Iván Vélez
Todos los años, en torno al 12 de octubre se desatan campañas que, al amparo el manido “Nada que celebrar”, ponen en circulación toda clase de argumentos negrolegendarios. Entre todos ellos destaca el que sostiene que la llegada de los españoles al Nuevo Mundo supuso un genocidio de la población nativa. Complementaria a la violencia propia de aquellos barbudos, aparece la codicia que les impulsó a atesorar un oro que ahora se pretende reclamar, sin que se sepa muy bien quién sería el receptor, pues las naciones hispanoamericanas, resultado de la transformación de las estructuras virreinales, en absoluto corresponden con las sociedades prehispánicas que en su día dominaron las tierras donde se ocultaba oro robado pero, sobre todo, la plata, metal que protagonizó el mayor flujo interoceánico merced, en gran medida, a los métodos desarrollados por Bartolomé de Medina.
Sea como fuere, lo cierto es que este año 2021, recién terminado, los medios de información, creadores de opinión y «manipulación de masas» han vuelto a cuestionar la españolidad del descubrimiento de América. En efecto, a finales de septiembre, el común pudo saber que el fraile dominico Galvano Fiamma, residente durante años en Génova, dijo saber, y así lo dejó plasmado en su Cronica universalis, de la existencia de unas tierras al oeste de Groenlandia, antes de que Colón llegara al Nuevo Mundo. La noticia saltó después de que la Universidad de Milán concluyera su investigación sobre un texto inédito en el que ese territorio se llamaría “Marckalada”. Al cabo, la voz “Marckalada”, que se parece mucho a la nórdica “Markland”, conectaría al dominico con los vikingos, a quienes muchos atribuyen el descubrimiento del continente americano.
A la nueva frailuna se unió la publicación de un estudio referido al descubierto de un asentamiento vikingo en la Ensenada de las Medusas, situada en el norte del actual Canadá. Los cortes en la madera, propios de herramientas de metal desconocidas por los naturales de aquellas tierras, delatarían la presencia vikinga hace un milenio. El trabajo académico viene a dar continuidad a las excavaciones realizadas en los años setenta por el noruego Helge Ingstad en esa misma ensenada, identificada con el Promontorium Winlandie de algunos relatos. Hace medio siglo, en aquel enclave, que debió abandonarse hacia el año mil, aparecieron los vestigios de ocho casas, así como algunos utensilios tales como agujas, restos de un horno para fundir hierro y un fragmento de cobre. A estas evidencias arqueológicas se sumaron otras de carácter apócrifo, reliquias sobrevenidas que trataban de ajustarse a nórdicos anhelos tras los cuales se agazapan pulsiones racistas pero también anticatólicas. Interesadas falsificaciones que remiten a otros proyectos de un pasado que buscaba una presencia europea en el continente, como el fantaseado por el sociólogo francés Jacques de Mahieu, impulsor del Movimiento Nacionalista Tacuara, que quiso ver un imperio normando en el altiplano peruano-boliviano, creyendo haber descubierto inscripciones rúnicas.
La publicación de esas muescas ha hecho las delicias no sólo de los países que se reclaman herederos del mundo vikingo, tan bien tratado en el celuloide como cruel y devastador en los históricos y piráticos tiempos que dejaron una violenta huella en Galicia y en al-Andalus, sino también las de todos aquellos, propios y extraños, ansiosos por erosionar en lo posible la imagen de España. Ansiosos, pero también contradictorios, pues mientras se sostiene con vehemencia que España no descubrió nada, pues tal hecho sería imposible por tratarse de tierras habitadas, se está dispuesto a transigir con un descubrimiento de autoría vikinga.
La vía vikinga resulta particularmente atractiva, pues se le supone pacífica, a lo sumo mercantil y, sobre todo, reversible. Al cabo, los nórdicos, aureolados por su pureza racial y su paganismo, habrían abandonado aquellos asentamientos sin interferir en las culturas ancestrales, abruptamente violentadas por los fanáticos españoles medio milenio más tarde.
Los vestigios hallados parecen confirmar que los escandinavos llegaran hace un milenio a Terranova. Sin embargo, tampoco serían estos los primeros pies foráneos que habrían cruzado el Atlántico. En efecto, desde la perspectiva católica, obligada a ajustar los relatos bíblicos con la sorprendente realidad que supuso la aparición de un Nuevo Mundo, ya Santo Tomás habría transitado hacia aquellas tierras cuyos habitantes, con el correr de los siglos, habrían degenerado hasta la renovadora llegada de los católicos españoles. Estas y otras teorías, más o menos delirantes pero, en todo caso, refutadoras de la primacía colombina, ya aparecieron en el afrancesado primer Congreso Internacional de Americanistas{1} y en los siguientes, en los cuales, amén de defender la presencia de budistas en América en el siglo V o de ensayar alambicadas teorías filológicas y racistas que conectarían a los pueblos precolombinos con los asentados en otras latitudes, se reactivó la tesis fenicia ya defendida en 1543 por el español Florián de Ocampo, discípulo de Nebrija en Alcalá de Henares, en su Crónica General de España, obra en la que sostuvo, apoyado en autores clásicos, que unos barcos cartagineses que partieron de Andalucía llegaron al Nuevo Mundo.
Sin embargo, aunque el hecho de que pies europeos, a los que acaso pudieran haberse unido los chinos si la flota del almirante Zeng He no hubiera tenido que regresar a China debido a un brusco cambio dinástico, hubieran podido hollar esa tierra antes que Colón, no cabe atribuir a aquellos hombres el descubrimiento del nuevo continente, novedad que remite a mundos y continentes previos, así como a la propia noción geográfica de “continente”, vinculada a la Teoría de la Esfera{2}, de la que carecían tanto los vikingos como los mitificados pueblos ancestrales americanos.
Teniendo en cuenta estas exigencias, y para disgusto de los afectos al europeísta mundo ario que, con estética motera y guiños leather, se cuela en las plataformas televisivas, la autoría del descubrimiento, que no de la visita a aquellas tierras, sigue estando en el haber de España. Lo realizado por Colón y sus compañeros fue lo que el filósofo español, Gustavo Bueno, denominó un “descubrimiento constitutivo”{3}, no meramente descriptivo, que sólo alcanzó a serlo de manera retrospectiva, después de que, por decirlo coloquialmente, se fuera y se viniera a aquellas lejanas costas, teniendo siempre presente la aludida e imprescindible teoría esférica sin la cual la singladura de Colón hubiera resultado tan estéril a los efectos que estamos tratando, como todas las travesías previas.
Hace más de tres décadas, en 1992, se puso en circulación la idea de “encuentro”, que pretendía neutralizar la para muchos insoportable, para otros inconcebible, idea de “descubrimiento” de América. Cargados de complejos, muchos de los pertenecientes a la plataforma hispánica prefieren hacer entrega de un momento tan estelar como el acaecido el 12 de octubre de 1492 a naciones ajenas a la construcción de ese mundo al que tanto detestan. Cinco siglos después del grito de Rodrigo de Triana, muchos son los hispanos que suman sus voces a las de los “extraños escritores” denunciados por Gonzalo Jiménez de Quesada en su Antijovio, añadiendo a aquellas fábulas por las que se lamentaba el hidalgo cordobés –“¿Por dónde caminará ya el día de oy el español que pueda contar senzilla y verdaderamente sus hazañas? ¿Qué gente ni qué naçón le querrá oyr sin mezclalle mil fábulas en los quentos berdaderos, y mill cosas que no pasaron con las que pasaron?”-, las emanadas de las sagas nórdicas.
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{1} Véase, Gustavo Bueno Sánchez, “Congreso Internacional de Americanistas”.
{2} Gustavo Bueno, “La Teoría de la Esfera y el Descubrimiento de América”, El Basilisco, n. 1, 2ª época, 1989, pp. 3-32.
{3} Para la distinción entre descubrimientos descriptivos y constitutivos, remitimos de nuevo al lector a “La Teoría de la Esfera y el Descubrimiento de América” de Gustavo Bueno.
FUENTE: https://www.nodulo.org/ec/2021/n197p01.htm
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