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¿Por qué la gente de izquierdas es menos feliz?

Miguel Ángel Quintana Paz

Durante la campaña electoral de 2008 un nutrido grupo de cantantes (Víctor Manuel, Ana Belén, Miguel Bosé, Fran Perea…) publicó un vídeo musical de apoyo al entonces presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero. Su título fue “Defender la alegría”: canción compuesta por otro de los que la entonaban, Joan Manuel Serrat, a partir de un poema de Mario Benedetti. Entre sus versos se incluía la defensa de tal emoción frente a “la ajada miseria” y “los miserables”. En las elecciones posteriores, el PSOE incrementó su mayoría parlamentaria en cinco diputados.

Por otra parte, si uno echa una ojeada al humor que los medios difunden hoy en día, cuesta ignorar su marcado carácter izquierdista. Se trata además de una comicidad que suele combinar información y entretenimiento (lo que los expertos llaman infotainment). La función cumplida por Jon Stewart o Billy Maher en EEUU la acometen La vida moderna o el Gran Wyoming en España: noticias y personajes públicos del día son ridiculizados o tratados con benévolas sonrisillas en función de su adscripción política. Recordemos, además, que la mayoría de nuestros contemporáneos siguen la actualidad del país no a través de los jugosos artículos que mis colegas y (a veces) un servidor publicamos en The Objective, sino en medio de tales risotadas.

Sin embargo, pese a que en público prolifere esa relación un tanto obsesiva de la izquierda con lo jovial, lo hilarante o, en suma, toda suerte de gracietas, lo cierto es que desde un punto de vista científico la realidad es bien distinta. Desde hace lustros constituye una suerte de certeza entre los psicólogos que la gente de izquierdas, en general, disfruta de menor felicidad que la ubicada a su derecha. Esa diferencia posee incluso un nombre propio: the happiness gap, la brecha de la felicidad; mucho menos popular que la de género, pero bastante más palmaria.

¿Cómo reaccionó un área académica, como la psicología (donde no olvidemos que hay unos diez investigadores de ideología progresista por cada conservador), al descubrir esta “brecha de la felicidad”? Su respuesta ha girado en torno a dos ejes.

El primero ha sido cuestionar que la gente de derechas diga la verdad cuando se le pregunta acerca de su felicidad: “Ya sabemos que los fachas son acreedores de todo tipo de vicios”, viene a decir este razonamiento, “así que seguramente tampoco sean demasiado sinceros”. “No les hagamos mucho caso”, concluyen, satisfechos, estos académicos (reforzando así la que sabemos que es su actitud general ante todo lo derechoso: pasar de ello. No olvidemos que se ha demostrado que se discrimina por sistema a psicólogos, artículos o hallazgos no izquierdistas en esa área universitaria).

El problema de esta línea de argumentación es que, cuando se investiga la felicidad de un modo indirecto (es decir, no se pregunta a la gente si es feliz o no, sino que se analizan otros factores que sabemos que van asociados con la felicidad: autoestima, optimismo, confianza…), el resultado es idéntico: las personas de derechas muestran niveles más altos de satisfacción vital que las de izquierdas. Por tanto, una segunda línea de investigación ha emprendido un camino diferente: de acuerdo, viene a decir, aceptemos que los derechosos son de veras más felices en la vida, pero ¿por qué? Investiguemos las causas porque quizá no sean tan bonitas como su deleitosa vida.

El estudio más famoso de esta índole es el que Jaime Napier y John Jost realizaron hace ya doce años. Su primera hipótesis es que los conservadores vivían más contentos que los progresistas simplemente porque ganaban más dinero, disfrutaban de más y mejores empleos o habitaban barrios mejores. Con todo, pronto hubieron de abandonar esta explicación: ninguno de esos factores predecía de un modo tan sólido la felicidad de la gente como sí lo hacían sus ideas políticas. 

Napier y Jost imaginaron pues otra explicación que ha gozado de cierto éxito desde entonces. Si la sensibilidad de derechas proporciona mayor ventura a sus partidarios es porque les concede una especie de “amortiguador ideológico” con respecto a los males sociales que soportamos a nuestro derredor. En especial, la gente derechista sufriría menos por las desigualdades porque, siempre según estos investigadores, contaría con el consuelo de creer que, si alguien tiene menor riqueza, es en el fondo porque se lo merece. Los izquierdistas, sin embargo, al ser más compasivos con los pobres, padecerían en mayor medida (¡es inevitable!) como consecuencia de las desgracias ajenas.

En suma, Napier y Jost arguyeron que ser de izquierdas, cierto, te hará menos feliz; pero será así porque también te convertirá en mejor persona. ¡No se puede ser un buen tipo, en un mundo tan injusto como este, y no sufrir un tanto! “Los izquierdistas seremos un poco cenizos, pero también derrocharemos bondadosa empatía” es un acertado resumen, en términos coloquiales, de su muy citado artículo psicológico.

Ahora bien, por desgracia para la buena conciencia en que suelen recrearse las gentes de izquierdas, esta explicación también ha sido refutada al analizarse con más cuidado en estudios posteriores.

Ya en 2012 Schlenker, Chambers y Le acometieron una exploración que proporcionó resultados muy distintos (y bien interesantes). Para ellos, la teoría de que las personas de derechas justifican más las desigualdades y por eso viven más apacibles es, simplemente, una teoría innecesaria. Y, desde Occam y su célebre navaja, sabemos que las teorías innecesarias deben ser desechadas. ¿Por qué estamos ante una teoría superflua? Porque todo lo que Napier y Jost pretendieron explicar con ella se explica perfectamente (y mejor) si tenemos en cuenta otros factores.

En efecto, mediante varios estudios Schlenker, Chambers y Le comprobaron, como ya hemos mencionado antes, que son otras características típicamente asociadas a una mayor felicidad las que también poseen en mayor medida las personas de mentalidad derechista. Esa correlación explica, pues, que su vida vaya mejor, sin tener por qué recurrir a una presunta falta de consideración hacia los sufrimientos de sus semejantes. Tener una u otra ideología tiene consecuencias en tu vida, afirman estos investigadores; y resulta que las consecuencias ligadas a la derecha suelen ser más fecundas. ¿Cuáles son esas otras características que tiene más la gente de derechas y, por tanto, aumenta su felicidad?

Nuestros autores citan varias. Por ejemplo, los conservadores se fían más de sus propias capacidades. Tienen mayor autoestima. Lanzan sobre el mundo una mirada más positiva. Contemplan el futuro de forma más optimista. Suelen ser, además, más religiosos. Todos estos rasgos se han asociado, en diversos estudios, con una mayor salud mental y con vidas más satisfactorias. Por tanto, no necesitamos acusarles de indiferencia ante el dolor de este valle de lágrimas que es el mundo, contra lo que ansían Napier y Jost. Simplemente, si no eres de izquierdas contarás con un instrumental moral que sabemos que produce, en general, vidas más logradas. Así que no es una sorpresa que, en efecto, luego seas (de media) más feliz.

Estos datos pueden llevarnos a conclusiones interesantes a día de hoy, cuando afrontamos las postrimerías del 2020. En la última década se ha producido una auténtica explosión de las redes sociales y, con ellas, de los discursos moralistas que empresas, gobiernos, medios de comunicación y tuiteros cualesquiera nos lanzan de continuo. Muchos de esos mensajes tienen un reconocible aire izquierdista. Y bien, lo que nos dice la ciencia es que sería poco sensato prestarles demasiada atención. Siempre y cuando queramos conseguir vidas felices, claro. No te fíes de una becaria de El País cualquiera cuando te cuenta cómo deberías vivir tu vida: sería poco científico hacerlo.

Por otra parte, el perenne moralismo del que tantos blasonan en redes sociales, estar disconforme día tras día ante todo cuanto ocurre, ponerle a todo el pero izquierdista, son cantinelas que pueden resultarnos a muchos enojosas. Mas quizá aprendamos a ser más compasivos con quienes las emiten (sí, se puede ser compasivos sin ser de izquierdas) si recordamos que todas esas monsergas no son sino síntomas de la infelicidad de quienes las exhiben. Gerardo Tecé, James Rhodes o Anabel Alonso serán un tanto cargantes, bien es cierto; pero sobre todo son personas con muchas papeletas para ser pobres diablos. Pensar así quizá nos ayude a conservar nuestra paz mental cuando nos sorprenda su penúltima obsesión.

Por último (y vuelvo aquí mi mirada compasiva hacia el buen lector de izquierdas que hasta este último párrafo me haya acompañado), estas enseñanzas pueden resultarle fértiles también a él. Hay un camino a la derecha. Y emprenderlo no le hará menos moral. Al contrario, si la ética tiene que ver con saberse montar una buena vida (y en ello coincidieron pensadores tan distintos como Aristóteles, Séneca o Epicuro), será más inteligente, será más atinado explorar esa otra ruta. Intente, durante la próxima semana, ser un poquito más de derechas. Es probable que este sea el mejor autorregalo que pueda usted hacerse para la ya cercana Navidad. 

Miguel Ángel Quintana Paz

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RedaccionVozIberica

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