Mujeres: auténticas impostoras.

QUE LA DETENGAN, QUE ES UNA MENTIROSA…

Maldita sea la noche

en la que la conocí.

Ahora vivo atrapado,

esa mujer no me deja vivir.

Malditos sean sus ojos,

sus gestos, su boca,

ese beso que me desarma.

Maldito sea el embrujo

que me cegó la razón.

Que la detengan,

es una mentirosa,

malvada y peligrosa.

Yo no la puedo controlar.

Que la detengan,

me ha robado la calma,

se ha llevado mi alma

y no me ha dejado na.

No sé qué hice esa noche,

el vino me traicionó,

solo buscaba el olvido

y fui a caer en su trampa de amor.

Ahora maldigo esa noche,

al deseo,

al destino que a ella

me quiso llevar.

Ya no me quedan más lágrimas,

solo me queda gritar. DAVID CIVERA.

Al principio del año 2025 que acaba de echar a andar cayó en mis manos un libro que lleva por título «AUTÉNTICAS IMPOSTORAS», cuya autora es Violeta Alcocer. El título me resultó especialmente sugerente, al mismo tiempo que me retó a prestarle atención. Ingenuo de mí, pensé que sería algo nuevo, diferente de lo que desde hace tiempo se narra cuando alguien habla de mujeres, especialmente si sus autoras también lo son, aunque también son muchos los hombres que se sienten empujados a hablar de las mujeres con el propósito de pedir perdón por haber nacido con pene y además, añaden que están en búsqueda, en camino de encontrar su lado femenino, y genialidades por el estilo…

El libro comienza afirmando lo siguiente:

«Desde tiempos inmemoriales, las mujeres hemos aplicado diversas estrategias para sobrevivir a las expectativas sociales, a menudo a costa de nuestra salud física y mental. La impostura se ha convertido en un recurso omnipresente: asentimos, sonreímos, cedemos, callamos y fingimos para encajar en un mundo que no siempre nos ha comprendido.

Pero cada una de esas mentiras, hábilmente tejidas, revela una verdad esencial sobre nosotras mismas y marca las ausencias que nos han definido. ¿Dónde estábamos nosotras mientras otros brillaban en el escenario de la vida? Probablemente, disimulando…

Muchas creemos firmemente que merecemos los mismos derechos que los hombres pero, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, actuamos como si pensásemos lo contrario. Disimulamos, fingimos, agradamos, aceptamos, nos mordemos la lengua, negamos, sonreímos, nos hacemos las sordas, nos apartamos, ignoramos el cansancio, nos sometemos y ponemos toda nuestra inteligencia y energía en juego para estar tranquilas, para encajar y para encontrar nuestro supuesto lugar en el mundo.«

A partir de este párrafo, todo empieza a ser una narración en la dirección de lo política y socialmente correcto y deja de ser prometedor pues, redunda en lo de siempre: los hombres un día -no se sabe cuándo- se confabularon para diseñar un determinado tipo de sociedad (da igual el lugar del mundo pues al parecer fue así en todos lados, o la experiencia de algún sitio concreto contagió al resto de la Humanidad). Una forma de vida concreta creada exprofeso para beneficio de los varones y para sojuzgar, dominar, reprimir, violentar, controlar, y un largo etc. a las mujeres, víctimas ellas de los hombres, por los siglos de los siglos; varones que son -en exclusiva- los causantes de todos los males de este mundo, pasados, presentes y por venir… Según los seguidores de estas ideas, los hombres no han aportado nada bueno a las mujeres, y menos aún para que los humanos prosperen, avancen a mejor; y se sobreentiende que lo bueno siempre ha sido producto de acciones femeninas, o de hombre con inclinaciones femeninas…

Sigamos con el análisis del texto. La autora pregunta y se pregunta:

«Pero ¿y si hubiera un lugar para nosotras distinto al que nos han contado?

A lo largo de los más de veinte años que he ejercido como psicóloga me han interesado distintos ámbitos relacionados con la salud de las personas pero, si tuviera que quedarme con uno, me quedaría con los malestares de las mujeres.

Quizá porque considero que arrastramos una herida histórica, quizá porque me interesa especialmente cuestionar lo que nos parece normal, o quizá porque, una y otra vez, en mi consulta, me encuentro con mujeres que, independientemente de sus síntomas, comparten un denominador común: las dificultades para adaptarse a una sociedad que nos pide lo imposible y los esfuerzos que hacen para conseguir salir adelante a pesar de tanta exigencia, tanto juicio y tanta violencia.«

Pues sí, como decía: Tal como suelen afirmar las feministas –como un dogma de fe- las mujeres están sojuzgadas, oprimidas, marginadas, etc., y ha habido una verdadera conspiración de lo que llaman clase hegemónica del patriarcado masculino, heterosexual e imperialista contra ellas… la autora del libro insiste una y otra vez, hasta el aburrimiento (era de esperar) que las mujeres no tienen apenas acceso a las instituciones, que no se les permite tener capacidad de decisión, que no se las respeta, etc. 

«Mientras que la masculinidad es fuerza, vigor, virilidad, habilidad, energía y rudeza, la feminidad es delicadeza, torpeza, fragilidad, ligereza y suavidad. Ellos van al gimnasio para muscularse. Nosotras, para reducir. Mientras ellos rugen en manada para ensalzar su potencial sexual, nosotras nos debatimos ante el espejo para decidir qué partes han de ser mostradas y cuáles disimuladas para ser bonitas, femeninas.«

Como podrán observar, la autora insiste, también, a lo largo del libro en que las mujeres mienten, las mujeres disimulan, son unas impostoras, se engañan a sí mismas y engañan a los hombres y a otras mujeres… pero, si así se comportan es por culpa de los hombres, por culpa del «patriarcado»…

«En cuanto a las capacidades intelectuales, a los hombres se les atribuye un mejor desempeño en tareas científicas, técnicas y manuales, se les considera más exitosos, pragmáticos, lanzados, competentes, racionales, hábiles para las finanzas y resistentes al estrés propio de los puestos de poder, mientras que a las mujeres se nos asignan habilidades cooperativas y organizativas, y se nos considera humildes (menos ambiciosas), soñadoras, sensatas y menos capacitadas para el liderazgo y la gestión de asuntos complejos como la economía o la política. Los hombres, para serlo, han de demostrar que son unos cracs y que ellos saben de lo que hablan, mientras que las mujeres hemos de contemporizar, arrimar el hombro y dejarles a ellos los asuntos de calado.«

«En la dimensión afectiva, al género (hemos de suponer que se refiere al «sexo») femenino se le atribuye mayor emotividad. De nosotras se espera que seamos, tranquilas, románticas, educadas, miedosas, intuitivas, bondadosas, generosas y amables. De los hombres se espera una mayor estabilidad emocional y se les considera nobles, inquietos, perseverantes, orientados al logro, con carácter, despreocupados, celosos, valientes y autosuficientes. Las mujeres nos esforzaremos por modular nuestros excesos emocionales para no ser tachadas de exageradas, inestables o histéricas, mientras que ellos tratarán de cultivar y mostrar una gran seguridad en sí mismos.«

«En las relaciones sociales, a las mujeres se nos asigna una mayor habilidad para la comunicación, pero se espera que seamos conciliadoras, amables, pacíficas, hogareñas, serviciales, sencillas y reservadas. En ellos se valora que sean espontáneos, ingeniosos, violentos, competitivos, asertivos, aventureros, territoriales, independientes, directos e inconformistas, de forma que encontrarán el terreno abonado para hacerse notar y abrirse camino aunque sea a codazos, mientras que nosotras más bien habremos de estar atentas para barrer los desperfectos y ser la prudencia personificada.» Nada, según la autora, de lo que forma parte de la condición femenina es apreciable, pues es impostado y sobre todo, conducta aprendida para satisfacer a los hombres y de forma obligatoria… Al parecer, nada del comportamiento femenino son inclinaciones naturales o desarrollo de sus potencialidades.

«Los hombres tienen que esforzarse en parecer lo que no son (ensalzando sus atributos físicos, emocionales, intelectuales y expandiéndose en todos los sentidos), mientras que las mujeres ponemos toda nuestra energía en no parecer lo que en realidad somos. En ocultar la realidad, disimular, cerrar la boca, ocupar poco espacio y mostrarnos predecibles, amables, conformes y agradables a la vista…» ¿De veras, las mujeres engañan, tienden a disimular, cerrar sus bocas, etc. «obligadas» por los hombres, nada de ello lo hacen de forma voluntaria…?

Y, para rematar la faena, Violeta Alcocer afirma lo siguiente, sin ponerse colorada:

«Aunque la palabra «mentira» es útil para describir ciertos comportamientos, mentir no es exactamente (o al menos, no solo) lo que hacemos las mujeres. Lo que hacemos es impostar: la mentira tiene una finalidad de engaño que es voluntaria y consciente, mientras que la impostura es, muchas veces, inconsciente, compleja y abarca una gran magnitud de estrategias en distintos ámbitos, incluyendo, en muchos casos, la interiorización de un sistema de valores que poco o nada tiene que ver con nosotras mismas, a fin de encajar y evitar el alto precio que solemos pagar si no lo hacemos, ya que nuestra salud física y mental están comprometidas desde la cuna.» Como decía, todo es por culpa de los malvados varones y del patriarcado… Las mujeres no tienen ninguna responsabilidad si funcionan de forma mendad, si mienten, si engañan, etcétera…

Pues, así, capítulo tras capítulo… Aunque, hay que reconocer que el libro posee una virtud, la novedad de reconocer, con absoluta franqueza, que las mujeres mienten, simulan, engañan, se engañan, son unas impostoras, generalmente de forma conscientes, con premeditación y alevosía. Lo cual es de agradecer, aunque, entre tanto culpar a los hombres y al patriarcado, pasa un poco desapercibido.

Ni que decir tiene que, en ningún pasaje del libro aparece nada que se aproxime a la idea de que los humanos, desde hace milenios, siempre han actuado aplicando el esquema de ensayo-errror, incorporando a su esquema de pensamiento y de acción lo que funciona y desechando lo que no funciona, de manera espontánea, adoptando formas de organización, de convivencia, de organización social, del trabajo, etc. apoyándose, generalmente, de manera más o menos solidaria, aunque en algunos momentos haya habido, y siempre los habrá, personas que para conseguir lo mejor para sí mismas no dudan en hacerle daño a otros, independientemente del sexo…

El libro de Violeta Alcocer insiste en la visión distorsionada del mundo, creada por el feminismo contemporáneo que tiene muchas semejanzas con lo que hace cualquier ilusionista, cualquier prestidigitador que crea un escenario impresionante, que sólo es perceptible desde un determinado ángulo, y siempre y cuando todos los intentos de un estudio crítico sean abortados.

Para más INRI, los hombres han ido interiorizando que es un gran pecado, una barbaridad, atacar a las mujeres, incluso si esas mismas mujeres adoptan un discurso disparatado y delirante en su afán de atacar de forma virulenta a los hombres.

Por supuesto, el mayor fraude de esta ideología –perspectiva de género la llaman-, es asumir que la agenda propuesta por las feministas, se realiza en verdad para beneficio de las mujeres. Si el feminismo fuera sinceramente liberador, promovería relaciones armoniosas entre ambos sexos y fortalecería la familia; sin embargo, la agenda feminista, al hacer lo contrario, perjudica a la mayoría de las mujeres, y por descontado a los hombres.

Como resultado de una eficaz propaganda (todo hay que decirlo) divulgando falsedades y medias verdades, la gente de buena voluntad, la gente educada ha ido aceptando todo el discurso demencial del feminismo sin hacer apenas cuestionamientos. 

La terca y cruda realidad es que la totalidad de la historia de la humanidad, es un continuo sin interrupción del denominado patriarcado, tal vez llegando incluso hasta nuestros primeros ancestros primates. En las sociedades humanas, sin excepción (aunque no guste a las feministas) el liderazgo está asociado al varón, y el cuidado y crianza de los niños a la mujer. 

Quienes afirman que la socialización guarda relación con los roles sexuales, son incapaces de explicar por qué la socialización avanza siempre en una dirección uniforme, cuando – de acuerdo con sus premisas – debería ser de forma aleatoria, y deberían darse como resultado unas veces matriarcados y otras, patriarcados.

¿Por qué todas las sociedades, sin excepción, educan a los hombres para el liderazgo y a las mujeres para las tareas domésticas? ¿Por qué no al revés? La aplicación de la perspectiva de género de forma estricta, acaba inevitablemente en una regresión infinita, y termina postulando una causa sin causa: se dice que el dominio masculino que observamos en todas las sociedades es causado por la socialización, a pesar de que la socialización (que siempre origina el liderazgo masculino) en sí misma no tiene causa, y de alguna forma siempre fue así. 

Como afirma Steven Goldberg, las teorías feministas cometen el error de tratar al ambiente social como una variable independiente, no logrando explicar por qué el ambiente social siempre se acomoda a los límites fijados por, y siguiendo, una dirección acorde con lo fisiológico (es decir, el ambiente nunca actúa como contrapeso suficiente para permitir que una sociedad evite el dominio masculino de las jerarquías). Dicho de otro modo, no es verdad, como las feministas dicen, que las sociedades inventan roles sexuales arbitrarios. Muy al contrario, todas las sociedades humanas poseen pautas de conducta que la biología parece hacer inevitables y, en consecuencia, tratan de socializar-educar a los hombres y mujeres tomando como referencia roles que se espera que ellos serán capaces de cumplir. 

Como dice el biólogo Garrett Hardin, suponer que la conducta humana no está influida por la herencia, es lo mismo que decir, que los seres humanos no son parte de la naturaleza. La premisa darwiniana es que sí lo somos; los darwinianos insisten que el peso, la carga de la prueba debe recaer en aquellos que afirman lo contrario. 

El filósofo Michael Levin describe la teoría feminista como una forma de Creacionismo, una negativa a aplicar la teoría de la evolución a los humanos. 

De todos modos, es de agradecer que Violeta Alcocer no oculte que la mentira, el engaño, la simulación, la impostura, etcétera no son cosa exclusiva de los hombres, tal como afirma el dogma femiestalinista degenerado.

¡La que espera a esta mujer como el feminismo woke se dé cuenta de lo que ha dicho… Uffff…!

Le va a caer la del pulpo.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión

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