Florentino Portero
Hamás sabe que no va a derrotar a Israel, pero espera dañar severamente a al-Fatah en su pugna por el liderazgo palestino.
El ataque a Israel perpetrado por las milicias al-Qassam, el brazo armado del grupo islamista Hamás, ha sorprendido tanto a los israelíes como al resto del mundo por haber sido capaces de prepararlo durante mucho tiempo sin que se produjeran filtraciones y por la sofisticación de las operaciones ejecutadas. En esta ocasión voy a tratar de explicar el porqué de una campaña militar que, a la postre, tendrá un coste descomunal para los propios islamistas, pero que están dispuestos a asumir pensando que los beneficios compensarán las pérdidas, lo que supone una percepción del valor de la vida sólo comprensible desde una interpretación fundamentalista del islam.
La composición del gobierno israelí presidido por Benjamín Netanyahu responde al aislamiento político y a los problemas judiciales de su líder. Tuvo que echar mano del apoyo de grupos religiosos radicales y de colonos nacionalistas, algunos de ellos con un currículum reseñable en el ámbito de la delincuencia. Como cabía imaginar de un gobierno de estas características, las tensiones con la población palestina en Jerusalén y en Cisjordania han crecido, responsabilidad de los violentos de ambos lados. Además, la cohesión entre la población judía se viene resquebrajando, tanto por la política de los colonos como, sobre todo, por los cambios legislativos dirigidos a controlar el poder judicial. Este contexto ayuda en parte a entender el momento elegido por Hamás. Tiene un relato a su disposición, la defensa de la dignidad palestina frente al acosador sionista, y un frente israelí debilitado. Si a eso sumamos la simbología de la fecha elegida, el aniversario de la humillación recibida en la Guerra del Yom Kippur, el relato se dota de más consistencia.
Sin embargo, siendo lo anterior cierto, resulta insuficiente. Para los Hermanos Musulmanes, cuya versión palestina se reúne en torno a Hamás, el principal enemigo no es la potencia «extranjera», en este caso Israel, sino los malos musulmanes, los nacionalistas «corruptos» de al-Fatah, que controlan desde hace años la Autoridad Palestina, el instrumento legitimado internacionalmente para representar los intereses del pueblo palestino. Con esta operación tratarían, de nuevo, de acorralar a sus rivales mostrando ante el conjunto del mundo árabe que son ellos los auténticos representantes de una comunidad, la palestina, sometida a los abusos israelíes. Hamás sabe que no va a derrotar a Israel, pero espera dañar severamente a al-Fatah en su pugna por el liderazgo palestino.
FUENTE: https://www.eldebate.com/internacional/20231009/que-ahora_145227.html
A pesar del relato característicamente doméstico de Hamás, en realidad la operación responde en mayor medida a una dinámica regional. La administración Trump logró un sorprendente éxito diplomático al conseguir, tras arrumbar el acuerdo establecido por su predecesor con Irán sobre materia nuclear, un entendimiento entre un conjunto de estados árabes e Israel, conformando un espacio de seguridad cohesionado en torno a la amenaza compartida que representa Irán. A los históricos acuerdos con Egipto y Jordania se sumaban, en el marco de los Acuerdos Abrahán, Emiratos, Bahréin, Sudán y Marruecos. Quedaba la pieza más importante del tablero: Arabia Saudí. En su condición de protectora de los Santos Lugares incorporarse a este grupo suponía un riesgo muy elevado para la casa de Saud.
Fracasado el intento de la Administración Biden por reconstruir el acuerdo nuclear con Irán, la diplomacia norteamericana ha tratado de profundizar el espacio abierto por Trump. Tras varios patinazos con Riad parecía que finalmente se lograban avances, llamados a constituir un bloque antiiraní conformado por el grueso de las potencias de la península arábiga, Israel y algún que otro significativo añadido árabe. Este logro de la diplomacia norteamericana supondría un desastre tanto para los Hermanos Musulmanes como para Irán y sus aliados libaneses. De ahí su necesidad de romper la dinámica en curso arrinconando a los saudíes y forzándoles a optar entre sus intereses vitales de seguridad y su compromiso con las causas árabes.
Los efectos de esta campaña irán más allá del marco regional. Turquía, un estado miembro de la Alianza Atlántica pero con un gobierno islamista, tratará de ayudar a Hamás. Rusia intentará que la atención se desvíe, dificultando la capacidad ucraniana de hallar apoyo efectivo a su causa y animando las tensiones entre las distintas fuerzas políticas europeas.
Estamos en el comienzo de una crisis. Su desarrollo es hoy un enigma para todos, incluidos sus principales protagonistas. Es difícilmente imaginable que las fuerzas israelíes no penetren en Gaza, lo que nos llevaría a un número de bajas considerable y a una difícil resolución del rescate de los secuestrados. Nos queda, además, la duda de cómo responderán las milicias de Hizbolá desde la frontera norte al recrudecimiento de las hostilidades.
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