CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
“Quiero fer una prosa en román paladino, en qual suele el pueblo fablar a su vecino, ca non so tan letrado por fer otro latino: Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino…” Gonzalo de Berceo
“Román paladino” -para los que no lo sepan- significa hablar claro, como habla el pueblo, de forma entendible, la lengua usada por entonces, por parte de la mayoría que, ya apenas entendía el Latín, que percibía como lengua compleja, oscura… En suma, Gonzalo de Berceo propone hablar y escribir el “castellano” del siglo XIII, el de sus contemporáneos.
Como he dicho muchas veces, aunque sea una perogrullada, «pensar es hablar consigo mismo», es ponerle nombre a los objetos, a las situaciónes, a las circunstancias, a las sensaciones, a los conceptos, a las ideas…. para lo cual es necesario tener suficiente conocimiento del lenguaje. El lenguaje es una herramienta cognitiva tanto para el individuo como para la sociedad en general, ya que todo el aprendizaje humano está íntimamente relacionado con la forma en que aprendemos y procesamos el lenguaje.
Como en cualquier actividad humana, cuando una persona aprende a hablar, lleva a cabo un proceso inconsciente de aprendizaje -con un importante componente social- por imitación, generalmente de forma acrítica. Los humanos vamos incorporando a nuestro esquema de pensamiento una forma de expresión que, vamos consolidando mediante el ensayo, y cuando comprobamos que algo funciona, que es eficaz, lo hacemos nuestro; y por el contrario, cuando no acertamos, lo rechazamos por ineficaz… Así funcionan los humanos desde siempre, en todos los ámbitos de la acción humana. Debido a este proceso evolutivo, aquellas sociedades que primero adoptan principios e instituciones exitosas tienden a extenderse y prevalecer sobre otros grupos sociales, obviamente menos exitosos y menos prósperos en todos los sentidos.
El estudio de los orígenes y desarrollo del lenguaje, y la creación y pervivencia de los diversos idiomas, aunque a algunos no les guste la idea, lleva a esa conclusión inevitablemente. Todas las instituciones humanas, incluido el lenguaje, que perduran, que permanecen son resultado, inevitablemente del porceso social, espontáneo, de interacción humana. Y, por supuesto, pese a que algunos se empeñen en lo contrario, los idiomas no son resultado del diseño, de la imposición, o cuestiones semejantes, de gentes que buscan no se sabe bien que objetivos y un día se reunen y deciden cómo ha de hablar la gente, qué no puede decir, qué es política y socialmente correcto, y un largo etc. Sin olvidar a aquellos lumbreras que afirman que hay idiomas perseguidos, idiomas opresores, idiomas machistas, o xenófobos, u ocurrencias de gente que algún día, si aún no lo han hecho, «se les ocurrirá asar la manteca».
Según diversos estudios «oficiales» de 2021, existen alrededor de 7.097 idiomas distintos en el mundo. La lengua con estatus de ‘idioma oficial’ en más países es el inglés (59 países), seguido del francés (29), el árabe (27), el español (20) y el portugués (10).
Los idiomas con más hablantes nativos son el chino mandarín (918 millones de hablantes), el español (480 millones), el inglés (379 millones) y el hindi (341 millones), según recoge esta fuente con datos de 2019.
Después de estas precisiones, imprescindibles, pasemos a hablar de la historia de la lengua española:
La historia del idioma español comienza con el latín vulgar del Imperio Romano, concretamente por degradación del latín hablado en la zona central del norte de Hispania. Tras la caída del Imperio romano en el siglo V, la influencia del latín culto en la gente común fue disminuyendo paulatinamente. El latín hablado de entonces fue el fermento de las diversas lenguas romances hispánicas, origen de la lengua española.
En el siglo VIII, la invasión de la Península Ibérica, por parte de los musulmanes, hace que se formen dos regiones claramente diferenciadas. Al-Ándalus, en la parte sur, territorio en el que se hablarán los dialectos romances (derivados del latín) nombrados con el vocablo mozárabe (o sea, influidos por el árabe), además, por supuesto, de las lenguas de la minoría extranjera-invasora: árabe y bereber.
Por otro lado, en la zona norte, en la que empiezan a surgir diversos reinos cristianos, pocos años después de la invasión musulmana, comenzará una evolución muy desigual de las diversas lenguas derivadas del latín, y surgen varias modalidades romances: la catalana, la navarro-aragonesa, la castellana, la astur-leonesa y la gallego-portuguesa.
A partir de finales del siglo XI es cuando comienza un proceso de asimilación o nivelación lingüística, principalmente, entre los dialectos románicos centrales de la península ibérica: astur-leonés, castellano y navarro-aragonés, pero también del resto. Este proceso es el que dará como resultado la formación de una lengua común española, el español.
Son muchos los filólogos que defienden esta teoría. Sin embargo, otros filólogos siguen defendiendo los postulados de Menendez Pidal del predominio del dialecto castellano en la formación del español y su expansión por un proceso de castellanización por el resto de territorios peninsulares.
El dialéctico románico castellano, uno de los precursores de la lengua española, se originó en el condado medieval de Castilla (sur de Cantabria y norte de Burgos), con influencia vasca y visigótica. Los textos más antiguos, conocidos, que contienen rasgos y palabras de lo que acabará siendo la lengua castellana son los documentos escritos en latín y conocidos como Cartularios de Valpuesta, conservados en la iglesia de Santa María de Valpuesta (Burgos), un conjunto de textos que constituyen copias de documentos, algunos escritos en fecha tan temprana como el siglo IX.
Por otro lado, están «las Glosas Emilianenses de finales del siglo X o principios del XI, conservadas en el Monasterio de Yuso en San Millán de la Cogolla (La Rioja), fueron consideradas por Ramón Menéndez Pidal como el testimonio más antiguo de lengua española.
Los Cartularios de Valpuesta son una serie de documentos del siglo XII que, a su vez, son copias de otros documentos, algunos de los cuales se remontan al siglo IX, si bien la autenticidad de algunos de ellos es discutida. Están escritos en un latín muy tardío que trasluce algunos elementos propios de un dialecto romance hispánico que ya se corresponde con las características propias del castellano.
En noviembre de 2010, la Real Academia Española avaló los cartularios, escritos en «una lengua latina asaltada por una lengua viva», como los primeros documentos en los que aparecen palabras escritas en castellano, anteriores a las Glosas Emilianenses. Sin embargo, la diferencia más destacable entre estos dos documentos, es que las glosas de San Millán de la Cogolla, presentan estructura gramatical romance, algo que no se da en los Cartularios de Valpuesta, los cuales son textos escritos en latín y de gramática latina, en los que se incluyen algunas palabras romances.
Por tanto, las Glosas Emlianenses son los textos en romance ibérico -del área geográfica actual de lengua castellana- más antiguos de los que se tiene noticia, en los que están presentes todos los niveles lingüísticos.
Un momento decisivo en el afianzamiento del idioma español se dio durante el reinado de Alfonso X de Castilla y León, (1252-1284). Si los cantares de gesta estaban escritos en esa lengua vulgar -el español- y por eso mismo eran populares, podría pensarse que las obras cultas y literarias producidas en la Corte del citado rey deberían ser redactadas en latín, única lengua culta que toda la Europa cristiana había admitido hasta esa época; por eso resultó una verdadera revolución cultural el hecho de que Alfonso X el Sabio decidiese dirigir un buen número de obras de elevada cultura, redactadas en un idioma hasta entonces despreciado por las personas letradas por considerarlo demasiado prosaico. Esto dio lugar al reconocimiento oficial del español, que podía alternar desde entonces con el latín, un idioma respetado por todas las personas ilustradas.
El español se extendió por la península durante la Baja Edad Media debido a la continua expansión de los reinos cristianos en este período,en la llamada Reconquista. La incorporación a la Corona de Castilla de los reinos de León y Galicia con Fernando III de Castilla y la introducción de una dinastía castellana en la Corona de Aragón con Fernando I de Aragón y más tarde, la unión final peninsular con los Reyes Católicos acrecentaron la asimilación y nivelación lingüística entre los dialectos de los diferentes reinos.
Antonio de Nebrija autor de la Gramática, la primera gramática de una lengua europea moderna.
En el siglo XV la lengua común española se había expandido por gran parte de la Península Ibérica. En 1492 el sevillano Antonio de Nebrija publicó, en Salamanca, su «Grammatica», primer tratado de gramática de la lengua española, y también el primero -que se sepa- de una lengua europea moderna.
Se estima que a mediados del siglo XVI el 80% de los españoles hablaba español. En esa época ya había comenzado el reajuste consonántico, que significó la reducción del sistema de fonémico al pasar de seis consonantes sibilantes a sólo una o dos según la variedad.
La conquista y colonización de América, iniciada en el siglo XVI expandió el idioma español por la mayor parte del continente americano.
Varios siglos después, tras conseguir la independencia, los nuevos estados americanos iniciaron procesos de unificación lingüística que terminaron de extender el idioma español a través de todo ese continente, desde California hasta Tierra del Fuego.
En España, desde la época de los borbones, se produjo un proceso de unificación lingüística y, como resultado lógico, un retroceso del resto de las lenguas regionales en favor de la lengua común española.
En América a partir de 1770, el español pasó a ser utilizado como la lengua «vehicular» en la enseñanza institucional, en la instrucción pública, en detrimento de las lenguas indígenas.
El idioma español siempre tuvo numerosas variantes que, si bien respetan el tronco principal latino, tienen diferencias de pronunciación y vocabulario, como sucede con cualquier otra lengua. A esto hay que agregar el contacto con los idiomas de las poblaciones nativas, como el aimara, chibcha, guaraní, mapudungun, maya, náhuatl, quechua, taíno y tagalo, entre otros, que hicieron también contribuciones al léxico del idioma, no solo en sus zonas de influencia, sino en algunos casos en el léxico global.
Volvamos al origen de la lengua española:
El español, como ya se ha dicho con anterioridad, es una lengua romance, es decir, derivada del latín, pero que, también conserva rasgos de las lenguas que se hablaban en la Península antes de la conquista romana. Además, muchas otras lenguas han influido en el desarrollo del español desde que el castellano apareció en la Edad Media.
La conquista y colonización de Hispania (desde el 218 a. C.) originó la pérdida de las lenguas prerromanas -excepto la lengua vasca- y su sustitución por el latín vulgar, que era una forma de hablar bastante distinta de la utilizada en los textos literarios.
En el siglo V, después de Cristo, los pueblos germánicos invadieron la península Ibérica, pero no alteraron el mapa lingüístico, puesto que también estaban romanizados. No obstante, palabras de origen germánico, como albergue, tregua, guardián, acabaron incorporándose a la lengua de quienes entonces habitaban la Península Ibérica.
Nacimiento de la lengua castellana
El castellano es el resultado de la evolución que experimento el latín en un pequeño territorio del alto Ebro, en el sudeste de Cantabria y el norte de León.
El castellano mostró un carácter innovador respecto al resto de los dialectos romances debido a que la región en que se formo había sido poco romanizada, era zona de hombres de armas y donde la alta cultura -expresada en latín¡- tenia escasa presencia.
En su expansión, el castellano se impuso a otros dialectos del latín, como las hablas mozárabes del sur de la Península, al avanzar la Reconquista, o el leonés y el aragonés, al unirse Castilla a los reinos de León y de Aragón.
A medida que avanzaban las conquistas, se iban desplazando hacia el Sur los centros de influencia del castellano, a la vez que se difundían los cambios que habían comenzado a tener lugar en el español norteño.
Durante los siglos XVI y XVII (en el llamado Siglo de Oro) la lengua se fue puliendo y fijando hasta adquirir una configuración muy parecida a la que tiene en la actualidad. La imprenta contribuyó de un modo decisivo a la uniformación gráfica, léxica y sintáctica de la norma culta del español.
La fonética se regularizó, quedando casi consolidados los actuales sistemas vocálicos y consonánticos, al tiempo que se definieron muchas vacilaciones morfosintácticas.
La norma lingüística de la época variaba entre la de Toledo, donde estaba la Corte; la de Burgos, cuyos usos lingüísticos se consideraban anticuados; y la de Sevilla, que era la capital del comercio ultramarino. Finalmente, se adoptó como modelo la discreción, el buen gusto, de los escritores y gente culta, al margen de su procedencia geográfica.
En 1713 se fundó la Real Academia Española, bajo el lema «Limpia, fija y da esplendor», con la finalidad de dotar al castellano de una norma definitiva y evitar malos usos y elementos extraños que pudiesen adulterar el idioma.
Para desempeñar su labor, la Real Academia redactó un Diccionario de Autoridades (1726-1739), una Ortografía (1741) y una Gramática (1771). La escritura que utilizamos actualmente procede, con ligeras variaciones, de la que adoptó la Real Academia en el siglo XVIII y se caracteriza, a diferencia de otras lenguas, por ser fonética, es decir, por tratar de representar las palabras tal como se pronuncian.
A partir del XIX, diversos factores han influido definitivamente en la nivelación de la lengua oficial sobre los dialectos, como, la mejora de las comunicaciones o la implantación de la escuela obligatoria. Esta nivelación se reforzó desde principios del siglo XX a causa de la radio y, en la actualidad, de la televisión e internet.
La desaparición de las hablas rurales tradicionales se ha debido a las sucesivas oleadas de emigración del campo a las ciudades en los dos últimos siglos. Esto ha llevado al abandono de un tipo de vida tradicional y al olvido de una serie de palabras que la caracterizaban, como trillar, encalar, badila, que a muchas personas les resultan ya anticuadas.
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