La publicación del libro Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX), (Editorial Icaria. Barcelona, 2017) provocó un enorme terremoto intelectual en Catalunya, rápidamente sofocado por los (re)creadores de la Historia oficial catalana a sueldo del relato nacionalista burgués (y ustedes perdonen por la redundancia).
Negreros y esclavos es un documentado y riguroso trabajo coral de un grupo de historiadores especialistas que, abordan un tema tabú y sin embargo, fundamental para entender la Historia contemporánea catalana y española: cómo el comercio de carne humana constituye el cimiento sobre el que se levantó la Revolución industrial catalana del siglo XIX. Contra lo que sostienen las leyendas interesadas propagadas por la propia burguesía catalana y sus epígonos mediáticos y universitarios, los catalanes no solo pudieron emigrar libremente a América sino que llegaron a monopolizar áreas enteras de la producción, el transporte y la distribución en sentido bidireccional entre la metrópoli y las colonias americanas. El tráfico de esclavos fue una de las actividades más lucrativas, ejercido durante los siglos XVIII y XIX por un lobby catalán que se enriqueció de un modo disparatado, y cuyos beneficios pusieron en pie la gran industria catalana.
Hombres como el marqués de Comillas o Joan Güell (el padre del mecenas de Gaudí) y tantos otros antiguos payeses (campesinos) o pescadores muertos de hambre que emigraron a veces como polizones a América y singularmente al Caribe, a mediados del XIX, regresaron a Cataluña a final de siglo con el producto de su rapiña, una parte del cual la invirtieron en el desarrollo del tejido industrial de su país natal. Algunos de esos nombres se han perdido en las aguas del tiempo, pero otros permanecen vivos a través de sus descendientes. El libro relata por ejemplo los orígenes de la fortuna de la familia del ex presidente de la Generalitat Artur Mas, cuyo tatarabuelo Joan Mas i Roig fue capitán negrero del cual se conoce perfectamente documentado entre otros un transporte de más de 800 esclavos en un solo viaje de África a Brasil. Según Negreros y esclavos, tres de cada cuatro barcos negreros que iban a Cuba estaban comandados por catalanes y respondían a intereses catalanes, recogiendo la actuación de 150 capitanes de barco y grandes empresarios implicados directamente en el fabuloso negocio de la trata de negros.
Hay que decir que desde comienzos del siglo XIX los tratados internacionales subscritos entre otros países por España prohibían el comercio de negros con destino a la esclavitud. Sin embargo barcos españoles y singularmente matriculados en Barcelona (aunque a veces navegaran bajo bandera de conveniencia), siguieron abasteciendo de carne humana a los terratenientes de la Perla del Caribe hasta entrada la década de los años ochenta del siglo XIX, cuando incluso el Reino de España había abolido oficialmente la esclavitud en las provincias de ultramar y Cuba estaba a menos de una década de pasar a control de los EEUU. Entre aquellos negreros, terratenientes y grandes comerciantes catalanes por cierto, no faltaban quienes además de cantar habaneras y seducir a mulatas se dedicaban a suspirar por la independencia y la libertad de su “Pàtria” lejana y ocupada, y se retrataban luciendo una bandera con una estrella de cinco puntas y un triángulo masónico inscritos sobre la histórica “senyera” catalana, a semejanza de la bandera de los independentistas mambises cubanos a su vez inspirada en la de los gringos que robaron Texas a la República Mexicana.
Durante un viaje a Cuba hace más de 20 años, y mientras contemplaba el paisaje en un mirador del Valle de Viñales, un cubano negro como un tizón me preguntó si yo era catalán, pues me había oído hablar antes en castellano con ese acento. Cuando le dije que sí me dijo riendo que él también, ya que se apellidaba Montcada. Y es que al parecer, en la época colonial los terratenientes propietarios de esclavos solían poner su apellido a los hijos recién nacidos de sus negros, como un modo de saber a qué hacienda o “ingenio” (planta de producción azucarera) pertenecían, y por tanto quién era su amo.
Es por ello que en Cuba hasta fechas recientes, en el habla popular “catalán” era sinónimo de “negrero”. Una coplilla de los mambises cubanos traída a Barcelona y popularizada por los lerrouxistas a principios del siglo XX, expresa bien la opinión que les merecían:
En el fondo de un barranco,
canta un negro con afán:
¡Ay, madre, quién fuera blanco!…
aunque fuera catalán.
La conclusión central de Negreros y esclavos es que los beneficios conseguidos mediante el esclavismo fueron invertidos en la expansión de Barcelona y Catalunya, a través de la Exposición Universal de 1888, la construcción del Eixample barcelonés y la creación de empresas líder, todo ello mientras se invocaba la libertad de la Pàtria oprimida y se pedía la protección del Reino de España, del gobierno español, para los productos catalanes frente a las importaciones extranjeras. Demasiadas contradicciones incluso para el desparpajo tradicional de la burguesía catalana, como pueden ver.
Según informaba Grete Mautner (investigadora y periodista independiente alemana), a través de New Eastern Outlook, en el verano de 2019, las autoridades de diferentes estados han descubierto que redes criminales cobran diez mil dólares estadounidenses por persona transportada en un pequeño bote no apto para largos viajes por mar a los inmigrantes africanos llegan a Libia para ser transportados a Europa. Igualmente afirmaba que los buques de las ONG suelen patrullar el área a decenas de millas de la costa libia, y que están íntimamente vinculadas a las redes traficantes de personas.
Escritor. Ha publicado varios libros sobre literatura de viajes, investigación en historia local y memoria colectiva contemporánea. Algunos de sus títulos son “Un castillo en la niebla. Tras las huellas del deportado Mariano Carilla Albalá” (sobre la deportación de republicanos españoles a los campos de exterminio nazis), “Las cenizas del sueño eterno. Lanaja, 1936-1948. Guerra, postguerra y represión franquista en el Aragón rural” (sobre la represión franquista), y la novela “El cierzo y las luces” (sobre la Ilustración y el siglo XVIII).
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