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No eres ciudadano, eres un súbdito.

Has interiorizado que tienes derecho a que el Estado te subvencione el abono del transporte público para poder llegar a fin de mes. Repites, como un papagayo descerebrado, que España va como un cohete porque ni tan siquiera te has planteado que el hecho de que millones de españoles dependan de una miserable dádiva para cubrir los gastos es un tremendísimo problema.

Te consideras intelectualmente superior a cualquier estadounidense porque te has tragado sin masticar el bulo de que en España la sanidad es gratis, porque no sabes que estás cargando sobre los hombros de varias generaciones de españoles, incluidos los de tus hijos y tus nietos, una deuda millonaria que arrastrarán de por vida y lastrará su futuro.

Crees que las pensiones están garantizadas porque se lo has oído a un tertuliano en la tele. Que cuando te jubiles, el Estado abrirá una caja fuerte con tu nombre donde ha ido ingresando esa parte de tu salario que te ha retenido durante toda tu vida laboral. No te interesa saber qué es un sistema de reparto y te importa una higa que los sueldos estancados de cada vez menos jóvenes sean los que soporten el peso de unas pensiones cada vez más altas. Que trabajen más, que tú ya trabajaste lo tuyo.

Te entusiasman las ocupaciones y las suspensiones de los desahucios porque estás convencido de que tienes derecho a una vivienda digna a costa de la propiedad de otros.

Se te llena la boca moralizando sobre la calidad democrática, pero no te importa en absoluto que el gobierno coloque a los suyos en las instituciones, derogue o amnistíe delitos para beneficiarlos o adopte decisiones para controlar a los jueces que lo tienen que fiscalizar. Mientras puedas seguir cobrando lo mismo por trabajar cada vez menos, qué más da todo lo demás.

«Dices que hay que acabar con los discursos del odio mientras señalas como nazi o fascista a quien no piensa como tú»

Piensas que eres inclusivo y solidario, alguien empático y molón. Pero cada vez que exiges que otros sufraguen con su esfuerzo tus deseos, se evidencia que eres un egoísta y un narcisista patológico que considera que el mundo debe costear tu felicidad.

Te autoproclamas paladín de la tolerancia y la diversidad, pero no puedes controlar esa pulsión que te lleva a aplaudir la censura a todo aquel cuyas opiniones te resultan incómodas. Dices que hay que acabar con los discursos del odio mientras señalas como nazi o fascista a quien no piensa como tú.

Haces un verdadero esfuerzo por visibilizar una genuina preocupación por los bulos y la desinformación que dañan la democracia, pero no ves inconveniente en llamar «cambios de opinión» a las mentiras siempre que las profieran los tuyos.

Denuncias ser una víctima porque estás convencido de que eso te hace moralmente superior. Pero no, no eres mejor. La ristra de ofensas de las que te consideras objeto no te convierten en mejor persona ni te dotan de más legitimidad para imponer tu visión sobre la del resto. Ni llorar te confiere la razón, ni tus penurias te hacen acreedor de una mayor credibilidad.

«Pretendes que lo que eres se valore más que lo que haces, que tu identidad te haga merecedor de un trato institucional distinto»

Pretendes que lo que eres se valore más que lo que haces, que tu identidad te haga merecedor de un trato institucional distinto que te impida tener que competir en igualdad de condiciones con otros. Lo llamas inclusión, pero los que te conocemos sabemos que es pura vagancia.

Estás absolutamente convencido de que eres un ciudadano de pleno derecho porque, a cambio de tu voto cada cuatro años, los políticos te regalan una paga de subsistencia. Pero no lo eres, no. Un auténtico ciudadano es consciente de que no se puede recibir sin dar, de que sus necesidades no son derechos que los demás tengan que sufragar con su esfuerzo. Que nada es gratis. Que el poderoso no puede situarse por encima de la ley.

No, no eres un ciudadano: eres un súbdito, un cretino, un pelele. Una marioneta de quien te necesita sumiso e ignorante, cómodo en tu convencimiento de que la irresponsabilidad es preferible a la libertad, que distribuir la riqueza consiste en igualar en pobreza. Alguien te lo tenía que decir.

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RedaccionVozIberica

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