Jesús Bermejo Villar.
“Si en tu caminar no te golpeas de frente con el diablo, es porque estás caminando en la misma dirección que él” (Santo Cura de Ars)
Si, rotundamente sí. Lo volveríamos a hacer una y mil veces, con semblante sereno y quizá, corrigiendo los pocos errores que pudimos cometer, pero nunca desde la trinchera de la cobardía. Solo se impone el que se expone, y así lo hicimos, grabado a fuego. Y como buenos perdedores afrontamos nuestro gris destino, juguetón y azaroso, con la cabeza y el brazo siempre en alto. Como no cabía esperar, a quien más se expuso le correspondió el mayor de los castigos: la privacidad de la libertad. Serían necesarias varios kilos de tinta para escribir el nombre de todos aquellos héroes a lo largo de la historia que pagaron con su libertad o con su vida por acciones honorables. Cerca, le toca el turno a mi fiel camarada Josele. Un hombre de los pies a la cabeza, gallardo y noble, abnegado y paciente, patriota y cristiano, el padre que todos quisiéramos tener. Una vida puede ser larga, pero trabajar y luchar con un hombre como él, pocos podemos tener el privilegio de haberlo sentido. A nadie le gusta nacer para perder. Y Josele ha perdido toneladas de lujos materiales, pero por el camino fue encontrando las huellas perdidas de la máxima espiritualidad.
Recojo esta cita de uno de los grandes sacerdotes santos de la historia de la iglesia porque dedicó su vida a una inmensa labor pastoral. Aún, cerca de Lyon, su cuerpo sigue incorrupto en su sagrada sepultura. Josele no es un santo, o mejor deberíamos pregúntaselo a los cientos de niños violados y asesinados a los que quiso ofrecer justicia con su donación desinteresada de trabajo. El destino es caprichoso, y nuestra suerte solo Dios la sabe, pero la vida trascendente requiere de obras y acciones, lo que la alta edad media catalogó seglarmente como la gracia suficiente y eficiente. Sólo mereces respeto y admiración con tu predisposición en el frente de batalla, cara a cara con tu enemigo y con un porcentaje mínimo de victoria. Podrán arrebatarte la libertad, pero jamás el legado que dejas, perenne e inmanente que no se puede prostituir. Por eso gritamos con alegría: MERECIO LA PENA LUCHAR.
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