OBEDIENCIA DEBIDA, OMERTÁ Y COSTUMBRE, LAS TRES PATAS DE LA PARTITOCRACIA ESPAÑOLA
CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN.
Don Felipe: la costumbre, tal como se viene demostrando durante décadas, no es la mejor consejera a la hora de elegir al presidente del Gobierno de España… La costumbre lo único que demuestra es que existe una determinada conducta que se ha convertido en hábito, lo cual no demuestra que sea ni buena ni mala, sino simplemente costumbre. Y como dice una frase atribuida a Albert Einstein, «es de locos repetir una y otra vez la misma conducta y esperar que la siguiente vez los resultados sean distintos.» Es evidente que el sistema utilizado desde hace casi medio siglo en España para elegir a la persona que preside el Gobierno, no es el más eficaz, pues no conduce a elegir al más apto, el mejor preparado, al más experimentado gestor de dineros ajenos de manera exitosa, y sobre todo, se ha demostrado que no es el mejor procedimiento para que el Gobierno de España esté presidido por un buen español, por un español decente.
Según cuentan, hubo una vez un león que vivía en un circo, y que había nacido en cautividad. Cada vez que capturaban a algún león y se incorporaba al grupo de leones que junto con él participaba en el espectáculo circense, el recién llegado hablaba con nostalgia de cuando corría libremente por la sabana, despertando en el león cautivo más y más deseos de escapar y gozar de la “libertad” de la que él nunca había disfrutado y de la que sus compañeros hablaban con enorme tristeza, por haberla perdido… un buen día, el cuidador se olvidó de cerrar completamente la puerta de la jaula, después de haberle llevado su ración de comida; transcurridos varios minutos, el león cautivo acabó dándose cuenta de que la puerta no estaba cerrada, empujó la puerta, echó a andar, después a correr, como nunca había tenido oportunidad… comenzó a alejarse del circo… de pronto, paró en seco, miró hacia atrás, sintió pánico… dio media vuelta y regresó a su jaula…
Así, tal cual el león cautivo, actúan los niños, adolescentes, jóvenes y también adultos que, no paran de decir que no son “libres”, libres de elegir, libres de mover su voluntad, libres de actuar… y por lo tanto, dado que ellos no han tenido “opciones”, ya que han sido otros los que han decidido siempre por ellos, pues no están obligados a hacerse responsables de sus actos, y menos de los resultados de sus acciones.
Argumentar que se actúa siguiendo “órdenes superiores» no es un eximente ni justifica ninguna clase de conducta incorrecta, de ninguna clase de crimen, incluso aunque el crimen esté apoyado por una ley votada en el parlamento de forma mayoritaria. El hecho de que una persona haya actuado por orden de su gobierno o de sus superiores no le exime de responsabilidad, pues siempre le queda una opción moral.
Ni que decir tiene que quienes son colaboradores necesarios, más o menos entusiastas, en este tipo de tropelías y arbitrariedades siempre recurrirán al viejo truco de “la obediencia debida”, de que no tenían más remedio, no tenían otra alternativa, para justificar la inmoralidad en la que incurren, para justificar su actitud claramente delictiva, su clara implicación, su complicidad con la injusticia. Quienes se refugian, buscan coartadas en «la obediencia debida» no se hacen responsables de sus actos y se justifican diciendo que como no han tenido la oportunidad de elegir de manera libre y voluntaria, que como han sido obligados, no tienen por qué responder de las repercusiones de su conducta…
¿Les suena aquello de “el que se mueva no sale en la foto” que profirió aquel «sabio socialista», de nombre Alfonso Guerra, en los años 80 del siglo pasado, el que también añadió lo de que “Montesquieu ha muerto” para justificar que en España por obra y gracia de los socialistas, milagrosamente la separación de poderes había fenecido y debíamos sentirnos especialmente afortunados a la vez que agradecidos a quienes se hacían llamar defensores de los «descamisados»?
Pues, esa es la consigna que sigue generalmente la totalidad de los Diputados para aprobar las perversas leyes que se han creado desde la muerte del General Franco hasta la actualidad. Nadie que pretenda hacer carrera en la política quiere correr el riesgo de “suicidarse”, a pesar de saber que se están aprobando una legislación injusta, a sabiendas, leyes -una gran mayoría- de las que todos tienen certeza de que no se ajustan a la Constitución Española de 1978 que todos han jurado respetar y defender y a la cual también han prometido someterse.
Pero claro, todos sin excepción a la hora de pulsar el botón “deben obediencia” a sus jefes, a quienes los han elegido para formar parte de las listas de candidatos de sus provincias cuando se celebran las elecciones… todos apoyan cualquier ley que se les ponga por delante, por muy perversa que sea, eximiéndose de toda responsabilidad (como el león cautivo del cuento) pues ellos –según manifestan algunos- no habían tenido otra opción, más todavía, no habían podido elegir… Al parecer, les trae al fresco que en muchas ocasiones, los informes que se solicitan por parte del Congreso de los Diputados califiquen las normas de contrarias a la Constitución, como en el caso de la LVIOGEN, ley de “violencia de género” de 28 de diciembre de 2004, de la que fueron advertidos de que iba a fomentar la denuncia falsa por supuestos malos tratos, entre otras muchas terribles consecuencias; o en la más reciente, la denominada «sólo sí es sí» que también sabían que iba a rebajar las condenas de cientos y cientos de abusadores sexuales, violadores, pederastas… y poner en libertad también a cientos de ellos. En todos los casos, el argumento, la justificación ha sido la costumbre y la obediencia debida…
Luego, las normas entran en vigor, cuando se publican en el BOE, Boletín Oficial del Estado rubricadas por el Rey de España. ¿Se acoge Don Felipe, también a la «obediencia debida» cuando decide dar su aprobación a alguna norma, en contra de su conciencia o a sabiendas que es contraria a la Constitución y a las leyes, lo hace por costumbre, sin más? ¿Tiene Don Felipe algún motivo que los españoles ignoramos, para recurrir a la «omertá»?
Todos los cargos electos, como los funcionarios públicos, y en ellos hay que incluir todos los empleados de la Administración del Estado, tanto funcionarios públicos, como personal laboral, tanto interinos, como estatutarios, y desde luego tanto en el ámbito de la Administración General del Estado, como de la Administración Autonómica o local, están sometidos al imperio de la Ley, y dentro de ella, como norma suprema a la Constitución. Y no valen escusas.
Pues sí, Don Felipe, tras esa decisión que Su Majestad tomó, siguiendo la costumbre (así decía el comunicado de la Casa Real) de proponer al Señor Núñez Feijoo para que el Congreso de los Diputados le dé su apoyo y se convierta en el nuevo presidente del Gobierno de España, pese a que no tenía ninguna obligación legal para hacerlo, y quiero pensar que para tomar tal decisión no se acogió a lo de «la obediencia debida». Decisión que también he de pensar que, pese a tomarla siguiendo la costumbre -la de proponer al jefe del partido más votado en las últimas elecciones generales- Su Majestad sabía sobradamente que estaba abocada al fracaso. Pienso que, llegado el momento de volver a proponer a un nuevo candidato a presidente del gobierno, no vuela a acogerse a la costumbre, ni a la obediencia debida, y menos a a la omerta; ha llegado el momento de que Don Felipe dé un paso al frente, ejerza de Jefe del Estado, asuma las facultades ejecutivas que le otorgan la Constitución y las leyes, e impida que se aúpen nuvamente al Gobierno de España quienes con Pedro Sánchez al frente nos anuncian que emprenderán acciones para derribar la Monarquía Parlamentaria, el Régimen Constituciónal, y en suma pretenden destruir nuestra nación. Don Felipe debe impedir que los enemigos de España vuelvan a coger las riendas y para ello debe ejercer de Rey, y tal como le encomienda la Constitución, en su artículo 99, proponer al Congreso de los Diputados que le dé su apoyo a una persona decente, experimentada en la gestión de dineros ajenos, y no tiene que elegir entre los 350 diputados y tampoco tiene que ser miembro de algún partido, puede ser perfectamente una persona independiente.
Pese a que los furcios y furcias de los medios de manipulación de masas nos cuenten lo contrario, Don Felipe VI no tiene que elegir entre un canalla y un estúpido.
Para terminar, inevitablemente tengo que reproducir la tan manoseada frase de Edmund Burke: “para que triunfe el mal basta con que la gente buena no haga nada, y mire para otro lado.”
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