Álvaro del Castaño
Tras observar la pésima gestión de la gota fría y el descrédito de algunos políticos y gobiernos (nacional y autonómico) me urge hablar del grupo de personas que son culpables de la situación en la que nos encontramos: los ninis. Pero no, no hablo de ese grupo de jóvenes del que se ha hablado tanto en los últimos tiempos, esos que «ni estudian, ni trabajan», esos jóvenes desempleados que no están recibiendo educación ni formación profesional. Me refiero a otro grupo, también con enormes carencias, pero mucho más pernicioso para la sociedad: la de los políticos ninis.
Estos, que para desgracia de España han usurpado (en muchos casos) el poder, no tienen «ni experiencia, ni preparación», es decir que son unos chupópteros que nunca han tenido un trabajo serio, ni responsabilidad alguna de dirección, ni de autónomos, y carecen de formación específica y de las cualidades necesarias para ejercer el cargo que ostentan. Esa generación ha accedido al Gobierno y a las entidades controladas por este (empresas públicas, fundaciones, plataformas, agencias, observatorios), gracias a la negligencia de todos nosotros, los votantes, que hemos dejado que se cree una partitocracia y una casta de políticos paniaguados a los que no les exigimos absolutamente nada. Muchos ingresaron en la carrera política en las juventudes del partido, con escasos méritos, y su única carrera ha sido la del seguidismo al líder de turno y la de sentar su trasero cómodamente en algún parlamento o ayuntamiento, esperando a que llegase su turno.
Es evidente que una creciente proporción de estos advenedizos carece de capacidad para ostentar un puesto de liderazgo organizativo dentro del Estado, y jamás tendrían un puesto mínimamente relevante en la empresa privada. Es absolutamente obvio que, cuando una organización quiere un líder eficaz, elige al mejor disponible. Si una empresa del Ibex busca un CEO, contratará a una empresa de cazatalentos para analizar, seleccionar y contratar a la mejor persona posible para desempeñar el cargo. Es de cajón, que si queremos que alguien nos opere del corazón, nos ponemos en manos del mejor cirujano cardiovascular que nos permiten nuestros medios. Si se nos acusa de un delito, iremos a ver al mejor abogado para evitar la cárcel. Si queremos ir a cenar acudiremos al mejor cocinero que nos podamos permitir.
Sin embargo, para decidir y construir nuestro futuro y el de nuestros hijos, nos vale cualquier patán o en el mejor de los casos, un amateur bienintencionado. El problema añadido de los primeros, los despojos ninis, es que una vez que llegan al poder se aferran a este como sanguijuelas, porque si no se van al paro. Prefieren morir matando antes de ceder el testigo. Y el problema de los segundos, los amateurs bienintencionados, es que en su enorme despiste no pueden tomar decisiones adecuadas y tampoco analizar las situaciones enrevesadas ante el terror de equivocarse y perder su puesto de trabajo. Se paralizan ante la dificultad. Ambos tipos de políticos son gente con la complejidad intelectual del mecanismo de un mechero pero con el peligro de una bomba nuclear si les das poder y capacidad de decisión.
«Estos ninis se dedican exclusivamente a garantizar su supervivencia en las urnas, acudiendo a las encuestas y, sobre todo, a radicalizar a la sociedad»
¿Y qué consecuencias tiene esto? Muy fácil, no tenemos más que observar la situación actual: la peor gestión del covid de los países desarrollados, la vergonzosa gestión de la gota fría, el desmorone de los transportes públicos, la falta de implementación de los fondos europeos que no llegan a la economía real, la ocupación de las instituciones por afines en vez de los mejores, la falta absoluta de planificación de la acción de gobierno para el futuro, el incremento de medidas populistas antieconómicas, la pérdida de influencia diplomática en el mundo y el abandono de Hispanoamérica, las subidas de impuestos que colocan a España como el país con más esfuerzo fiscal de la UE, el aumento de la deuda pública, la vergüenza de tener gobiernos acorralados por imputaciones de corrupción, la proliferación de cargos públicos y otros puestos dependientes de los poderes públicos nombrados a dedo, etc.. Estos ninis se dedican exclusivamente a garantizar su supervivencia en las urnas, acudiendo a las encuestas, al relato y a las redes sociales, y sobre todo, a radicalizar a la sociedad, a enfrentar y a crear bandos, a gastar recursos de manera innecesaria, y a enarbolar banderas culturales absurdas. Muchos de ellos lo hacen por simples, pues son sencillamente tontos. Decía Anatole France que los tontos son más peligrosos que los malvados porque los primeros no descansan nunca. Pero creo que, desgraciadamente, tenemos ahora en el poder algún ejemplo de una categoría aún más riesgosa: la del tonto malvado, y además, con iniciativa. Este tipo de energúmeno suele destacar por tener los atributos de un narcisista psicópata, incapaz de ver o sentir la realidad, pues vive en un mundo paralelo que gira en torno suyo y sus problemas personales.
Los estúpidos son incapaces de ver la raíz de los problemas porque no tienen capacidad de análisis. Se suelen distraer en los factores irrelevantes de los problemas, o en los detalles menos importantes, e intentan dar soluciones fáciles a problemas complejos, y siempre, siempre, a corto plazo. Verán pocos políticos realizar una acción de gobierno a largo plazo porque sus encuestas les dicen que es mejor recurrir a la subvención, a la inauguración del complejo deportivo, o del parquecito de turno. El político actual no cosechará los réditos de los planes a largo plazo. ¿Por qué molestarse entonces?
¿Que las pensiones son insostenibles? ¿Que la deuda pública está descontrolada? ¿Que hay descontento? ¿Que hay una inmigración mal gestionada? ¿Qué hay riadas? ¿Qué falla el transporte público? Diferentes problemas encuentran siempre una única solución fácil que se convierte en el mayor de los problemas para las generaciones venideras: más gasto público superficial, aumento del tamaño del estado y del presupuesto. Empobrecer a la sociedad. Esa es la gran diferencia entre gasto e inversión, que el gasto se desvanece y la inversión genera riqueza.
Exijamos un cambio ya, antes de que un emergente populismo acabe recogiendo los frutos del descontento y termine por arruinarnos a todos
FUENTE: https://theobjective.com/elsubjetivo/opinion/2024-11-24/malditos-ninis/
Vivo en Londres y trabajo en un banco de inversión. Soy novelista, pero mis novelas no nacen de una vocación literaria, sino de una necesidad vital. Observo la realidad con distanciamiento.
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