José Carlos Rodríguez
Jordan Peterson es conocido como psicólogo; una disciplina que ha dado alguno de los autores más destacados y destructivos de los que han pensado sobre la sociedad coetánea. Steven Pinker es una excepción porque él proviene de la neurociencia, un saber que merece subir al ajado estrado de la ciencia, y sobre el que resbala el psicoanálisis en su vano intento de asentarse.
ESA CRISIS, DICE CON OTRAS PALABRAS PETERSON, SE MANIFIESTA EN UN CONJUNTO DE HERIDAS ABIERTAS POR LAS QUE PIERDE VITALIDAD EL CUERPO SOCIAL. REDUCIDAS LAS PERSONAS A UNA O DOS IDENTIDADES MANIPULABLES POR LOS POLÍTICOS, ACABAN ENFRENTADAS UNAS CON LAS OTRAS
Jordan Peterson es otra excepción. Él no parte de la psicología, sino de la ciencia política. Se dio cuenta de que detrás de las discusiones políticas había un trasfondo ideológico más profundo, e incluso diferencias de carácter psicológico, y en un segundo y feraz estadio de su carrera se dedicó al estudio de la mente del hombre. Por otro lado, y sin pretensiones de ser un experto, también se ha fundamentado en la neurociencia y la psicología evolutiva; conocimientos que al menos evitan caer en ciertos errores.
Peterson tiene una obra estimable de artículos científicos, y es autor de un par de libros de éxito resonante. Pero donde más se ha prodigado es en la comunicación audiovisual, gracias a una capacidad expositiva y dialéctica admirables.
Cualquier persona que se dedique a decir juicios sensatos y razonables debería tener un reconocimiento justo, pero escueto, sobre el presupuesto de que lo sensato y lo razonable se impone sobre lo que no lo es. Pero Peterson despierta admiración y encono, lo cual es una muestra de lo mal que está nuestra sociedad.
La admiración quizás venga más por su retórica que por lo que dice, pero es verdad que en un momento de ignorancia y confusión tenga un especial valor exponer lo mejor, o parte de lo mejor, de lo que hemos sabido y nos ha guiado. Y ¿qué decir del encono? Era todo un espectáculo observar la fruición con que se hablaba de sus dolencias personales.
Ese es el autor. El manifiesto parte de lo que he adelantado: de la constatación de una crisis, dice, provocada por la duda de los intelectuales. Cuando con más seguridad se alzaba la civilización sobre las guerras y las ataduras de la capacidad humana de crear, los intelectuales instituyeron dudas sobre la verdad (Kant), sobre Dios (Nietzsche), y sobre otras bases de nuestra sociedad, que han acabado por socavarla. La duda ha prosperado sobre un terreno sin horizonte, que es la ignorancia del camino y de los logros de nuestra civilización, dice Peterson. Cómo no acordarse del capítulo “El camino abandonado” de Camino de servidumbre, de Hayek.
Esa crisis, dice con otras palabras Peterson, se manifiesta en un conjunto de heridas abiertas por las que pierde vitalidad el cuerpo social. Reducidas las personas a una o dos identidades manipulables por los políticos, acaban enfrentadas unas con las otras. El sexismo, el racismo, que habían sido orillados por una cultura individualista y por tanto universal, vuelven arrastrándose desde su milenario pasado.
¿Cómo debemos enfrentarnos a esta crisis? Peterson es víctima del fetichismo de la palabra “valores”. Yo creo que debemos hablar de virtudes, como nos ha enseñado Diedre McCloskey, a las que Peterson añade los derechos y el reconocimiento de la realidad social. Vamos con todo ello.
Varias de las virtudes que menciona Peterson, y su escueta lista es casi todo virtudes, están relacionadas entre sí. La primera que menciona es la humildad, y creo que debemos agradecérselo. “Reverenciar la humildad es aceptar la insuficiencia de la presunción actual; reconocer el valor de atender a lo que aún no se sabe; escuchar, valorar e intentar comprender de verdad las opiniones de los demás”, y por tanto es “una condición previa fundamental para el aprendizaje”.
La humildad nos obliga a reconocer nuestra parquedad, las insuperables limitaciones que tiene el hombre, y que por tanto tienen los demás pero también nosotros mismos. Y nos llevan, quizás tras una larga reflexión, a confiar más en las instituciones que en los grandes hombres, en la vida ordenada en común que en las revoluciones y las imposiciones masivas.
La humildad está vinculada a otra virtud: “el humilde intento de avanzar nosotros mismos y los demás a través del discurso -como consecuencia de la escucha y la respuesta espontánea- es, en cambio, la encarnación misma de la verdad”. Y la verdad es esa virtud. El posmodernismo primero se convenció de que no se podía alcanzar la verdad, y luego de que ésta ni siquiera existía. De modo que lo único real son las palabras y su utilización como palancas para condicionar el comportamiento humano, y en última instancia para la política. Es el camino hacia el nihilismo y el cinismo.
La verdad no es una virtud exclusivamente liberal, pero es típicamente liberal. Los liberales entienden que tiene un valor supremo, y que exige una disciplina y una vigilancia permanentes.
Otra de las virtudes que Peterson propone como pilares de una vida en común es lo que llama, Dios le perdone, “agencia”. Pronto se cansa de esa palabra mal empleada y se refiere a la “soberanía del individuo”. Una soberanía guiada hacia la mejora y la realización personal: “la ambición que supera la privación y la penuria, el impulso de aventurarse hacia la grandeza, el deseo de casarse, el deseo de tener una familia, la voluntad de asumir responsabilidades: todo esto es verdadera y genuinamente admirable y digno de reconocimiento y recompensa”.
Muy cerca están la autonomía y la responsabilidad. “En el establecimiento de relaciones íntimas, amistades, aprendizajes, vínculos cívicos, deberes políticos, compromisos filosóficos y hábitos y prácticas religiosas estables, fiables, veraces y productivas”, en una malla de relaciones expresadas con esas palabras u otras parecidas está la posibilidad de progreso personal y común. Y ese progreso se entorpece si las personas no aceptan la responsabilidad de cada uno por sus acciones; la propia y la ajena.
La autonomía, en la exposición de Peterson, es el reconocimiento de que la acción coordinada de varias personas, en empresas y organizaciones, tiene un gran poder de creación de riqueza. Una autonomía que es posible dentro de una economía de mercado. El mercado ofrece señales sobre cómo es mejor servir a los demás, premia a quienes lo hacen, y retira los medios a quienes no lo hacen. Aunque la relación entre el mercado y el mérito es tenue, aunque no arbitraria, Peterson también nos habla de él: “existe una relación directa entre el reconocimiento y la promoción de la excelencia y la capacidad de las sociedades para mejorar las privaciones absolutas; para generar y difundir soluciones creativas a problemas nuevos e inesperados; para ofrecer oportunidades de prosperidad y progreso individual y social”.
En esa interacción entre el individuo y la sociedad es donde se crea la identidad de cada uno. Es uno de los goznes entre la persona y la comunidad. Y ya entramos en el reconocimiento de las realidades sociales. La comunidad como espacio de interacción y desarrollo de la persona. Lo que él llama “corresponsabilidad” es otro de los goznes, que vincula la acción individual u organizada en empresas y el entorno material y natural en que se desarrolla la sociedad. Hace una apelación a la unidad, que es un anhelo comprensible, y valioso, pero que no considero que sea esencial. Más que un gozne, parece un portazo al libre desarrollo social. La libertad es el derecho de cada uno a elegir su propia vida, respetando la de los demás. Y la generosidad, que Peterson llama “justicia”, es la otra cara de la misma moneda.
La tradición es el depósito de la interacción de millones de personas sometidas a pruebas constantes. Sería absurdo echarla por tierra sin al menos tenerla en consideración. Peterson considera que “las instituciones fundamentales de Occidente son sólidas, filosófica y prácticamente”. Es una idea no sólo merecedora de estudio, sino que se ha estudiado y se sigue estudiando con profusión, y creo que con un veredicto mayoritariamente favorable.
Humildad, libertad, autonomía, verdad, agencia, identidad, mérito, responsabilidad, tradición, comunidad, administración, justicia y unidad. No son un mal punto de partida.
Estudié periodismo en vez de haberme dedicado a leer a los clásicos. Mientras intento enmendarme, me dedico al oficio de contar historias que sean interesantes y respondan a la verdad. De las ideas sobre cómo debemos convivir, la libertad no me parece la peor de todas ellas.
FUENTE: https://disidentia.com/virtudes-derechos-y-realidades-sociales-en-un-manifiesto-conservador/
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