No todos los que votan “progresista” son vagos, pero todos los vagos votan “progresista”.
Francisco Núñez Roldán
Le aseguro al lector que no pertenezco, al menos monetariamente, a la más elevada o deslumbrante, hoy llamada glamurosa. Y sin embargo sé que esas clases sociales a las que tengo la seguridad de que no perteneceré nunca son fundamentales para que la sociedad prospere, avance, y tipos como yo y similares podamos disfrutar de la dorada moderación, aurea mediocritas, que le llamaba Horacio, gracias a los paraísos interiores, que son los únicos verdaderos, por imputrescibles. Ojo, ello en absoluto quita que cada viernes compre el cuponazo con la remota esperanza de quitar a mi futura viuda de la galera laboral —lo cual, entre nosotros, no sé si sería buena idea—, y me convirtiera en alguien un poco más rico, es decir, como ya aseguraba Séneca, en alguien que simplemente cambiaría de problemas, porque, la verdad, de amigos no creo, ni de paisajes ni gustos literarios o musicales tampoco, a estas alturas de la vida. Quizá algo mejores vinos, aunque baratitos de cosechero los hay insuperables, palabra.
Esas clases sociales que me importan menos que poco, inalcanzables para mí y para casi todos los que están leyendo estas líneas son fundamentales, repito, para que la sociedad tire para adelante, se venzan retos, se construyan empresas y emporios, se vislumbre la cucaña de la felicidad disfrazada de riqueza y de un bienestar que sólo los anuncios muestran, con esos hogares limpios y gentes bien alimentadas con dentaduras perfectas, aunque cada vez incrusten en ellos minorías dérmicas políticamente correctas.
Lo contrario a esa sociedad cruel, implacable y canalla y todo lo que ustedes quieran, pero que nos envuelve y funciona es la mucho más miserable y diabólica prédica de Yolanda Díaz y sus subvenciones, esa fábrica general de vagos y pícaros que salen de las paguitas y las ayuditas a cambio de meramente existir, porque dar derechos sin deberes a cambio es crear una masa cuca y perezosa que se conforma con poco a cambio de nada. La limosna institucional de las mil paguitas “progresistas” es la moderna sopa boba que compra conciencias y actitudes en nuestra sociedad. No todos los que votan “progresista” son vagos, pero tengan por seguro que todos los vagos votan “progresista”, visto lo que esperan o ya gozan.
Y, encima, todo eso saliendo de los bolsillos, no del Estado —qué puñeta va a salir—, sino del bolsillo del empresario, del currante, del empleado, de usted, hombre, de usted. Se lo explicaré de otra manera: el derecho a la vivienda. Cierto, usted tiene derecho a una vivienda, pero a comprarse una vivienda en la medida de sus ingresos o así, porque ¿que los demás le regalen una? ¿A santo de qué? No diga usted tengo derecho a que el Estado o el Ayuntamiento me dé una casa. Dígalo en plata: Tengo derecho a que el resto de mis conciudadanos me regalen una casa. Porque es así. El Estado o el Ayuntamiento no le da o regala a usted una casa. Alcalde y concejales no se quitan un euro de sueldo para obras pías. Los demás ciudadanos, trabajadores que pagan impuestos y se han comprado una casa con su trabajo, le regalan a usted un pisito, a través de un organismo que les recauda el dinero para esa finalidad y para ganar el voto de usted y de los cretinos que creen en la bondad de ese organismo al que alimentan y que no sería nada sin esa obligada contribución económica ciudadana.
De ahí la necesidad de la sociedad inigualitaria como acicate, como estímulo para que derechos y deberes se compensen. Porque si usted tiene derecho a algo es porque alguien tiene el deber de dárselo. Nada más mísero y letal que una sociedad subvencionada sin posibilidad de resaltar, de prosperar, de crear y gozar riqueza, de fabricar personas envidiadas a cuyo estadio se quiera ascender, porque esa paguita, esa ayudita paraliza el estímulo para impulsar hacia ese nivel deseable, por implacable y frívolo que nos parezca. Después, esa misma sociedad inigualitaria tendrá que crear, por la cuenta que le trae, los mecanismos que compensen o moderen la desmesura de la opulencia. Lo contrario, el tener todos derecho a todo es tener derecho a nada, el aprobar sin estudiar, el cobrar sin trabajar, el viajar sin pagar, el odio a la excelencia, al estudio, al éxito…, porque todos en teoría somos iguales. Y lo somos, ciertamente, de salida, con las conocidas limitaciones que impone la diferente prosperidad ya en la cuna. Pero solo una sociedad donde se pueda y deba ascender, escalar y prosperar creará metas y ejemplos para quienes quieran llegar a esas cumbres. Así se han hecho los países prósperos, con todos sus inevitables defectos y miserias. Lo contrario, la igualdad impuesta, no trae riqueza repartida, sólo penuria generalizada, como desgraciadamente se ha visto en países que mayoritariamente y por fortuna han abandonado el credo igualitario, del que por supuesto se beneficiaban y benefician sus implacable élites que siguen predicando dicha igualdad, la subvención, la paguita extendida para fabricar siervos agradecidos, soñadores “progresistas” que creen ser felices en medio de un mundo gris sin estímulos ni esperanza.
De modo que cuando usted vea al guapo o al rico bajarse de su cochazo, envídielo, si lo tiene a bien, o no, quiera ser como él, inténtelo, o no, pero sepa que ese ricachón impulsa a muchas personas, equivocadas o no, a querer ser así, y con ello se moverá el país, se ha movido siempre, en busca de una mejor vida tangible.
Otra cosa, claro, es que usted, de otra forma, ya goce de esa vida y vuelva los ojos a las páginas del libro que estaba leyendo y donde usted es otro, donde usted se multiplica y viaja y vive en mundos distintos y es personas distintas. Pero recuerde que ese placer interno, esa riqueza que nadie puede arrebatarle no está a la altura de todos. Usted perdónelos, porque sí saben lo que hacen.
FUENTE: https://elmanifiesto.com/tribuna/185755820/Viva-la-sociedad-de-clases.html?utm_source=boletin&utm_medium=mail&utm_campaign=boletin&origin=newsletter&id=34&tipo=3&identificador=185755820&id_boletin=520906371&cod_suscriptor=721592563