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Los no-debates electorales sirven para poco… y los votantes indecisos no existen.

CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN

Según cuenta Jason Brennan en su libro «Contra la democracia», publicado en 2017, en todas las sociedades occidentales, de «democracia liberal», o «democracia representativa» existen tres clases de ciudadanos en cuanto a su actitud respecto de la política, en cuanto a su participación, etc. Jason Brennan dice que existe una inmensa mayoría a los que denomina «Hobbits». Los hobbits, también conocidos como medianos, son una raza ficticia de seres antropomorfos que aparecen en la novela «El Señor de los Anillos» del escritor británico J. R. R. Tolkien. Los hobbits viven aislados en su tierra, sin darle importancia a los asuntos del exterior, dedicándose a llevar una vida tranquila, dedicados a sus familias, a sus trabajos, a disfrutar del ocio… a vivir en paz y a llevar en lo posible una buena vida… Todo lo demás les importa un bledo.

Jason Brennan denomina así a la inmensa mayoría de la población que suele importarle bien poco quiénes son los gobernantes, e incluso desconoce cómo se llaman, pasan de partidos políticos, de sus supuestos programas electorales… y generalmente muchos de ellos no acuden a votar cuando son convocados a elecciones. Los hobbits generalmente carecen de ideología y, por supuesto, están casi o absolutamente desinformados.

Luego, según la clasificación de Jason Brennan, están los hooligans, tal cual o más fanáticos que los hinchas, los seguidores de los equipos de fútbol u otros deportes de masas. Claro que, aunque sean fanáticos no tienen que acabar realizando actos violentos o provocar desórdenes públicos necesariamente. Los hooligans predominan, en mayor o menor grado, entre la gente que suele acudir a votar; suelen estar mejor informados que los hobbits, pero su información es absolutamente sesgada. Y cuando digo sesgado no hablo de que tengan una determinada opinión, no hay nada de malo en ello, cuando hablo de información sesgada lo digo en el sentido de que no están abiertos a aceptar que puedan equivocarse. Cuando buscan información acuden a fuentes que confirman lo que ya creen (estamos hablando de creencias y no de pensamientos, creencias que poseen un fuerte componente emocional y generalmente escasa racionalidad), para reafirmase aún más en su esquema de pensamiento y acción, por supuesto, no escuchan ni confían en la gente que está en desacuerdo con ellos y además tienen una actitud muy negativa hacia la gente de otros partidos: piensan que son estúpidos y malvados.

«Un fanático es alguien que no puede cambiar sus opiniones y que no quiere cambiar de tema» Winston Churchill

Jason Brennan afirma que básicamente en la democracia a la manera de los países occidentales son los hobbits y hooligans quienes eligen a los gobiernos. El resultado de unas elecciones depende generalmente de la capacidad que tengan los hooligans de los partidos de arrastrar a los hobbits a los colegios electorales el día de la votación y evitar que se abstengan, ya sea porque permanezcan en sus casas, o en su segunda residencia, o en la playa, o en la montaña, o etc.

Y, los que hayan leído u oído de Jason Brennan, me dirán que el autor de «Contra la democracia» dice que hay otra clase de ciudadanos, a los que llama «vulcanianos».

¿Quiénes son los vulcanianos?

Los vulcanianos son una especie humanoide perteneciente al universo ficticio de Star Trek, originarios del planeta Vulcano (situado a 15 años luz del planeta Tierra) y conocidos por su estilo de vida basado en la razón y la lógica… Los vulcanianos, mediante el uso de la lógica, la meditación y el control de las emociones, lograron formar una sociedad próspera y avanzada en tecnología.

Jason Brennan llama vulcanianos a las personas racionales que procuran estar muy bien informados que no tienen ninguna lealtad a sus creencias. Son capaces de explicar puntos de vista opuestos. Les interesa mucho la política, son desapasionadosevitan ser parciales o irracionales y toleran las ideas contrarias a las suyas. No son por definición moderados, pero sí capaces de cambiar de opinión si los hechos evidencian que están equivocados. Generalmente son una minoría que apenas tiene capacidad de influencia en la sociedad y menos de hacer que el voto se incline hacia un lado u otro.

Jason Brennan subraya que, aunque la «democracia» realmente existente pueda ser calificada del sistema menos malo para elegir a los gobernantes, lo importante es que funcione o no funcione, y sólo se puede afirmar tal cosa cuando es un instrumento que permite elegir a los mejores. Lo cual no es precisamente lo que ocurre en los países donde ésta existe. Muy al contrario, y además provoca crispación, enfrentamiento, odio e incluso violencia entre los ciudadanos.

La democracia está basada en una absoluta falacia: que todos los votantes están informadísimos, poseen opinión y criterios propios, saben de todo (por haber nacido con ciencia infusa), se conocen los programas de los diversos partidos,… y son capaces de diferenciar claramente quiénes son los mejores gestores, los más decentes, los más sabios, los mejor preparados, los más… La segunda falacia es que la mayoría, por el simple hecho de ser mayoría, tiene razón y por lo tanto hay que acatar lo que decida la mayoría de los votantes.

Evidentemente, no todo el mundo está suficientemente informado y formado, capacitado para votar, por más que la propaganda de los partidos y del gobierno afirmen lo contrario.

Lo lógico, lo sensato sería que los ciudadanos más competentes e informados tuvieran poder y capacidad de influencia a la hora de elegir a los gobernantes y a los legisladores… Aunque quien ose afirmar tal cosa corra el riesgo de ser corrido a gorrazos, o algo más que gorrazos.

Pero, si la democracia realmente existente no facilita la elección de los mejores ¿Para qué sirve?

Insisto, la democracia puede que sea el menos malo de los sistemas de elección de los gobernantes, pero no cabe duda de que es «manifiestamente mejorable«. Para ello, Jason Brennan y el abajo firmante proponemos como alternativa que se establezca el sufragio restringido o censitario, procedimiento mediante el cual los ciudadanos puedan presentarse a un cargo solo si son competentes para él, o que aunque todos los ciudadanos voten los más cualificados tengan un plus, que sea necesario completar un cuestionario básico para establecer la valía del voto; o algún procedimiento semejante.

Lo que sí parece evidente es que si alguien es un incompetente, un ignorante, analfabeto o semianalfabeto, o moralmente indecente, la democracia debe poseer herramientas para evita que consigan el poder. 

Apenas el 25 % de la población en la mayoría de los países democráticos tiene un conocimiento político básico, y eso no significa que sepan de economía, ciencias políticas o sociología, y mucho menos capacidad o habilidad para analizar el entorno en el que viven. La población bien informada es en realidad mucho menor del 25 %; el problema es que el otro 75% tiene derecho al voto. A la mayoría de la gente no le interesa la política, tampoco le interesa a sus amigos, y sólo estarían interesados en adquirir información si la necesitaran, pero no la necesitan. Y la razón por la que no la necesitan es porque su voto no importa demasiado, realmente no importa lo que voten. 

Y, llegados hasta aquí, aunque algunos que lean este texto piensen que estoy de broma, pienso que mejor sería, dada la experiencia y la comprobación de que mediante el actual sistema no se elige a los mejores, que se efectúe algún tipo de sorteo entre la gente mejor preparada, eliminando a los ignorantes y analfabetos, e incluso sin eliminarlos, es seguro que sería elegida gente menos indecente, y además, nos saldría mucho más barato teniendo en cuenta la enorme deuda pública que han contraído los gobernantes en las últimas décadas y que serán un lastre, un enorme lastre para todos nosotros y nuestros descendientes.

Y, no se olvide, los indecisos, después de lo expuesto en este artículo no existen, la gente que tiene intención de votar tiene su voto bastante decidido hace ya mucho tiempo… Así que, los debates electorales de poco o nada sirven, más allá de regalarles los oídos a los hooligans de los diversos partidos. Es por ello que si eliminaran, también sería un cuantioso dinero el que nos ahorraríamos.

Y, ya para terminar, otra cuestión: ¿Qué necesidad existe en pleno siglo XXI de seguir efectuando consultas a los ciudadanos, realizando elecciones, de la manera en la que se hacía en el siglo XIX? ¿Por qué no aplicar las nuevas tecnologías -con el consiguiente abaratamiento, también del proceso- para cualquier elección o refrendo? ¿De veras es necesario tanto paripé, tanto teatro, tanto retablo de las maravillas, tanta corte de los milagros?

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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