CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
Corría el verano de 1973 cuando Renfe nos sorprendió a los españoles de entonces, que sólo veíamos dos emisoras de televisión, y en “blanco y negro”, con un curioso anuncio publicitario. Unos niños, en vez de despedirse de su padre con el tradicional “Papá no corras”, le pedían: “Papá, ven en tren”. Algunos malintencionados le añadían jocosos: “Aunque mamá dice que mejor no vengas”.
Éste y otro de “Con Iberia ya hubiera llegado” competían ofreciendo servicios de transporte para reducir el tráfico en las carreteras españolas, a la vez que el número de accidentes. Al mismo tiempo, paradójicamente quienes animaban a usar el tren fueron construyendo más y más autopistas, autovías, y vías rápidas, dándole prioridad al asfalto.
Los trenes de la época tardaban en llegar una eternidad. Salvo honrosas excepciones, tampoco ofrecían demasiadas comodidades. No eran especialmente rápidos, ni confortables. Los trenes de mi niñez, con sus estaciones y apeaderos donde la cantina permanecía abierta casi las veinticuatro horas del día; eran trenes sin calefacción ni aire acondicionado, trenes que permitían a los viajeros apearse casi en marcha para llegar a la barra del bar –cantina- antes de que se abarrotara, pedir y pagar a prisa y corriendo, antes de que el jefe de estación diera la salida con su silbato y su banderita.
La de “Papá ven en tren” fue la primera campaña española reivindicando el uso del ferrocarril como transporte rápido y seguro. Un intento de acabar con la mala imagen que empezaba a tener el ferrocarril desde que las carreteras (¡Menudas carreteras las de entonces!) se empezaron a llenar de “Seiscientos”, el vehículo de fabricación española, que se puso de moda en los últimos años del franquismo.
En las últimas cuatro décadas, a la vez que España ha ido cambiando, también lo hacía el transporte ferroviario. Menos en ese lugar del Suroeste peninsular situado por encima de Sierra Morena y por debajo de la Sierra de Gredos, junto a la frontera portuguesa, junto a «la Raya», denominado oficialmente «Comunidad Autónoma de Extremadura».
En toda España, salvo en Extremadura, se fue electrificando el transporte por ferrocarril, a la vez que se creaban más y más líneas de cercanías y de media y larga distancia. Y todo ello pese a que se construían más y más carreteras, y los gobernantes “apostaban” por el transporte aéreo, dando a entender que era el summun de la modernidad, hasta el extremo de que fueron construyéndose aeropuertos en casi la totalidad de las capitales de provincia.
Mientras, en Extremadura seguimos con trenes movidos por combustibles fósiles y sin un solo kilómetro electrificado. Y al mismo tiempo, los que también deseaban construir una refinería de petróleo en la comarca de la Tierra de Barros, fueron dándole prioridad al asfalto. Primero se pusieron manos a la obra con la autovía que une Madrid con Lisboa, un verdadero lujo. Mientras que se desatendía la ruta más “natural” de Extremadura, la “Vía de la Plata”, aunque se acabaría poniendo en funcionamiento (más vale tarde que nunca).
A la vez que todo esto sucedía, se fueron dando de baja trenes y trenes y se fueron suprimiendo casi todos, hasta tal extremo de que en la actualidad no es posible viajar en tren desde ninguna de las provincias extremeñas hacia Portugal, o hacia Salamanca, o hacia Toledo, o hacia Sevilla… Y para ir de Badajoz capital a Cáceres capital hay que ir por Mérida. ¡Increíble, pero cierto!
Y mientras tanto, los que gobiernan en Extremadura desde la muerte del General Franco, de vez en cuando se acuerdan de todo ello, especialmente cuando se acercan elecciones regionales, y convocan al pueblo extremeño a manifestarse -no se sabe bien para qué- (hasta ahora parece ser que han padecido de “Alzehimer selectivo”). Y mientras tanto, año tras año nos prometen la llegada del “AVE” a Extremadura, y subvencionan vuelos desde el aeropuerto de Talavera la Real (Badajoz).
En la actualidad no existe mejor medio de transporte que el tren, y ninguno más respetuoso con el entorno después de la bicicleta.
Más todavía: según todos los estudios realizados hasta la fecha, si se tienen en cuenta los costes reales, resulta claramente más barato el ferrocarril, casi cinco veces menos caro que la media del transporte por carretera, y más de 15 veces inferior al de la aviación. Por supuesto, no estamos hablando del ruinoso negocio del AVE, que para recochineo le hace la competencia al transporte aéreo.
Aunque pasemos a hablar de cifras astronómicas, mareantes, no está de más tener en cuenta los costes a la hora de elegir trenes, por ejemplo, la puesta en marcha de los AVE sale por la friolera de entre 13-16 Millones de euros/km, y es usado por apenas un 4% de pasajeros; impresiona hablar de sus velocísimos desplazamientos de hasta 350 km/h de velocidad, y está de más afirmar que no son rentables, se mire por donde se mire…
Es de suponer que la mayoría de la población, si se le da opción, elige trenes más “normales” de velocidad alta (120-200 Km/h), a ser posible puntuales, que paren en las diversas comarcas, con prestaciones “decentes”, electrificado, con horarios adaptados a la población y compatible siempre con el desplazamiento de mercancías (en España apenas un 3% frente al 30% de Alemania).
El tren –allí donde lo hay- además de ser ecológico, permite leer, echar una siesta, comer gracias a su servicio de restaurante, hablar por teléfono sin miedo a las multas o contemplar extasiado el paisaje. Su siniestralidad es la más baja de todos los sistemas de transporte, el más seguro. También –allí donde los hay- resulta cada día más puntual, sin necesidad de tener que estar esperando con dos horas de antelación y sufrir largos procesos de control antes de embarcar, como ocurre con los aviones. Además sus estaciones están generalmente siempre en el centro de las ciudades, frente a la lejanía tradicional de los aeropuertos. Sin caravanas, agobios ni malos modos.
Así que, ¡Ánimo!, algún día en Extremadura es posible que podamos decir:
“Hijo, papá, mamá, amigo, ven en tren”. Todos ganaremos con ello. Venid en tren porque es más probable que lleguéis a casa, sanos y salvos, que yendo en coche.
Hace alrededor de cuatro años, el denominado «Pacto Social y Político por el Ferrocarril», la Junta de Extremadura, junto con los autodenominados “agentes sociales”, convocaron a los extremeños a que se manifestaran, un 18 de noviembre, en la Plaza de España, de Madrid, para reclamar –decían- trenes dignos para Extremadura (bueno, ellos dicen “un tren digno”, no se sabe bien por qué “uno”) su objetivo, afirmaban sin sonrojarse, era implicar a toda la sociedad, que los extremeños salieran a la calle para que la reivindicación fuera un grito alto y claro que sonara a nivel nacional.
Los integrantes del llamado “Pacto Social y Político por el Ferrocarril” cayeron entonces en la cuenta de que de la necesidad de reivindicar conexiones con Madrid, Sevilla y Lisboa similares a otras regiones y países del entorno, así como unas comunicaciones ferroviarias internas idóneas, para lo cual es necesario, en primer lugar, la electrificación de las líneas, premisa básica para modernizar una estructura ferroviaria obsoleta… Por supuesto, una vez conseguido su objetivo: vociferar y hacer ruido, volvieron a olvidarse de que Extremadura no posee trenes..
Decían ellos que había que hacer ruido, mucho ruido, salir a la calle a vociferar, a procesionar, porque cuando la gente se mueve las reivindicaciones se atienden, sobre todo si, como es el caso, cuentan con el aval unánime de quienes dicen ser sus “representantes”; hablaban de “movilizarse”, de salir a la calle, de armar follón, de algarabías… de protestar…
Y yo me preguntaba entonces, y vuelvo a preguntarle a quien quiera contestar. Protestar, ¿para qué?
Efectivamente, Extremadura también existe, sus habitantes forman parte de España y deberían poseer los mismos derechos que el resto de los españoles (ya que poseen las mismas obligaciones, entre otras la de tributar, pagar impuestos) y deberían tener acceso a los mismos servicios y prestaciones.
¿Pero, de veras tenía algún sentido “protestar” en la Capital del Reino? ¿Acaso al Gobierno de España, a los autodenominados “partidos constitucionalistas” les ha pasado desapercibida durante décadas la precariedad y carencia de ferrocarriles en Extremadura? ¿De veras tiene sentido procesionar en Madrid, convocados por quienes ahora apoyan, con su silencio cómplice, una astrónomica inversión en Cataluña para ampliar el aeropuerto del Prat de Llobregat, mientras a Extremadura sigue siendo imposible viajar en ferrocarril?
Sin duda alguna, hace ya mucho tiempo que llegó el momento de que quienes habitan en Extremadura cambien el voto en todos los comicios que se avecinan y dejar de apoyar a quienes han gobernado en Cáceres y Badajoz durante los últimos cuarenta años, con el apoyo entusiasta de los llamados “agentes sociales”.
¿Acaso hay otra alternativa?
Solamente si se derriba toda la inmensa burocracia, la inmensa red de parásitos que viven a nuestra costa y lastran el verdadero progreso, solo así se saldrá del secular atraso de lugares como Extremadura; facilitando la inversión, el libre comercio, la libre contratación…
Mientras tanto, solo cabrá seguir afirmando:
“Papá, mamá, hijos, amiguetes si tenéis intención de venir a Extremadura en tren, ni se os ocurra… pues, de momento no es posible.
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