CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
NUEVA CARTA URGENTE A SU MAJESTAD, EL REY DE ESPAÑA, DON FELIPE VI
Estimado Señor:
Permítame que me tome la libertad de dirigirme nuevamente a Su Majestad, para intentar darle consejos (ya lo hice hace aproximadamente dos años y estoy seguro de que llegó a tener conocimiento de mi carta), pues, es bien seguro que está rodeado de gente de valía, de consejeros que, de lo que pretendo hablarle saben más que yo, y debo suponer que, bien que lo tendrán informado.
Para empezar, voy a tener el atrevimiento de recordarle que un tal Guillermo de Ockam, pensador del siglo XIV, decía que para enfrentarse a cualquier problema nunca hay que olvidar que, las mejores soluciones suelen ser siempre las más simples, las menos complejas. Lo claro es mejor que lo oscuro, lo diáfano suele ser más acertado que lo retorcido. Aquello que tiene mayores visos de verosimilitud es lo más probable y debe concedérsele más crédito que a las explicaciones más complicadas. Debe eliminarse lo superfluo mediante «la navaja de Ockam», que tiene por función cortar la cabeza a todo lo innecesario. Las entidades no deben multiplicarse innecesariamente, la complicaciones conducen generalmente a situaciones erróneas, a falsos planteamientos y a soluciones equivocadas y perniciosas. Cuanto más sencilla sea una pretendida solución a una situación problemática, más probabilidades tiene de ser verdadera.
Y, un camino a emprender, en la dirección que propone Guillermo de Ockam, es volver la vista atrás, revisar la propia historia, pues, aunque sea un tópico muy manoseado, quien no conoce su propia historia está abocado, casi invevitablemente a repetirla.
Pese a que, es seguro que está Su Majestad rodeado de gente de valía, de sabios consejeros, me voy permitir la osadía de recordarle que, España se enfrenta a una profundísima crisis política, social, moral y económica… Y que, la situación es parecidísima, por no decir idéntica, a la que vivió la Monarquía Española, en el primer cuarto del Siglo XX, durante el reinado del bisabuelo de Su Majestad, Don Alfonso XIII.
Los malos gobernantes de aquellos momentos, tal como ahora ocurre con el desgobierno de Pedro Sánchez, estaban poniendo en riesgo la supervivencia de España como Nación.
Es posible que, tras llegar hasta este párrafo, se diga a sí mismo, Su Majestad, que nada nuevo le descubro que, nada aporto que otros no le hayan dicho. Pero, por favor, le ruego encarecidamente que prosiga y llegue hasta el final del texto (gracias anticipadas, Majestad).
Majestad, coincidirá conmigo en que, el gobierno social comunista de Pedro Sánchez es el mejor ejemplo a escala mundial de ineptitud, y que su impericia, su mal hacer, su negligencia, su arrogancia… están consiguiendo que en España no sólo se viva con miedo al presente y desconfianza ante un futuro que, amenaza ruina; y, para más INRI, durante la «maldita pandemia» también se moría mal, en soledad, sin respeto, inútilmente, e incluso sin ni siquiera habérsele dado la oportunidad a nuestros muertos de despedirse de sus familiares y amigos; y menos aún a sus descendientes de que honremos y les demos sepultura como merecen.
Sí, el maltrato a nuestros muertos ha sido una de las múltiples canalladas del gobierno que, todo lo hace mal y que en cualquier otro país del mundo que, no fuera España habría sido motivo para ser obligado a dimitir o ser expulsado del poder, destituido, cargado de deshonor, vergüenza,…
Majestad, somos muchos los españoles, ya es posiblemente un clamor popular, que consideramos que España está necesitada de una política quirúrgica de urgencia, España necesita que, un “cirujano experimentado” emprenda una profunda regeneración, regeneración que debería ir más allá de pequeñas reformas que, se limiten a apuntalar el sistema, sin ir a la raíz de los problemas; e incluso, ya metidos en faena, España está urgentemente necesitada de iniciar un periodo “reconstituyente”…
Pero, volvamos a la actualidad, a lo más prioritario: es evidente que, el actual gobierno que preside Pedro Sánchez, en lo único que está ocupado es en hacerse propaganda, tapar sus vergüenzas y salir en las televisiones para hacer mítines kilométricos, a la manera de Fidel Castro o de aquel mandatario venezolano al que el padre de Su Majestad mandó callar… y, de vez en cuando publicitan “ocurrencias”, a cual más creativa, menos meditada, sin objetivos claros, ni plan de ninguna clase para ser desarrollados en el tiempo.
Sin duda alguna, es evidente, Majestad, que los españoles no estamos en las mejores manos.
Permítame, Majestad, que tenga otra osadía más, y le solicite, le ruegue que dé un paso al frente, y ejerza de Jefe de Estado, con contundencia y sin complejos. Puede, Señor, estar seguro de que los españoles se lo agradeceremos infinito.
Señor, le decía más arriba que, una buena solución es echar la vista atrás y mirar la historia de España, de hace un siglo, cuando el 13 de septiembre de 1923 el Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, por encargo del bisabuelo de Su Majestad, asumió la jefatura del gobierno.
En el Manifiesto firmado por Miguel Primo de Rivera y sus colaboradores, se invocaba la salvación de España de los profesionales de la política. El objetivo era poner España en orden para devolverla después a manos civiles. Se suspendió temporalmente la Constitución, se disolvieron los ayuntamientos, y se prohibieron los partidos políticos…
Como bien sabe Su Majestad, Primo de Rivera se consideraba a sí mismo el «cirujano de hierro» que debía lograr el «descuaje del caciquismo» del que había hablado Joaquín Costa a principios de siglo. Su objetivo era «regenerar» la vida pública poniendo fin a las redes caciquiles, una vez que la «oligarquía» de los políticos del turnismo ya hubiera sido desalojada del poder...
La pretensión del General Primo de Rivera, tal como estoy seguro de que, Su Majestad sabe sobradamente, era que su sistema político -transitorio- fuera el germen otro posterior, democrático, para lo cual creó una «Asamblea Nacional Consultiva» (1926), cuyo objetivo era redactar una nueva constitución que debería legitimar el nuevo régimen político.
Durante el tiempo que Primo de Rivera estuvo en el poder, llevó a cabo una política de saneamiento económico, atrajo a los inversores, fomentó las obras públicas. También acabó con «el problema de Marruecos». Para todo ello, para emprender una «política nueva», Miguel Primo de Rivera se apoyó en «gentes de ideas sanas» y hombres «de buena fe».
Los españoles de aquellos años veinte, de hace un siglo, cuando reinaba el bisabuelo de Su Majestad, vieron la construcción de cinco mil kilómetros de carreteras y nueve mil caminos vecinales, que trajeron aire fresco a los sectores de la siderurgia y el cemento. También pudieron disfrutar de la electrificación rural y la creación de confederaciones hidrográficas que, cambiaron el paisaje español, abierto ya al tráfico rodado y al popular coche de línea, mientras las regiones españolas estrechaban vínculos y reducían diferencias.
El gobierno de Don Miguel Primo de Rivera emprendió, también, mejoras de los puertos, la construcción de escuelas primarias, mejoras de la higiene y la sanidad, nueva red de carreteras, líneas ferroviarias y vías de comunicación, obras de pavimentación, cementerios, traída de aguas, ensanches urbanos, construcción de edificios de servicio público...
El golpe de timón, el cambio de rumbo emprendido por Don Miguel Primo de Rivera, como bien sabe Su Majestad, no es comparable a los múltiples pronunciamientos militares que se produjeron en España durante el siglo XIX, pues Primo de Rivera no tuvo la hipocresía de pretender justificar la “legalidad” de su sublevación: “el 13 de septiembre fue un acto ilegal, pero necesario”, repetió en multitud de ocasiones. Aquel acto de suspensión transitoria de la Constitución de 1876 fue bien visto por el bisabuelo de Su Majestad, Don Alfonso XIII, que venía dando muestras de impaciencia con el régimen seudoparlamentario, al que atribuía la obstrucción del desarrollo material del país.
Quizás, tal como afirman algunos historiadores, Don Miguel Primo de Rivera pecó de improvisador, e incluso de «político aficionado» que creía fervientemente en su intuición, quizás Don Miguel Primo de Rivera fue simplemente un soldado ingenuo que consideraba que con sólo el «patriotismo» se podía «reconstruir» y «regenerar» el «decadente» Estado español. Es posible que así fuera, pero, de lo que no cabe duda, tal como ocurre en la actual España, es de que la Nación Española de hace un siglo padecía una situación de absoluta emergencia.
¿No fue, también, una situción de emegencia extrema la que condujo al padre de Su Majestad, Don Juan Carlos I, a actuar aquel 23 de febrero de 1981 y dar un golpe de timón imprescindible?
Al final, como bien debe saber Su Majestad, Don Miguel Primo de Rivera, cansado y enfermo, sin el apoyo de sus compañeros de armas, sin el apoyo de la intelectualidad (que aplaudió a rabiar y de forma entusiasta su iniciativa de tomar el poder) tomó una decisión inusual en un «dictador»: le presentó su dimisión el 28 de enero de 1930, al bisabuelo de Su Majestad, poniendo así fin al gobierno iniciado en 1923 y dejando inconclusa su política regeneradora.
Bien, después de esta lectura apresurada de la Historia de España, del primer tercio del siglo XX, me voy a permitir la libertad, una vez más de sugerirle que, es urgente que, Su Majestad (si es que cuando le llegue mi carta aún no lo ha hecho) se ponga en contacto con los españoles decentes, que haberlos es de suponer que haylos, en el Congreso de los Diputados y les proponga que destituyan al gobierno de Pedro Sánchez y, tras una moción de censura, nombren a un gabinete de salvación nacional, a ser posible presidido por un “hombre bueno”, un “Cincinato” que, no busque su interés ni su beneficio personal y que con certeza no tenga la tentación de abusar del poder, ni perpetuarse en él, y que se rodee de personas de demostrada experiencia de gestión.
Majestad, es evidente que, Pedro Sánchez y compañía no tienen intención de echarse a un lado y menos de dimitir, es imprescindible que, Su Majestad, como Máxima Autoridad del Estado intervenga para que se les destituya, y para que el Congreso de los Diputados nombre a un gobierno de salvación nacional, integrado por gente decente, preparada, experimentados.
Majestad, Pedro Sánchez y su tropa se pusieron a caminar por un sendero desconocido, sin saber a dónde conduce, lleno de obstáculos, tropiezan constantemente en una piedra tras otra, e incluso da la impresión de que han acabado haciéndose amigos de algunas de las piedras, y, a pesar de saber que han tomado el camino equivocado, siguen empeñados en seguir adelante, a sabiendas de que conduce al abismo, a la ruina de España y de los españoles, y que en el camino dejarán caos, desorden, penurias, daño, tragedias, e incluso hambruna, aparte de muerte… y mitin tras mitin pretenden engañarnos, convencernos de que, más tarde o más temprano, encontrarán una desviación que, les permita ir hacia donde supuestamente pretendían… cuando lo lógico hubiera sido, desde el primer momento que se pusieron a dar palos de ciego, tener la humildad de reconocer que estaban en el camino equivocado, retroceder y tomar el buen camino.
La arrogancia de Pedro Sánchez y sus secuaces ya no les permite retroceder o apartarse a un lado y ceder el testigo a otros más sabios, decentes y menos ineptos, por el contrario, continúan falsificando estadísticas, soltando medias verdades, zafios embustes, ocultando datos en sus paripés de ruedas de prensa, o mítines sabatinos, o comparecencias en el Congreso y en el Senado.
Bien, retomemos la urgencia de que el Congreso de los Diputados destituya a Pedro Sánchez y nombre a un gobierno de salvación nacional.
Ese gabinete también deberá encargarse de hincarle el diente a la catastrófica situación en que, inevitablemente, ha quedado nuestra economía tras la crisis de salud pública de los últimos años, ocasionada por el cobid19. A nadie medianamente informado se le escapa que, España necesitará ser rescatada económicamente, y evidentemente, con los actuales gobernantes, las autoridades de la Unión Europea no lo harán, pues saben sobradamente que no son los más indicados para hacernos salir del atolladero. Supongo que no hacen falta muchas explicaciones, Majestad.
Si lo que se pretende, una vez superada la pandemia del coronavirus, es volver a poner en marcha nuestro sistema productivo, y crear riqueza; poner a España en el camino de lograr un desarrollo sólido y perdurable (“sostenible” lo llaman ahora), es imprescindible promover la salud de las instituciones “democráticas”, y evitar/erradicar situaciones de dependencia asistencial, de clientelismo-servilismo, “estómagos agradecidos”, servidumbres más o menos voluntarias.
Majestad, también es necesario acabar con la situación –crónica- de absoluto desprecio hacia el orden legal que, se viene practicando en España desde hace ya demasiado tiempo, por parte de quienes nos mal-gobiernan, que consideran que la ley es apenas un traje que se ajusta a su gusto y medida.
Majestad, otra premisa imprescindible es que el nuevo gobierno, de salvación nacional, habría de estar obligado a no usar de forma arbitraria el presupuesto, y por supuesto, a no despreciar de ningún modo la legalidad vigente, o boicotear la seguridad jurídica; de modo que se evite espantar las inversiones, ya sea de españoles o de emprendedores extranjeros, y por el contrario, recibirlas con los brazos abiertos. Es la única manera de poner a España, y a los españoles, nuevamente en el camino del bienestar y del crecimiento,… Es imprescindible que, el gobierno de salvación nacional sea un gobierno previsible, para que acabe infundiendo confianza.
Majestad, el gobierno de salvación nacional, también habrá de tener como objetivo recuperar e implantar “la excelencia” en todos los ámbitos y facetas de la vida, para lo cual hay que empezar por rescatar a quienes a lo largo de muchas décadas han sido expulsados o han desertado debido al proceso que tan acertadamente describía Joaquín Costa hace ya más de un siglo: “en el actual régimen los más capaces y los mejor preparados son apartados, es la postergación sistemática, equivalente a la eliminación de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta que, el país ni siquiera sabe si existen; es el gobierno y dirección de los mejores por los peores… España es una meritocracia a la inversa. El régimen selecciona a los peores y prescinde de los mejores individuos, de las personas componentes de la sociedad española… sólo triunfan los peores…”
Majestad, sería una estupidez por mi parte afirmar que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y demás inútiles y malvados que forman el Consejo de Ministros, o la legión de asesores y altos cargos que actúan siguiendo sus directrices (incluyendo los “periodistas” que hacen de trovadores y aduladores), fueron quienes crearon el coronavirus y lo expandieron a propósito, hasta convertirse en pandemia. Pero, de lo que sí son responsables, es de que España se acabara convirtiendo en un matadero de ancianos. Indudablemente -¿alguien lo duda a estas alturas? todo ello fue resultado de la inacción, la negligencia criminal y de la acción del gobierno que encabeza Pedro Sánchez, que antepuso sus intereses y los de su partido (y los de sus socios de gobierno) a la salud de los españoles.
Majestad, si se pretende que España sea un Estado de Derecho, las fechorías de Pedro y Pablo y sus cómplices, no puede quedar impunes. Es imprescindible actuar como cuando en España existían los llamados “Juicios de Residencia”.
Aunque supongo que Su Majestad sabe a qué me estoy refiriendo, no obstante, me voy a tomar la libertad de recordarle en qué consistían los “Juicios de Residencia”:
Eran instituciones jurídicas que tuvieron gran importancia en la gestión política, la supervisión y el control de los empleados públicos que desempeñaban sus funciones en todo el territorio del Imperio Español
El juicio de residencia era propio del derecho castellano, aunque, inspirado a su vez en el derecho romano tardío, fue introducido por Alfonso X el Sabio en las Partidas. Era un procedimiento judicial mediante el cual funcionarios de cierto rango (Virreyes, Presidentes de Audiencia, alcaldes y alguaciles) eran juzgados por su actuación en sus funciones de gobierno, tratando de ese modo de minimizar y evitar posibles abusos y corruptelas en el uso de su poder. Dicho proceso se realizaba al finalizar su mandato, al acabar el ejercicio de su cargo, y era ejecutado normalmente por la persona que le iba a sustituir. En el “Juicio de Residencia” se analizaba detenidamente con pruebas documentales y entrevistas a testigos el grado de cumplimiento de las órdenes reales y su labor al frente del gobierno. La investigación y la labor de recabar pruebas e información las realizaba un juez elegido por el rey en el mismo lugar, encargado de reunir todos los documentos y de realizar las entrevistas.
La “residencia”, que es como acabó llamándose para abreviar, era un evento público de enorme trascendencia que, se pregonaba a los cuatro vientos para que toda la comunidad participase y tuviese conocimiento del mismo. Estaba compuesto por dos fases: una secreta y otra pública. En la fase secreta el juez interrogaba de forma confidencial a gran número de testigos para que declararan sobre la conducta y actuación de los funcionarios juzgados, y examinaba también los documentos de gobierno. Con toda esta información el magistrado redactaba los posibles cargos contra los residenciados. En la segunda fase, la pública, los vecinos interesados eran libres de presentar todo tipo de querellas y demandas contra los funcionarios y estos debían proceder a defenderse de todos los cargos que se hubiesen presentado en ambas fases del proceso.
Posteriormente, el juez redactaba la sentencia, dictaba las penas y las costas y toda la documentación del proceso era remitida al Consejo de Indias, o a la Audiencia correspondiente para su aprobación. Las penas a los que se castigaba a los enjuiciados eran multas económicas que llevaban aparejadas la inhabilitación temporal o perpetua en el ejercicio de cargo público.
Los juicios de residencia funcionaron hasta que fueron derogados por las Cortes de Cádiz de 1812. Es muy sorprendente que fueran los liberales los que eliminaron una herramienta tan potente para el control de las corruptelas y abusos políticos de los gobernantes.
Y, ya para no pecar de lo mismo que Pedro Sánchez, con sus mítines kilométricos, voy a ir terminando, para evitar robarle más tiempo; no obstante, permítame, Majestad, que le subraye que, si queremos que España sea un país decente, se debe aplicar aquello de “quien la hace la paga”.
Majestad, le vuelvo a reiterar que padecemos una situación de absoluta “emergencia nacional”, y que es imprescindible que Su Majestad, nuestro rey, Felipe VI, dé un paso al frente, y ejerza de Jefe de Estado, con contundencia y sin complejos. Los españoles lo agradeceremos. No dude, Señor, de que será enormemente aplaudido y apoyado por la mayoría de la población española; pues, sin duda alguna, España necesita un “golpe de timón”, un cambio de rumbo, sin complejos, frente al desbarajuste que sufre la Nación Española, un caos de tal magnitud que cada día es más necesaria, urgentísima, una profunda –radical- respuesta democrática, una política regeneracionista, dejando a un lado insensateces, indecisiones o actitudes timoratas…
Su Majestad es la única esperanza que le queda a España para ser salvada como nación, y para que retomemos el buen camino y finalmente nos homologuemos con los regímenes políticos más avanzados y las naciones más prósperas de nuestro entorno cultural, político, económico.
Llegado ese momento (que posiblemente está a la vuelta de la esquina) será imprescindible replantearse la organización de la administración del Estado, dar por finalizado el experimento del “estado de las autonomías”, re-centralizar las competencias que nunca debieron haberse transferido a los gobiernos regionales, recuperar el mercado único, en un estado unitario, crear una única oficina gubernamental de contratación de bienes y servicios, y un largo etc.
Pero, también será el momento de tener en cuenta que, la Historia de la Humanidad, y especialmente la contemporánea, ha demostrado sobradamente que la vida de las personas, de las naciones, de los pueblos, no ha mejorado en ningún sistema colectivista, intervencionista, con planificación centralizada de la economía; sino que han sido la causa principal de la miseria, la pobreza, el hambre… y también la guerra. Y, por supuesto, en los regímenes políticos colectivistas, socialistas, siempre ha habido quienes se aprovechan de tal sistema: la burocracia gobernante – los parásitos del parasitismo – un puñado de miserables, de mediocres, charlatanes, embusteros… que, incapaces de competir en un mercado libre, extorsionan, exprimen a los ciudadanos (gozando asombrosamente, en muchos casos de un inmerecido prestigio) y se permiten una vida de lujo y despilfarro, a costa del sudor de los pobres y, en muchos casos, a costa de la sangre de los ricos, y no tan ricos.
Ellos son quienes abandonan a sus conciudadanos en las situaciones difíciles y los condenan a la hambruna, a la pobreza, a la miseria, o incluso al genocidio, o a una mortandad nunca conocida (como viene sucediendo durante el “estado de alarma”); ellos son a los que nunca verán renunciar a su poder, renunciar a sus enormes privilegios; ellos son las personas por las que los demás estamos siendo sacrificados.
Permítame la osadía de preguntarle, Señor, ¿A qué está esperando Su Majestad, Don Felipe VI para salir a la palestra, ejercer de Jefe del Estado y emprender las acciones que sean necesarias para destituir al gobierno negligente y criminal que, además de a una gravísima crisis de salud pública nos está llevando a la ruina y poniendo en serio riesgo la supervivencia de la Nación Española?
Atenta y respetuosamente:
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