Nigeria, el genocidio silenciado de cristianos y la indiferencia internacional…

En los márgenes ensangrentados del Sahel, donde las fronteras se diluyen y el Estado se derrumba, se está perpetrando un crimen de dimensiones históricas que el mundo se obstina en ignorar. Nigeria, la potencia demográfica de África, se ha convertido en el epicentro mundial de la persecución contra los cristianos, con más de 5.000 asesinados en 2023 por su fe, según datos de Open Doors. Esta cifra —superior a la de cualquier otro país del planeta— no solo revela la magnitud del drama, sino también la profunda indiferencia internacional que lo rodea.

Las matanzas perpetradas por grupos como Boko Haram, las milicias fulani radicalizadas y otras ramas del yihadismo se suceden con regularidad quirúrgica. Aldeas enteras son arrasadas. Iglesias, incendiadas. Mujeres violadas y secuestradas. Niños, quemados vivos o reclutados como esclavos de guerra. Lo que está ocurriendo en estados como Kaduna, Plateau, Benue o Borno no es una “conflictividad intercomunitaria”, como eufemísticamente han señalado algunas agencias de la ONU, sino una limpieza religiosa sistemática que recuerda a los peores episodios de los siglos XX y XXI.

La situación no puede ser explicada ni por la mera “lucha por la tierra” ni por tensiones tribales. Nos encontramos ante una ofensiva estructurada que combina fanatismo religioso, intereses geoestratégicos y un colapso institucional absoluto. El gobierno federal de Nigeria, encabezado por Bola Tinubu, parece incapaz —o deliberadamente reacio— a frenar la violencia. El ejército, desmoralizado y a menudo cómplice, actúa con una impunidad alarmante, y los tribunales, cuando intervienen, rara vez condenan a los responsables.

Más alarmante aún es el silencio —cómplice o cobarde— de buena parte de los medios occidentales y de las instituciones internacionales que tan vehementes se muestran ante otros conflictos. ¿Dónde están los comunicados de condena de la Unión Europea? ¿Dónde los titulares de portada en los periódicos de referencia? ¿Dónde los debates de emergencia en la ONU? La sangre de miles de cristianos africanos no parece tener el mismo valor que la de otras víctimas más mediáticas.

Nigeria: la matanza silenciada. Persecución cristiana, colapso institucional y el escándalo moral del doble rasero occidental

El colapso del Estado y la lógica de la impunidad

La descomposición del aparato estatal nigeriano no es un mero accidente institucional, sino una consecuencia de décadas de corrupción endémica, fragmentación étnico-religiosa y una clase política incompetente y clientelar, más interesada en sostener su red de favores que en proteger a sus ciudadanos. En las regiones del norte y del cinturón central, dominadas por mayorías musulmanas y marcadas por una creciente radicalización, el Estado se ha replegado o se ha convertido en cómplice pasivo. La falta de acción ante masacres reiteradas, como las perpetradas por pastores fulani en Benue, Kaduna, Plateau o Nasarawa, demuestra una tolerancia estructural hacia la violencia anticristiana.

Los actores implicados: Boko Haram, ISWAP y otras facciones islamistas

Los grupos fanatizados como Boko Haram e ISWAP han sido los principales responsables de la persecución de los cristianos en el norte de Nigeria. Su objetivo no es solo el de imponer una interpretación estricta del islam, sino el de erradicar cualquier forma de oposición, incluyendo a las comunidades cristianas, que son vistas como una amenaza a su visión del mundo. Estos grupos han llevado a cabo ataques sistemáticos contra iglesias, escuelas y comunidades enteras, secuestrando, asesinando y desplazando a miles de personas. En muchos casos, los cristianos son identificados y atacados específicamente por su fe.

El Estado nigeriano, que en teoría debería garantizar la seguridad de sus ciudadanos, ha demostrado una alarmante ineficacia para frenar estos ataques. La falta de una respuesta coherente por parte del gobierno, unido a la corrupción y la debilidad estructural de las instituciones del país, ha permitido que estos grupos fanatizados operen con impunidad. Esta situación ha dejado a millones de personas, especialmente a las comunidades cristianas, vulnerables a los horrores de la violencia y la discriminación.

Según un informe de International Christian Concern (ICC), en muchas áreas rurales los cristianos viven bajo una amenaza permanente sin presencia efectiva de las fuerzas del orden. Las aldeas son atacadas por la noche, las casas incendiadas, las cosechas arrasadas, y las autoridades llegan tarde, si es que llegan. Open Doors lo resume con una fórmula devastadora: «el gobierno ni protege ni investiga ni compensa». La impunidad es absoluta.

La complicidad por omisión: la responsabilidad internacional

Lo más escandaloso no es solo la pasividad interna, sino el mutismo cómplice de la comunidad internacional. La Unión Europea, que emite comunicados inmediatos ante cualquier conflicto que afecte a ciertos colectivos políticamente protegidos, guarda un silencio vergonzante ante la limpieza étnico-religiosa que sufren los cristianos nigerianos. La Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU ha emitido declaraciones genéricas sobre «la violencia intercomunitaria», evitando cuidadosamente mencionar el carácter específicamente cristianófobo de muchas matanzas.

Este doble rasero es más visible aún si se compara con la cobertura mediática. Mientras que ciertos crímenes generan portadas, reportajes de investigación y lágrimas parlamentarias, las imágenes de aldeas cristianas calcinadas, cuerpos mutilados y supervivientes llorando entre ruinas apenas reciben atención más allá de medios cristianos o alternativos. La lógica es perversa: los cristianos africanos no encajan en la narrativa dominante. No son útiles para el discurso progresista occidental.

La persecución como fenómeno estructural

El informe 2024 de Open Doors sitúa a Nigeria como el país con mayor número de cristianos asesinados por su fe en el mundo: más de 4.100 muertes documentadas, aunque la cifra real podría duplicarse. Estas no son cifras coyunturales ni el resultado de un conflicto puntual, sino la expresión de una persecución sistemática y estructural. La International Society for Civil Liberties and Rule of Law (Intersociety), con sede en Nigeria, eleva la cifra de asesinatos de cristianos entre 2009 y 2023 a más de 52.000. La mayoría de ellos, víctimas de Boko Haram, del Estado Islámico de África Occidental (ISWAP) o de los fulani radicalizados.

La lógica del exterminio religioso se complementa con la ocupación territorial: tras los ataques, los cristianos supervivientes son desplazados y sus tierras son ocupadas por los agresores. Se trata, en la práctica, de una forma de yihad de baja intensidad, continuada en el tiempo, tolerada por las autoridades y legitimada por su silencio.

El papel de Estados Unidos: intereses estratégicos y ambigüedad moral

El gobierno estadounidense, a través de su Departamento de Estado, ha emitido varios informes sobre la situación de los derechos humanos en Nigeria, pero su enfoque ha sido frecuentemente instrumentalizado por intereses geopolíticos y económicos. En 2020, el Departamento de Estado incluyó a Nigeria en su lista de países donde se violan gravemente los derechos religiosos, lo que representaba una condena, al menos en el discurso, de las persecuciones que sufrían los cristianos. Sin embargo, esta postura se diluyó con el tiempo, especialmente cuando Nigeria se convirtió en un socio clave en la lucha contra el terrorismo islamista en África Occidental, particularmente contra Boko Haram y el Estado Islámico en la región.

Estados Unidos ha priorizado su relación con Nigeria, no solo por su influencia regional, sino por su rol en el suministro de petróleo y otras materias primas estratégicas. A pesar de las claras violaciones de derechos humanos, la cooperación económica y militar con el gobierno nigeriano se ha mantenido, y en algunos casos incluso se ha incrementado, con ventas de armamento y entrenamiento a las fuerzas de seguridad. Este tipo de pragmatismo político genera una contradicción moral: por un lado, se condena la violencia religiosa, pero por otro lado, se sigue financiando a un gobierno que se muestra incapaz de proteger a sus ciudadanos de esa misma violencia.

Además, el lobby musulmán en Washington, que goza de gran influencia, también ha sido una pieza clave en la minimización de la persecución de los cristianos en Nigeria, favoreciendo la agenda de las relaciones exteriores en función de intereses geopolíticos más amplios.

El Vaticano: silencio ante la complicidad clerical

La postura del Vaticano, en este caso, ha sido igualmente cuestionable. A pesar de las continuas agresiones contra los cristianos en el norte y el cinturón central de Nigeria, la Santa Sede ha adoptado una política de diálogo interreligioso con el gobierno nigeriano y con figuras clave del islam nigeriano, como el sultán de Sokoto, el líder musulmán más prominente del país. Si bien la Iglesia Católica se ha hecho eco de las persecuciones en ciertos foros internacionales y ha condenado los ataques a los cristianos, su enfoque pastoral parece inclinarse más hacia el “diálogo por encima de todo”, evitando entrar en confrontaciones directas con el poder político o la estructura de poder musulmana del país.

El Papa Francisco ha manifestado en numerosas ocasiones su condena a la violencia religiosa en general, pero rara vez se ha centrado específicamente en las atrocidades contra los cristianos. Este silencio se ha interpretado como una forma de evitar que el Vaticano se vea involucrado en la controversia política interna de Nigeria, un país donde la Iglesia Católica goza de gran influencia, especialmente en las regiones del sur, pero donde también existen tensiones interreligiosas complejas.

Por supuesto, no podemos olvidar que organizaciones católicas locales, como la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada, han estado trabajando incansablemente para proporcionar ayuda humanitaria y defensa legal a las víctimas.

Sin embargo, el apoyo brindado desde la Iglesia ha sido insuficiente para contrarrestar la magnitud de la violencia y la persecución. Esto subraya la necesidad urgente de una acción concertada a escala global, que no solo busque paliar los efectos de la persecución, sino también erradicar sus causas profundas, que incluyen el fanatismo religioso, la falta de un Estado de Derecho efectivo y la descomposición social en muchas regiones de Nigeria.

La Unión Africana y el Estado de Derecho: inacción ante la crisis humanitaria

La Unión Africana (UA), como organización continental, ha sido increíblemente tibia en su respuesta ante la crisis de persecución religiosa en Nigeria. Aunque la UA condenó en su momento el terrorismo de Boko Haram, la violencia sistemática contra los cristianos rara vez es abordada de forma específica. En lugar de aplicar presiones concretas sobre el gobierno nigeriano para que proteja a sus ciudadanos cristianos, la organización ha preferido centrarse en cuestiones más generales, como el cambio climático o el desarrollo económico. En el caso de las violaciones de derechos humanos, se ha optado por una actitud ambigua y generalista, reiterando declaraciones sobre la “unión africana” y la necesidad de un enfoque pacífico para la resolución de los conflictos, mientras se ignora la emergencia humanitaria que afecta a cientos de miles de cristianos desplazados.

La Unión Africana (UA), como principal organismo intergubernamental del continente, también ha sido señalada por su falta de acción efectiva ante la matanza de cristianos en Nigeria. Si bien la UA ha expresado su preocupación por los conflictos internos y la violencia religiosa en Nigeria, sus intervenciones han sido superficiales y carecen de una estrategia coherente para abordar el problema de manera integral. La inacción de la UA refleja una disfunción más amplia en el continente, donde los conflictos religiosos y étnicos son a menudo tratados como meros sucesos aislados, en lugar de una crisis humanitaria global.

La falta de acción de la UA no es un hecho aislado, sino que responde a la propia fragilidad de la organización, que no ha logrado establecer mecanismos efectivos para imponer sanciones o exigir rendición de cuentas a los gobiernos miembros que perpetran o permiten violaciones sistemáticas de derechos humanos. Esta falta de intervención refleja la falta de voluntad política entre los líderes africanos para enfrentarser a una crisis de esta magnitud cuando involucra a un socio clave como Nigeria.

Los intereses de China: geopolitización de la persecución religiosa

Una pieza clave en este rompecabezas geopolítico es la creciente influencia de China en África. Con el proyecto de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha ganado una presencia decisiva en África, y Nigeria no es una excepción. A través de préstamos millonarios y la inversión en infraestructura, China ha convertido a Nigeria en un socio estratégico. Sin embargo, la cuestión de los derechos humanos, incluida la persecución religiosa, ha sido sistemáticamente eludida por Pekín, cuya diplomacia no prioriza estos temas, sino la expansión de sus intereses económicos.

China ha sido elogiada por su política de no intervención en los asuntos internos de otros países, pero este silencio y su enfoque pragmático, similar al de Occidente, han llevado a la normalización de una cultura de impunidad en torno a la persecución religiosa en Nigeria. El hecho de que China no se haya pronunciado ante las violaciones sistemáticas contra los cristianos resalta aún más la indiferencia internacional.

Persecución de los cristianos en Nigeria: una tragedia silenciada por la indiferencia internacional

En un contexto de creciente violencia y opresión, los cristianos en Nigeria se enfrentan a una matanza sistemática, especialmente en el norte del país, que ha sido tristemente relegada a un segundo plano en los foros internacionales, a pesar de la magnitud de la tragedia. A medida que la persecución religiosa se intensifica, la comunidad cristiana en Nigeria no solo afronta ataques directos, sino también un creciente aislamiento social, económico y político, exacerbado por la complicidad o indiferencia de las instituciones internacionales.

La falta de respuesta internacional: un doble rasero en la política global

En el ámbito internacional, la respuesta ante la persecución de los cristianos en Nigeria ha sido inadecuada y a menudo motivada por consideraciones geopolíticas y diplomáticas. Aunque organizaciones como Open Doors y Amnistía Internacional han alzado la voz para denunciar la situación, los grandes actores internacionales, incluidos muchos gobiernos occidentales, han mostrado escaso interés en abordar la crisis de manera urgente.

La indiferencia de la comunidad internacional ante este sufrimiento puede ser vista en el contraste con la rapidez con la que se movilizan recursos y acciones cuando otras minorías religiosas o políticas son atacadas. Esto plantea un inquietante doble rasero, en el que las vidas de los cristianos, particularmente en regiones como África, parecen valer menos que las de otras víctimas de persecución religiosa.

Este vacío en la atención internacional no solo agrava la tragedia, sino que también refleja una tendencia más amplia en la que la persecución de cristianos es sistemáticamente minimizada o ignorada, en parte debido a la influencia de actores que prefieren evitar tensiones diplomáticas con países musulmanes o por la falta de interés en conflictos que no encajan en las narrativas mediáticas predominantes.

Mientras todo esto sucede, organizaciones internacionales, como la ONU y la Organización de Cooperación Islámica, han permanecido relativamente calladas sobre el asunto, centrando su atención en otras regiones del mundo donde las tensiones religiosas no afectan a los musulmanes de la misma manera que en África subsahariana.

Conclusión:

Urge un cambio de enfoque en la política internacional

La matanza de los cristianos en Nigeria es una tragedia que no debe ser ignorada ni minimizada. Es necesario que la comunidad internacional, incluidos los Estados Unidos, la Unión Europea y las organizaciones multilaterales, asuman su responsabilidad de frenar esta violencia y de garantizar la protección de los derechos humanos de las minorías religiosas en Nigeria y en otras partes del mundo. Asimismo, debe haber una reconsideración, e incluso redefinir la importancia de la libertad religiosa, que debe ser tratada como un derecho fundamental, no como una opción secundaria cuando existen intereses geopolíticos más urgentes.

En estos días en que la Semana Santa nos invita a reflexionar sobre el sacrificio y la esperanza, es crucial que no dejemos que los cristianos perseguidos en Nigeria y en otras partes del mundo sean olvidados. Que su sufrimiento no quede silenciado por la indolencia internacional. Porque la persecución religiosa no tiene fronteras y no debe ser vista como una cuestión de segunda categoría en el ámbito de los derechos humanos. Es, ante todo, una cuestión de dignidad humana.

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