hasta los sacerdotes mantienen respeto por la razón en mayor o menor grado; y por lo general, entienden que la religión debe ser un asunto privado, no político.

Ningún cristiano en su sano juicio pretende implantar alguna forma de “estado teocrático”, ningún cristiano aspira a que la Biblia se convierta en la Constitución oficial de su país; por el contrario, los musulmanes sí pretenden tales cosas, tal es así que son muchos los lugares del mundo en los que el Corán y la Sharia son “la única constitución y las únicas leyes”.

¿Y qué ocurre con los denominados musulmanes moderados?

No se puede negar que existen. Pero, antes de nada, es imprescindible definir qué significa tal expresión. No basta con decir que son “moderados” los musulmanes que se abstienen de decapitar a infieles.

En la actualidad, solo hay una manera de saber si un musulmán es “moderado”: es alguien que reconoce rotundamente, sin “peros”, el derecho a repudiar el Islam, el derecho a apostatar y abandonar la religión de sus padres. Y como un resultado lógico, un musulmán “moderado” es el que considera a cualquier Osama bin Laden y a los monstruos que dicen ser sus seguidores como merecedores de ser ejecutados.

En definitiva, un musulmán “moderado” sería el que rechaza la esencia del yihadismo: la idea de que el Islam debe ser impuesto a toda la humanidad de forma violenta.

Pero en el mundo musulmán gente así son la excepción. Basta con echarle un vistazo a los gobiernos de las naciones musulmanas. En Egipto, Kuwait, Pakistán, Argelia, Afganistán, Arabia Saudita, Irán, los blasfemos son ejecutados, y algunos países musulmanes imponen penas de prisión. En Arabia Saudita, la ley define como terroristas a todos los ateos, y a cualquier persona “que ponga en tela de juicio los fundamentos de la religión islámica en la que se basa este país”.

¿Qué son las políticas de esos lugares, sino yihadismo legalizado, la imposición del Islam por la fuerza a víctimas indefensas, amparándose en la ley?

Y estas políticas tienen un fuerte apoyo popular. En la famosa encuesta de Pew realizada en el año 2013, una abrumadora mayoría de quienes viven en países musulmanes afirmaban sin ruborizarse que su única ley debería ser la islámica, la ‘Sharia’, también opinaban que tendría que ser la ley en todo el planeta, ya que así lo estableció Dios. La encuesta realizada por el Centro Pew de Investigaciones en 39 países reflejaba el fuerte compromiso de los creyentes con su religión, la segunda mayor del mundo, tanto que quieren seguirla no sólo en su vida personal, sino hacerla extensiva a la sociedad o la política.

En los países “civilizados” se ven en ocasiones protestas en nombre del Islam, contra los críticos del Islam, contra la “islamofobia”. ¿Dónde están las protestas en nombre del Islam, contra los asesinos, contra los terroristas musulmanes que asesinan en nombre del Islam a quienes osan criticar el Islam?

Los líderes religiosos del Islam alegremente lanzan fatwas contra los que se burlan de Mahoma. ¿Dónde están las fatwas contra las personas que secuestran a niños en edad escolar, bombardean sinagogas, esclavizan sexualmente a niñas, decapitan a periodistas, y de una forma u otra no practican su religión de forma pacífica?

Los enemigos de España, de Europa, de la Civilización Occidental son aquellos que tratan de instaurar el totalitarismo islámico (son muchos los que hablan ya de que el Islam es el totalitarismo del siglo XXI), y también lo son quienes los justifican, los “comprenden” y los apoyan.

Evidentemente, en una sociedad abierta la gente debe tener la libertad de rezar y adorar a Alá. Pero si de alguna forma actúan en apoyo de quienes usan la fuerza, entonces automáticamente se convierten en musulmanes fanáticos “no-moderados”.

Hemos llegado a tal situación que ya lo que menos importa es qué musulmanes, cuántos de ellos están practicando la “verdadera religión” según los dictados del Corán, o por el contrario una “falsa religión”. Lo que importa es que hay millones de musulmanes que aceptan como doctrina, como ideología el totalitarismo islámico, y que son una amenaza objetiva para España, para Europa y para el mundo. Los seguidores de esa ideología, desde los terroristas islámicos que han actuado recientemente en Cataluña, hasta sus cómplices menos violentos, son el enemigo, y es obligación de nuestro gobierno detenerlos, evitar que vuelvan a actuar.

Y ya, para terminar, les recomiendo que lean el siguiente texto, que circula por las redes sociales, a manera de resumen de cómo actúa el Islam para expandirse:

– Fase primera: cuando los musulmanes son débiles, poco numerosos, proclaman la paz, la tolerancia, hacia fuera, nunca hacia dentro. Practican Taqyya (acto de disimular las creencias religiosas propias cuando uno teme por su vida, por las vidas de sus familiares o por la preservación de la fe. Se usa más a menudo en tiempos de persecución o peligro por parte de los musulmanes) y se preparan para la siguiente fase, en privado y de forma clandestina. Demandan un estatus de “víctimas” y reclaman privilegios, trato de favor para el Islam.

– Fase segunda: cuando los musulmanes son lo suficientemente fuertes para luchar, pero no lo bastante para vencer y someter a quienes ellos consideran “infieles”, utilizan el terrorismo, eliminan a los críticos y buscan escusas para atacar a otros grupos de musulmanes.

– Fase tercera: cuando los musulmanes se convierten en mayoría someten violentamente a todos los no musulmanes, intentan expandir su dominio político, y expulsan a los no creyentes del territorio que éstos ocupaban antes de que ellos llegaran.

Los musulmanes siempre han utilizado este patrón de conducta, siempre han actuado así desde que Mahoma creó el Islam hace 1400 años

Y llegados a este punto, considero necesario hacer otra reflexión:

La Historia nos demuestra que posiblemente no haya fenómeno más “humano” que la guerra; los humanos siempre han recurrido a la violencia para dirimir, «solucionar» sus diferencias con los demás, SIEMPRE… Raras han sido las generaciones de humanos que no han conocido alguna clase de guerra… Las guerras las promueven los humanos, incitados generalmente por quienes les inculcan odio a los «otros», a los que «no son de los nuestros», a los que «no son de nuestra religión», a los que «no son de nuestra clase social», a los que «no son de nuestra lengua»… etc.

En una sociedad civilizada, la fuerza debe ser utilizada sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. Todas las razones que hacen que el inicio de la fuerza física sea una maldad, hacen que el uso de la fuerza física como represalia en defensa propia sea un imperativo moral. Estamos hablando del derecho de todas las personas a la vida, derecho del cual deriva su derecho a defenderse.

Si una sociedad “pacifista” renuncia al uso de la fuerza como represalia, quedará a merced del primer delincuente que decida comportarse de forma inmoral, y de ese modo lograría lo contrario a lo que supuestamente pretende: en vez de erradicar el mal, lo fomentaría y lo recompensaría.

En una sociedad libre, abierta, ningún individuo ni ningún grupo deben iniciar el uso de la fuerza física contra otros. En una sociedad libre los ciudadanos delegan en el gobierno el poder de usar la fuerza como represalia, y solamente como defensa. La única función del gobierno, en esa sociedad, es la tarea de proteger los derechos de los ciudadanos, es decir, la tarea de protegerlos de la fuerza física. Las fuerzas armadas de una nación libre poseen una gran responsabilidad: el derecho a usar la fuerza, pero no como instrumento de coacción y de conquista bruta – como han hecho los ejércitos de algunos países a lo largo de la historia – sino exclusivamente como instrumento para la defensa propia de una nación libre, lo que significa: la defensa de los derechos individuales de los ciudadanos.

¿Y cómo hacer frente al islamismo desde fuera del islam, desde las sociedades europeas? Ante todo, identificando sus causas. Primero, el mecenazgo saudí –wahabista- de innumerables mezquitas en Europa, que ha difundido por todas partes una interpretación fundamentalista del islam. Junto a eso, la explosión de la inmigración musulmana en las últimas décadas, que ha configurado en nuestras comunidades una realidad social específica, con identidad propia, que ya no se reconoce a sí misma en el marco de convivencia europeo. Y, además, las convulsiones que el propio islam vive a partir del yihadismo (desde los Hermanos Musulmanes hasta Al Qaeda y el Estado Islámico), convulsiones que llegan a Europa provocando un enorme victimismo en las comunidades islámicas. Ese fundamentalismo no genera automáticamente la aparición de terroristas, pero sí crea un ambiente favorable para que surjan tendencias violentas y, sobre todo, para que el resto de los musulmanes soporten, comprendan e incluso acaben justificando el terrorismo. Si a todo eso le añadimos la desacertada política norteamericana respecto a Oriente Medio tendremos una combinación propiamente explosiva.

¿Conclusiones? Primero: hay que identificar bien al enemigo. Segundo, y, en consecuencia: es preciso extirpar el salafismo de Europa, lo cual pasa inevitablemente por controlar a las comunidades musulmanas en territorio europeo. Sin duda es imprescindible emprender acciones coercitivas, pero sería mucho mejor que fueran medidas cooperativas: que los propios musulmanes separen las manzanas buenas de las podridas. ¿Es posible? Sí, ¿por qué no? Ahora bien, tampoco con esto bastará si, al mismo tiempo, mantenemos la puerta abierta a la entrada indiscriminada de millones de inmigrantes musulmanes que continúan creando situaciones cada vez más incontrolables.

Ante el panorama que vengo describiendo, sólo hay dos opciones: o negar la evidencia, seguir diciendo “esto no es el islam” y empecinarnos en nuestro discurso globalista-multicultural, como hace la mayoría de los políticos, o cambiar de sentido.  

La segunda opción abrirá la puerta, con toda seguridad, a cambios quizá traumáticos en nuestra manera de organizar las sociedades europeas. Pero la primera vía sólo conduce al suicidio. He ahí el dilema.

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