Adolfo Lozano
FUENTE: https://juandemariana.org/ijm-actualidad/analisis-diario/mascarillas-la-incontrovertible-evidencia-i/
Desde la primavera de 2020 con la llegada de la pandemia covid, distintas estrategias fueron puestas sobre la mesa, recomendadas y aun impuestas al público. Confinamientos, tests masivos, cierres específicos de negocios, de escuelas… Pero por encima de todas las medidas rápidamente las máscaras aparecieron como un instrumento crítico.
Ni que decir tiene que la humanidad ha sufrido múltiples y aun innumerables epidemias y pandemias. Así pues, los principales organismos de salud pública como la OMS o el CDC (su equivalente estadounidense, el Centro de Control de Enfermedades de EEUU) tenían extensos documentos, guías y análisis para afrontar un escenario como el de 2020. ¿Qué decían dichos documentos y estudios?
1.- La ciencia hasta 2020, guías pandémicas y estudios
· Las guías pandémicas
Es muy importante ver la postura científica del CDC americano puesto que es el organismo de salud pública más influyente en el mundo y como miembro principal de la OMS. El 26 de febrero de 2020, el CDC de Estados Unidos celebró una videoconferencia con sus miembros para establecer una respuesta al covid. Su portavoz Benjamin Haynes abrió y moderó la conferencia tomando como referencia la “Guía de Mitigación Comunitaria para Prevenir una Pandemia de Gripe en EEUU, 2017”, un documento que recopilaba 200 estudios publicados en los anteriores dieciséis años, esto es, toda la mejor evidencia posible y reciente. En aquella reunión, todas las intervenciones no farmacológicas que se recomendaron fueron ‘la cuarentena voluntaria para aquéllos con miembros enfermos en el hogar’. De momento, las máscaras ni siquiera fueron consideradas como opción. Uno podría pensar que al fin y al cabo esto era para la gripe pero el covid sería algo superior, si bien lo cierto es que el CDC para 2019 se había embarcado en no uno sino en 2 ejercicios de respuesta pandémica para afrontar escenarios como el de 2020. Y allí las máscaras seguían de nuevo sin aparecer como una estrategia.
Curiosamente en otoño 2019 la OMS elaboró también un documento de ‘medidas de mitigación de gripes epidémicas y pandémicas’ donde planteaban casos como el que sucedería meses después. En el documento se lee en las conclusiones: “Ha habido un número de ensayos randomizados controlados demostrando que medidas personales como la higiene de manos o las máscaras faciales tienen, en el mejor de los casos, un beneficio pequeño en la transmisión” En el documento la OMS cita como autoridad 10 estudios de alta calidad de la última década. Ninguno de ellos encontró un beneficio apreciable en usar máscaras en epidemias o pandemias de gripe.
Otra de las más influyentes agencias de salud en el mundo, la de Reino Unido, elaboró en 2011 un documento de preparación para gripes pandémicas. En él se dice específicamente sobre las máscaras que, si bien pueden ser útiles para frenar gotas, no lo son para evitar el paso de aerosoles.
· La adherencia y el símbolo de los cirujanos y asiáticos
En verano de 2020, el CDC de EEUU llevó a cabo un estudio sobre contagios de covid y uso de máscaras. El 85% de las personas contagiadas declararon haber estado usando máscara ‘siempre’ o ‘casi siempre’. Comparado con el grupo no contagiado no hubo una diferencia estadística en el riesgo/probablidad de contagio. Un estudio en Europa publicado en abril de 2022 tampoco halló correlación discernible en nuestro continente entre uso de máscaras y contagios ni tampoco mortalidad covid.
Un caso interesante de por qué el público ha adoptado rápidamente la creencia en las máscaras es el de los cirujanos. Si ellos llevan máscaras, es que protegen, ésta es la idea. La realidad no es exactamente la que cree el común de las personas, pues los cirujanos no han llevado nunca máscaras para prevenir el contagio de virus sino para prevenir que gotas de su boca o nariz caigan en heridas de un paciente durante una operación y creen sepsis. Por eso los médicos nunca las han llevado en sus consultas o en las visitas a pacientes en hospitales sino básicamente en operaciones. No hay más que ver cualquier serie de televisión de hospitales. Por eso se llaman precisamente máscaras quirúrgicas, no máscaras para consultas ni de ningún otro modo. Es más, incluso este uso se basa en un beneficio teórico, pues los estudios al respecto no han encontrado beneficio medible del uso de máscaras para evitar infecciones operatorias. Ya en los años 80 un análisis del Colegio de Cirujanos de Inglaterra concluyó que no es apreciable en la vida real el beneficio del uso de máscaras durante las operaciones, se basa en la asunción de un beneficio teórico.
Otra idea simbólica que nos ha hecho asumir acríticamente la efectividad de las máscaras es el caso de los asiáticos que las usan con profusión en comparación con los occidentales. Pero no hay evidencia que respalde la idea de que los japoneses por ejemplo sufran apreciablemente menos la gripe por su uso, el año anterior al covid de hecho sufrieron la propagación de una epidemia de gripe a pesar de su uso casi universal.
2.- Fauci, la autoridad que se negaba a sí misma
“El antídoto del miedo es el conocimiento” Ralph Waldo Emerson, filósofo
Sin duda uno de los personajes y nombres más visibles a nivel mundial en la respuesta al covid fue Anthony Fauci, el responsable de la misma para todo Estados Unidos y la Casa Blanca. En marzo de 2020, Fauci apareció en el popular programa 60 Minutes en el que afirmó: “No hay razón para ir por la calle con máscaras”. Incluso fue más allá y mencionó una ‘falsa sensación de seguridad’ y los potenciales riesgos por estar tocándose la cara. Cuando en junio de 2020 algunos periodistas cuestionaron el viraje en las recomendaciones oficiales, responsables como Fauci y tantos otros en Occidente dijeron que de algún modo quisieron ocultar los beneficios de las máscaras para no interferir con la oferta entonces limitada. Lo cual es aún más extraño, ¿no era que había una nueva evidencia de contagio asintomático? En cualquier caso, ¿qué sentido tiene confiar en quien reconoce no haber no dicho toda la verdad en marzo de 2020?
La idea de ‘no dijimos cuán importantes eran las máscaras para proteger la escasa oferta’ a comienzos de 2020 tiene aún un problema mayor, y está en los emails privados de Anthony Fauci revelados al público gracias a la Freedom Information Act. El 4 de febrero de 2020 Fauci recibió un email de Sylvia Burwell, antigua secretaria de Salud con Obama y le preguntó si debería llevar una máscara en sus viajes para su protección personal. La respuesta de Fauci fue: “las máscaras son realmente para las personas contagiadas, no tanto para proteger a quien no lo está”. Fue incluso más allá dando razones científicas en su respuesta: “La típica máscara que compras en la droguería no evita que pase el virus, podría sólo evitar que expulses gotas cuando tosas o estornudes…no te recomiendo usar una máscara”.
Esto deja en evidencia que la justificación de la falta de oferta para no recomendar máscaras (la gente no puede comprarlas, no las recomendemos) no fue nunca cierta.
De nuevo serían los propios emails privados de Fauci los que desmentirían que hubo una nueva evidencia científica en primavera de 2020. El 31 de marzo de 2020, recibió un email de Andrea Lerner, empleada del Instituto Nacional de Salud de EEUU, donde resumía lo que la comunidad científica sabía. En dicho correo Lerner le adjuntaba a Fauci hasta 9 estudios randomizados (un tipo de estudio de alta calidad donde tienes un grupo de control ciego) donde no se hallaba diferencia entre usar o no usar máscara en un escenario de gripe. Sólo 3 días después el CDC, rechazando toda la evidencia científica disponible y sin una nueva capaz de contradecirla, precipitó una recomendación universal de máscaras. A partir de aquellas fechas, medio mundo se cubrió las bocas y se inició uno de los ensayos poblacionales de salud pública de mayores dimensiones.
Francamente interesante es revisitar aquellas nuevas guías que el CDC en EEUU hizo en abril de 2020 por las palabras empleadas para justificar las máscaras. “Aunque no existe evidencia de que sean efectivas en reducir la transmisión, existe una plausibilidad mecánica para la potencial efectividad de esta medida”. Repitamos y releamos: plausibilidad mecánica para la potencial efectividad. Esto es, la imposición de máscaras se basó en primavera de 2020 en una hipótesis teórica, en un deseo de que funcionara, ello a pesar de que los estudios que durante años habían recopilado las mejores agencias de salud de todo el mundo de las mejores revistas científicas no lo avalaran. Tan distante llegó a ser la ciencia de las medidas que incluso en mayo de 2020 el CDC volvió a publicar otro meta-estudio (recopilación de 14 estudios previos) sobre una gripe pandémica donde de nuevo no había evidencia sobre las máscaras para frenar la propagación.
Para primavera de 2020 no había aún solidez científica para la imposición de máscaras, así que se intentó precipitar una ‘nueva ciencia’.
3.- ¿Una nueva ciencia?
“El mayor enemigo del conocimiento no es la ignorancia, es la ilusión del conocimiento” Stephen Hawking, físico
A pesar de que durante febrero, marzo y gran parte de abril no se recomendó al público usar máscaras, en algún punto durante la primavera de 2020 la inmensa mayoría de agencias de salud empezaron de la noche a la mañana y al unísono a dar un giro de 180 grados. Con ello, todos los ‘expertos’ empezaron a modificar su discurso para alinearse. Ello teniendo que ignorar toda la enorme evidencia científica opuesta. Y de nuevo de la noche a la mañana, las máscaras pasaron de ser una recomendación a una obligación.
En este momento transicional, en abril de 2020, cuando aún los medios seguían sin problema las evidencias científicas en lugar de ser arrastrados a una nueva narrativa por decreto, el Washington Post publicó un interesante artículo basado en los estudios del historiador John M. Barry sobre cómo durante la gripe española de 1918 usar máscaras faciales fue ‘inútil’, a pesar de su uso masivo entonces en EEUU.
A partir de abril y mayo de 2020, millones de euros y dólares del contribuyente fueron gastados en promocionar el uso de máscaras. Por ejemplo, el estado California gastó 27 millones de dólares y el gobernador de Nueva York Andrew Cuomo desplegó una campaña llamada ‘Enmascarando América’ en colaboración con celebrities. Las expectativas fueron enormes y todos confiaron ciegamente en la ‘plausibilidad mecánica’ de la OMS.
La confianza en la medida fue tan grande que empezaron a ofrecer importantes promesas y resultados. Un artículo de la revista Time llegó a prometer en junio de 2020 una reducción de la transmisión entre un 50% y 85%. El propio Fauci expresamente mencionó en múltiples ocasiones que los estados que siguieran la implantación de máscaras tendrían mejores resultados y que podrían verse diferencias apreciables entre estados o condados según apliquen o no la medida. En julio de 2020 la Universidad de California fue aún más allá siendo de las primeras en prometer que las máscaras no sólo evitaban contagiar sino que evitaban que uno se contagie. No existían evidencias sólidas para ninguna de estas afirmaciones, eran simplemente hipótesis que el público por supuesto esperaba que se cumplieran.
Aparte de la ‘plausibilidad mecánica’, el CDC intentó citar evidencias para respaldar sus recomendaciones de máscaras. Y llama la atención la pobreza de esas evidencias. Por ejemplo, citan una historia anecdótica en una peluquería con 139 clientes durante 8 días, los 2 peluqueros estaban contagiados pero ninguno de 16 clientes cogidos al azar que usaron máscara lo estuvieron. Puede sonar grotesco, pero es cierto que nada menos que el CDC esto lo usó como una evidencia para respaldar una medida de salud pública universal en pleno siglo XXI.
· El contagiador asintomático, ¿realidad o muñeco de paja?
Tras revisarse cientos de estudios publicados, elaborarse extensos documentos y aun realizar ejercicios de preparación para una pandemia como la de 2020, ¿qué cambió en 2020? Entre las posibles y varias motivaciones de los organismos de salud pública para virar y prestar atención a una estrategia antes descartada destaca la idea del ‘contagiador asintomático’ a juzgar por las declaraciones que entonces hacían los reguladores. Pero esta motivación no deja de resultar extraña como supuestamente novedosa puesto que la transmisión asintomática había sido considerada por el CDC en escenarios de gripes epidémicas.
Uno entonces podría pensar que el contagio asintomático era mucho más común en el covid que en la gripe. Sobre esta cuestión en abril de 2021, la revista Emerging Infectious Diseases Journal publicó un análisis sobre un brote en Alemania en 2020, y llegó a esta conclusión: “No observamos transmisión desde pacientes asintomáticos”. Incluso los propios autores afirmaron que su hallazgo no era nada extraño pues “se alineaba con múltiples otros estudios”. Y finalizaban: “Es improbable la contribución de la transmisión asintomática a la propagación del covid”. Los autores del estudio eran del Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades y la Universidad de Estocolmo. No obstante, aunque fuera totalmente válida la idea del asintomático contagiador y siguiendo abierto el debate científico sobre su alcance exacto, las máscaras seguían enfrentando su problema mayor: los aerosoles.
· Los aerosoles, el quid de la cuestión
Un aspecto fundamental, si no el más fundamental, que explica que las máscaras fallaran en los estudios sobre infecciones víricas que manejaban las agencias de salud es el problema de los aerosoles. La confianza en las mascarillas tenía sentido si se trata de parar las gotas y microgotas, pero el covid tal como se confirmó el virus de la gripe se transmite por aerosoles y las máscaras no pueden hacer prácticamente nada según la evidencia bloqueando los aerosoles. Sin embargo al público se le convenció de lo opuesto con visuales gráficos que o bien eran meramente teóricos o se basaban en microgotas, no realmente aerosoles que atraviesan las máscaras. Ésta es la eficacia -como muestra en este más elaborado vídeo con explicación científica el Dr Ted Noel– en la vida real frente a los aerosoles de llevar una máscara, sin importar que uno lleve 2 o 3 o un respirador equivalente a una N95/FPP2. Esto es, portando cualquier tipo de máscara, una habitación cerrada acaba llenándose de aerosoles por respiración con la misma rapidez e intensidad que no llevando ninguna. Habría que dejar de respirar.
· De Dinamarca a Bangladesh, la ciencia se corrompe
A finales de 2020 tuvo lugar en Dinamarca un estudio de alta calidad randomizado con 6000 participantes para revisar la efectividad del uso de máscaras quirúrgicas frente al contagio en el que fue el mayor estudio controlado hasta la fecha sobre esta cuestión, el DANMASK-19. Los participantes recibieron máscaras quirúrgicas de la más alta calidad y se les instruyó para su correcto uso y recambio. Era el mejor tipo de estudio que cabía concebir para medir dichos beneficios frente al covid. ¿Cuál fue el resultado? Los autores con los datos en la mano fueron incapaces de ver beneficios en el uso de máscaras frente a no usarlas incluso con el mejor uso posible. No sólo los medios ignoraron este estudio, sino que acabaron sucediendo prácticas de corrupción científica, empezando porque el estudio estuvo censurado en redes sociales cuando salieron los resultados. Sencillamente, no querían un estudio tan importante sin la conclusión predeterminada. Este caso lo comenta un artículo del British Medical Journal denunciando esa censura. Thomas Benfield de la Universidad de Copenhague y uno de los principales autores confesó al ex periodista del New York Times Alex Berenson que el estudio se publicaría ‘tan pronto como una revista fuera lo suficiente valiente’. ¡Había que ser valiente en 2020 para publicar lo que durante décadas habían dicho los estudios sobre máscaras! Otro de los autores y jefe médico del hospital New Zealand de Dinamarca, Christian Torp-Pedersen, denunció: “No podemos discutir si éstos son los resultados que a algunos les gustan o no”.
Así que había que encontrar algún estudio que presentar al mundo para apoyar las máscaras. Aquí llegó el famoso estudio de Bangladesh, que la revista Nature lo celebró como un “estudio riguroso”. ¿Cuán riguroso? Bueno, el matemático británico Normal Fenton demostró que usando la metodología del estudio, éste era equivalente a lanzar 34 monedas y tras tener 18 caras y 16 cruces asegurar que las caras son más probables. Es decir, el estudio no demostraba en verdad nada. El investigador científico Steve Kirsch retó al autor principal del estudio de Bangladesh, Jason Abaluck, a defender en un debate su estudio. Abaluck aceptó con tal de que hubiera sólo un debatiente enfrente y el 3 de abril de 2022 tuvo lugar el mismo. Abaluck fue tan incapaz de defender los resultados de su estudio que se negó a volver a debatir el estudio y uno de los expertos espectadores comentó: “este estudio bordea el fraude”. El estadístico Mike Devenich también comentó cómo el estudio de Bangladesh era un sinsentido.
Lamentablemente el esfuerzo por demostrar que las máscaras funcionaban desencadenó una corrupción científica de dimensiones importantes. Si no, prestemos atención a otros estudios que se usaron para sostener que las máscaras eran efectivas:
Un estudio del CDC que quiso demostrar al público que las máscaras funcionaban debe sin duda mencionarse como claro ejemplo de cómo se puede retorcer la estadística para sacar las conclusiones que uno desea. Por supuesto, publicaron un gráfico que parecía inequívoco. Llevar cualquier tipo de máscara reduciría la probabilidad de contagiarse en un grado muy elevado, aseguraban.
Dicho estudio fue realizado en California y se publicitó para promover su uso en todos los lugares, pero presenta un cúmulo de despropósitos que hacen dichas conclusiones una manipulación enorme.
Un claro ejemplo de cómo se puede retorcer una conclusión usando al gusto la estadística es que cogiendo los propios datos de ese mismo estudio podemos llegar a una conclusión rápidamente: un 93,3% de las personas contagiadas encuestadas llevaban siempre o casi siempre máscara.
· Censura, la ilusión de la integridad científica
Así, el retorcimiento de la máquina científica se hizo en dos sentidos, intentando generar a cualquier precio resultados a favor de las máscaras y por otro lado expurgando todos los bien hechos estudios que mantenían lo mismo que la ciencia del último siglo. Por supuesto, pues, los medios ignoraron en lo posible otro estudio con 8000 participantes a finales de 2020 que concluyó que las máscaras “no parecen ser efectivas contra infecciones respiratorias”, o una revisión de julio de 2020 del prestigioso Cochrane que determinaba que las máscaras no reducen transmisión viral ni en población general ni en trabajadores sanitarios. El Centro para la Medicina basada en la Evidencia de Oxford aseguraba que la imposición de máscaras era una cuestión política, no científica. Literalmente dice: “hay una considerable falta de certeza científica”. Y añade: “En el caso de que las máscaras funcionaran, según los datos de la agencia de salud noruega, harían falta 200.000 personas con máscara para prevenir un solo contagio por semana”. La inexistencia de cualquier evidencia sólida seguía siendo tan patente que en las propias recomendaciones de máscaras del Centro de Control de Enfermedades de la Unión Europea en febrero de 2021, éstas se basaban en un ‘principio de precaución’, esto es, seguía siendo una hipótesis indemostrada.
Volvemos a 2020 y con la llegada del otoño y a pesar del surgimiento de olas o repuntes de contagios sin importar el nivel de adherencia al uso de máscaras en una población dada, los expertos no dejaron de hacer aún mayores sus promesas. El Dr Robert Redfield, nada menos que antiguo director del CDC estadounidense, llegó a afirmar en septiembre de 2020 que usar máscaras era mejor que cualquier posible vacuna y los grandes medios entregaron rápidamente la promesa al público. Y realmente no fue el único experto que hizo tal comparación. Para muchos de éstos, las máscaras no sólo eran una importante, sino incluso la más importante posible de las medidas. Hubo un punto en que las máscaras podían prometer cualquier cosa desconectada de cualquier evidencia, se estaban convirtiendo realmente en una suerte de fe. El uso de máscaras se había acabado desligando de la honestidad y prueba científicas para llegar a ser un auténtico activismo político.
Uno podría pensar que el problema fue la falta de adherencia al uso de máscaras, pero lo cierto es que su uso llegó a ser forzoso y compulsivo en casi todas las regiones occidentales. En concreto, en EEUU el gobierno federal a través de YouGov y su sistema demoscópico ha evaluado la adherencia al uso de máscaras por sus ciudadanos. Todos los aumentos de contagios en noviembre y diciembre de 2020 fueron precedidas de los niveles más altos registrados en el uso de máscaras a nivel nacional, hasta por encima del 80% de media, y su ola mayor en enero 2021 se produjo con el nivel registrado más alto de uso. Tras aquella fecha y en parte debido al levantamiento de mandatos de máscaras en estados conservadores (lo veremos más adelante) la adherencia a nivel nacional empezó a descender, y los expertos en masa encabezados por Fauci o la directora del CDC Rochelle Walensky empezaron a predecir terribles olas para primavera 2021 en el país. Lo que acabó sucediendo es que los casos siguieron descendiendo toda aquella primavera.
Lo ilustraremos mejor más adelante, pero baste adelantar aquí este interesante ejercicio que nos propone el economista norteamericano Tom Woods. Si nos presentaran las gráficas de curvas de contagios covid de países donde se impusieron las máscaras, ¿seríamos capaces de identificar en el gráfico, incluso aproximadamente, cuándo se impusieron? Hagan apuestas.
Hasta 2020, la ciencia era inequívoca sobre que el uso de máscaras. en el mejor de los casos podía tener una utilidad potencial dentro de un mero marco teórico e hipotético. Incluso los estudios controlados hasta la fecha no pudieron nunca de manera sólida corroborar esa posible teoría y por ello en todas las pandemias víricas los más importantes organismos internacionales habían descartado una y otra vez las máscaras como algo de utilidad. A partir de la primavera 2020 surgieron nuevas recomendaciones sobre las que se intentó precipitar una nueva evidencia hasta entonces inexistente. Como hemos visto, se usó todo tipo de manipulación científica para intentar hacer encajar la realidad con el deseo.
Si aún creemos que esos estudios que pretendían defender las máscaras no estaban tan equivocados, no obstante desde 2020 tenemos el mejor banco de pruebas posible: millones de personas en docenas de regiones y países con máscaras obligatorias. ¿Qué datos reales podemos observar en esos países? ¿Qué resultados comparativamente hubo en las regiones, estados o países vecinos donde no se usó máscaras? ¿Se pueden observar efectos en la imposición y en la retirada de máscaras (desde otoño 2020 ya hay ejemplos estudiados de retiradas de las mismas en Occidente)? La verdad última, más allá de los laboratorios y grupos de ensayos vendría de allí, de allí fuera, de la realidad.
[Para esta serie de artículos se han empleado estudios publicados disponibles en PubMed, publicaciones de prensa referenciadas, documentos de la OMS o el CDC de EEUU, estadísticas oficiales publicadas por New York Times o OneWorldinData, o la información y gráficas del periodista Ian Miller en su obra “Unmasked”, entre otras fuentes]
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