CARLOS AURELIO CALDITO AUNIÓN
En su libro «Contra la democracia», con una lógica implacable, Jason Brennan afirma que la democracia se debería valora sólamente por sus resultados y que éstos no son buenos. El votante medio suele estar mal informado o ignora la información política básica, lo que hace que apoye medidas políticas y candidatos con los que en realidad no está de acuerdo, o incluso, van en contra de sus propios intereses, generalmente sin saberlo, otras -estúpidamente- a sabiendas.
Jason Brennan también afirma que, desgraciadamente, a menudo también ocurre que la participación en la deliberación política nos vuelve más irracionales, sesgados y crueles.
En contra del pensamiento mayoritario, Brennan considera que una buena solución a estos problemas sería experimentar con lo que llama «epistocracia»: el poder de los que saben. Pero no se trata de eliminar los derechos políticos universales para entregárselos a una pequeña élite de sabios. Su propuesta se basa en asumir que quizá resultaría más eficiente dar un poder político – de voto – distinto a cada tipo de persona. Éste se establecería en función de los conocimientos, la capacidad para comportarse de manera racional y el compromiso con el interés general.
Contra la democracia es una demoledora pero sensata crítica de las democracias verdaderas y un conjunto de poderosos argumentos basados en los datos y las ciencias sociales. Pero es, además, una magnífica y polémica obra que pretende hacernos pensar más allá de las convenciones y lo políticamente correcto.
Después de este pequeño resumen -aprovecho para recomendar su lectura a quien no lo haya hecho aún- viene a cuento destacar que Jason Brennan diferencia entre tres clases de personas en cualquier país de democracia representativa: una clase, la más numerosa, que él llama los «hobbits» (personajes de la novela de John Ronald Tolkien que lleva por título «El Señor de los anillos». Los hobbits viven entregados a sus quehaceres cotidianos, dedicados a sus trabajos, sus familias y tienen como único objetivo ser felices, para lo cual apenas o nada le dan importancia a lo que sucede fuera de sus vidas…). Evidentemente, a los hobbits españoles les trae al fresco quien gobierna, a qué partido pertenecen, o qué leyes se aprueban por el Congreso de los Diputados; salvo que les acabe repercutiendo de forma especialmente negativa, pero incluso aunque acabe siendo así, generalmente no suelen escarmentar en cabezas ajenas, y si alguien conocido es víctima de esas leyes, siempre acabarán diciendo algo así como «es seguro que esa persona estaba en el momento inoportuno en el lugar que no debía, o algo haría para suscitar las iras de quienes mandan…»
Pero, generalmente viven al margen del mundanal ruido y sólo piden que los dejen en paz y, como se dice en Extremadura, que no les caldeen la cabeza; e incluso si acaban convocándose elecciones, no estará entre sus prioridades acudir al colegio electoral a depositar su voto, por puro desinterés, y sólo acabarán acudiendo si alguien de los «hooligans» (otra segunda clase de personas según Jason Brennan) acaba arrastrándolo al colegio electoral el día de la votación. Insisto, así es la mayoría de los españoles.
Como es de suponer, los hobbits viven al margen de lo que se cuece diariamente en la «política española», les trae al fresco si Pedro Sánchez pretende amnistiar a los golpistas-separatista catalanes que pretendieron romper España en 2017, como les importa un bledo que durante 2023 hayan abandonado España casi medio millón de universitarios españoles que, tras finalizar sus estudios, no encuentran empleo y lo buscan en el extranjero; como tampoco les quita el sueño que durante 2023 hayan muerto alrededor, también, de quinientos mil españoles y sólamente hayan nacido 300.000, motivo por el cual no se producirá recambio generacional -y por lo tanto, España es una nación a extinguir- y nuestro actual sistema de pensiones está en gravísimo peligro, hasta tal punto que el riesgo de que futuras generaciones no puedan cobrar pensiones de jubilación no es una posibilidad remota, salvo que el actual sistema se susituya por otro radicalmente diferente… Pues sí, a los hobbits no suele importarles nada de nada todo ello y mucho más. Así que, pensar que les preocupa que Pedro Sánchez pacte con quienes pretenden destruir España amnistiar a los separatistas y terroristas les importa un carajo, si se me permite el exabrupto… y les importa todo, o casi todo, un comino por la sencilla razón de que no desean complicarse la vida, pues si lo hicieran, se les caerían los palos del sombrajo, entrarían en el camino de lo que los existencialistas franceses denominaban «angustia vital» por sentirse especialmente vulnerables, no le encontrarían sentido a sus vidas, e incluso algunos se sentirían tentados al suicidio… Y no exajero.
Obviamente, todo ello es un cóctel tóxico cuyos ingredientes fundamentales son la ignorancia, el miedo, la estupidez, la cobardía… todo fomentado exprofeso por los capos de las agrupaciones mafiosas que se hacen llamar partidos políticos, cuyo único objetivo es parasitar, saquearnos y vivir de nuestros impuestos.
Resumiendo, los hobbits son ciudadanos poco informados, con escaso interés y bajos niveles de participación política. Tiene compromisos ideológicos volubles. Es el prototipo medio del abstencionista. Carecen de una opinión sólida sobre la mayoría de los temas. Prefieren entregarse a su vida cotidiana en lugar de implicarse en política.
Retomando a Jason Brennan, viene a cuento hablar también de los «hooligans», un factor importante, tontos útiles de las organizaciones mafiosas autodenominadas partidos políticos, encargados de arrastrar al colegio electoral al máximo posible de hobbits el día de la votación, aparte de hacer bulto en los mítines de los oligarcas y caciques de los partidos -«arroparlos» lo llaman- aparte de intentar conseguir hacerse un «selfi» con alguno de ellos, para luego presumir en las redes sociales de su cercanía y de corear sus eslóganes por doquier, de manera acrítica, tal cual si fueran aves canoras o loros. Últimamente, también se organizan -o los organizan- para constituirse en comandos que acosan, violentan, difaman y calumnian a quienes son objetos de sus iras ya sean disidentes de su propia organización que tienen la osadía de expresar «libremente» lo que piensan o a alguien de organizaciones mafiosas rivales… Generalmente, esos comandos actúan en las llamadas «redes sociales».
En suma, los hooligans afirman -y así piensan- que son ciudadanos muy informados y que tiene sólidos compromisos con la política y su identidad política. Son hinchas de la política y como tales consumen información política de un modo sesgado, buscan la que confirma sus opiniones preexistentes e ignoran y rechazan cualquier evidencia que contradiga lo que piensan. Poseen una enorme cantidad de prejuicios y suelen llegar a ser tremendamente fanáticos. El sesgo intergrupal, gregarista, es clave en ellos, demonizan a otros grupos que piensan lo contrario.
– Oiga, y sin ánimo de ofender… ¿Sería mucho pedir que me dijera por qué dice usted que forma parte del «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario»?
-Hombre, a estas alturas, y más cuando estamos con los preparativos de los diversos festejos del «orgullo machista leninista», esa pregunta ofende… Ser miembro del «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario» es… lo más-más, lo más noble que se puede ser en este mundo-mundial.
De todos modos, me alegra que me haga usted esa pregunta; pero es que esa es una cuestión difícil de explicar; a ver si es que soy capaz de conseguir que usted me entienda: ser miembro del «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario» es… ¿Cómo le diría yo? Es un sentimiento, es algo que se lleva en los genes, es cosa de “pedigrí”.
Aunque le resulte extraño, mi abuelo era miembro del «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario» (aunque no lo supiera, o quizá sí, pero no se atrevió a “salir del armario”…), mi padre también lo era, y yo (no podía ser de otro modo) pues también lo soy…
Ser miembro del colectivo «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario»… ¡Ummmm…! es como los colores de un equipo de fútbol, se sienten o no se sienten… Ser miembro del «frente popular machista leninista revolucionario» es una actitud personal, ética y política que consiste, en una apuesta radical por la libertad, la igualdad y la fraternidad… mientras haya un régimen matriarcal, hembrista, misándrico; mientras exista androfobia… la igualdad de género, la libertad, la justicia y la fraternidad no son posibles, y significa que luchar por los derechos del «frente popular machista leninista revolucionario», sin duda alguna, es la manera más coherente de ser progresista. Ser miembro del colectivo «frente popular machista leninista revolucionario» significa estar implicado en la lucha sistemática por abolir la explotación, el dominio y la desigualdad matriarcalistas.
Ser miembro del colectivo «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario» es participar en la lucha del ser humano por autodeterminarse, por autogobernarse y decidir su futuro. La pregunta que debemos hacernos es ¿quién dirige la vida? ¿El mercado capitalista, hegemónico, matriarcal… o la sociedad democrática? Para nosotros la clave es que la sociedad debe de autodirigirse, liberarse, y para eso tiene que domar al capitalismo matriarcal, hegemónico, y superar las relaciones de explotación actuales. Pues, si no lo hacemos, a no mucho tardar no habrá sociedad, porque el capitalismo salvaje, opresor, matriarcal, está poniendo en peligro la vida humana en el planeta. Para luchar contra eso y hoy más que nunca, hay que ser miembro del «Frente Popular Machista Leninista Revolucionario».
Y bla, bla, bla…
Cuando uno intenta conversar con un hooligan, da igual del partido político que sea, es casi imposible conseguir que sus argumentos sigan un orden lógico, o que nuestro interlocutor se centre en el tema de conversación que le propongamos, siempre acabará escabulléndose, yéndose por los cerros de Úbeda (provincia de Jaén), si le proponemos hablar de Badajoz, acabará hablando de Ayamonte, ya que el río Guadiana también pasa por allí… Da igual lo que uno desee, aunque sólo sea cambiar impresiones, conversar un rato, el hooligan siempre hará lo posible para «jugar un partido de tenis» y de paso adoctrinar, hacer propaganda, «vendernos algo».
También le dará igual, pues le importará un bledo que le indiquemos que no teníamos intención de convercerlo de nada, que sólamente se trataba de mantener una conversación informal, el hooligan siempre intentará convencernos de que está en posesión de la verdad absoluta, y de que nosotros estamos equivocados. Y, si nota que no nos rendimos, acabará colgándonos una «fobia»… ¡Cosas de los expertos en «empatía», cordialidad y buen talante!
Pero, lo más increíble es acabar comprobando que, los hooligans son generalmente reacios a aceptar que la realidad pueda tener dos o más caras; resulta sorprendente cómo llegan a ignorar, obviar las desgracias, las injusticias, los abusos que no estén en su repertorio absolutamente maniqueo, pues, para ellos sólo existe lo blanco y lo negro, o se está a su favor (se es «de los nuestros») o se está contra ellos, y por tanto, son enemigos.
Quienes con ellos discrepan, «dicen memeces».
Quienes no compartan sus ideas son seres perversos, egoístas, profundamente inmorales, o merecen ser internados en un psiquiátrico, o en un campo de trabajo para ser reducados…
En fin, esto y poco más dan de sí los hooligans de los diversos partidos…
Luego, Jason Brennan afirma que existe otra porción de la población, cuando habla de las democracias representativas, él los llama «vulcanianos»: se refiere a la minoría de gentes con un grado suficiente de información, de educación, y de conciencia política pero que, desgraciadamente, en la mayoría de los casos posee muy escasa capacidad de influencia.
Los «vulcanianos» son personas que procuran estar muy informadas que no tienen ninguna lealtad a sus creencias. Son capaces de explicar puntos de vista opuestos. Les interesa mucho la política, son desapasionados, evitan ser parciales o irracionales y toleran las ideas contrarias a las suyas. No son, tampoco, por definición moderados, pero sí capaces de cambiar de opinión si los hechos evidencian que están equivocados.
Brennan afirma sin tapujos que la democracia, si lo que se desea es que funcione, sea eficaz, útil para los ciudadanos, debería dotarse de mecanismos que impidan que los incompetentes, los ignorantes o moralmente inaceptables, acaben obteniendo el poder.
¿Tiene sentido que quienes están absolutamente desinteresados acerca de la pretensión de Pedro Sánchez de amnistiar a los golpistas, terroristas y demás enemigos de España, igual que les traen al fresco otros asuntos de suma importancia… sean mayoría a la hora de unas elecciones, sean locales, regionales, nacionales o europeas?
Sin duda, sería mejor realizar alguna clase de sorteo entre las personas que se supone suficientemente formadas e informadas a la hora de elegir a los gobernantes, es seguro que nos aseguraríamos que en los puestos de decisión y dirección habría menos canallas y corruptos… Lo importante no es el color del gato sino que cace ratones.
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