CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS
Urge emprender en España un plan de “educación para la decencia”. La moral pública cambiará en España si cambian los ciudadanos en sus exigencias de moralidad. La moral pública cambiará en España cuando, los españoles dejen de reelegir a los corruptos; la corrupción existe porque los ciudadanos los votan. Los partidos políticos protegen a sus miembros corruptos, lo cual -por desgracia- no parece influir en los votantes en los diversos comicios a los que son convocados.
Tal vez a muchos les parezca exagerado el título y consideren disparatado afirmar que los partidos políticos españoles son grupos mafiosos, “cárteles”, pero, si vemos qué dicen los diccionarios al respecto, acabarán concluyendo que, el apelativo no está lejos de la realidad.
¿Qué es un “cártel”?
Un cártel es una gran organización criminal o un conjunto de organizaciones criminales que establecen acuerdos de autoprotección, colaboración y reparto de territorios para llevar a cabo sus actividades criminales.
Si tenemos en cuenta que, la corrupción es el abuso de poder, para beneficio privado (que acaba perjudicando a toda la Sociedad) y que llevan a cabo personas con autoridad, con capacidad de influencia, ya sean cargos electos o funcionarios de alto rango – los segundos en connivencia con los primeros- para lo cual es imprescindible haber “capturado” previamente el aparato del Estado, parcialmente o casi por completo; afirmar que los partidos políticos que, dicen ser los representantes de la voluntad popular, son “cárteles mafiosos”, no es nada exagerado, sino todo lo contrario.
Por supuesto, también son muchos los partidos políticos que nacieron con “buenas intenciones” (el camino del infierno está empedrado y asfaltado de ellas) y han acabado siendo secuestrados, capturados, por organizaciones criminales.
La corrupción en la gestión de lo público puede asociarse a varios factores fundamentales:
Es evidente que los actos de corrupción, de despilfarro, de malversación de fondos públicos se realizan una y otra vez, debido fundamentalmente a que, quienes los realizan, gozan de completa, o casi completa, impunidad. También es evidente que no existen, o apenas, mecanismos legales para disuadir a los corruptos, ni para sancionarlos o frenarlos de alguna manera; y cuando alguien que haya delinquido, comparece ante los tribunales, suele ser un cabeza de turco, un paripé, para simular que los gobernantes están preocupados y ocupados en luchar contra la corrupción; de todos modos, pocos son los delincuentes que suelen ser sancionados o destituidos, y para recochineo, muchos de ellos acaban siendo indultados por el Gobierno… Por otro lado, no se olvide que, la administración de justicia también está “secuestrada”, ha sido capturada por los cárteles mafiosos, de tal manera que, si algún juez o magistrado desea hacer carrera, está obligado a seguir las directrices de los capos que dirigen los diversos partidos políticos con representación en las instituciones; como resultado lógico, si algún miembro de los cárteles mafiosos (oligarcas y caciques de los partidos) acaba sentándose frente a un juez, tiene asegurado que éste no será hostil.
Es bueno resaltar, por si a alguien aún le han pasado desapercibidas, cuáles son las prácticas corruptas más frecuentes a las que recurren los partidos políticos “más representativos” y con más presencia en las diversas instituciones, sea a escala local, provincial, regional, nacional:
Como ya nos advertía Joaquín Costa en “Oligarquía y caciquismo como la forma de gobierno en España…”, hace ya más de un siglo, en la España caciquil, los oligarcas se reparten el país por áreas de influencia política. Cada oligarca disfruta de su correspondiente feudo-taifa (léase “Comunidades Autónomas”). Los oligarcas se agrupan en asociaciones o “bolsas de empleo”, llamadas partidos políticos y hacen como que deliberan en las Cortes. En España más que Cortes y partidos políticos existe una caricatura de ambas cosas. Los grupos políticos no responden más que a intereses pasajeros y provisionales, personales y particulares, de grupos de interés (lobbies, o grupos de presión se denominan hoy) Por lo demás, el Parlamento no representa a la Nación. Las elecciones son organizadas por los que realmente gobiernan para obtener el resultado electoral apetecido,
Como resultado de todo ello, la política regional funciona basándose en redes y círculos de familias, allegados y clientela, y estos procuran perpetuarse y seguir obteniendo los beneficios que brinda el ejercicio del poder político. Es por ello que, resulta más beneficioso encubrir, hacer la vista gorda, mirar para otro lado, que denunciar a sus propios socios políticos (y no necesariamente “socios”), que en algunos casos son también familiares.
Los clanes políticos que se han sucedido en el gobierno, durante décadas, desde la muerte del General Franco, han manejado con criterio patrimonial la gestión de lo público, se han apropiado de los recursos públicos, han manejado la contratación de obra pública, bienes y servicios de los diversos ayuntamientos, diputaciones y cabildos insulares; así como a escala regional y nacional, favoreciendo a sus socios políticos y a sus allegados, se han distribuido los cargos públicos y han asumido la gestión pública como si se tratara de un asunto privado.
Pues sí, aunque los oligarcas y caciques de los diversos partidos con representación en las instituciones, proclamen lo contrario y sean muchos los españoles decentes que todavía no se han dado cuenta, o no desean ni siquiera pensarlo, los políticos españoles, organizados en cárteles mafiosos, se han adueñado del poder legislativo, del judicial y del ejecutivo -también de los medios de información, a los que habría que denominar más correctamente como “medios de manipulación de masas”-, orientan sus acciones al enriquecimiento personal, a incrementar su patrimonio, a la búsqueda de un mejor estatus, de prestigio, de ascenso y promoción social, mayores ingresos, posicionamiento personal y familiar.
Los oligarcas y caciques de los cárteles políticos, de los que vengo hablando, recurren a la apropiación indebida e ilegal de los recursos públicos, a la corrupción política y administrativa; y conciben la política como un negocio, como otro cualquiera, cuyo único objetivo es el lucro, conseguir beneficios de forma fácil, constantemente y sin parar.
Como es lógico, a los gerifaltes de los cárteles políticos no les importa en absoluto que, sus cargos electos o los funcionarios de los partidos, no posean la preparación o la formación ideológica necesarias para cumplir con tareas requeridas por la administración pública. Insisto: los partidos consideran la acción política como un medio para incrementar sus propios recursos económicos.
Por supuesto, la política como negocio no entiende de lealtades ni tiene un sentido de identidad colectiva, por ello cuando lo consideran necesario, los políticos profesionales se cambian de partido, o crean una nueva facción o un nuevo partido.
Algo que, tampoco podemos olvidar, es que cuando los funcionarios públicos tienen amplios poderes discrecionales y escasa responsabilidad, incurren con frecuencia en la arbitrariedad, actuando muchos de ellos de forma corrupta.
En España alrededor del 30% de los empleados públicos de la Administración Central del Estado no son funcionarios, o sea que han accedido directamente a su puesto de trabajo en la Administración a través de otras vías que no son los tradicionales exámenes de ingreso en los Cuerpos de funcionarios, a los que está obligado el común de los mortales. La libre designación como procedimiento de contratación se ha extendido como una mancha de aceite en los últimos años, lo cual abre la puerta a la politización en nuestras administraciones públicas. Aquellos puestos de trabajo de la burocracia estatal que no son ocupados por funcionarios de carrera, y no han pasado por una oposición, teniendo en cuenta la capacidad y el mérito, las posibilidades de politización y de corrupción son mayores. Los funcionarios públicos pueden sentir la tentación de utilizar sus poderes con fines personales, y acabar prevaricando y aceptando sobornos; por supuesto, son muchos los ciudadanos que están dispuestos a hacer pagos ilegales para conseguir lo que quieren del Gobierno.
Evidentemente, un factor importantísimo que condiciona la corrupción, es la probabilidad de ser descubierto y sancionado, tanto por parte de la persona que soborna como por parte del funcionario sobornado, o cargo electo, que se deja sobornar.
También son muchos los que actúan desde el convencimiento de que, muchos jueces y fiscales, y funcionarios judiciales, están corrompidos (y desgraciadamente, no se equivocan). Sí, también existe una «mafia judicial».
Sin duda alguna, la creación de instrumentos de control y el fortalecimiento de los ya existentes, es una estrategia sustancial para combatir la corrupción.
Otras medidas necesarias son la reforma de la Administración Pública eliminando el clientelismo político en la contratación y en los ascensos, la reducción de las oportunidades de corrupción, aumentando la competencia y reduciendo la arbitrariedad de los funcionarios y la puesta en marcha de un sistema riguroso de rendición de cuentas, reforzando los mecanismos de supervisión y sanción, recurriendo no solamente al derecho penal, sino también a la supervisión por parte de instituciones oficiales y de los ciudadanos.
La sociedad civil puede ser un freno al abuso arbitrario de la autoridad (funcionarios y cargos electos), siempre que tengan capacidad de organizarse y posibilidad de acceder a información acerca de lo que está sucediendo. Para ello, los gobiernos deben estar obligados a publicar los presupuestos reales, los datos sobre recaudación de impuestos, etc. pero, de poco valdrá toda esa información si no existen mecanismos que permitan utilizarla para influir en la conducta del Gobierno.
En las Ciencias Políticas se utiliza últimamente el vocablo inglés Accountability, para nombrar el proceso a través del cual, todos los ciudadanos vigilan y evalúan el actuar responsable de los servidores públicos, por medio de mecanismos como la transparencia y la fiscalización, para evitar el abuso de poder. También implica la posibilidad de castigar a los individuos responsables de conductas delictivas, a través de órganos o tribunales especializados del gobierno, el voto de la ciudadanía y la opinión pública.
La transparencia, la rendición de cuentas, la exigencia desde la sociedad y las agencias gubernamentales y no gubernamentales de controles y las sanciones a quienes infrinjan las normas, los procedimientos y las leyes son elementos en los que se basa el mencionado concepto. Se trata de fortalecer los contrapoderes, los órganos de vigilancia y control interinstitucional, a la vez que fortalecer el papel de la sociedad en su capacidad de incidir de forma directa e indirecta en la gestión de lo público, de inspeccionar-supervisar, exigir, controlar a los gobernantes y a los empleados públicos.
Pero, lo que algunos llaman ampulosamente “La Nueva Gestión Pública” no tiene nada de nuevo, todo ello estaba ya previsto en el derecho castellano e incluido en “Las Siete Partidas”, el conjunto de las leyes de Castilla redactado durante el reinado de Alfonso X (1221-1284), con el objetivo de conseguir una cierta uniformidad jurídica del reino; y me refiero a los denominados JUICIOS DE RESIDENCIA, institución que se hizo extensiva al resto de España a lo largo del tiempo y que, incluso se implantó en las provincias americanas y el resto del imperio, perdurando hasta el siglo XIX.
Aunque ya he hablado de los JUICIOS DE RESIDENCIA, en múltiples ocasiones, no está de más volverlo a hacer, pues, salvo que alguien invente algo nuevo, fueron durante siglos el mejor instrumento para combatir la corrupción, frenarla y disuadir y sancionar a los corruptos:
El Juicio de Residencia era un procedimiento judicial mediante el cual funcionarios de cierto rango (Virreyes, Presidentes de Audiencia, alcaldes y alguaciles) eran juzgados por su actuación en sus funciones de gobierno, tratando de ese modo de minimizar y evitar posibles abusos y corruptelas en el uso de su poder. Dicho proceso se realizaba al finalizar su mandato, al acabar el ejercicio de su cargo y era ejecutado normalmente por la persona que le iba a sustituir.
En el “Juicio de Residencia” se analizaba detenidamente con pruebas documentales y entrevistas a testigos el grado de cumplimiento de las órdenes reales y su labor al frente del gobierno. La investigación y la labor de recabar pruebas e información las realizaba un juez elegido por el rey en el mismo lugar encargado de reunir todos los documentos y de realizar las entrevistas.
La “residencia”, que es como acabó llamándose para abreviar, era todo un evento público que se pregonaba a los cuatro vientos para que toda la comunidad participase y tuviese conocimiento del mismo. Estaba compuesto por dos fases: una secreta y otra pública. En la fase secreta el juez interrogaba de forma confidencial a gran número de testigos para que declararan sobre la conducta y actuación de los funcionarios juzgados, y examinaba también los documentos de gobierno. Con toda esta información el magistrado redactaba los posibles cargos contra los residenciados. En la segunda fase, la pública, los vecinos interesados eran libres de presentar todo tipo de querellas y demandas contra los funcionarios y estos debían proceder a defenderse de todos los cargos que se hubiesen presentado en ambas fases del proceso.
Posteriormente, el juez redactaba la sentencia, dictaba las penas y las costas y toda la documentación del proceso era remitida al Consejo de Indias, o a la Audiencia correspondiente para su aprobación. Las penas a los que se castigaba a los enjuiciados eran multas económicas que llevaban aparejadas la inhabilitación temporal o perpetua en el ejercicio de cargo público.
Los juicios de residencia funcionaron hasta que fueron derogados por las Cortes de Cádiz de 1812. Es muy sorprendente que fueran los liberales los que eliminaron una herramienta tan potente para el control de las corruptelas y abusos políticos de los gobernantes.
Por supuesto, además de reinstaurar los Juicios de Residencia, es urgente legislar acerca de la responsabilidad de los funcionarios y de los cargos electos en las diversas administraciones, por aquello de “más vale prevenir que curar”.
El primer paso debería ser crear normas que impidan la corrupción y disuadan a los que estén tentados de corromperse; lo siguiente sería aprobar leyes para castigar a los corruptos, pues, la experiencia demuestra que los humanos en general, tienden a las malas costumbres, y que es conveniente frenar cuanto antes, sin dilación ni aplazamientos las conductas no virtuosas, de forma ajustada a derecho.
Y, ya para terminar, por si alguien aún pone en duda el título o lo considera exagerado, los invito a que lean la descripción que hace un -anónimo- funcionario español del Ministerio de Hacienda, acerca de los procedimientos que usan los gobernantes para saquear a los ciudadanos productivos, a las personas de clase media; vean ustedes el “modus operandi”:
“Reflexiones sobre la democracia española y el coste de mantenerla”
Sin duda alguna, lo más preocupante en este panorama de putrefacción que vengo describiendo, es la corrupción moral que está acompañada de anomía, de inmoralidad, de ausencia de moral pública que denuncie o castigue de un modo u otro a los corruptos. Sin duda es preocupante que se haya generalizado la disculpa, la insensibilidad respecto de la corrupción y los corruptos y que, nadie o apenas nadie se haga responsable de que estemos en manos de golfos, bandidos, corruptos… Desgraciadamente, entre los ciudadanos predominan los cómplices (también fraudulentos) y los conformistas que, consideran que la corrupción es un daño, un mal soportable.
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