Mientras en España tengamos una Derecha Analfabeta Funcional tendremos «progresismo indecente» para rato.
CAROLUS AURELIUS CALIDUS UNIONIS.
La palabra analfabeto, que etimológicamente proviene del griego (que no conoce ni la A ni la B, o mejor dicho ni la letra ALFA ni la letra BETA), designa generalmente a aquellas personas que ignoran aquello de lo que se compone su lengua materna y la cultura de la que forma parte, impidiéndole todo ello ser capaz de comprender su circunstancia personal y/o el entorno en el que vive… Generalmente, en España se considera analfabeto a quien no sabe leer ni escribir. También es sinónimo de ignorante, inculto, iletrado, palurdo, zote, indocumentado.
Por otro lado, se denomina analfabetismo funcional a la incapacidad de un individuo para la lectura, la escritura y el cálculo de forma eficiente en las diversas situaciones de la vida cotidiana.
Un adulto que sea analfabeto funcional no sabrá resolver de una manera adecuada tareas necesarias en el día a día, como por ejemplo rellenar una solicitud para un puesto de trabajo, entender un contrato, seguir unas instrucciones escritas, leer un artículo en un diario, o comprender lo que cuentan en una radio o una televisión… e incluso saber el significado de las señales de tráfico, y menos aún consultar un diccionario o entender un folleto con las instrucciones de cualquier electrodoméstico, o el prospecto de un fármaco, por poner algunos ejemplos.
Por supuesto, el analfabetismo funcional también limita seriamente la interacción de la persona con las tecnologías de la información y la comunicación. En este principio del siglo XXI un analfabeto funcional, obviamente tendrá dificultades para usar un ordenador personal, o escribir mediante un procesador de texto, o navegar en una web, usar un teléfono móvil de manera eficaz…
Si nos centramos en el analfabetismo de quienes en España se dedican «profesionalmente» a la política, quienes viven de nuestros impuestos, cualquiera que preste atención a lo que dicen y a lo que callan, a lo que se dicen entre ellos cuando supuestamente debaten, ya sea en el Parlamento o en los denominados «debates electorales», o cuando replican unos a otros, etc. acaba llegando a la conclusión de que el analfabetismo funcional entre ellos es mal de muchos, demasiados, una verdadera epidemia. Los políticos de los diversos partidos, casi sin excepción, son gente que aparte de no haber dado un palo al agua en su vida, ni haber cotizado a la Seguridad Social como trabajador por cuenta ajena, o como trabajador autónomo, o empresario, suele carecer de formación, la mayoría está «en política» desde la adolescencia o casi, e ignora todo o casi todo lo que tiene que ver con la Lengua Española, con la Literatura Española, con la Historia de España, con Ciencias Naturales, con Filosofía, y un largo etc. Y no estoy exagerando…
En manos de gente de tal calaña estamos, ellos son quienes legislan y deciden con una enorme capacidad de influencia en nuestras vidas cotidiana.
Y, lo más preocupante es que el analfabetismo entre los políticos no para de crecer y se ha acentuado enormemente desde que los marxista-leninistas de PODEMOS entraron en las diversas instituciones, llegando incluso al gobierno de España.
Cualquiera que tenga dos dedos de frente y posea un mínimo de decencia estará de acuerdo conmigo en la enorme importancia de contar con representantes políticos con un nivel adecuado de formación y educación, pues esto se relaciona directamente con la capacidad de los legisladores para elaborar leyes y políticas públicas eficaces y acordes a las necesidades de la sociedad que los ha elegido. Pues bien, ésta no es la realidad en España, por desgracia.
En la política española la estupidez y la ignorancia van de la mano y evidentemente derivan en maldad. Y, al parecer la estupidez y la ignorancia son contagiosas; tal es así que quienes dicen ser oposición o alternativa a la izquierda también participan del analfabetismo del que vengo hablando. Los miembros de PP y VOX son tanto o más analfabetos que los del PSOE, los comunistas, los separatistas y los etarras.
Sin duda alguna, aparte de los espabilados, corruptos y golfos que hay en las diversas agrupaciones políticas, lo que más predomina entre sus miembros es el «fracaso de la inteligencia»; si no fuera así, los partidos que dicen ser oposición al gobierno socialcomunista que preside Pedro Sánchez ya habrían hecho suya la frase que se atribuye a Albert Einstein que afirma que «es de locos repetir una y otra vez la misma conducta y pensar que la vez siguiente los resultados serán diferentes».
Pues sí, tenemos un grandísimo problema. En España la idiocia y el analfabetismo de la izquierda han contagiado a todo quisqui, sus “valores” han anidado profundamente en la conciencia de la mayoría de la gente, las estupideces propias de la modernidad se han colado en la Iglesia, en el Estado (en el poder ejecutivo, en el judicial, en el legislativo… e incluso en el “cuarto poder”), en la mente de todos y han acabado introduciéndose hasta en nuestras casas. De la mano de los “valores progresistas” se ha ido instalando entre nosotros, casi sin apenas darnos cuenta, la estulticia… habiendo llegado a tal extremo que el analfabetismo ha dejado de ser vergonzante; tal cual los diversos fanatismos religiosos, e incluso son muchos los que se jactan de ello.
Y, ojo, no debemos olvidar que, la idiocia y la maldad no son excluyentes; es más, como decía Sócrates, la maldad es solo un tipo de estupidez.
La estupidez y la ignorancia, el analfabetismo de la izquierda y de la derecha españolas es del grado de aquel niño que está jugando en la arena, a la orilla del mar. El niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua, y va y viene hacia un hoyo que ha hecho en la arena y vacía en él el agua… Su papá sorprendido acaba preguntándole:
«Oye, hijo, ¿qué estás haciendo?»
Y el niño le responde: «Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a meter en este hoyo».
Uno de los rasgos más característicos de la estupidez, como del analfabetismo, es que generalmente ningún estúpido -tampoco ningún analfabeto- piensa que lo es. Por el contrario, el más estulto de los estultos actuará y hablará con la convicción de que posee una mente privilegiada. Tal cual dice, también Sócrates, si uno cayera en la cuenta de cuan estúpido e ignorante es en una determinada circunstancia, elegiría no actuar como un necio.
A poco que uno se acerque a la Historia de la Humanidad, y particularmente la de los últimos siglos, acaba llegando a la conclusión de que, si ha habido una causa determinante, especialmente influyente en las tragedias, maldades, desgracias, genocidios… por los que se han visto afectados millones y millones de seres humanos esa ha sido la estupidez izquierdista. Y lo paradójico del asunto es que todavía las diversas utopías intervencionistas siguen teniendo buena fama y predicamento… cuando la estupidez, la ignorancia y el analfabetismo se combinan con otros factores -como la ideología izquierdista, los diversos socialismos o comunismos y los diversos «progresismos»-, sus efectos son devastadores.
En el actual «estado del bienestar» los que piensan que el consenso socialdemócrata es sinónimo de progreso incurren en lo mismo que el niño del que hemos hablado más arriba, que pretendía vaciar el mar con su cubo…
La socialdemocracia se manifiesta en múltiples formas, desde el feminismo de género, o femi-estalinismo, hasta las diversas formas de «victimismo», de tal manera que, ante todos los asuntos cruciales, los socialdemócratas, da igual como se etiqueten o autodenominen se oponen a la libertad y a la tradición y manifiestan abiertamente que la única opción es «más estado», más intervencionismo, más burocracia, más impuestos… y un gobierno fuerte, a ser posible mundial.
Y hay que advertir que la socialdemocracia -de la que, insisto, también participan quienes en España dicen la alternativa, la oposición al gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez y sus secuaces- va acompañada de un problema muy importante: la socialdemocracia es mucho más engañosa, mendad y malintencionada que otras formas de estatismo porque pretende, según afirman sus seguidores, combinar el socialismo con las atractivas virtudes de la ‘democracia’ y la libertad de creación, de investigación, etc. Así que, los socialdemócratas harán todo lo posible para envolverse en alguna forma de democracia, pues saben que cualquier opción política que huela a dictadura, será inmediatamente considerada liberticida y totalitaria, y acabará siendo derrotada, más pronto que tarde, haciendo caer e incluso desaparecer su estructura organizativa.
En el vocabulario de los socialdemócratas «antidemocrático» es desde cualquiera que pueda ser tildado de incurrir en «crimen de opinión o pensamiento de odio», hasta quien ose cuestionar la ideología de género, o manifieste dudas sobre «el calentamiento global» o «el cambio climático de origen antropogénico», o cualquier otro asunto que se les ocurra, para descalificar y demonizar a quienes ellos consideran sus enemigos.
El progresismo es mucho más que un programa social y económico para el aquí y ahora. Es una filosofía social utópica que pretende hacer realidad utopías como la proclamada por Platón (La república y el gobierno de los sabios), o la Utopía de Tomás Moro, o la Ciudad de Dios de San Agustín, o cualquiera de los muchos mundos felices ideados durante siglos… En tales creencias subyace el mito de la Ilustración de que la historia es una marcha inexorable y siempre ascendente hacia la perfección de la humanidad. En el caso de los socialdemócratas, la perfección se define como una sociedad gobernada y diseñada por un estado socialista justo, eficiente e igualitario. Además, a diferencia de los marxistas tradicionales, Los progresistas socialdemócratas creen que la historia no se desarrolla a través de la lucha de clases y la revolución sangrienta, sino a través de la implacable marcha hacia adelante de la democracia.
El objetivo final de esta transformación progresiva e inevitable de la sociedad no es, como proclamaban Carlos Marx y sus seguidores la erradicación de todas las clases sociales, de la economía de mercado (léase capitalismo) y abolir la propiedad privada para alcanzar la propiedad colectiva de los medios de producción, bajo la dictadura del proletariado. La aspiración de la socialdemocracia es la consecución de un estado socialista e igualitario dirigido por burócratas, intelectuales, tecnócratas, ‘terapeutas’ y una nueva clase, los gestores de la moral colectiva, en colaboración con grupos de presión de «víctimas» que luchan por la igualdad. La clase capitalista y empresarial no será liquidada, ni sus medios de producción serán expropiados. En cambio, se mantendrá la economía de mercado, pero fuertemente gravada, regulada y restringida. Los socialdemócratas no participan de la idea de “lucha de clases”, por el contrario, aspiran -dicen- a una especie de “armonía de clases”, en la que los capitalistas y el mercado trabajen por el bien de la sociedad y del aparato estatal parasitario.
Como resultado de la eficaz propaganda de los socialdemócratas, todas las agrupaciones políticas han acabado abrazando el nuevo credo: la «democracia», sinónima de «progresismo», un absoluto moral último, que ha acabado reemplazando virtualmente a todos los demás principios morales, incluidos los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña.
Hasta tal punto hemos llegado que, la izquierda ya incluye a liberal-conservadores, conservadores y neoconservadores, liberales de izquierda e incluso forman parte de ella todas o casi todas las élites intelectuales, académicas y mediáticas aliadas y grupos de víctimas oficialmente reconocidas por el sistema, el estado socialdemócrata o estado del bienestar.
Y, ante este terrible panorama ¿qué cabe hacer?
Pues, no hay otra opción que refundar la derecha. No hay otra opción que la de que las élites empresariales y profesionales liberales, y los «intelectuales» no socialdemócratas se lancen al ruedo y emprendan la refundación de la derecha, poniéndose, por supuesto, al frente. Estoy hablando, y lo vengo haciendo desde hace años, de que las únicas personas que pueden sacar a España del atolladero son quienes tienen sobrada experiencia de éxito en la gestión de dineros ajenos y esas personas no están en ninguno de los partidos políticos que dicen ser los más representativos. Hablo de gente capaz de encabezar un programa de gobierno con objetivos concretos a corto, medio y largo plazo que emprenda un plan de choque, una intervención quirúrgica que extirpe todo lo que tenga que ver con socialdemocracia, todo lo que es un lastre, un freno para la creación de empleo y de riqueza; una intervención quirúrgica que frene la corrupción, y persiga y castigue a los corruptos, una intervención quirúrgica que ponga remedio al despilfarro, al gasto desenfrenado, a la deuda pública… Un plan de choque que adelgace el estado, empezando por desmantelar el estado de las autonomías, recentralizando las competencias actualmente en manos de los gobiernos regionales, un plan de choque que recupere el estado unitario, la unidad de mercado, la igualdad de todos los españoles ante la ley, que todos los españoles gocen de iguales derechos y obligaciones independientemente de dónde nazcan y dónde vivan…
Por descontado, todo ello debe ir acompañado de una estrategia de audacia y confrontación, de dinamismo y entusiasmo, una estrategia, en definitiva, de despertar a los españoles decentes de su letargo y desenmascarar a las élites arrogantes que nos gobiernan, nos controlan, nos gravan, nos saquean y nos estafan; independientemente que digan que son de izquierdas, de derechas o de centro…
No se olvide que lo que las élites gobernantes lo último que desean, lo último que se esperan es discusión que no sea cordial, con comedimiento, solemne y sin acritud. Los políticos progresistas temen especialmente y denuncian la llamada política del resentimiento, precisamente porque el resentimiento estaría dirigido hacia ellos por parte de aquellos a quienes saquean y de los que parasitan.
Los españoles decentes deben reaccionar y salir de sus zonas de confort y adoptar una estrategia que apunte y esté orientada a denunciar las mentiras, la corrupción y los escándalos de miembros concretos de las mafias que actualmente nos saquean, de los capos, oligarcas y caciques que forman parte del consenso socialdemócrata y especialmente de los miembros de la coalición gobernante, pero también de quienes dicen ser oposición y/o alternativa al gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez.
El principal objetivo debe ser conseguir que los españoles decentes reaccionen y comprendan una idea simple, asimilada hace mucho tiempo por la izquierda, de que la política es la guerra. Está en juego nada más y nada menos que nuestra forma de vida, nuestra civilización, nuestra existencia.
En resumidas cuentas, la derecha decente española, los españoles decentes deben reaccionar, asumir si complejos que sólo hay dos bandos en la lucha política actual. No hay término medio.
O eres progresista o no lo eres, aunque corras el riesgo serio de ser tildado de reaccionario. O te unes al socialismo en sus múltiples variantes, o te unes a la reacción, a la lucha para hacer retroceder el progresismo, el estado del bienestar -mejor dicho: el bienestar del estado, el «estado de las autonomías», sus cárteles mafiosos, sus capos y su red clientelar y de burócratas-.
O te sumas al progresismo o te sumas a la guerra contra la socialdemocracia para hacerla añicos. Y si optas por esto último hay que empujar para que las élites empresariales, intelectuales y los profesionales liberales refunden la derecha y arrinconen a la derecha analfabeta funcional de Feijoo y Abascal. Si no es así tendremos a Pedro Sánchez y demás enemigos de España para rato.